GRACIAS POR ESTAR AQUÍ...

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...." el pueblo recoge todas las botellas que se tiran al agua con mensajes de naufragio. El pueblo es una gran memoria colectiva que recuerda todo lo que parece muerto en el olvido. Hay que buscar esas botellas y refrescar esa memoria". Leopoldo Marechal.

LA ARGENTINA DEL BICENTENARIO DE LA PATRIA.

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“Amar a la Argentina de hoy, si se habla de amor verdadero, no puede rendir más que sacrificios, porque es amar a una enferma". Padre Leonardo Castellani.

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"La historia es la Patria. Nos han falsificado la historia porque quieren escamotearnos la Patria" - Hugo Wast (Gustavo Martínez Zuviría).

“Una única cosa es necesario tener presente: mantenerse en pie ante un mundo en ruinas”. Julius Evola, seudónimo de Giulio Cesare Andrea Evola. Italiano.

domingo, agosto 07, 2011

JUAN, EL CRIANCERO DEL CANAL. HISTORIAS DE VIDA.

HISTORIAS DE VIDA.
Juan, el criancero del canal.
La poliomielitis le impide caminar desde los 6 años, pero no se rindió.
Con un carrito tirado por perros saca a pastar a sus chivos.



Sentado en el carrito en el que se traslada, que ubicó en una posición estratégica sobre una pequeña loma frente al Canal Principal a la altura de J.J. Gómez, Juan Alberto Leiva parece tener todo bajo control. Desde allí domina el panorama: ve pasar las camionetas y las máquinas del Consorcio de Riego del Alto Valle, las chatas de los chacareros que traquetean los caminos de tierra y piedras de ambas márgenes, la casa de ladrillos abandonada 50 metros a su derecha, los yuyos y las plantas que sobreviven al frío y el lecho casi seco, con algunos charcos esparcidos y tramos más extensos con unos 10 cm de profundidad. Pero, sobre todo, observa a su rebaño de 130 chivos que pastan en los alrededores. Si alguno se desbanda, como esos diez que ahora bajan a tomar agua al cauce, le basta un grito seco y grave para que Choco y Negra corran hacia ellos y con un par de ladridos y algún amago de tarascón pongan las cosas en su lugar.

Con los chivos otra vez arriba, Juan cuenta su historia, la del chico al que la poliomielitis le arrebató la movilidad de las piernas cuando tenía 6 años.

–Antes de eso caminaba un poco y me caía. Después, no pude caminar más. Ni con la rehabilitación, ni con las operaciones, con nada –explica sin un gramo de autocompasión. Ahora tiene 37 y vive con sus padres y uno de sus siete hermanos en un puesto a unos 3 kilómetros de aquí. Es un día de invierno con niebla y choques en la Ruta 22, pero diáfano en el canal hasta el mediodía, cuando las nubes cerraron el cielo. Juan se protege del frío con una gastada campera marrón y un gorrito coya.

–Yo tengo pies. A veces intento pararme, pero no hay caso, me voy para abajo –agrega. Desde pequeño se moviliza en silla de ruedas, pero para salir con los chivos usa el carrito que le preparó su hermano el Negro, con el que se enorgullece de llegar a los 60 km/h: tres ruedas de bici, elásticos de una cama como soporte, la caja de metal donde va sentado sobre sus piernas dobladas, manubrio y pedales a la altura de sus manos y la potencia de Choco y Negra, que ya regresaron de su misión y están echados a sus pies. Hay otros tres perros alrededor: el aprendiz de tirador Mono y la pareja de custodios, el gran danés Sansón y Jura: no trabajan con el rebaño, pero defienden al grupo si son amenazados por otros perros.

–Yo les chumbo y ellos van. Y la pelea termina cuando los otros perros están muertos o se escapan –relata para explicar la ley del canal.

La idea del carrito al estilo trineo se le ocurrió una vez que tuvo que ir hasta Roca. Llegó agotado después de recorrer 5 km y al final, ya en la ciudad, le ató una manga del pulóver a su perro de entonces, Colita, y la otra a la silla de ruedas. Así transcurrió el último tramo, entre miradas curiosas de los vecinos. Su amigo Rubén Campos llevó su lucha contra la enfermedad y la necesidad de una nueva silla hasta el "Río Negro", que publicó un artículo que conmovió a un grupo de bomberos de Piedra del Águila, que un día se le aparecieron en el puesto con lo que necesitaba más un par de botas de caña. Era 1993.

