Carlos de la Púa, cuyo nombre original fue Carlos Raúl Muñoz
y Pérez había nacido en la Ciudad de La
Plata el 14 de enero de 1898 conocido como Carlos De Pua o también como el
Malevo Muñoz.
Fue amigo de Carlitos Gardel, los hermanos González Tuñón, Horacio Rega Molina, Pablo Rojas Paz, Alberto
Pineta, Roberto Arlt, Ulyses Petit de Murat, Nicolás Olivari, Jorge Luis
Borges, Aníbal “Pichuco” Troilo, Roberto Arlt, Enrique Cadícamo.
Fue un orillero que frecuentaba los más bajos fondos del
Buenos Aires de entonces.
Como periodista trabajó en
el Diario Crítica dirigido por Natalio Félix Botana en el suplemento
cultural "Crítica Magazine".
Algunos poetas cultos subestimaban la poesía del “Malevo”.
Una anécdota que lo pinta sus salidas chispeantes. Cuentan
que “El Malevo” Muñoz se encontraba muy enfermo. Lo visita su amigo, el
escritor Helvio Botana que hijo de Natalio Botana quien lo visitaba casi todos los días. Por aquellos
años Helvio Botana se había convertido al catolicismo y en una de esas
periódicas visitas le dijo: -Malevo, no es que quiera asustarte pero en todo
caso conviene quedar bien con Dios. ¿Me dejás que te traiga un sacerdote? y el
Malevo entendió y trabajosamente le dijo: -Si, total... siempre conviene
tirarse un lance.
Publicó un único libro: La crencha engrasada (1928),
considerado la obra máxima de la lunfardía. Fue guionista de Tango (1933), una
de las primeras películas sonoras del cine argentino, y dirigió otras dos:
Galería de esperanzas (1934) e Internado (1935).
Sus poemas están escritos en lunfardo y se basaba en estibadores
portuarios, obreros de todos los oficios, delincuentes, prostitutas, personajes
de la noche que luego escribiría sus
vivencias en el lenguaje de la calle, del puerto, de la cancha de fútbol. Como
es el poema “Lagalay”.
Langalay.
Vivió sacándole punta al coraje.
Prepotente y cabrero,
le gustaba clasificar los puntos del reaje,
y a los que no sabían guapear
les ponía cero.
Conocía el santo y seña del cuchiyo,
usaba taco alto
y escupía por el colmiyo.
Del cogote, como un escapulario,
le colgaba un prontuario
de avería.
(Al barrio de Las Ranas
hizo temblar con sus macanas.)
Hoy el progreso lo empujó para Villa Madero.
Una mina con cancha le sacó las virutas de cabrero
y el amor al hijo lo hizo amainar.
Sólo conserva de recuerdo un suncho
grabado en la tarimba de un plenario
con estas ocho letras bravas:
Langalay.
Falleció el 5 de mayo de 1950. Tenía apenas 52 años.
Enrique Cadícamo, amigo y admirador del Malevo, y junto a
Roberto Tálice afirmaron: “Mercadería como esta no aparece todos los días”.
Fue enterrado en el Cementerio de la Recoleta, donde Cátulo
Castillo lo despidió con las siguientes palabras: “Este personaje fabuloso en
nuestra admiración se fue por una absurda escotilla hurtándose a sí mismo,
privando a la ciudad de un porteño convicto y confeso de la poesía
lunfardesca”.
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