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...." el pueblo recoge todas las botellas que se tiran al agua con mensajes de naufragio. El pueblo es una gran memoria colectiva que recuerda todo lo que parece muerto en el olvido. Hay que buscar esas botellas y refrescar esa memoria". Leopoldo Marechal.

LA ARGENTINA DEL BICENTENARIO DE LA PATRIA.

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“Amar a la Argentina de hoy, si se habla de amor verdadero, no puede rendir más que sacrificios, porque es amar a una enferma". Padre Leonardo Castellani.

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"La historia es la Patria. Nos han falsificado la historia porque quieren escamotearnos la Patria" - Hugo Wast (Gustavo Martínez Zuviría).

“Una única cosa es necesario tener presente: mantenerse en pie ante un mundo en ruinas”. Julius Evola, seudónimo de Giulio Cesare Andrea Evola. Italiano.

martes, enero 11, 2022

Ciencia, dominio y esclavitud.

 


A 90 AÑOS DE LA PUBLICACIÓN DE `UN MUNDO FELIZ´.


El paso del tiempo convirtió a la novela de Aldous Huxley en la más acertada de las distopías literarias del siglo XX. La verdadera revolución totalitaria, pronosticó en sus páginas, sería la de conseguir que los hombres amaran someterse a sus “controladores”. 

POR JORGE MARTÍNEZ.

Siempre estremece comprobar los aciertos de una distopía literaria. El Big Brother de Orwell asoma en el mundo hipertecnologizado de hoy. La ciencia babélica de Esa horrible fortaleza, de C. S. Lewis, será moneda corriente con la excusa de la actual pandemia. Y el apabullante poder mundial concentrado que imaginó Robert Hugh Benson como señal del advenimiento del Anticristo no está muy lejos de lo que puede observarse en la realidad cotidiana.

Pero es otra la novela que previó una amenaza que se encamina a consumarse en toda su plenitud. Publicado hace 90 años, Brave New World (Un mundo feliz), de Aldous Huxley (1894-1963), es uno de los libros esenciales del siglo XX, infaltable en las listas de los más leídos y más influyentes. Su distopía no tardó en popularizarse a pesar de que presentaba una situación que, al momento de la publicación, en febrero de 1932, parecía remotísima a los ojos de un planeta que aún no conocía la pastilla anticonceptiva ni los métodos de reproducción asistida, y que se dividía entre tres opciones que ningún peso tienen en la obra: democracia, fascismo y comunismo.

A diferencia de 1984 de Orwell, la “utopía negativa” de Huxley no imaginaba un totalitarismo de cuño ideológico. Su Estado Mundial no era comunista sino el imperio de los “controladores” surgidos del “fordismo”, es decir, de la civilización industrial nacida con el primer auto de producción en serie, el Ford T.

En el libro este industrialismo se ha convertido en un sustituto de la religión y su líder, Ford, es el único dios permitido. La historia misma se fecha a partir de su nacimiento (la novela transcurre en el 632 AF) aunque se admite que, “por alguna razón inescrutable”cuando la divinidad (“Nuestro Ford”) se refiere a temas psicológicos emplea otro nombre: Freud. En todo el orbe la T ha reemplazado para siempre a la Cruz.

En este mundo no existe la reproducción vivípara: todos los humanos nacen por métodos artificiales, mecánicos. Por lo tanto ya no hay familia ni hogar, ni madres o padres, ni amor paterno o filial. Tampoco existe ninguna otra forma de amor. No se conocen la vejez -los viejos son eliminados- ni la decadencia física, y casi no perduran enfermedades contagiosas. En cambio, abunda el sexo, que es irrestricto pero sometido a rigurosas prácticas anticonceptivas. Todos son adoctrinados en la materia entre los 12 y los 17 años, e incluso se permiten “juegos sexuales” entre niños. Por lo demás, es norma obligada que las mujeres lleven siempre su “cinturón malthusiano”.

El ideal de los “controladores” es la estabilidad social (y junto con ella la pulcritud, el aseo, la asepsia y un ambiente general bien perfumado y envuelto en sedante música “sintética”). Los humanos producidos de manera industrial llegan al mundo rigurosamente condicionados. El condicionamiento es en principio biológico, pero se refuerza de modo permanente con un adoctrinamiento que incluye hasta la “hipnopedia”, la enseñanza durante el sueño. Todo el que nace es ubicado en castas denominadas con letras griegas, de Alpha a Epsilon, en orden decreciente en la nueva escala social. Nadie puede escapar de esas categorías, que rigen de por vida. El único consuelo permitido en este mundo de pesadilla es el “soma”, la droga mágica y distribuida por el Estado que disipa la tristeza y ofrece una instantánea felicidad de laboratorio.

