Una vida dedicada a los niños
El padre César Rondini fue el creador de una de las obras educativas más importantes de la Patagonia.
César Rondini nació en Médanos, provincia de Buenos Aires, el 5 de febrero de 1919. Era hijo de inmigrantes italianos de quienes aprendió sobre afecto y trabajo.
Su madre, Filomena, marcó a tal punto su vida que llamaba con ese nombre a toda mujer a la que tenía afecto.
“Para él su madre era como una gallina con sus pollitos -cuenta María Rosa Delladio de Méndez, secretaria de la Fundación Padre César Rondini-. Protegía, defendía y acompañaba a sus 14 hijos. Muchas veces se ha dicho que la vida del padre Rondini tiene cierto paralelismo con la de Don Bosco, la gran influencia de las madres de ambos sacerdotes es uno de los puntos en común”.
Fue su madre quien quería que sus hijos estudiaran en el Fortín Mercedes y en el caso de César, lo logró. “En esa escuela -continúa María Rosa-, el padre Rondini conoció al padre Consoni que le preguntó: ‘¿Querés ser como yo?’ a lo que el joven no dudó en responder que sí”.
Contaba el padre Rondini que cuando decidió seguir su vocación de sacerdote y estudiar en Córdoba, consultó a su madre. ‘Preguntale a tu padre’ fue la respuesta y cuando lo hizo, su padre contestó: ‘Preguntale a tu madre’. Rondini recordaba que el día que partió hacia Córdoba fue la única vez que vio llorar a su padre.
En 1934 terminó sus estudios y fue enviado a Bahía Blanca y Comodoro Rivadavia donde vivió hasta que en 1959 llegó a la ciudad de Villa Regina.
“Los salesianos siempre pusieron la mirada en la creación de escuelas y la obra educativa. El padre Rondini no fue una excepción”, explica María Rosa.
“Apenas llegado a la ciudad conoció el barrio que actualmente se llama Don Bosco y que en ese tiempo se conocía como Buenos Aires Chico por su semejanza a las villas emergentes que se veían alrededor de la ciudad de Buenos Aires. Cuentan que el padre dijo: ‘Aquí voy a trabajar’, tal como lo hizo Don Bosco cuando conoció Turín”, asegura.
En ese momento la ciudad de Villa Regina tenía sólo tres escuelas: la 105 en las chacras, la 52 y la 58. Estas instituciones debían funcionar en tres turnos para poder absorber a todos los niños reginenses e incluso había muchos que no iban a la escuela porque no podían llegar o porque debían trabajar para ayudar a sus familias.
“El barrio Don Bosco le tenía desconfianza al sacerdote recién llegado que se levantaba la sotana y se ponía a trabajar -afirma María Rosa-. Aunque mucha gente del mismo barrio lo ayudó enormemente. El padre comenzó con el levantamiento de una capilla y la obtención de luz eléctrica y gas para esas casas que hasta su llegada eran ranchos de paja o chapas, sin calles, sólo con huellitas”.
“Finalmente, en 1960, el padre consiguió cumplir su primer meta en la ciudad al levantar la escuela y conseguir que algunos docentes dieran clases ad honorem”, dice María Rosa.
Al ver la obra del padre en el barrio Don Bosco, los vecinos del barrio Antártida quisieron trabajar con él para conseguir su escuela. La diferencia entre estos dos sectores del pueblo era que el Antártida estaba habitado principalmente por familias de origen chileno, entonces para levantar la capilla, el padre Rondini organizó enramadas chilenas de las que participó todo el barrio y logró así juntar los fondos necesarios.
Esta primera capilla del barrio Antártida se dividía por una cortina en el medio y funcionaba durante la semana como dos aulas donde dictaba clases el matrimonio de docentes de Antonin y Graciela Mardone, ambos de nacionalidad chilena.
Las obras socioeducativas del padre Rondini recién comenzaban. “En 1965 -cuenta María Rosa-, el Padre Rondini logró la inauguración del colegio del Niño Jesús en un terreno prestado por una vecina reginense, con el dinero recaudado por un grupo de padres que hacíamos una calesita y poníamos películas al aire libre. Lo primero que hicimos fue un galpón de chapas que los chicos llamaban ‘el colador’, por los tantos agujeros que tenía. Pero ‘el colador’ fue la primer aula de muchos de nuestros hijos hasta que se inauguró la escuela”, recuerda.
Más tarde fue la escuela Industrial Nuestra Señora del Rosario, el jardín de infantes Rayito de Sol y el colegio secundario Don Bosco se sumaron a la obra de este incansable párroco.
