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...." el pueblo recoge todas las botellas que se tiran al agua con mensajes de naufragio. El pueblo es una gran memoria colectiva que recuerda todo lo que parece muerto en el olvido. Hay que buscar esas botellas y refrescar esa memoria". Leopoldo Marechal.

LA ARGENTINA DEL BICENTENARIO DE LA PATRIA.

LA ARGENTINA DEL BICENTENARIO DE LA PATRIA.
“Amar a la Argentina de hoy, si se habla de amor verdadero, no puede rendir más que sacrificios, porque es amar a una enferma". Padre Leonardo Castellani.

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"La historia es la Patria. Nos han falsificado la historia porque quieren escamotearnos la Patria" - Hugo Wast (Gustavo Martínez Zuviría).

“Una única cosa es necesario tener presente: mantenerse en pie ante un mundo en ruinas”. Julius Evola, seudónimo de Giulio Cesare Andrea Evola. Italiano.

martes, mayo 03, 2016

La mudanza que no fue por MARTÍN RODRÍGUEZ.


La muerte de Alfonsín ocurrió, dicho sin humor (negro), en su mejor momento: acababa de ser homenajeado por CFK en el Salón Blanco, mantenía su vigencia partidaria entre las eternas juventudes radicales que lo homenajearon en el Luna Park y gozaba de un consenso ecuménico que no había hecho otra cosa que crecer. Al padre de la democracia se le perdonó todo. Hasta creía en Dios, según su círculo íntimo. El presidente laico que recitaba el Preámbulo constitucional como una Biblia pasaba sus últimos días aferrado a un rosario. Diríamos, con tono paradójico, “la sociedad democrática distinguió la pérdida de su patriarca”. Alfonsín fue el presidente que “puso el cuerpo”: delante de Reagan, respondiendo a un obispo en plena misa, entrando solo a Campo de Mayo a negociar con los militares rebeldes o recorriendo el cuartel de La Tablada con los cuerpos de los guerrilleros aún humeantes. Pero a la vez fue un presidente de sesgo marcial y castrador, que dijo: el cuerpo lo pongo yo, y ustedes, todos ustedes, las masas civiles que lo rodearon hasta 1987, los guardianes de la Coordinadora, las juventudes políticas, todos, se vuelven a sus casas. Alfonsín creía que las tareas iniciales de una democracia se hacían por primera y última vez y que la democracia tenía un límite sacro: no había opción entre la sangre y el tiempo.
La muerte de Alfonsín tuvo un luto tan extendido que su figura fue celebrada incluso por actores de la política que lo “combatieron” (sectores del campo, el diario “Clarín” y el señor Magnetto, el sindicalismo peronista, y hasta el propio Aldo Rico profesó un respeto caballeresco por el presidente al que le hizo las mil y unas). Tal vez porque celebraban en él a un político vencido en un contexto kirchnerista de “crispación”, celebraban a un político que se dejó vencer, que no clamó venganza. El kirchnerismo lo reivindicó, convirtiendo a alfonsinistas originarios, como el tristemente célebre Leopoldo Moreau, en un cristinista orador del credo de que el kirchnerismo es la continuidad del alfonsinismo más que de cualquier otra tradición interna del peronismo.
Alfonsín es el hombre que no se arrepintió de sus límites y en eso fue tan tozudamente radical que murió abrazado a sus errores como si los hubiera grabado en roca: nunca terminó de asumir la dimensión histórica de las “leyes del perdón” (obediencia debida y punto final), que podía explicar en un contexto de fragilidad extremo cuando los juicios suponían que el ejército “vencedor” de la llamada “guerra sucia” se juzgara a sí mismo, es decir cuando Alfonsín era el jefe de unas Fuerzas Armadas que lo pretendían deudor de sus fusiles. El alfonsinismo abrazó sus razones históricas como razones eternas, olvidó lo “contingente” y fue durante el kirchnerismo cuando se le sacó el yunque de los brazos para colocarlo en una nueva línea histórica (forzada como todas): “Alfonsín-Kirchner” era el nuevo “Yrigoyen-Perón”.
Sin ser radical digo qué fue lo que más me gustó de aquel caudillo: ¡su intención de trasladar la capital a Viedma! Siendo más porteño que una de mozzarella de Güerrin, que un cumpleaños en el SUM de un edificio en Caballito, creo ciegamente en la corrección de la “macrocefalia argentina”, esa centralidad porteña. Es más, diría que como buen porteño tramito mi culpa en el culto fetichista al federalismo: colgaba en la puerta de mi departamento de soltero en Parque Patricios la cinta colorada de “Federación o Muerte”. Y la creación de una “Brasilia fría” (en aquel entonces burlada por el arco peronista) tuvo años después en el imaginario peronista el balbuceo de una “Brasilia caliente”: Julián Domínguez habló de trasladar la capital a Santiago del Estero. La ley, como tantas leyes, no fue derogada. Y el destino alfonsinista era más correcto: crecer hacia el sur.
En el 2006, entrevistado por Mario Wainfeld, a la pregunta de qué le quedó pendiente o de qué se arrepiente de su gobierno, Alfonsín dijo: no haber trasladado la capital a Viedma. “No haber ido aunque sea en carpa”. El Proyecto Patagonia, presentado en 1986, se proponía pasar la capital federal al distrito Viedma-Carmen de Patagones, a la vez que la creación de otra nueva provincia que incluyera a la Ciudad de Buenos Aires y la provincialización de Tierra del Fuego (promesa, esta sí, cumplida). En cadena nacional el 15 de abril de 1986 Alfonsín lució el proyecto y el 16 viajó a Viedma. “Crecer hacia el sur, hacia el mar y hacia el frío” fue la consigna épica de una cruzada civilizatoria que tenía en la lengua estatal a ese sur argentino (recordemos el bello nombre de la mala moneda, el austral) en la sinfonía de un contraataque simbólico al signo militar malvinero. La expansión que imaginó Alfonsín era sobre territorio argentino, orientada al “sur patagónico”, enmarcada en un plan de inversiones y reformas que llamó Plan para una Segunda República Argentina. Pero a Alfonsín le llegó su 1987: perdió por goleada las elecciones, perdió la mayoría parlamentaria y los proyectos (salvo Tierra del Fuego) quedaron en nada.
Desplazamiento demográfico, inversión, descentralización: si la desmilitarización de la política significaba una nueva sensibilidad, Alfonsín tramó un viaje al sur como si fuera el último cartógrafo argentino, y con todo “lo militar” que implicaba un esfuerzo estatal de esa naturaleza. Una migración política que era una fuga: huir de Ubaldini, de los carapintadas, del peronismo, de los capitanes de la industria y de los porteños. Viedma fue la respuesta civilizatoria al intento alucinado de asaltar “las islas”, esta vez sin colimbas, sin Astiz, sin estaqueados, sino en un tren de ingenieros radicales, capitales rusos y políticos diplomados en la inversión de sus industrias: donde hay política hay negocios, donde hay políticos hay una turba de nuestro capitalismo creativo y rapaz. Si no podemos cambiar la sociedad, si no podemos cambiar la política, podemos cambiar el mapa. Fundar una ciudad, ¿hace cuánto no se funda una ciudad?
Si la desmilitarización de la política significaba una nueva sensibilidad, él tramó un viaje al sur como si fuera el último cartógrafo argentino.
Publicado en Diario "Río Negro", 3 de mayo de 2016.

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