Una herencia deteriorada por James Neilson.
En África del Norte hay lugares en que la infraestructura –los caminos, el sistema de abastecimiento de agua, las instalaciones sanitarias– sigue siento inferior a la que fue construida por los romanos hace casi 2.000 años. Campesinos analfabetos ven las ruinas imponentes que fueron dejadas por sus antepasados remotos sin entender cómo llegaron a donde están o para qué servían. Y en la Argentina son muchos los municipios, grandes y pequeños, que aún dependen de lo hecho por generaciones anteriores, por gente que al parecer era capaz de concebir y concretar proyectos que sus descendientes considerarían absurdamente costosos. A pesar de contar con más recursos económicos que los de antes, para no hablar de las posibilidades brindadas por el progreso atropellado de la tecnología, no se animan a procurar emularlos. Así, pues, cuando llueve demasiado ciudades y provincias enteras se inundan al resultar inadecuadas defensas que ya son vetustas y que, por razones que se dicen son presupuestarias, año tras año se deterioran más. Lo mismo sucede en otros ámbitos; en todo lo vinculado con la energía, en la educación pública y, con consecuencias trágicas, en lo que todavía queda de una red ferroviaria que fue, durante mucho tiempo, la mejor de América Latina.
El accidente pavoroso que se produjo el miércoles a las 8:30 de la mañana en la estación Once de la capital federal, cuando un tren repleto de pasajeros chocó con violencia contra los amortiguadores, matando a por lo menos cincuenta personas e hiriendo a más de setecientas, se habrá debido a un "error humano" o un "fallo técnico" de la clase que podría darse en cualquier país del mundo. Asimismo, de tomarse en serio la tesis del secretario de Transporte, Juan Pablo Schiavi, se habrá visto agravado por "la costumbre argentina" de viajar "abarrotados" en los primeros vagones de un tren sin pensar en la conveniencia de optar por los de atrás.
Puede ser, pero a juicio de muchos el desastre fue el resultado previsible de décadas de negligencia, de la falta de inversiones, de una cultura de la desidia que permea el país, afectando todo lo relacionado con el sector público, incluyendo a las concesionarias subsidiadas que se han encargado de diversas funciones antes desempeñadas por el Estado. Una y otra vez se ha repetido la palabra "anunciado" y han abundado alusiones a la catástrofe de Cromañón, aquel símbolo tétrico de lo que puede suceder cuando las autoridades actúan como cómplices de empresarios reacios a darse el trabajo de respetar las reglas, desistiendo, por los motivos que fueran, de obligarlos a hacerlo.
¿En qué se gastan los casi 1.000 millones de dólares anuales en subsidios que se entregan a la empresa Trenes de Buenos Aires para que no aumente el precio del boleto en la densamente poblada área metropolitana? Además de ayudar a enriquecer a los concesionarios, el grueso del dinero aportado por los contribuyentes sirve para pagar salarios, de suerte que se invierte muy poco en mantenimiento o para reemplazar trenes medio centenarios por otros, aunque en cierto momento el entonces secretario de Transporte, Ricardo Jaime, permitió la compra de material ferroviario de segunda mano a España y Portugal que, de acuerdo común, resultó ser chatarra inservible, más ruinosa aún que los trenes dilapidados en los que tantos pasajeros se habían acostumbrado a viajar.
Los salarios son importantes y es natural que, desde el punto de vista de los sindicalistas, sean prioritarios. También es comprensible que el gobierno haya querido impedir que subiera demasiado el costo de viajar de ida y vuelta entre el conurbano bonaerense y la capital federal. Con todo, si el Estado y las empresas paraestatales que lo acompañan y que casi siempre comparten sus vicios dejan de preocuparse por la calidad de los servicios que brindan y se resisten a invertir pensando en el futuro, tarde o temprano todo se vendrá abajo.
