“Me hierve
la sangre al observar tanto
obstáculo que se vencería
rápidamente
si hubiera un poco de interés
en la Patria”
Manuel Belgrano.
En estos días abundan las referencias al
nacionalismo. Como es proverbial en nuestro país, las menciones tienden mucho
más a desfigurarlo que a entenderlo. Por eso, parece un buen ejercicio
reflexionar acerca de este tema.
¿Es una rémora o tiene futuro, además de
sobresaliente presente? Hay que fugarse con celeridad de ciertos análisis, más
allá de la fama del analista. Francis Fukuyama, por caso, conmovió al mundo
entero con ese terminante apotegma “se terminó la historia”, espetado apenas se
desmoronó el Muro de Berlín, en 1989. La historia no sólo no se terminó, sino
que nunca se fue y sigue más viva, activa y compleja que nunca. ¡Cómo va a ser
arcaico un sentimiento entrañable! El amor por la tierra natal es connatural al
ser humano. Se lo puede llamar amor al terruño, patriotismo, nacionalismo.
Lo semántico se relega ante la inmensidad de la emoción.
¿Ya no existen intereses, fronteras, identidades? Es
notorio que marchamos hacia estadios de integración supraestatal y
supranacional, pero colegir de este proceso que hayan fenecido los intereses
nacionales, las fronteras, las identidades parece más que aventurado. Es casi un
dislate.
Digo supraestatal diferenciándolo de supranacional
porque ¿quién puede atreverse a sostener que Uruguay y gran parte de la
Argentina central y litoraleña son dos naciones distintas? Apenas son dos
Estados separados. Lo mismo cabe respecto de Paraguay y sus vínculos
socio-culturales e históricos con todo el NEA. Igual cuadra para Jujuy y Salta
en relación a Tarija y otras comarcas del sur boliviano. Y hasta podríase
mencionar a Mendoza y la región central de Chile como dos Estados, en modo
alguno dos naciones.
Ha sido un logro intelectual, con derivaciones
geopolíticas muy ricas, sostener que la militarización inglesa del Atlántico Sur
– y su usurpación cada vez más vasta – no configura un problema exclusivamente
argentino, sino una cuestión que aliena el porvenir de toda América del Sur. Por
esta vía vamos avanzando hacia la refiguración del nacionalismo y vamos hallando
vetas poco reconocidas, pero muy fuertes. El nacionalismo trasciende al Estado,
en este caso al argentino, así como ultrapasa al paraguayo, al chileno y aun al
brasileño. Ya se otea, se entrevé, se intuye al nacionalismo sudamericano, ese
que nos robustecerá a todos y que nos dará el pasaporte hacia todo el
planeta.
Empero el asunto del título está constreñido a la
relación nacionalismo y estatismo. Generalmente se asocian cual sinónimos. Sin
embargo las dos economías más grandes del mundo y dos culturas fuertes y muy
identificadas – EE. UU. Y China – muestran que se puede ser hondamente
nacionalista y simultáneamente alentar la iniciativa privada con sus capitales –
es decir ahorro producto del trabajo –, su creatividad y su libertad
responsable.
Los norteamericanos siempre apostaron a la libertad
económica y vaya si lograron éxitos. Nunca omitieron al Estado, pero éste no se
ponía al hombro la economía con todas sus gravosas cargas, sino que custodiaba
que no se produjeran maniobras monopólicas o atentados a la libre competencia,
dos pilares para el equilibrio y funcionalidad del sistema. Eso sí, a la hora de
buscar más fronteras, compraron Florida, Luisiana, Alaska y otros territorios y
conquistaron medio México, incluida California, sin omitir a Puerto Rico y mucho
más. Ahí sí estuvo el Estado y su gran mano. Hoy sigue ese Estado asegurando los
intereses de los norteamericanos mediante todo tipo de acciones, incluidas las
bélicas y las antiterroristas. Éstas le autoconceden inmiscuirse en todo el orbe
y eso es tarea del Estado.
Los chinos tuvieron la bendición de la llegada en
1977 de Deng, un liberador tan grande como Mao, con la particularidad de que el
más viejo recuperó a China de su sometimiento milenario y el más nuevo la
desencadenó para que movilizara sus formidables energías económicas. Fue el
Estado el que relanzó a China y fueron los chinos la que la están proyectando al
primer sitio del palco principal.
Entre nosotros, “papá Estado” no nos deja madurar y
menos crecer y desarrollarnos. En una contratendencia mundial, acá todo pende y
depende del Estado. Desde lo más nimio hasta lo más grande. Y para peor, del
Estado central, en desmedro ascendente de los Estados provinciales.
¿Qué necesitamos en materia de energía, para
consignar una de nuestras más salientes cuestiones? Inversiones. En Vaca Muerta
requerimos en diez años 50 mil millones de dólares. Para ocupar, explorar y
explotar el mar argentino otro tanto ¿Podremos afrontar todo esto y mucho más
con los capitales públicos solamente?.
El estatismo se está volviendo enemigo abierto del
nacionalismo porque neutraliza nuestras energías, sesga nuestro horizonte,
repliega nuestro poder.
Titulan mal algunos relatores cuando dicen, por
caso, “una explosión de nacionalismo”, en referencia a la reestatización parcial
de YPF. No es nacionalismo, sino estatismo. Explota el estatismo e implosiona la
Nación, cada vez más retraída, ensimismada, sin aliento de futuro.
Nacionalismo es mucho civismo porque quien ama a lo
suyo participa, jamás es indiferente o apático. En contraste, el estatismo
estimula la molicie cívica porque ‘total el Estado se encarga’…
El nacionalismo, al ser amor, es honesto. El
estatismo está sobradamente probado que es la antepuerta de la corrupción. Su
antítesis, pues.
El nacionalismo es ferviente impulsor de la buena
política. El estatismo, en cambio, especula con la pobreza, a la que, vía una
reiterada metamorfosis, la erige en su puntal electoral.
Por supuesto que es menester un Estado que controle
y regule. Pero el nuevo pensamiento que se atisba en la Argentina sabe que una
cosa es controlar y otra entrometerse y suplantar.
Quizás, el mayor ejemplo y el más valioso, se halla
en el emprendedor que arriesga capital y trabajo tanto en su campo como en su
Pyme industrial. En él está la grandeza de la Nación, no en el burócrata que ni
siquiera piensa y menos planifica lo común, los intereses colectivos. Sólo se
embebe de la savia productiva, al borde de dejarla exhausta.
Definitivamente, nacionalismo y estatismo no sólo no
son sinónimos, sino que son enemigos.
¡Cuánto ha cambiado este caballero desde que a comienzos de los 90´s contara enun reportaje en una conocida revista que en la entrada de su casa tenía un felpudo con la imagen de la bandera británica para hollarla cada vez que alguien traspusiera el umbral!
ResponderBorrarMuy inteligente, verdad?