Quien intentará sublevarse será uno de los protagonistas de la novela, Bernard Marx (dado que no existen familias, los nombres de los personajes son arbitrarios y remiten a grandes figuras de la historia: Lenina Crowne, Polly Trotsky, Benito Hoover, Morgana Rothschild, etc.). Su pretendida rebelión será la de la conciencia individual, a la que por algún motivo consiguió recuperar, en contra la irrevocable colmena de los humanos de probeta. Marx quiere ser un individuo, “no sólo una célula en el cuerpo social”.

El viaje recreativo que emprenda con Lenina Crowne a una “reserva” en el oeste norteamericano que alberga restos de la “vieja humanidad” fomentará su disconformidad. Allí conocerá al otro protagonista de la novela, John “el salvaje”. Un ser nacido por error a la vieja usanza (tiene madre y vive con ella), lector apasionado de Shakespeare y encarnación del hombre libre enfrentado a la esclavitud de masas.

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Aldous Huxley empezó a escribir Un mundo feliz en mayo de 1931. Su intención declarada era burlarse del espíritu utópico, tan de moda en esos años, y criticar a la civilización industrial. ”Escribo una novela sobre el futuro, la realización de la Utopía de (H.G.) Wells, y su horror absoluto, la revuelta en su contra -señaló en carta a Sydney Schiff, novelista y traductor de Proust al inglés-. Divertida pero difícil, ya que quiero dar una imagen abarcadora de una psicología basada en principios muy diferentes de los nuestros”.

Después de algunos meses de zozobra, en agosto casi la tenía finalizada, señaló uno de sus últimos biógrafos, Nicholas Murray (Aldous Huxley, a Biography, 2002). En carta posterior a su padre Huxley dio más detalles acerca del borrador. Refirió que se trataba de “una novela cómica, o al menos satírica, sobre el futuro, que muestra lo espantoso (al menos según nuestras pautas) de la Utopía y que bosqueja los efectos sobre el pensamiento y el sentimiento de invenciones biológicas harto posibles como la producción de niños en botellas (con la consecuente abolición de la familia y de todos los `complejos´ freudianos de que son responsables las relaciones familiares), la prolongación de la juventud, el diseño de un sustituto inofensivo pero eficiente del alcohol, la cocaína, el opio etc., y también los efectos de reformas psicológicas como el condicionamiento pavloviano de todos los niños desde el nacimiento y antes del nacimiento, la paz universal, la seguridad y la estabilidad”.

Catorce años después de la primera edición de la novela, que fue un éxito inmediato, Huxley escribió un nuevo prólogo en el que añadió más explicaciones. Allí quería aclarar el porqué de algunas omisiones, como la de la fisión atómica, que parecían restar validez a las predicciones del libro. El tema de la obra, indicó, no es “el avance de la ciencia como tal; es el avance de la ciencia que afecta a los individuos”. Los progresos pertinentes a la trama eran los de la biología, la fisiología y la psicología porque sólo a través de ellos “se podría alterar radicalmente la calidad de vida”. “La revolución verdaderamente revolucionaria -aseguró - no se conseguirá en el mundo exterior sino en las almas y los cuerpos del ser humano”.

Huxley insistía en la idea, desarrollada en su libro, de que el totalitarismo del futuro no sería ya el de las torturas, los fusilamientos, y los campos de concentración. “Un estado totalitario realmente eficiente -pronosticó- será aquel en que los jefes políticos y su ejército de administradores dominen a una población de esclavos que no tengan que ser coaccionados, porque ya amarán la servidumbre”.

Este amor a la esclavitud no podría establecerse sino “como consecuencia de una profunda revolución personal en las mentes y los cuerpos del hombre”. Huxley sugería que se llegaría a ese punto cuando se alcanzaran los necesarios descubrimientos en cuatro categorías: una técnica de sugestión altamente mejorada; el desarrollo de la ciencia de las diferencias humanas, que fije una estructura social y económica separada en castas; una sustancia que reemplace eficazmente al alcohol y los narcóticos, y en último lugar, un sistema de eugenesia “diseñado para estandarizar al producto humano y facilitarle la tarea a los administradores”.