Es lo que está sucediendo. Parecería que la presidenta Cristina y los voceros oficiales que reivindican con tanta pasión el "modelo" populista son miopes por principio; se han convencido de que sólo a un agorero desalmado se le ocurriría pedirles aprovechar una etapa de crecimiento macroeconómico vigoroso, como la que se acerca a su fin, para prepararse para enfrentar otra que con toda seguridad les será menos favorable. Aunque se afirman contrarios al capitalismo liberal, dan la impresión de confiar en que la economía generará automáticamente recursos más que suficientes como para ahorrarles la necesidad de hacer nada más que recibir el aplauso de consumidores debidamente agradecidos.
Por desgracia, tanto optimismo no se justifica. Sin inversiones en energía, el país ya tiene que importarla en cantidades crecientes, de ahí la campaña alocada de Guillermo Moreno contra las demás importaciones. También pueden atribuirse a la negativa a invertir más la precariedad mortífera del sistema de transporte, las amenazas que penden sobre la salud pública, una crisis educativa que da miedo y la sensación de inseguridad que se palpa en todos los centros urbanos.
Aún más que otros países, entre ellos Estados Unidos, en que el deterioro físico de muchas obras de infraestructura, como puentes y aeropuertos, que fueron completadas hace medio siglo o más es tomado por evidencia de decadencia acaso irreversible, la Argentina está consumiendo el capital heredado que le ha tocado sin esforzarse por renovarlo. Como los descendientes de un magnate que murió hace décadas y se creen liberados de la necesidad de trabajar, los dirigentes se limitan a administrar lo que todavía tienen.
En cierto modo tal actitud es comprensible: ¿por qué privarse de dinero invirtiéndolo en proyectos que madurarán, si es que lo hacen, en el 2030 o el 2040, beneficiando a otros políticos? Dijo Lord Keynes, el economista favorito de políticos decididos a aumentar el gasto público, que a la larga todos estaremos muertos, sentencia que a juicio de muchos significa que, puesto que es inútil preocuparse por lo que podría suceder en el porvenir, convendría concentrarse en los problemas inmediatos. Claro, sólo se trataba de un chiste pronunciado por un hombre que entendía muy bien que a veces es necesario emprender obras destinadas a durar y que, por cierto, no subestimaba la importancia de pensar en algo más que las elecciones próximas.
El accidente pavoroso que se produjo el miércoles a las 8:30 de la mañana en la estación Once de la capital federal, cuando un tren repleto de pasajeros chocó con violencia contra los amortiguadores, matando a por lo menos cincuenta personas e hiriendo a más de setecientas, se habrá debido a un "error humano" o un "fallo técnico" de la clase que podría darse en cualquier país del mundo. Asimismo, de tomarse en serio la tesis del secretario de Transporte, Juan Pablo Schiavi, se habrá visto agravado por "la costumbre argentina" de viajar "abarrotados" en los primeros vagones de un tren sin pensar en la conveniencia de optar por los de atrás.
Puede ser, pero a juicio de muchos el desastre fue el resultado previsible de décadas de negligencia, de la falta de inversiones, de una cultura de la desidia que permea el país, afectando todo lo relacionado con el sector público, incluyendo a las concesionarias subsidiadas que se han encargado de diversas funciones antes desempeñadas por el Estado. Una y otra vez se ha repetido la palabra "anunciado" y han abundado alusiones a la catástrofe de Cromañón, aquel símbolo tétrico de lo que puede suceder cuando las autoridades actúan como cómplices de empresarios reacios a darse el trabajo de respetar las reglas, desistiendo, por los motivos que fueran, de obligarlos a hacerlo.
¿En qué se gastan los casi 1.000 millones de dólares anuales en subsidios que se entregan a la empresa Trenes de Buenos Aires para que no aumente el precio del boleto en la densamente poblada área metropolitana? Además de ayudar a enriquecer a los concesionarios, el grueso del dinero aportado por los contribuyentes sirve para pagar salarios, de suerte que se invierte muy poco en mantenimiento o para reemplazar trenes medio centenarios por otros, aunque en cierto momento el entonces secretario de Transporte, Ricardo Jaime, permitió la compra de material ferroviario de segunda mano a España y Portugal que, de acuerdo común, resultó ser chatarra inservible, más ruinosa aún que los trenes dilapidados en los que tantos pasajeros se habían acostumbrado a viajar.
