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...." el pueblo recoge todas las botellas que se tiran al agua con mensajes de naufragio. El pueblo es una gran memoria colectiva que recuerda todo lo que parece muerto en el olvido. Hay que buscar esas botellas y refrescar esa memoria". Leopoldo Marechal.

LA ARGENTINA DEL BICENTENARIO DE LA PATRIA.

LA ARGENTINA DEL BICENTENARIO DE LA PATRIA.
“Amar a la Argentina de hoy, si se habla de amor verdadero, no puede rendir más que sacrificios, porque es amar a una enferma". Padre Leonardo Castellani.

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"La historia es la Patria. Nos han falsificado la historia porque quieren escamotearnos la Patria" - Hugo Wast (Gustavo Martínez Zuviría).

“Una única cosa es necesario tener presente: mantenerse en pie ante un mundo en ruinas”. Julius Evola, seudónimo de Giulio Cesare Andrea Evola. Italiano.

domingo, agosto 23, 2015

"Al padre Carlos Mugica lo mataron por ser coherente; eso me identifica". José María Di Paola, quien se conocido como el padre Pepe en 2009, estuvo en Rosario para compartir su experiencia con curas locales y recorrer barrio Ludueña.

Nació el 12 de mayo de 1962 y se ordenó sacerdote en 1987. Desde 1997 estuvo en la Villa 21-24 de Barracas (Capital Federal). A partir de 2008 coordinó el equipo de curas para las villas de Buenos Aires. A fines de 2010 fue trasladado a Santiago del Estero. Volvió en 2013, está vez a la villa La Cárcova, en San Martín.
Pasó más de una década en la Villa 21-24 en Capital Federal. Fue amenazado y enviado por dos años a Campo Gallo, una pequeña localidad de Santiago del Estero, donde dice haber experimentado el "desarraigo". Volvió, esta vez a La Cárcova, en el Gran Buenos Aires, donde busca llevar su experiencia y multiplicar el trabajo que hizo en los centros barriales con los llamados "pibes del paco" en Capital Federal. José María Di Paola se hizo conocido como el padre Pepe en 2009, cuando coordinaba el equipo de sacerdotes de las villas que presentó el documento "La droga en las villas: despenalizada de hecho", que le costó las amenazas. Esta semana estuvo en Rosario para compartir su experiencia con los curas rosarinos que intentan intensificar la presencia en las zonas más vulnerables, y con quienes intercambió casi dos horas de charla en la Parroquia Nuestra Señora del Pilar y una recorrida por barrio Ludueña.
Se autodefine "cura villero" y confiesa admiración por el padre Carlos Mugica: "Es una persona con la que me siento muy identificado, y si pensamos que lo mataron por ser coherente, es un buen ejemplo para todos nosotros".
—Lo presentan como "cura villero", ¿usted se autodefine así?
—Somos curas que vivimos en las villas, tratamos de interpretar toda la cultura de la sociedad de la villa y compartir el día a día con la gente. Pensamos que así podemos entender a la gente del barrio, compartiendo sus momentos buenos, los difíciles y sus expectativas. No nacimos ahí, porque todos venimos de otros lados, pero el hecho de adoptar el lugar, nos hacer sentir curas villeros.
—Un paradigma del sacerdote en la villa es el padre Carlos Mugica, ¿cómo se relaciona con su figura?
—Tiene dos características importantes para mí: una es su pasión por la Iglesia y por el mundo en que le tocó vivir. Es una persona con la que me siento muy identificado, y si además tenemos en cuenta que fue un mártir, porque lo mataron por ser coherente, es un buen ejemplo para todos nosotros.
—¿Cómo vivió el tener que irse luego de ser amenazado en 2009 y emprender ahora el regreso?
—Ahora volví a trabajar en las villas del Gran Buenos Aires. La ida a Santiago del Estero era algo temporario para poder volver al carisma mío, que es trabajar en estos barrios. Aprendí mucho de la estadía en Campo Gallo, conocí la Argentina, el monte, los parajes y los pueblos pequeños sin electricidad ni agua potable. Esas cosas que son parte del mismo país pero que a veces no ves porque estás mucho tiempo en la villa, te hacen pensar que todo es así; es un microclima. Esa experiencia me abrió la cabeza, me ayudó a comprender más la totalidad y muchas de las cosas que veía en Buenos Aires. Porque la gente que deja su pago para ir a vivir a las villas de Buenos Aires, muchas veces viene de esos lugares. Y como además no me fui porque quería, sino por las circunstancias, también tuve que experimentar ese desarraigo que había visto en la gente.
—¿Cómo trabajan hoy tanto en los barrios de Capital como del Gran Buenos Aires, teniendo en cuenta las complejas situaciones de consumo y de violencia?
