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...." el pueblo recoge todas las botellas que se tiran al agua con mensajes de naufragio. El pueblo es una gran memoria colectiva que recuerda todo lo que parece muerto en el olvido. Hay que buscar esas botellas y refrescar esa memoria". Leopoldo Marechal.

LA ARGENTINA DEL BICENTENARIO DE LA PATRIA.

LA ARGENTINA DEL BICENTENARIO DE LA PATRIA.
“Amar a la Argentina de hoy, si se habla de amor verdadero, no puede rendir más que sacrificios, porque es amar a una enferma". Padre Leonardo Castellani.

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"La historia es la Patria. Nos han falsificado la historia porque quieren escamotearnos la Patria" - Hugo Wast (Gustavo Martínez Zuviría).

“Una única cosa es necesario tener presente: mantenerse en pie ante un mundo en ruinas”. Julius Evola, seudónimo de Giulio Cesare Andrea Evola. Italiano.

domingo, marzo 26, 2017

UN ROJO EN EL CALENDARIO Por Norma Morandini.

UN ROJO EN EL CALENDARIO Por Norma Morandini*
Aun a riesgo de que el rojo en el calendario confunda el Día de la Memoria trágica con la festividad de los feriados, el 24 de marzo siempre será lo que ya es: el día en el que el terror se institucionalizó desde el Estado, dejó muertes y sufrimiento, mató la política, amordazó la libertad, nos humilló como país y nos rezagó como Nación.
La llamada "operación Aries"- el 24 de marzo coincidió con el cumpleaños del hijo del dictador Jorge Videla-, detonó un plan de muerte en el que deliberadamente se ocultaron los cadáveres para negar los crímenes. Una estrategia perversa para evitar que esos cadáveres como prueba macabra pudieran condenar a un estado que se hizo terrorista. A los presos desaparecidos los ocultaron en campos de detención clandestinos. A los desaparecidos nadie los vio morir. Sin embargo, esa ausencia es la prueba innegable de que en Argentina todo fue clandestino y mentiroso. Hasta las palabras nos delatan. El eufemismo impuso su disfraz. Nombramos desaparecidos a los que son presos asesinados. Y "proceso" a lo que lo niega: la inmovilidad de una sociedad maniatada por el terror.
En la medida que nos fuimos alejando de aquella fecha trágica, se politizó su evocación. La glorificación de los combatientes al congelar y falsificar el pasado despertó lo que estaba dormido, la velada reivindicación de la "guerra sucia". Sin que podamos instaurar una verdad histórica fuera de expediente judicial, ni reconocer que en cada víctima hay una parte de nosotros que negamos cuando creímos que lo que sucedía nos era ajeno.
Al igual que sucedió con la Declaración Universal de derechos humanos, nacida de los horrores del nazismo y la guerra, en nuestro país, los dirigentes sensatos entendieron que la incorporación de los Tratados Internacionales de Derechos Humanos a la Constitución reformada en 1994 iba a ser un instrumento de pacificación y democratización. Sin embargo, con una tradición política autoritaria, se confundieron los derechos humanos con los juicios a los represores. Sin que se termine de entender que son el mayor instrumento de pacificación, conjugan con la vida y la libertad. Vale entonces, entender que lo que define la naturaleza humana es la dignidad y por eso las personas tenemos derechos solo por nuestra condición de personas. Es un contrasentido invocar los derechos humanos y no respetar la opinión ajena. Más grave aún: ejercer el derecho fundamental de la libertad del decir para "incitar al odio y la violencia", condenado por el Pacto de San José de Costa Rica en su artículo 13. Lo mismo sucede cuando se reclaman los derechos consagrados por la Constitución democrática pero se denuesta al sistema democrático que le da fundamento a esos derechos.
Hoy que peligrosamente volvemos a enfrentarnos por las ideas políticas, el 24 de marzo debiera recordarnos que fue la violencia política la que antecedió a esa orgía de muerte. A esta altura ya debiéramos saber que las crisis económicas se resuelven en años, en cambio, las tragedias por la violencia política se perpetúan en varias generaciones. Resta a la política erradicar el autoritarismo y a la educación las lecciones morales para que los valores de la tolerancia y el respeto no solo expíen los resquemores dejados por el terror sino para evitar que nuevos muros se levanten entre nosotros. Si realmente encarnamos en nuestros corazones el Nunca Más, debemos salir del lugar de la indiferencia para tornarnos auténticos ciudadanos, responsables con el devenir y con la libertad que se les negó a tantos de nuestros compatriotas.
(*) Periodista y directora del Observatorio de Derechos Humanos del Senado de la Nación.

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