Los salarios son importantes y es natural que, desde el punto de vista de los sindicalistas, sean prioritarios. También es comprensible que el gobierno haya querido impedir que subiera demasiado el costo de viajar de ida y vuelta entre el conurbano bonaerense y la capital federal. Con todo, si el Estado y las empresas paraestatales que lo acompañan y que casi siempre comparten sus vicios dejan de preocuparse por la calidad de los servicios que brindan y se resisten a invertir pensando en el futuro, tarde o temprano todo se vendrá abajo.
Es lo que está sucediendo. Parecería que la presidenta Cristina y los voceros oficiales que reivindican con tanta pasión el "modelo" populista son miopes por principio; se han convencido de que sólo a un agorero desalmado se le ocurriría pedirles aprovechar una etapa de crecimiento macroeconómico vigoroso, como la que se acerca a su fin, para prepararse para enfrentar otra que con toda seguridad les será menos favorable. Aunque se afirman contrarios al capitalismo liberal, dan la impresión de confiar en que la economía generará automáticamente recursos más que suficientes como para ahorrarles la necesidad de hacer nada más que recibir el aplauso de consumidores debidamente agradecidos.
Por desgracia, tanto optimismo no se justifica. Sin inversiones en energía, el país ya tiene que importarla en cantidades crecientes, de ahí la campaña alocada de Guillermo Moreno contra las demás importaciones. También pueden atribuirse a la negativa a invertir más la precariedad mortífera del sistema de transporte, las amenazas que penden sobre la salud pública, una crisis educativa que da miedo y la sensación de inseguridad que se palpa en todos los centros urbanos.
Aún más que otros países, entre ellos Estados Unidos, en que el deterioro físico de muchas obras de infraestructura, como puentes y aeropuertos, que fueron completadas hace medio siglo o más es tomado por evidencia de decadencia acaso irreversible, la Argentina está consumiendo el capital heredado que le ha tocado sin esforzarse por renovarlo. Como los descendientes de un magnate que murió hace décadas y se creen liberados de la necesidad de trabajar, los dirigentes se limitan a administrar lo que todavía tienen.
En cierto modo tal actitud es comprensible: ¿por qué privarse de dinero invirtiéndolo en proyectos que madurarán, si es que lo hacen, en el 2030 o el 2040, beneficiando a otros políticos? Dijo Lord Keynes, el economista favorito de políticos decididos a aumentar el gasto público, que a la larga todos estaremos muertos, sentencia que a juicio de muchos significa que, puesto que es inútil preocuparse por lo que podría suceder en el porvenir, convendría concentrarse en los problemas inmediatos. Claro, sólo se trataba de un chiste pronunciado por un hombre que entendía muy bien que a veces es necesario emprender obras destinadas a durar y que, por cierto, no subestimaba la importancia de pensar en algo más que las elecciones próximas.
Si declaró de esta manera el "secretario de Transporte, Juan Pablo Schiavi, se habrá visto agravado por "la costumbre argentina" de viajar "abarrotados" en los primeros vagones de un tren sin pensar en la conveniencia de optar por los de atrás." ,entonces, su rol es lamentable; haber matado a una sola de esas vidas por negligencia y desgano de "a quien corresponda", y considero que nos corresponde a todos; debería cerrarnos la boca por vergÜEnza y luto.
ResponderBorrarEs mi tren, sé de lo que hablo cuando digo que nos corresponde a todos; es un tren que lleva obreros y estudiantes, que no hemos aprendido a ver más allá y a actuar con dignidad para ser respetados y CUIDADOS, ¿cuántas décadas hace que debimos haber iniciado nuestra huelga como pasajeros? Los cambios los generamos sumando a todos desde cada uno en compromiso.
http://enfugayremolino.blogspot.com/