miércoles, junio 11, 2025

11 de junio: San Bernabé. «Resérvenme a Saulo y a Bernabé para la obra a la cual los he llamado».

 


11 de junio: San Bernabé.

«Resérvenme a Saulo y a Bernabé para la obra a la cual los he llamado».

11 de junio: San Bernabé.

«Resérvenme a Saulo y a Bernabé para la obra a la cual los he llamado».  Esa frase aparece en el libro de los Hechos de los Apóstoles dicha por el Espíritu Santo mientras en la comunidad cristiana de Antioquía «celebraban el culto del Señor y ayunaban» (Hech 13, 2).  La primera parte de la frase puede leerse, en latín,  en la cinta que sostiene San Bernabé en la siguiente imagen:


El Martirologio lo menciona así:  «San Bernabé, apóstol, varón bueno, lleno de Espíritu Santo y de fe, que formó parte de los primeros creyentes en Jerusalén, predicó el Evangelio en Antioquía e introdujo entre los hermanos a Saulo de Tarso, recién convertido. Con él realizó un primer viaje por Asia para anunciar la Palabra de Dios, participó luego en el Concilio de Jerusalén y terminó sus días en la isla de Chipre, su patria, sin cesar de difundir el Evangelio».

Pese a que no fue uno de los Doce elegidos por Jesús, la Iglesia siempre lo consideró y lo llamó "apóstol", así como a San Pablo, su compañero en tantas andanzas evangelizadoras relatadas en los Hechos de los Apóstoles. 


Ese libro lo menciona en numerosas ocasiones. Por ejemplo:  Bernabé, «levita, natural de Chipre», vende sus bienes para ponerlos en común en la comunidad en Jerusalén (Hech 4, 36) , intercede en favor de Saulo (9,27); es llamado «hombre, lleno de fe y del Espíritu Santo» (11,24) cuando es elegido para predicar el Evangelio en Antioquía; obtiene más tarde, para esa misma tarea, la cooperación de San Pablo, y ambos no sólo logran allí un gran éxito apostólico, sino que Antioquía es el lugar donde, por primera vez, se dio el nombre de cristianos a los seguidores de la doctrina de Jesús (11,26).

Un episodio de su vida en particular queremos subrayar, porque aparece representado en la parte inferior del mismo vitral: En Iconio, Pablo y Bernabé «anunciaron la Buena Noticia» y realizaron «signos y prodigios»; algunos habitantes los  siguieron  y otros, en cambio, deseaban apedrearlos, por lo que ambos huyeron a Listra, una ciudad cercana. Allí curaron a un paralítico de nacimiento; entonces «la multitud comenzó a gritar en dialecto licaonio: "Los dioses han descendido hasta nosotros en forma humana",  y daban a Bernabé el nombre de Júpiter, y a Pablo el de Mercurio porque era el que llevaba la palabra. El sacerdote del templo de Júpiter que estaba a la entrada de la ciudad, trajo al atrio unos toros adornados de guirnaldas y,  junto con la multitud, se disponía a sacrificarlos. Cuando Pablo y Bernabé se enteraron de esto, rasgaron sus vestiduras y se precipitaron en medio de la muchedumbre, gritando: "Amigos, ¿qué están haciendo? Nosotros somos seres humanos como ustedes, y hemos venido a anunciarles que deben abandonar esos ídolos para convertirse al Dios viviente que hizo el cielo y la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos. En los tiempos pasados, él permitió que las naciones siguieran sus propios caminos. Sin embargo, nunca dejó de dar testimonio de sí mismo, prodigando sus beneficios, enviando desde el cielo lluvias y estaciones fecundas, dando el alimento y llenando de alegría los corazones"».

El medallón  inferior del vitral muestra San Bernabé rechazando la adoración que le quieren tributar los paganos. 

Más adelante Bernabé participa con Pablo del Concilio de Jerusalén (15, 1-35) y luego, tras algunas diferencias entre ambos, Pablo se separa de Bernabé y los dos continúan su labor apostólica por caminos separados (15, 36-41). También es nombrado por Pablo en la Primera Carta a los Corintios, en la Carta a los Gálatas y en la Carta a los Colosesnses.

Fuera de esos diversos datos que nos ofrece la Escritura, poco sabemos con certeza acerca de la vida  de Bernabé. Según el libro "El año litúrgico", de J. Pascher, la tradición legendaria «le ha atribuido ocasionalmente la paternidad de la carta a los Hebreos, del evangelio apócrifo de Bernabé (s. XIV)  y de la llamada "carta de Bernabé"». Respecto de la fiesta de hoy, dice la misma fuente: «el 11 de junio, según Beda,  es, en armonía con la tradición oriental, el día en que se habrían hallado los huesos del santo bajo el emperador Zeón (474-91)».  De acuerdo con la leyenda de este hallazgo, «al abrir su sepulcro, se le halló sobre el pecho el evangelio de San Mateo».

El vitral pertenece a la Basílica de Luján y tomé las fotos en diciembre del año pasado.
https://alritmoliturgico.blogspot.com/2018/06/11-de-junio-san-bernabe.html

11 de junio: San Bernabé.

Una sola vez en la vida de este blog (aquí) nos ocupamos de San Bernabé, uno de los poquísimos a quienes, fuera de los Doce, la tradición litúrgica de la Iglesia llama "apóstoles".

Ocurre que, pese a la importancia que tuvo su labor evangelizadora junto a San Pablo, Bernabé no tiene un lugar destacado en la piedad popular, como expresamente lo señala J. Pascher en su obra "El año litúrgico": el santo «no goza de gran atención entre el pueblo». Por ello no es tan frecuente encontrar su imagen en nuestras iglesias.

