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...." el pueblo recoge todas las botellas que se tiran al agua con mensajes de naufragio. El pueblo es una gran memoria colectiva que recuerda todo lo que parece muerto en el olvido. Hay que buscar esas botellas y refrescar esa memoria". Leopoldo Marechal.

LA ARGENTINA DEL BICENTENARIO DE LA PATRIA.

LA ARGENTINA DEL BICENTENARIO DE LA PATRIA.
“Amar a la Argentina de hoy, si se habla de amor verdadero, no puede rendir más que sacrificios, porque es amar a una enferma". Padre Leonardo Castellani.

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"La historia es la Patria. Nos han falsificado la historia porque quieren escamotearnos la Patria" - Hugo Wast (Gustavo Martínez Zuviría).

“Una única cosa es necesario tener presente: mantenerse en pie ante un mundo en ruinas”. Julius Evola, seudónimo de Giulio Cesare Andrea Evola. Italiano.

jueves, septiembre 02, 2010

EL MALDITO: RAMÓN DOLL.

Ramón Doll.

Cuando yo llegué a la vida literaria en 1927 -acostumbraba a recordar Ramón Doll- me encontré con que la crítica asumía, ante ciertos desbordes y desorbitaciones de la nueva generación, una extraña actitud, temerosa de opinar, no fuera el diablo que ciertos poemas y cuentos que nadie comprendía fueran obras geniales. Cuando Jacobo Fischman escribía, "Angeles de la Muerte".

