OPINIÓN Y DEBATE.
El prócer insólito
El prócer insólito
por Daniel Balmaceda.
Sus amigos lo llamaban “el loco” por sus disparatadas ideas.
Sus amigos lo llamaban “el loco” por sus disparatadas ideas.
La vida estudiantil de Domingo Faustino Sarmiento no fue inmaculada. Se rateaba: “Me escabullía sin licencia, y [hacía] otras diabluras con que me desquitaba el aburrimiento”, confesó en sus “Recuerdos de Provincia”. Reconoció, además, que a veces le “soplaba” mal la información a sus compañeros para entretenerse con las reprimendas que recibían. También contó que a menudo le ponían amonestaciones, que en aquel tiempo se denominaban “notas de policía”.
Pero en la adolescencia ya se tomaba muy en serio la educación. Con apenas 15 años, fundó una escuelita en San Luis para darles clases a seis alumnos. Cuatro años más tarde, retomó su vocación pedagógica en el pueblito andino de Pocuro y se convirtió en padre de Ana Faustina por sus amoríos con su alumna María de Jesús “la Chepa” Avendaño.
En 1848, con 37 años cumplidos, casó en Chile con Benita Agustina Martínez Pastoriza, flamante viuda de Domingo Castro. Poco tiempo atrás, Benita había dado a luz a Domingo Fidel. Castro lo había reconocido como propio; y Sarmiento también lo hizo cuando Benita enviudó. Por lo tanto, el célebre hijo del prócer, antes de ser Dominguito Sarmiento fue Domingo Fidel Castro.
Durante la presidencia de Bartolomé Mitre (1862-1868), Sarmiento fue gobernador de San Juan y aconsejó la persecución de “el Chacho” Peñaloza y sus paisanos: “Son animales bípedos de tan perversa condición que no sé qué se obtenga con tratarlos mejor”. Poco tiempo después lancearon al caudillo y Sarmiento comunicó la noticia al gobierno: “El Chacho ha sido alcanzado e Irrazábal le ha cortado la cabeza. Yo he aplaudido el hecho precisamente por la forma”. Semejante falta de sensibilidad, derrumbó su imagen. Mitre lo alejó, enviándolo en misión diplomática a los Estados Unidos.
Luego de tres años, regresó al país ungido como presidente electo. Su singular estilo se puso de manifiesto en propuestas que muchos juzgaban descabelladas. El “loco” Sarmiento –así lo apodaban amigos y enemigos– quería que los caballos para travesías fueran reemplazados por camellos. Sugería importar osos hormigueros y colocar uno en cada plaza para exterminar las hormigas. Aconsejaba la incorporación de verduras a las dietas. Pregonaba la necesidad de alambrar los campos. Fue quien plantó el mimbre en Tigre. Introdujo el eucalipto en el país (los importó de Australia). Promovió la telegrafía, algo que muchos tildaban de absurdo.
Durante su mandato soportó sublevaciones en el interior, la más feroz y mortal epidemia de fiebre amarilla de la historia argentina (1871), con 15.000 muertes, y hasta un atentado: intentaron matarlo el sábado 23 de agosto de 1873, en la esquina de Corrientes y Maipú. Para su fortuna, el agresor cargó demasiada pólvora en el arma y al disparar, le estalló en la mano. Sarmiento, que era sordo, no se enteró en el momento.
La obra más trascendental de su gobierno fue la creación de 800 escuelas en todo el país. Sarmiento inculcó el sistema denominado normalismo (la Escuela Normal) en el que se educaron millones de argentinos y que integró a la mujer al ámbito docente.
Dejó el gobierno y volvió al llano: como director de Parques, senador, supervisor de Escuelas, periodista y docente. Pasó sus últimas semanas en Asunción, adonde había ido en busca de un clima menos perjudicial que el de Buenos Aires. Murió en las primeras horas del 11 de septiembre de 1888. La Masonería de Paraguay concurrió a rendirle honores. Lo embalsamaron y trasladaron a Buenos Aires, donde arribó diez días después. Por esa costumbre de evocar la muerte como “el paso a la inmortalidad”, celebramos el Día del Maestro los 11 de septiembre. Mientras que la fecha del Día del Estudiante, 21 de septiembre, ha sido elegida por ser aquella en que los restos de Sarmiento fueron repatriados.
* Fuente de este artículo del periodista y escritor argentino Daniel Balmaceda Revista Noticias (edición 1811).
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