–Cinco años me duraron esas botas –recuerda Juan, con algo de nostalgia. Y cuenta que después también salió en el diario en 2002, cuando se le incendió el cuatriciclo un día de sol furioso en el que salió a buscar a un chivo extraviado. Se arrastró y se lastimó para volver a su casa, hasta que un vecino lo subió a su camioneta y lo llevó.

–Era un cuatriciclo chico, de 50 m3. ¿Sabe cuánto me costó? 3.500 pesos. Pagué 2.000 con la plata de unos chivos que había vendido. Y el resto en cuotas de 90 pesos. Mi pensión por discapacidad era de 97 pesos, así que me quedaban 7 para volver en taxi –explica.

Ya es hora de regresar a casa. Le basta un golpecito en el manubrio para que Choco y Negra se incorporen. Y un chistido para que salgan arando.

–Fíjese la velocidad –alcanza a decir antes de perderse en el camino. Hay pozos y el carrito salta, pero él se ríe mientras el carrito se bambolea o derrapa en la arena. El velocímetro del auto de "Río Negro", que lo sigue, marca 45 km/h.

–¿Y nunca volcaste?

–Sí, un montón de veces, pero ahora difícil, ya tengo cancha –responde un kilómetro más adelante, antes de cruzar el puente. Los perros ladran y ningún chivo equivoca el camino. Ahí va Juan, a cargo de esos 135 animales que obedecen sus gritos y silbidos. Todos hacen un kilómetro más por el asfalto poceado y luego giran 50 metros a la izquierda. Ahí viven. Es una casa de material, de tres ambientes, con un puñado de vecinos esparcidos en los alrededores de Colonia 17 de Octubre. El más cercano está a 200 metros. Hay electricidad, pero el gas y el agua se quedaron a un km.

–Ojalá llegara el gas. Usted no sabe lo que lo necesitamos. El agua la trae la municipalidad y la descarga en ese tanque de 500 litros. Hay que ir a pedirla unas tres semanas antes de que se acabe, porque a veces tardan mucho y podés llegar a estar un mes sin agua– dice. Enfrente, apilan la leña con la que se calefaccionan, a 900 pesos o tres chivos la camionada. Mientras los animales entran al corral, Juan cuenta que el año pasado se murieron muchos, porque faltó pasto.

–Y al precio que está la leche, difícil darle a las crías –afirma mientras hace girar las ruedas del carrito con las manos y se mete en el living. Ahí están las fotos de los hermanos, los cuadros de caballos, la silla de ruedas que le prestaron y la tele donde mira sus programas preferidos: las películas de vaqueros y las aventuras de Tom y Jerry.

Cada tanto pasa algún vecino a ofrecerle un perro tirador. Él los examina con un golpe de vista. "El que va a tirar ya se conoce. El que viene vago, viene vago" –explica y recuerda que una vez le envenenaron cinco.

–¿Por qué? No sé, uno era muy bravo, por ahí por eso –dice y cuenta que él sale todos los días con sus chivos, llueve o truene.

–Es que si no sale no se halla –dice su mamá, Robustiana Veloso. Luis, el padre, minero de la bentonita toda su vida, calienta algo en el horno de barro. Juan cruza otra vez la puerta. Afuera, ya se ha despejado: el sol entibia y el viento levanta polvareda. Se acerca al corral.

–Parece que va a estar lindo, mañana voy a salir bien tempranito –dice Juan y se despide con una sonrisa.


"El carrito me lo armó mi hermano con partes de dos bicicletas y elásticos de una cama. Negra y Choco lo hacen andar a 60 km/h".

Juan, sus chivos y sus perros en el Canal Principal, a 5 km. de Roca.


Nota de Javier Avena publicada por el diario "Río Negro" (edición N° 22.614), el domingo 31 de julio de 2011,página 33, sociedad las imágenes de Verónica Roig pertenecen a la misma.

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