—Lo importante de los dispositivos con los que trabajamos es que tienen una mirada de la totalidad del problema, no sólo del chico y la sustancia, sino de todo lo que ese chico vive. Por eso, el abordaje que hacemos es a través un centro barrial, que intenta hacer un trabajo integral teniendo en cuenta todas las dimensiones del problema. Lo primero es recibir al chico y recibirlo como viene. Después le pedimos que cumpla reglas mínimas y normas de convivencia para que pueda sostener su recuperación: en el centro no se consume ni debe haber violencia. Después se le plantea un programa donde intervienen y son importantes tanto el profesional de la salud, el operador terapéutico y el cura como cualquier voluntario o tallerista que va a hacer una actividad. Estos centros asumen a los chicos y se transforman en el primer paso para su recuperación.
—¿Son de puertas abiertas?
—Son centros abiertos. Y como muchas veces son chicos que no van a aceptar programas de internación y desintoxicación, entonces les planteamos un tiempo de desintoxicación en el lugar, el inicio de un camino espiritual que no es un planteo fanático de la religión, sino intentar ayudarlos a que encuentren un sentido, un proyecto. Después está la vuelta a la comunidad, porque si no hay un lugar donde sea recibido, a los tres días se están drogando otra vez. Entonces asumimos que es un proceso largo, que los chicos van a volver quizá muchas veces al centro barrial. Otros vuelven de otra forma, con proyectos, cambiados, con varios meses sin consumir.
—¿Cómo se articula con las instituciones del Estado que están en los barrios?
—Es un trabajo en red con todas las instituciones del barrio. El centro articula el trabajo, porque cada uno por su cuenta no sirve. El centro de salud tiene su función, el Plan Fines (Plan del Ministerio de Educación de la Nación para la finalización de estudios primarios y secundarios) tiene otra tarea, el Renaper tiene la función de documentar a la gente y lo bueno es poder articular todo eso. Nada solo sirve, el centro barrial une los dispositivos del Estado, que están, pero a los que el chico solo no va a ir.
—¿Se puede extrapolar esa experiencia a otras ciudades como es el caso de Rosario?
—Ahora lo llevamos a San Martín, donde estoy en el Gran Buenos Aires y nos está yendo bien. Es un dispositivo que se va adaptando a las características y a las situaciones de cada ciudad y lugar. Sirvió en la villa con los chicos que consumían paco, pero también puede servir en otros barrios donde hay mayor delincuencia y el consumo es mayormente de cocaína. Se adapta porque es un esquema flexible.
—¿Cómo analiza la gestión y la salida del sacerdote Juan Carlos Molina en la Secretaría de Prevención de las Adicciones (Sedronar)?
—Lo bueno de Molina fue que tuvo una mirada amplia del tema de las adicciones: esto que planteamos de ver a la persona en su contexto y su situación. Esto ayudó a que muchos de los dispositivos que no estaban reconocidos, como los nuestros, se reconocieran. Ese fue su aporte. Pero creo que el trabajo en la Sedronar es un desafío que el próximo presidente debe tomar con mayor decisión. Ante la gravedad del problema del consumo, tiene que haber una dedicación de recursos y de trabajo muy serio, para que esté a la altura de la circunstancias.
Si bien el equipo de curas de las villas en Capital Federal ya funcionaba cuando Jorge Bergoglio se convirtió en arzobispo de Buenos Aires, el padre José María Di Paola destaca "el apoyo" que les brindó y sobre su amistad con el actual Papa Francisco bromea: "Hay un mito de que me llama y, en realidad, la única vez que me llamó lo atendió el contestador automático". Lo cierto es que Di Paola insiste en que el discurso del actual Obispo de Roma "no es una pose" y afirma que "siempre tuvo como privilegiados los lugares abandonados: las cárceles, los hospitales y las villas". Ahora Di Paola no sólo destaca "lo extraordinario de que sea el propio Papa el que con este giro espiritual plantee que esta es la Iglesia que queremos, la de la monja que está en el Chaco y la de los laicos que trabajan en los lugares de marginalidad". Si bien destaca que Bergoglio, ahora como Francisco, "sigue siendo el mismo", recordó su último encuentro durante la visita a Paraguay: "Lo veo bien y con un poder de comunicación con la gente que es extraordinario, algo que antes no tenía y que ha logrado cambiar".
Publicado en Diario "La Capital" de Rosario, domingo 23 de agosto de 2015.

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