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LA ARGENTINA DEL BICENTENARIO DE LA PATRIA.

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“Amar a la Argentina de hoy, si se habla de amor verdadero, no puede rendir más que sacrificios, porque es amar a una enferma". Padre Leonardo Castellani.

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jueves, febrero 22, 2018

Día de la Antártida Argentina. Falta poco para que expire el Tratado Antártico y el gobierno, con la colaboración de ciertos círculos académicos y diplomáticos, le pone alfombra roja a los británicos en nuestro sector.

Día de la Antártida Argentina.
Falta poco para que expire el Tratado Antártico y el gobierno, con la colaboración de ciertos círculos académicos y diplomáticos, le pone alfombra roja a los británicos en nuestro sector.
Un episodio poco conocido: Guerra en la Antártida
Primero de febrero de 1952: militares argentinos del Destacamento Naval Esperanza, en la Antártida, evitan mediante fuego de ametralladora el desembarco de una fuerza británica que, a bordo del buque John Biscoe y desoyendo sus advertencias, buscaba reconstruir una base destruida por un incendio en 1948. El 15 de febrero de 1953, infantes de marina británicos armados con ametralladoras, rifles y gas lacrimógeno desembarcan en la Isla Decepción, destruyen instalaciones chilenas y el refugio argentino “Teniente Cándido de Lasala” expulsando a sus ocupantes. Estos hechos, silenciados en su momento por las cancillerías –lo que llevó a los historiadores antárticos a referirse a ellos como a “la guerra silenciosa de la Antártida”– fueron picos de la tensión entre fuerzas británicas, argentinas y chilenas registrada en el continente blanco entre 1939 y 1958.
Para el historiador Pablo Fontana, que puso la lupa en los primeros diez años de ese período, el detonante de esas tensiones fue la campaña antártica emprendida en 1939 por el Tercer Reich con el objetivo de obtener aceite de ballena. Fontana, que es licenciado en historia por la UBA y actualmente prepara un libro sobre este momento de la historia antártica, postula que Gran Bretaña utilizó como excusa esa campaña y hechos posteriores, como la captura de la flota ballenera noruega por el corsario alemán Pinguin, en 1941, para desplegar flota en la zona e instalar bases que sustentaran futuros reclamos de soberanía. Y afirma que lo hizo con un objetivo imperial frente al avance argentino en la región: la mayor presencia británica en la Antártida, sobre el final de la Segunda Guerra y el principio de la posguerra, coincidió con un momento en que Alemania estaba en fuerte retroceso primero y definitivamente vencida después, mientras que la acción de corsarios del Tercer Reich que interceptaban balleneros de otros países se desarrollaba a cientos de kilómetros del lugar donde se desplegó la iniciativa de Gran Bretaña, que coincidió con aquellos sitios donde se habían establecido puestos argentinos.

