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...." el pueblo recoge todas las botellas que se tiran al agua con mensajes de naufragio. El pueblo es una gran memoria colectiva que recuerda todo lo que parece muerto en el olvido. Hay que buscar esas botellas y refrescar esa memoria". Leopoldo Marechal.

LA ARGENTINA DEL BICENTENARIO DE LA PATRIA.

LA ARGENTINA DEL BICENTENARIO DE LA PATRIA.
“Amar a la Argentina de hoy, si se habla de amor verdadero, no puede rendir más que sacrificios, porque es amar a una enferma". Padre Leonardo Castellani.

“
"La historia es la Patria. Nos han falsificado la historia porque quieren escamotearnos la Patria" - Hugo Wast (Gustavo Martínez Zuviría).

“Una única cosa es necesario tener presente: mantenerse en pie ante un mundo en ruinas”. Julius Evola, seudónimo de Giulio Cesare Andrea Evola. Italiano.

sábado, septiembre 04, 2010

QUE SE ROMPA, PERO QUE NO SE DOBLE.

Leandro N. Alem.



¿ Cuál es el origen de la frase "Que se rompa, pero que no se doble" ?

Esta frase, que hoy se conoce entre nosotros como lema del radicalismo, se remonta a la Edad Media, pero a través del tiempo ha cambiado de forma varias veces. Fue el mote de una familia noble de España - los Pulgar-, en cuyo escudo se leía: "El Pulgar quebrar y no doblar". después se generalizó en la península como "Antes quebrar que doblar". En nuestros gauchos, el dicho "Facón nuevo se quiebra, pero no se duebla" se refería al hombre joven cuyo vigor lo impulsa a luchar hasta el final. Ése fue el sentido que recogió Leandro N. Alem (1844-1896) y que perdura actualmente.
El fundador del radicalismo, desilucionado y profundamente herido por los enfrentamientos que amenazaban la disolución de su partido, se suicidó en la noche del 1º de julio de 1896. horas antes, escribió testamento político, en el que figura la famosa frase: "Que se rompa, pero que no se doble". Más allá de la política y las luchas partidarias, ellas han quedado como consigna ética de mantener a todo trance los principios. Quebrarse es aceptable y digno; doblegarse nunca.

Material extraído del libro "TRES MIL HISTORIAS de frases y palabras que decimos a cada rato" compuesta por Héctor Zimmerman. presentación de Tulio Halperin Donghi, pág. 232.

LEANDRO N. ALEM.

El hijo del ahorcado.

Su padre, Leandro Antonio Alén, era un pulpero del barrio de Balvanera entonces en los arrabales de la ciudad de Buenos Aires, y uno de los jefes de la Mazorca, la fuerza parapolicial de Juan Manuel de Rosas, motivo por el cual sería fusilado y colgado públicamente en la desaparecida Plaza de Monserrat. Leandro Alem cambió la última letra de su apellido para atenuar la permanente discriminación que sufrirá por el recuerdo de su padre: siempre fue "el hijo del ahorcado".

A la muerte de su padre quedaron en la pobreza y su madre, Tomasa Ponce, debió dedicarse a fabricar y vender dulces y pasteles para sostener a la familia.
Fue tío y mentor de Hipólito Yrigoyen, hijo de su hermana Marcelina Alén y diez años menor que él, quien en 1916 llegaría a ser el primer presidente argentino elegido por el voto secreto.
Desde muy joven Alem ingresó como voluntario al ejército.Peleó en las últimas batallas de las guerras civiles argentinas, Cepeda en 1859 y Pavón en 1861. Alcanzaría el grado de capitán en la Guerra del Paraguay (1865-1870) donde sería herido.

Se recibió de abogado en la Universidad de Buenos Aires e instaló su estudio junto con su amigo y correligionario Aristóbulo del Valle. Su tesis se tituló: "Estudio sobre las obligaciones naturales", es decir aquellas obligaciones que reposan más en la moral que en la ley.

"Barba negra hasta entrada la década de los 80, y muy blanca después. El cabello totalmente blanco desde el 90. Estatura no muy alta; cuerpo delgado. Saco largo como media levita y todo el traje negro, la camisa blanca almidonada, la corbata blanca, la galera de felpa, que desde el 90 sustituyó al chambergo, ligeramente requintada y ligeramente ladeada. Extraordinaria pulcritud. Rostro pálido. Mucho mate, hasta en la puerta de la calle. Ahí se paraba un rato al salir y al llegar, tocaba el aldabón para que la muchachita le trajera el amargo." (Gabriel del Mazo).


El 1º de julio de 1896 Leandro N. Alem, fundador de Unión Cívica Radical, abandonó una reunión de amigos en su casa, subió a un coche y ordenó al cochero que lo llevara al Club del Progreso. Al llegar a destino, el cochero abrió la puerta y descubrió que su pasajero había puesto fin a su vida pegándose un tiro en plena calle.
Era consciente de la repercusión de acto semejante y dejó para sus correligionarios su
“Testamento Político”.