Había algunos críticos que se quedaban todos duros, temblones, apampados, como paisano que entra a una escribanía, temiendo que a lo mejor Fischman fuera Rimbaud y apenas se atrevían a decir: "es un santo que reza". Yo llegué en ese momento y con aire campechano les dije: ¡qué va a ser Rimbaud, no ven que es un loco lindo!. Y la verdad estas cosas son las que no se les perdonan a un crítico.
Doll había nacido en La Plata el 12 de septiembre de 1896, revelando desde muy joven una inteligencia poco común y un espíritu mordaz, corrosivo, así como una vocación inquebrantable por la verdad que lo convertiría, en la Argentina de la cultura extranjerizada, en un "maldito". Al poco tiempo de aquella irrupción en el mundo literario, Doll arremetió contra el libro Don Segundo Sombra cuyo autor, Ricardo Güiraldes, era ya una figura prestigiosa. Decía Doll "Cuando apareció Don Segundo Sombra, las revistas literarias argentinas se poblaron de divagaciones trascendentales y metafísicas sobre la pampa, una cantidad de literatos que habían viajado a San Antonio de Areco, y habían visto como se ordeñan las vacas y como fornican los gallos, vinieron con el alma llena de horizontes y durante muchos meses se les veía en las meses de café mirando lejos, ensimismados, como miran los reseros según lo enseñó Güiraldes. Pero luego la racha de la pampa, dejó de fastidiarnos a muchos que las conocemos bien y novemos en la pampa, sino una llanura aplastadora, aburrida y aletargadora, estilizada solamente por los señores que la recuerdan confortablemente desde los hoteles de París, como Güiraldes, en un lenguaje que ni pampeano es, porque es el lenguaje de nuestra aristocracia vacuna, que no vive ni vió jamás en el campo"
Doll juzga que el libro es una farsa, oponiéndose al juicio predominante de ensayistas y periodistas de la época y pone al descubierto la naturaleza de clase de la obra de Güiraldes contraponiéndola al "Martín Fierro". Así escribe: "Martín Fierro es el poema de una clase y a de persistir como una vergüenza para nuestra aristocracia. El gaucho de Güiraldes, es sin duda, el gaucho tal como lo ve "el hijo de familia" que va al campo, se endosa bombachas, enlaza, doma y quizás para identificarse más con costumbres afines hace tender su recado con la sirvienta en el corredor de la estancia, es el gaucho que siempre han visto los hijos de los estancieros en las peonadas que trabajaban en su propiedad. Con Don Segundo Sombra, el hijo del estanciero pretende idealizar al gaucho, mostrándolo como un centauro de la pampa, estoico, discreto, valiente, sin alarde, trabajador, sin fatiga, dueño de toda clase de habilidades, para ocultar así la verdadera imagen del gaucho explotado, amargado, sometido al yugo de los trabajos rurales.
Para ello fabrican un tipo completamente literario, un gaucho que no ha existido, que ni siquiera es como el gaucho real hubiera querido ser, un gaucho en fin, que es como cree o quiere creer que fue el gaucho, una cierta y característica clase social argentina, el hombre de las ciudades que tienen estancia.
Esos paisanos que ganan jornales inferiores a un peso, trabajando sin descanso durante todo el tiempo que dura la luz del día, tienen un porte muy distinto al de Don Segundo Sombra. Hay pues, algunas diferencias entre esos mensuales, reseros y domadores de Güiraldes, que hacen una vida armónica, que hablan con confianza, que saben leyendas, que perdonan con magnanimidad de faraones y la triste experiencia del trabajador criollo embrutecido en los trabajos del campo, que colabora en la valorización de las haciendas y los campos, mediante salarios de hambre, mientras el patrón mirando crecer los terneros, amanece cada mañana más rico"
Es posible, agrega Doll, que el gaucho coetáneo de Don Segundo Sombra, fuera resistente para el trabajo, duro ante la mediana inclemencia pampeana, sufrido a los rigores de la vida, pero no por razón de su oficio, ni por su contextura étnica o psicológica: era así porque era pobre, porque una clase privilegiada lo había vencido, o había sometido y lo explotaba a su sabor. Lo era porque la dura necesidad lo llevada a conquistarse su sustento, sustento que miserablemente le mezquinaba ese mismo patrón, que simulaba admirarlo cuando el peón con peligro de su vida le amansaba sus potros, para sumarles un valor del que, por cierto, no participaría quién debería conformarse y sentirse satisfecho con que le llamasen "centauro de la pampa".
Los estancieros ofrecen esa imagen idílica del patrón, que después de la brutal faena venía a comer un asado entre la peonada, con gesto sonriente, regalando alabanzas, palmeando espaldas o administrando algún reproche en tono de reprimenda amistosa a algún flojo, ese patrón tan gaucho que sabía conducirse en un salón con la misma soltura que echar un pial.
Pero resulta que hoy el jornalero rural está exigiendo algo más y algo menos: ser gaucho o no ser gaucho ante los ojos del patrón, está perdiendo importancia y en cambio considera más necesario comer a sus horas y dormir cuando el cuerpo lo exige. No tiene ningún interés en que el patrón coma en la cocina de los peones y si en que la comida sea digna de un ser humano y no de un perro.
Hoy el trabajador rural no doma, ni dice "gracias" en las pulperías, pero mezclado con el trabajador extranjero se preocupa un poco más por su jornales, y todo esto debe producir cierto escozor, cierta irritación al patrón. Entonces el hijo del patrón se encarga de hablarnos de aquel gaucho que nunca se quejaba, que todo lo sufría, y al que el patrón manejaba con dos instrumentos infalibles, su astucia y el juez de paz. Qué indignación entonces le produciría al peón de arreo si leyera estas novelas en que pobres reseros me han respirado el polvo de todos los caminos, que tienen que dormir ala intemperie por salarios que rayan con la delincuencia patronal, aparecen, sin embargo, como figuras ejemplares, llenos de sabiduría, sufridos, estoicos, sonrientes, contando cuentos en los fogones.
Sí, hay una gran hipocresía. Un brutal sarcasmo en estas cosas, porque mientras el chacarero extranjero que se instalaba con sus implementos de agricultura, despreciaba al gaucho considerándolo ejemplar de haraganería, de la tonta soberbia criolla, bueno para engañarle y sacarle jornales en los boliches, en el otro extremo, "el hijo del patrón", beneficiario de aquella brusca valorización de la pampa, el vástago de esa seudo aristocracia rural argentina es quien más ha hecho por exaltar las presuntas cualidades de su gaucho y Segundo Sombra es, a mi juicio, el gaucho que siempre han visto los hijos de los estancieros en las peonadas que trabajaban en sus propiedades. Al gaucho que llevo adentro, dice "Güiraldes, al hijo del patrón de estancia que lleva adentro", y Doll concluye su crítica con estas palabras "Hacete duro muchacho, dice Don Segundo a su discípulo y le asesta un talerazo en las costillas".
Seguramente que así, con sinceridad de la que yo dudo, ha de creer el patrón que sus peones se pasan la vida, tratando de emularse, de superarse entre ellos. Así ha de creer o creer el patrón que sus humildes colaboradores vivan distendiendo su voluntad como obedeciendo a dictados de raza y así le ha de convenir también para que una casta de esclavos se vayan plasmando y modelando a su avaricia.
Así se inició Ramón Doll en la crítica literaria en la Argentina, de la cual sería una de las expresiones mayores en inteligencia, profundidad y brillo de polemista, en una lucha angustiosa y desesperada por aportar a la construcción de una cultura nacional, lucha que lo llevó a duros combates y también a claudicaciones lamentables (su admiración por Hitler y el antisemitismo), pero sus aportes de su buena época fueron suficientes como para borrarlo de antologías literarias, revistas y escuelas, sentenciado como "maldito" por "el Régimen".
Centro Cultural Enrique Santos Discépolo.

http://www.discepolo.org.ar/node/11

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