Fontana expuso recientemente sus investigaciones en el XIII° Encuentro de Historiadores Antárticos Latinoamericanos en Ushuaia organizado por el Museo Marítimo de esa ciudad y la Comisión Antártica de Tierra del Fuego. Entre los aspecto más novedosos de su trabajo destaca el peso que atribuye a las acciones del Tercer Reich en la Antártida como detonante del período de conflicto. Y el postulado según el cual la Operación Tabarin, una acción militar británica de carácter secreto entre 1943 y 1945, no tuvo como objetivo (como oficialmente se sostuvo) defenderse de los alemanes, sino evitar la presencia argentina en la Antártida.
Aquella campaña del nazismo obedecía a un doble propósito: geoestratégico y económico. Alemania, que había perdido sus colonias en la Primera Guerra Mundial y con ellas sus principales fuentes de grasas animales, consumía en los años 30 la mitad de la producción mundial de aceite de ballena. En 1935, a dos años de la asunción del gobierno nacionalsocialista, se creó una flota ballenera que en 1936 zarpaba desde Hamburgo hacia la Antártida logrando economizar el 30% del consumo de margarina y el 8% de grasas.
La campaña de 1938/39, ya en medio de un clima de guerra, apuntó a sentar las bases para la obtención de un territorio antártico alemán donde poder obtener ballenas sin pagar impuestos y contar con un punto de gran importancia geopolítica. El interés se centraría en el Territorio de la Reina Maud, despertando las quejas inmediatas de Noruega, Gran Bretaña y Australia, desoídas por los alemanes. El estallido de la guerra obligó a cancelar la siguiente parte del plan, de instalar una base alemana permanente en la Antártida. Con todo, durante la Segunda Guerra distintos barcos alemanes concretaron misiones en la Antártida. Entre ellos, los corsarios: buques mercantes transformados en interceptores artillados de balleneros de otras naciones.
Las campañas alemanas, el estallido de la guerra y el accionar de los corsarios nazis provocaron una fuerte avanzada británica en sus reclamos territoriales, que iba a colisionar con los reclamos de soberanía del gobierno argentino, con presencia en la zona desde 1904, y también con los del gobierno chileno.
Las primeras diferencias entre argentinos y británicos se basaron en cuestiones cartográficas. A partir de estas disputas, los argentinos reforzaron sus reclamos a través de expediciones a los sectores en discusión: en 1942 la campaña antártica incluyó el jalonamiento de puntos en conflicto con objetos como banderas, faros, balizas y material de estudio. Todos estos elementos fueron retirados un año más tarde por fuerzas británicas que los reemplazaron por otros similares, pero propios. En la siguiente campaña antártica argentina, los buques serían escoltados a distancia prudencial por naves británicas que los tuvieron “a tiro de cañón” durante toda su travesía. A pesar de eso, retiraron elementos ingleses y colocaron en su lugar otros argentinos.
Según Fontana, “alarmado por las actividades argentinas, el gobierno británico respondió con la operación Tabarin (1943/1945), una acción militar secreta que consistió en el patrullaje de la península Antártica y de las islas adyacentes además de la instalación de cuatro bases permanentes en la región”. La operación fue llevada a cabo por el almirantazgo bajo la orden de la Colonial Office con el argumento de evitar la utilización de puertos antárticos por parte de buques alemanes. Sin embargo, apunta el autor, buscaba cumplir el requisito legal de ‘ocupación efectiva’, el cual sería útil si la disputa con los argentinos se sometía a arbitraje.
Con el fin de la guerra las tensiones llegaron a su punto máximo. La Operación Tabarin continuó bajo el nombre de “Falkland Islands Dependencies Survey” y se produjo el mayor despliegue militar de toda la historia antártica.
La emisión de sellos postales británicos con la península Antártica bajo el título de Falkland Islands Dependencies y la consiguiente protesta de la cancillería argentina; la instalación de bases de ambos países en puntos estratégicamente sensibles para el otro y el episodio del barco argentino Fournier –que presentó conflictos de asentamiento con los británicos– fueron algunos de los hechos que generaron tensión. La decisión de Perón de reforzar la presencia militar en la zona en 1947/48 llevó al gobierno británico a “discutir la posibilidad de expulsar a las dotaciones argentinas utilizando a las fuerzas armadas, mientras el Departamento de Estado estadounidense temía que estallara un conflicto armado entre los tres países implicados”, dice Fontana.
En 1948, Perón envió a la flota de mar a la Antártida mientras los cancilleres argentino y chileno mandaban notas a los servicios diplomáticos británicos en las que consideraban ilegítima la soberanía británica en el sector antártico de ambos países.
La firma de un acuerdo naval entre los tres gobiernos en pugna, en el que se proponían no enviar a la zona en discusión naves mayores a una fragata ni hacer demostraciones navales al sur del paralelo ‘60, contribuyó a bajar la tensión. Esa tregua antártica, renovable anualmente, posibilitó una tensa convivencia. 
Sólo la firma del Tratado Antártico, en 1959, terminaría definitivamente con el mayor período de tensiones entre argentinos, británicos y chilenos en la historia del continente blanco.

Publicado en Facebook de Pepe Muñoz Azpiri. Autor: José Muñoz Azpiri (h).

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