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...." el pueblo recoge todas las botellas que se tiran al agua con mensajes de naufragio. El pueblo es una gran memoria colectiva que recuerda todo lo que parece muerto en el olvido. Hay que buscar esas botellas y refrescar esa memoria". Leopoldo Marechal.

LA ARGENTINA DEL BICENTENARIO DE LA PATRIA.

LA ARGENTINA DEL BICENTENARIO DE LA PATRIA.
“Amar a la Argentina de hoy, si se habla de amor verdadero, no puede rendir más que sacrificios, porque es amar a una enferma". Padre Leonardo Castellani.

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"La historia es la Patria. Nos han falsificado la historia porque quieren escamotearnos la Patria" - Hugo Wast (Gustavo Martínez Zuviría).

“Una única cosa es necesario tener presente: mantenerse en pie ante un mundo en ruinas”. Julius Evola, seudónimo de Giulio Cesare Andrea Evola. Italiano.

sábado, febrero 01, 2014

ANTE UN NUEVO FRACASO por JAMES NEILSON.

Pocos países cuentan con más ventajas que la Argentina. El clima es benigno, los recursos naturales abundantes, no sufre de sobrepoblación. La geografía la mantuvo alejada de las dos conflagraciones planetarias más recientes. Sus tradiciones culturales son occidentales, de suerte que debería serle relativamente fácil adaptarse a los cambios constantes que son propios de la civilización fáustica que ha creado el mundo moderno. Los conflictos étnicos o sectarios son de baja intensidad. Con todo, si bien a veces algunos políticos reconocen que al país le ha tocado sacar un boleto ganador de la gran lotería internacional –como dijo en una ocasión Eduardo Duhalde, citando al pensador brasileño Helio Jaguaribe, la Argentina "está condenada al éxito"–, muchos más se sienten atraídos por los placeres lúgubres de la autocompasión. Para ellos, la Argentina es un país víctima rodeado de conspiradores malevolentes
Por cierto, Cristina no es la única persona que cree que la Argentina es, desde vaya a saber cuántos años, el blanco de "ataques especulativos" destinados a impedirle levantar cabeza. La noción de que al resto del mundo le encanta verla sufrir está compartida por muchos políticos e intelectuales. La atribuyen a la envidia de sujetos miserables que ansían apoderarse de las riquezas del país y que, desde finales del siglo XVIII, están confabulando en su contra.
Se trata de la tesis principal de los "revisionistas" que se rebelaron contra el triunfalismo "liberal" burgués de inicios del siglo pasado y que, a través de sus escritos, contribuirían a moldear el pensamiento de generaciones de dirigentes radicales, peronistas e izquierdistas que harían de la autocompasión colectiva una fuente al parecer inagotable de votos y dinero. Tales personajes resultarían ser pioneros; no sólo en las zonas menos desarrolladas del mundo sino también en las más ricas han proliferado últimamente movimientos cuyos líderes se afirman víctimas de injusticias ancestrales.
Para frustrar a los conspiradores foráneos que supuestamente están resueltos a apropiarse de las riquezas naturales del país, comenzando, según Jorge Capitanich, con el agua (pronto vendrán por el aire también), algunos nacionalistas sueñan con la autarquía, mientras que otros se limitan a denunciarlos en foros internacionales, como acaba de hacer Cristina en La Habana. Sin embargo, intentar vivir con lo nuestro, como un ermitaño, en el mundo actual cada vez más globalizado, sería peor que inútil y parecería que los presuntos responsables de todas las desgracias nacionales no se dejan conmover por discursos moralizadores de la presidenta. Lejos de impresionarlos, sólo motivan extrañeza.
Para el resto del mundo, el caso argentino sigue siendo desconcertante. No lo entienden ni los quejosos profesionales. Sucede que a los interesados en las vicisitudes del país les cuesta entender cómo un pueblo que, a primera vista, cuenta con tantas ventajas naturales extraordinarias se las ha arreglado para empobrecerse y cómo sus gobernantes, a pesar de todo lo ocurrido, persisten en cometer los mismos errores con la aprobación evidente del grueso de la ciudadanía.
La perplejidad que sienten es lógica. Hacia mediados del siglo pasado, la Argentina ostentaba un ingreso per cápita muy superior a los de Italia, España, el Japón y Corea del Sur. En París, los encandilados por la extravagancia de ciertos visitantes notorios decían "tan rico como un argentino", como décadas después dirían "tan rico como un jeque árabe". La Argentina dominaba América Latina. Parecía razonable suponer que no tardaría en erigirse en una auténtica potencia mundial. Pero un día optó por conformarse con lo ya conseguido, que, de acuerdo común, no era poco. Convencida la clase dirigente de que una buena cosecha sería suficiente para resolver problemas que en otras latitudes requerirían un esfuerzo mancomunado muy grande, se limitó a debatir en torno a la mejor forma de disfrutar lo brindado por una naturaleza generosa. A partir de entonces la Argentina rodaría cuesta abajo a una velocidad creciente
El "modelo" kirchnerista es el más reciente de una serie de proyectos que, nos aseguraron, servirían para frenar la caída, pero, como todos los anteriores, ha fracasado de manera inapelable. ¿Significa que una vez quitados los escombros, tarea ésta que durará por lo menos un par de años y que no será nada fácil, por fin el país habrá tocado fondo? Es posible, pero en el 2002, luego del derrumbe de la convertibilidad, muchos creían que en adelante todo sería mejor. La misma esperanza se había difundido diez años antes, cuando Domingo Cavallo acorraló la hiperinflación, y en 1983, cuando Raúl Alfonsín desplazó no sólo a los militares sino también a los peronistas. Y, no lo olvidemos, también surgió en 1976, cuando las Fuerzas Armadas se encargaron del gobierno con la aquiescencia de buena parte de la ciudadanía.
¿Tenían algo en común todos estos proyectos? Sí, todos se basaban en la idea de que sería relativamente sencillo revertir la decadencia nacional, que sería suficiente más orden, más respeto por la Constitución, una moneda más confiable o un reparto más equitativo de la riqueza disponible. Pero se engañaban los convencidos de que sólo era cuestión de algunas reformas menores. En un mundo en que, hasta para los países que en efecto inventaron lo que llamamos la modernidad, es sumamente difícil mantenerse entre los más avanzados, recuperar el terreno perdido en el transcurso de varias décadas no sería sencillo en absoluto, aun cuando, por enésima vez, la suerte geológica pudiera asegurarle al gobierno salvador una cantidad fenomenal de dinero fácil.

Si todo dependiera de los recursos naturales, la Argentina ya estaría entre los países más opulentos del mundo. No lo está en buena medida porque su mera existencia suele obnubilar tanto a los gobernantes que pasan por alto factores mucho más importantes, pero a su entender aburridos, como la seguridad jurídica, la necesidad de contar con instituciones eficaces, la calidad de los servicios públicos, el esfuerzo de cada uno, el sentido de la responsabilidad, la educación y así por el estilo. Países como el Japón, Suiza y Corea del Sur, sin muchos recursos naturales pero que han privilegiado tales factores, son ricos. Otros, en que los recursos abundan, son pobres. Podría decirse que la Argentina sí es un país desafortunado, ya que es víctima de la maldición de la riqueza natural, pero escasean los dispuestos no sólo a reconocerlo sino también a actuar en consecuencia.

Publicado en Diario "Río Negro", 31 de enero de 2014.

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