Alem fue uno de los lideres del movimiento denominado la revolución de 1890 contra el gobierno de Miguel Juarez Celman. Asistió a la defección del “Taita Mayor de la historia oficial” -según palabras del Padre Leonardo Castellani – Bartolomé Mitre a dividir el movimiento de los cívicos que se denominaba Unión Cívica en Unión Cívica Nacional y Unión Cívica Radical de Alem. Más tarde, organizó el movimiento revolucionario de 1893 y fue designado candidato a presidente de la Nación. El fracaso se atribuyó a su sobrino Hipólito Yrigoyen, lo condujo a la prisión, exilio y una estado depresivo. En 1896, el radicalismo desorganizado y dividido fue derrotado en lo electoral y Leandro Alem no soportó la misma.


TESTAMENTO POLITICO DEL DR. ALEM.

He terminado mi carrera, he concluído mi misión…Para vivir estéril, inútil y deprimido, es preferible morir. ¡Sí! Que se rompa pero que no se doble.

He luchado de una manera indecible en estos últimos tiempos, pero mis fuerzas -tal vez gastadas ya- , han sido incapaces para detener la montaña…y la montaña me aplastó…!

He dado todo lo que podía dar; todo lo que humanamente se puede exigir a un hombre, y al fin mis fuerzas se han agotado…y para vivir inútil, estéril y deprimido es preferible morir!

Entrego decorosa y dignamente lo que me queda, mi última sangre, el resto de mi vida!

Los sentimientos que me han impulsado, las ideas que han alumbrado mi alma, los móviles, las causas, y los propósitos de mi acción y de mi lucha -en general- , en mi vida, son, creo, perfectamente conocidos. Si me engaño a este respecto será una desgracia que yo no podré ya sentir ni remediar.

Ahí está mi labor y mi acción desde largos años, desde muy joven, desde muy niño, luchando siempre de abajo. No es el orgullo que me dicta estas palabras ni es debilidad en estos momentos lo que me hace tomar esta resolución. Es un convencimiento profundo que se ha apoderado de mi alma en el sentido que lo enuncio en los primeros párrafos, después de haberlo pensado, meditado y reflexionado mucho, en un solemne recogimiento.

Entrego, pues, mi labor y mi memoria al juicio del pueblo, por cuya noble causa he luchado constantemente.

En estos momentos el partido popular se prepara para entrar nuevamente en acción, en bien de la patria.

Esta es mi idea, éste es mi sentimiento, ésta es mi convicción arraigada, sin ofender a nadie; yo mismo he dado el primer impulso, y sin embargo, no puedo continuar. Mis dolencias son gravísimas, necesariamente mortales.

¡Adelante los que quedan!

¡Ah! Cuánto bien ha podido hacer este partido si no hubiesen promediado ciertas causas y ciertos factores…¡No importa! Todavía puede hacerse mucho. Pertenece principalmente a las nuevas generaciones. Ellas le dieron origen y ellas sabrán consumar la obra. ¡Deben consumarla!.

