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...." el pueblo recoge todas las botellas que se tiran al agua con mensajes de naufragio. El pueblo es una gran memoria colectiva que recuerda todo lo que parece muerto en el olvido. Hay que buscar esas botellas y refrescar esa memoria". Leopoldo Marechal.

LA ARGENTINA DEL BICENTENARIO DE LA PATRIA.

LA ARGENTINA DEL BICENTENARIO DE LA PATRIA.
“Amar a la Argentina de hoy, si se habla de amor verdadero, no puede rendir más que sacrificios, porque es amar a una enferma". Padre Leonardo Castellani.

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"La historia es la Patria. Nos han falsificado la historia porque quieren escamotearnos la Patria" - Hugo Wast (Gustavo Martínez Zuviría).

“Una única cosa es necesario tener presente: mantenerse en pie ante un mundo en ruinas”. Julius Evola, seudónimo de Giulio Cesare Andrea Evola. Italiano.

viernes, noviembre 11, 2016

Traicionados por el pueblo por James Neilson.

Luego de la sublevación violenta de los alemanes orientales contra el régimen comunista en 1953, el camarada Bertold Brecht escribió un poema en que se preguntó: ¿No sería más simple/En ese caso para el gobierno/disolver el pueblo/Y elegir otro?” A juzgar por lo que están diciendo, es lo que quisieran hacer muchos, muchísimos, progresistas que se afirman horrorizados por el triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales norteamericanas del martes pasado.
Tales personas se sienten muy pero muy doloridas por la conducta, que en su opinión fue escandalosa, del electorado que entregó al multimillonario bocón las llaves de la Casa Blanca, de tal manera haciendo de un sujeto impresentable “el líder del mundo libre”. Acaban de enterarse de que en realidad el pueblo no merece su solidaridad. Claro, cuando hablan de “pueblo” lo que tienen en mente es una categoría social injustamente rezagada que debería agradecerles por sus esfuerzos desinteresados por ayudarla, no los centenares de millones de individuos que la conforman y que, en muchos casos, tienen motivos de sobra para sentirse defraudados por el sistema imperante.
Los analistas se han encargado de informarnos de que Hillary obtuvo los votos de una mayoría sustancial de los productos del sistema universitario de su país, además de “las minorías” étnicas apadrinadas por los operadores demócratas, pero fue repudiada por una proporción sustancial de la clase obrera blanca. La reacción frente a tamaño desaire de muchos simpatizantes de la esposa de Bill Clinton ha sido brutal. Como aristócratas amenazados por la Revolución Francesa, están cubriendo de insultos a quienes votaron por Trump, tratándolos como neandertales ignorantes, xenófobos y, desde luego, racistas, aunque cuatro años antes muchos habían votado a favor de Barack Obama. Parecería que, después de una prolongada ausencia, el miedo a la turba, a la chusma que, como todos saben, es propensa a dejarse llevar por sentimientos primarios, ha regresado para desempeñar un papel protagónico no sólo en Estados Unidos sino también en Europa.
Tal y como sucedió antes del referéndum en que una mayoría de británicos decidió que sería mejor “repatriar la soberanía” de su país de Bruselas, abandonando la Unión Europea, casi todos los encuestadores subestimaron el poder de convocatoria de los contrarios a un statu quo respaldado por el establishment. Para defenderse, atribuyen el error a que muchos consultados preferían ocultar lo que realmente pensaban por temor a verse hostigados por los guardianes de la corrección política, lo que es posible. De todos modos, no cabe duda de que en los países occidentales está ensanchándose con rapidez la brecha que separa a las elites políticas, culturales y mediáticas del grueso de sus compatriotas, de ahí el surgimiento de docenas de movimientos automáticamente denostados por la prensa como “ultraderechistas” aunque, por lo común, piden reformas socioeconómicas que, hace apenas dos o tres décadas, se hubieran calificado de izquierdistas.
En Estados Unidos y Europa, muchos miembros de la clase trabajadora presuntamente blanca y una parte en descenso de la burguesía que también ha sido golpeada por la globalización y el progreso tecnológico, se creen víctimas de un programa de ingeniería demográfica destinado a reemplazarlas por inmigrantes procedentes de lo que se llamaba el Tercer Mundo. El norteamericano Trump, el británico Nigel Farage, la francesa Marine Le Pen, el húngaro Viktor Orbán y otros han sabido aprovechar el rencor de quienes suponen que su identidad nacional corre peligro.
El éxito de tales personajes ha sido tan fulgurante que no extrañaría en absoluto que dirigentes habituados a hablar pestes del nacionalismo optaran por intentar emularlos, lo que cambiaría drásticamente el eje de los debates políticos en aquellos países occidentales en los que, hasta hace muy poco, manifestarse orgulloso de las tradiciones locales y resuelto a conservarlas era virtualmente tabú. En dicho ámbito, como en muchos otros, la Argentina es diferente; lo mismo que en el resto de América latina, aquí el nacionalismo, a veces disfrazado de antiimperialismo para darle un barniz progresista, nunca perdió su atractivo.
Es evidente el paralelismo entre la ofensiva prevista por Trump contra la inmigración ilegal y la creciente reacción europea ante lo que muchos toman por una “invasión” musulmana facilitada por elites antipatrióticas, pero felizmente para los norteamericanos, el desafío planteado por la presencia en su país de aproximadamente diez millones de “hispanos” indocumentados es menor en comparación con el enfrentado por los europeos. A pesar de los esfuerzos de un puñado de agitadores de origen mexicano que fantasean con una reconquista de las tierras que fueron apropiadas por el “coloso del norte” a mediados del siglo XIX, la mayoría de los inmigrantes a Estados Unidos sólo quiere compartir el sueño norteamericano, mientras que en Europa la militancia islamista tiene en vilo a todos los servicios de seguridad que están preparándose para afrontar un futuro muy conflictivo.
Asimismo, fuera de algunos reductos académicos progresistas, las elites norteamericanas no se han convencido de que el mundo se vería beneficiado por la extinción de su estilo de vida, mientras que en algunos países de Europa, como Suecia, el pesimismo cultural es tan intenso que a ojos de los vecinos parece suicida
Si bien en Europa y, por contagio, Estados Unidos, quienes dominan el mundo académico y los medios de difusión más influyentes ven en el patriotismo un fenómeno a un tiempo peligroso y un tanto ridículo que ya ha causado una cantidad alarmante de guerras atroces, no han podido impedir que sus conciudadanos menos ilustrados sigan aferrándose a la bandera nacional. Para colmo, se niegan a sentirse conmovidos por quienes les enseñan que la historia de su país es en verdad una crónica de crímenes de lesa humanidad execrables. Por extraño que parezca, hasta hace un par de años, los dos grupos, la minoría iluminada antioccidental por un lado y la mayoría retardataria de instintos tribales anticuados por el otro, lograron convivir sin demasiados problemas, pero el Brexit, la irrupción de Trump y lo que está ocurriendo en el continente europeo hacen pensar que la tregua así supuesta está por terminar.
Tales personas se sienten muy doloridas por la conducta, que en su opinión fue escandalosa, del electorado que entregó al multimillonario las llaves de la Casa Blanca.

Es claro el paralelismo entre la ofensiva prevista por Trump contra la inmigración ilegal y la reacción europea ante lo que muchos toman por una “invasión” musulmana.
Publicado en Diario "Río Negro", 11/11/2016.

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