“Para el padre Rondini era importante también la contención de los niños de la calle o con familias mal constituidas. Por esto es que se crearon diferentes hogares como el Centro de Atención del Niño, donde viven chicos de 1 a 5 años, el hogar de niños (de varones hasta 12 años), el Hogar San José (de niñas hasta 12 años) y la casita Padre Rondini que alberga a varones en edad de colegio secundario”.
“Pero otra inquietud del padre era qué hacían los chicos mientras no estaban en la escuela, por lo que creó un centro de capacitación laboral llamado ‘Centro de Cooperación Laboral Mamá Margarita’. Allí los niños que viven en los albergues creados por el padre se capacitan en carpintería, panadería, granja, huerta, labores, manualidades y cocina”.
“Además de los profesores, los chicos tienen la contención de una asistente social y una psicóloga -continúa María Rosa-. Esto ha hecho que sea muy buscado por padres que trabajan y quieren ocupar a sus niños en contraturno con la escuela e incluso por muchas escuelas públicas que mandan aquí a los chicos en situación de riesgo”.
“Estos chicos realizan sus prácticas de huerta y granja en la Isla 61 donde crían vacas, lechones y pollos. Logran así autoabastecer, en cierta medida, los hogares donde viven. La isla se ha convertido en un muy bello lugar que se utiliza también para retiros espirituales”, aclara María Rosa Delladio de Méndez.
“Dos veces por semana los chicos del Centro de Cooperación Laboral Mamá Margarita recorren los barrios reginenses con un taller itinerante en el que enseñan a otros chicos a hacer panes, facturas u otras comidas”, cuenta.
“Para el padre Rondini, la radio era un arma, un medio importante para la comunicación -Cuenta María Rosa-. Fue por eso que día a día salía al aire por LU16 con alumnos de las diferentes escuelas y cursos. El quería que los chicos perdieran el miedo al micrófono y a decir su opinión en público. Más adelante instaló una radio en la capilla y continuaba sus comunicaciones”.
“Además de su trabajo por acrecentar los colegios y hogares, el padre tenía tiempo para dedicar a cada una de las instituciones ya fundadas. Todos los días, mientras su salud se lo permitió recorría todas las escuelas para dar los ‘Buenos Días’ y ‘Buenas Tardes’, una costumbre salesiana. Esta costumbre consistía en una charla que el sacerdote tenía con los alumnos para hablar de diferentes temas”, cuenta María Rosa.
“El padre siempre quiso que los más pequeños tuvieran lo mejor y era por esto que quería hacer un jardín de infantes que les ‘entrara por los ojos’, como un castillito. Fue así que cuando el padre se enfermó de endocarditis bacteriana, una comisión de padres trabajó durante dos años para conseguir el anhelo del sacerdote y en 1994 se inauguró ‘El Castillito’ ”.
La fundación
“El padre siempre tuvo una salud muy frágil -explica María Rosa-. Su enfermedad fue muy larga, pero nunca dejó de trabajar por la obra. Vivía en el edificio frente a la administración y desde su sillón con un teléfono manejaba todo. Por eso cuando falleció se notó mucho su ausencia”.
Sin embargo, él había dejado una persona preparada para seguir con su trabajo de tantos años. “Norma Quintans fue la persona que lo cuidó y a quien él enseñó todo lo necesario para que esto pudiera seguir adelante. Ella trató de que siguiera como cuando estaba el padre”, explica María Rosa.
“Cuando falleció el padre Rondini -relata María Rosa-, nos juntamos todos los directivos de las escuelas, hogares y centros con algunos grandes amigos de toda la vida del padre para continuar su obra”.
De esta manera, en el año 2002, se conformó la Fundación Padre César Rondini. “La fundación está conformada por 24 miembros. Su actual presidente es Mario Seca, Norma Quintans es la vice, yo soy la secretaria, Mirta Sánchez de Galletta, la tesorera y Jaime Picotti el primer vocal. Nuestro objetivo es velar por la continuidad de las escuelas, comedores, hogares y centros de capacitación. Además damos becas, conferencias y nos encargamos de buscar padrinos para los chicos que viven en los albergues”, asegura María Rosa.
“El padre Rondini falleció el 17 de agosto de 2001. Cinco días antes falleció en España una señora llamada Sara Torroba Llorente, ella nunca conoció al padre, pero le dejó de herencia un departamento en el barrio Miraflores de la ciudad de Madrid. El departamento se vendió bastante rápido y con ese dinero se hizo el jardín de infantes ‘Pimpollitos’ en el barrio Antártida, que demostró que la obra del padre lo sobrevive.
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