LEANDRO N. ALEM



LEANDRO ALEM: LA TRAGEDIA DE ANOCHE
LA NACIÓN
¿Cómo había ocurrido la catástrofe? El doctor Leandro N. Alem había dado fin a su existencia, disparándose dentro del coche que lo conducía al Club del Progreso, un tiro en la sien derecha. Cuando el portero del Club abrió la portezuela del carruaje, el tribuno popular, el agitador, el caudillo, era cadáver.
Ese cadáver fué piadosamente subido a uno de los salones del club, colocado sobre una mesa, cubierto el rostro varonil con el poncho de vicuña, semivelado así a la gente de todas las opiniones que acudía a saludarlo con lágrimas en los ojos.
Se había suicidado Alem. Leandro Alem, el de las largas barbas plateadas ya, el de los ojos vivos y fulgurantes, el de la palabra vibrante y perentoria, el caudillo, el jefe, el hombre de la calle y de la plaza pública, que arrebataba a las multitudes cuando les hablaba por ellas, cuando los llevaba adonde él quería llevarlas, casi ídolo, con su ascético rostro, con su vida clara, con su altruismo extraño, y así ha muerto, tendido sobre una mesa, cubierta la cara ensangrentada con el poncho de vicuña de sus amores nacionales.
¿Por qué? Todos preguntaban el por qué, todos querían conocerlo, y hubieran cuestionado al cadáver si hubiera podido contestar, y quedaban mudos ante ese enigma. ¿Cómo, cuando se es jefe de un partido poderoso, cuando se influye en los destinos de una Nación, cuando se ha llegado a una popularidad, casi sin precedentes, se puede cortar así el hilo de una existencia, saltar así a la nada, romper así con todo lo que sonríe y lo que promete ? ...
Hombre maduro, el doctor Alem había visto muchas cosas, había pulsado muchas pasiones, había hecho muchos sacrificios, y llegado el momento del balance se había encontrado él solo en pérdida, después de haber puesto casi todo el capital.
Muere en su teatro, en la calle de sus triunfos y las causas de su muerte no han de conocerse tal vez por entero.
Es un hombre de abnegación y convicciones que se mata, y cuya muerte produce honda sensación en amigos y enemigos; un luchador que supo estar en pugna con todo lo existente que le parecía malo, rodearse de una aureola popular, significar por sí mismo, encarnar en su persona todo un partido y obligar a los demás a considerarlo un bienintencionado pasionista, pero que todo lo supeditaba al bienestar común; un caudillo por su exterioridad y su psicología, término extremo y necesario para el desenvolvimiento de un país democrático como el nuestro.
Aún los que no estaban de acuerdo con su lucha, han de ver que su actitud estaba informada por una pasión sincera y, aunque excesiva, nunca inspirada en un propósito de medro personal.
Cuando la candidatura de uno de sus amigos políticos a la Presidencia de la República él supo desligarse orgullosamente al creer que se tomaba un mal camino y el pueblo le llamó austero.
Más tarde se entregó en cuerpo y alma al triunfo de la revolución del 90, y luego siempre lleno de las mejores intenciones, ofuscado sólo por su pasión de ir ligero, de saltar obstáculos, de llegar a pesar de todo y perentoriamente al fin, si contribuyó a la escisión y pérdida de fuerzas de la Unión Cívica, fué con el ansia de crear un partido formidable que arrasara con todo de una vez y llegar a la conquista del ideal democrático, con una sola carga de sus decididas huestes.
¡Ay! Eso era imposible y las dificultades se han ido aumentando, amontonando hasta formar barrera insalvable; no triunfa ya en nuestro siglo lo que no se ajusta a la evolución, lo que no la sigue, lo que no se vale de ella.
El doctor Alem se inició muy joven en la vida pública, en épocas en que se creía necesaria la violencia y desde un principio hízose notar por su carácter que significaba siempre una manera terminante y absoluta.
Su nombre era conocido y relativamente popular antes del 90 en que alcanzó ultísima figuración y representó en su persona el grupo numeroso de los excesivos, de los que querían llegar a saltos al ideal, contra la regla de la naturaleza.
Llegó así, lejos del gobierno, repudiándolo siempre, deseándolo mejor, libre de tachas mejor dicho, a gozar de una rara popularidad que lo ha acompañado hasta el último día de su vida y que hará que la noticia de su suicidio cause verdadero estupor y provoque una extraordinaria manifestación de duelo.
Anoche, cuando corrió la triste noticia no había quien no se negase a creerla; cuando el convencimiento llegaba, surgían siempre frases de amargo pesar de todos los labios, porque al fin es uno de los nuestros, un hijo de la tierra, un genuino representante de las cosas que fueron y aún son, el que a la hora de esta, yace sobre una mesa del Club del Progreso con su rostro enjuto y su luenga barba casi blanca, cubierto con el poncho de vicuña de sus amores nacionales el que lo acompañó a los atrios de las elecciones sangrientas o a los congresos de debate tranquilo.
¡Duerma en paz Leandro Alem ! Que el descanso eterno la compense de su lucha continúa. En nuestra historia tiene un puesto, su nombre vivirá y hoy no habrá en toda la República quien no lamente su trágica muerte y rinda tributo a sus virtudes.
Alma noble, luchador incansable, hombre de raro temple, librado a los embates de la suerte pocas veces propicias ha llegado al término de su carrera con la estimación de propios y extraños y sin duda por eso en su rostro demacrado y en sus blancas barbas hay aún, después de la muerte, un sello de placidez y de entereza.
¡Duerma en paz Leandro Alem! "
La Nación, 2 de julio de 1896.

1 comentario:

  1. Gracias por tan minuciosa reseña, por la noble tarea de mantener viva nuestra historia, para respetar y valorar, las acciones de quienes nos antecedieron en el camino de la vida, rescatando valores morales, que trascienden el paso del tiempo, para referencia de que nuestra sociedad, no fue siempre todo igual, aqui, en nuestra querida Patria, hubo personas, que tenian ideales, moral, y espiritu democratico, respetando la pluralidad de ideologias y vocacion politica al servicio del bien comun, politicos como Alem, Lisandro de La Torre, Yrigoyen, Ilia...y tantos mas que son sus ideas, la reserva moral de nuestra sociedad.
    ...que se rompa y no se doble...el partido Radical!!!

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La diferencia de opiniones conduce a la investigación, y la investigación conduce a la verdad. - Thomas Jefferson 1743-1826.