El único templo porteño en que hasta ahora encontramos a San Bernabé es la hermosa Basílica de Nuestra Señora de la Piedad. Tomamos esta primera foto en 2016:



En su catequesis durante la audiencia general del 31 de enero de 2007 el papa Benedicto XVI se refirió a San Bernabé:

Prosiguiendo nuestro viaje entre los protagonistas de los orígenes cristianos, hoy dedicamos nuestra atención a otros colaboradores de San Pablo. Tenemos que reconocer que el Apóstol es un ejemplo elocuente de hombre abierto a la colaboración: en la Iglesia no quiere hacerlo todo él solo, sino que se sirve de numerosos y diversos compañeros. No podemos detenernos a considerar todos estos valiosos ayudantes, pues son muchos. (...) Hoy, entre todo este conjunto de colaboradores y colaboradoras de San Pablo, centramos nuestra atención en tres de estas personas que desempeñaron un papel particularmente significativo en la evangelización de los orígenes: Bernabé, Silas y Apolo.

"Bernabé", que significa "hijo de la exhortación" (Hch 4, 36) o "hijo del consuelo", es el sobrenombre de un judío levita oriundo de Chipre. Habiéndose establecido en Jerusalén, fue uno de los primeros en abrazar el cristianismo, tras la resurrección del Señor. Con gran generosidad vendió un campo de su propiedad y entregó el dinero a los Apóstoles para las necesidades de la Iglesia (cf. Hch 4, 37). Se hizo garante de la conversión de Saulo ante la comunidad cristiana de Jerusalén, que todavía desconfiaba de su antiguo perseguidor (cf. Hch 9, 27). Enviado a Antioquía de Siria, fue a buscar a Pablo, en Tarso, donde se había retirado, y con él pasó un año entero, dedicándose a la evangelización de esa importante ciudad, en cuya Iglesia Bernabé era conocido como profeta y doctor (cf. Hch 13, 1).

Así, Bernabé, en el momento de las primeras conversiones de los paganos, comprendió que había llegado la hora de Saulo, el cual se había retirado a Tarso, su ciudad. Fue a buscarlo allí. En ese momento importante, en cierta forma, devolvió a Pablo a la Iglesia; en este sentido, le entregó una vez más al Apóstol de las Gentes. La Iglesia de Antioquía envió a Bernabé en misión, junto a Pablo, realizando lo que se suele llamar el primer viaje misionero del Apóstol. En realidad, fue un viaje misionero de Bernabé, pues él era el verdadero responsable, al que Pablo se sumó como colaborador, recorriendo las regiones de Chipre y Anatolia centro-sur, en la actual Turquía, con las ciudades de Atalía, Perge, Antioquía de Pisidia, Iconio, Listra y Derbe (cf. Hch 13-14). Junto a Pablo, acudió después al así llamado concilio de Jerusalén, donde, después de un profundo examen de la cuestión, los Apóstoles con los ancianos decidieron separar de la identidad cristiana la práctica de la circuncisión (cf. Hch 15, 1-35). Sólo así, al final, permitieron oficialmente que fuera posible la Iglesia de los paganos, una Iglesia sin circuncisión: somos hijos de Abraham solamente por la fe en Cristo.

Los dos, Pablo y Bernabé, se enfrentaron más tarde, al inicio del segundo viaje misionero, porque Bernabé quería tomar como compañero a Juan Marcos, mientras que Pablo no quería, dado que el joven se había separado de ellos durante el viaje anterior (cf. Hch 13, 13; 15, 36-40). Por tanto, también entre los santos existen contrastes, discordias, controversias. Esto me parece muy consolador, pues vemos que los santos no "han caído del cielo". Son hombres como nosotros, incluso con problemas complicados. La santidad no consiste en no equivocarse o no pecar nunca. La santidad crece con la capacidad de conversión, de arrepentimiento, de disponibilidad para volver a comenzar, y sobre todo con la capacidad de reconciliación y de perdón.

De este modo, Pablo, que había sido más bien duro y severo con Marcos, al final se vuelve a encontrar con él. En las últimas cartas de San Pablo, a Filemón y en la segunda a Timoteo, Marcos aparece precisamente como "mi colaborador". Por consiguiente, lo que nos hace santos no es el no habernos equivocado nunca, sino la capacidad de perdón y reconciliación. Y todos podemos aprender este camino de santidad.

En todo caso, Bernabé, con Juan Marcos, se dirigió a Chipre (cf. Hch 15, 39) alrededor del año 49. A partir de entonces se pierden sus huellas. Tertuliano le atribuye la carta a los Hebreos, lo cual es verosímil, pues, siendo de la tribu de Leví, Bernabé podía estar interesado en el tema del sacerdocio. Y la carta a los Hebreos nos interpreta de manera extraordinaria el sacerdocio de Jesús.

(...)

Luego el Papa se refiere a Silas y a Apolo, y finalmente añade:

Estos tres hombres brillan en el firmamento de los testigos del Evangelio por una característica común, además de por las características propias de cada uno. En común, además del origen judío, tienen la entrega a Jesucristo y al Evangelio, así como el hecho de que los tres fueron colaboradores del apóstol San Pablo. En esta misión evangelizadora original encontraron el sentido de su vida y de este modo se nos presentan como modelos luminosos de desinterés y generosidad.

Por último, pensemos una vez más en la frase de San Pablo: tanto Apolo como yo somos ministros de Jesús, cada uno a su manera, pues es Dios quien da el crecimiento. Esto vale también hoy para todos, tanto para el Papa como para los cardenales, los obispos, los sacerdotes y los laicos. Todos somos humildes ministros de Jesús. Servimos al Evangelio en la medida en que podemos, según nuestros dones, y pedimos a Dios que él haga crecer hoy su Evangelio, su Iglesia.

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