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En El pozo y los charcos (1935), uno de sus últimos libros, G. K. Chesterton había advertido del surgimiento, a instancias del capitalismo moderno, de una contradictoria religión erótica “que a la vez exalta la lujuria y prohíbe la fertilidad”. Poco después, C. S. Lewis alertó sobre el riesgo que entrañaba separar la sexualidad humana de la reproducción y vaticinó el poder enorme que tendrían los manipuladores de la ciencia, el condicionamiento educativo y la anticoncepción eugenésica. Chesterton y Lewis eran personas de fe (uno católico, el otro anglicano) y basaban sus escritos a menudo proféticos en meditadas convicciones religiosas.

Lo extraño en Huxley es que llegó a conclusiones similares partiendo de un entorno que nada compartía con el de sus admirables colegas cristianos. El novelista pertenecía a una de las familias más importantes de la elite cultural y económica en la Gran Bretaña victoriana. Era nieto de Thomas Henry Huxley (1825-1895), el inflexible apóstol del evolucionismo darwiniano, e hijo de Leonard Huxley (1860-1933), un periodista destacado a principios del siglo XX, y de Julia Arnold (1862-1908), sobrina del gran poeta y crítico literario Matthew Arnold (1822-1888). Su hermano mayor, Julian Huxley (1887-1975), heredó la pasión científica del abuelo. Estudió y enseñó zoología y biología, se hizo conocido en todo el mundo por sus libros de divulgación y llegó a ser el primer director general de la Unesco entre 1946 y 1948. También fue uno de los precursores del transhumanismo y partidario de toda la vida de la eugenesia, idea con la que el propio Aldous comulgaba por la fecha en que escribió Un mundo feliz.

Es cierto que Huxley formuló su novela como una crítica, pero las explicaciones de la trama que solía ofrecer no siempre tenían matices negativos. El ideal de los controladores, aquella pretendida “estabilidad social”, no parecía perturbarlo en tanto se opusiera a la locura de un mundo amenazado por la aniquilación atómica o las violentas dictaduras “nacionales” y “militares”. En el prólogo de 1946 daba a entender que lo imaginado en la ficción marchaba a materializarse mucho antes de lo previsto, y deslizaba una suerte de fría resignación ante aquel posible desenlace. Por otra parte, la “contracultura” de los años '60 interpretó la obra de manera muy diferente. Sus militantes se tomaron al pie de la letra las aparentes exageraciones y llevaron a la práctica el ideal de una sociedad narcotizada, liberada de las responsabilidades familiares y entregada plenamente a la fornicación sin culpas ni obstáculos. La pesadilla transformada en frívola ensoñación.

Noventa años después, la duda se acrecienta. ¿Qué fue en verdad Un mundo feliz? ¿Fue denuncia, crítica, advertencia? ¿O fue un simple aviso, la filtración de un hijo díscolo, el primer indicio público de lo que ya entonces bosquejaban los modelos reales que inspiraron a los “controladores” del inminente Estado Mundial?

Entre el cielo y la tierra­

­Aldous Huxley murió el 22 de noviembre de 1963. El mismo día que C. S. Lewis y que un tercer personaje que opacaría el fallecimiento de los otros dos: el presidente estadounidense John F. Kennedy, asesinado en Dallas.

La llamativa coincidencia de la fecha siempre ha invitado a la reflexión. No hay constancias de que los difuntos se conocieran en vida, aunque es probable que el más joven (Kennedy) leyera a alguno de los otros dos, posiblemente a Huxley. Los escritores tampoco mantuvieron contacto directo, pero dos de sus obras principales, Un mundo feliz (Huxley) y Esa horrible fortaleza (Lewis), tratan casi el mismo tema con variantes de estilo, tono e interpretación.

A finales del siglo XX el ensayista católico Peter Kreeft imaginó un diálogo póstumo entre los tres. El libro se titula Between Heaven and Hell (Entre el cielo y la tierra) y transcurre inmediatamente después de la muerte de los distinguidos personajes. Kreeft quiso que el diálogo fuera una síntesis de la “Gran Conversación” iniciada hace milenios entre “las tres filosofías de vida más influyentes de la historia humana”: el antiguo teísmo occidental (representado por Lewis); el moderno humanismo occidental (Kennedy), y el antiguo panteísmo oriental (Huxley).

Para Kreeft, los tres personajes también encarnaban las tres líneas principales del cristianismo en la cultura contemporánea: la versión tradicional u ortodoxa en Lewis, la moderna o humanista en Kennedy, y la mística y oriental en Huxley. El eje del diálogo, que desde luego constituye un encomiable ejercicio intelectual a cargo del autor, gira en última instancia en torno a la “bisagra de nuestra historia: su tema principal es la identidad de Jesús”.

 PUBLICADO EN DIARIO "LA PRENSA".

https://www.laprensa.com.ar/511004-Ciencia-dominio-y-esclavitud.note.aspx



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