NECRÓFILOS, PERO NO TRADICIONALES
por Alberto Asseff.
Anclados en el pasado, pero sin conciencia histórica ni tradiciones. Es una lesiva paradoja que nos tiene amarrados y nos impide siquiera pensar el futuro. Nada de prospectiva, nos agotamos en la retrospectiva. Alguien dijo ‘ojos en la nuca’.
De ese acervo de valores, poco y nada. Se fueron cayendo el amor a la tierra natal, a las virtudes morales – desde la honradez y solidaridad hasta la palabra empeñada – y cívicas. Impera, dominante, el ruinoso ‘no te metás’. El principio de autoridad, a fuerza de ser sistemáticamente demolido, es una antigualla, sin licencia ni para ingresar al museo.
Es innegable, además, que no tenemos apego por lo nuestro. Nos embarga un instantáneo regocijo ante lo que viene de afuera y un prejuicio respecto de lo propio. Nuestra cosmovisión se estrecha a tal punto que literalmente ignoramos hábitos, costumbres, leyendas que anidan en el interior argentino. Esto pasa esencialmente con los porteños, no sólo de la urbe, sino de todo su conurbano, es decir con más de un tercio de los habitantes del país.
Pocos argentinos de hoy pueden ubicar con certeza los aconteceres del pasado y resulta aún más complejo y harto difícil que puedan interpretarlos con agudeza y verdad. Sin embargo, nuestra afición por lo pretérito es colosal. Es un claroscuro realmente enigmático, salvo una explicación: desde las cumbres del poder se nutre esa sinrazón porque hay interés en que todo aparente cambiar, pero que nada cambie. Se nutre una apariencia vacía.
Varios canales televisivos- no sólo los oficialistas, no ya del Estado, porque entre nosotros Estado y partido son una sola e indivisible cosa – dedican horas a proyectar rancias filmaciones sobre el golpe de Uriburu en 1930 y de esa fecha para acá, los bombardeos del 16 de junio de 1955, los fusilamientos, los tanques patrullando y remembranzas de esa índole.
Son escasísimas, en contraste, las películas históricas que rememoren la gesta de San Martín o al puro de Belgrano o al heroico Güemes. O que nos recuerden las primeras inmigraciones o a los agricultores pioneros o las fundaciones de nuestras ciudades. El gaucho es el gran y desdibujado ausente en esta contemporaneidad. No se reavivan nuestras reminiscencias acerca de la primera central atómica – que gracias a Dios ha sido segura - y tampoco del descubrimiento del petróleo o del asentamiento del Observatorio de las Orcadas en 1904, única presencia humana permanente en la Antártida a la sazón.
Es necrofilia en estado puro. Adicción a los muertos, no al pasado o a las tradiciones. Es una huera, vana, hueca e inextricable pretensión de encarar el porvenir con los muertos como estandarte. Se nos convoca a perpetuas batallas para lograr nada. Existe empecinamiento en resucitar, pero no en estimular la otrora formidable capacidad creadora de la Argentina. Es una fruición por la liturgia, sin un ápice de vocación transformadora.
Se menta más a los fallecidos que a los planes hacia adelante. Las reuniones multitudinarias no son llamadas para consustanciarnos colectivamente sobre proyectos estratégicos sino que se agotan en evocaciones. Se aspira a repetir en lugar de crear. Persisten, no innovan. Cuatro décadas después quieren que la Argentina tenga a alguien en el gobierno y a otro en el poder. Francamente, tenían toda la razón quienes enrostraban infantilismo a los revolucionarios de pacotilla. En la tribuna dirían que son de cartón y ni siquiera pintado.
La necrofilia o es un señuelo o es un dislate. Pero en ambas opciones le hace mucho daño a la Argentina. Igual de dañina que nuestra nula veneración por las tradiciones y la cultura del menor esfuerzo y del demérito.
La mitad de nuestra población tiene menos de 35 años. Son más de 20 millones de argentinos que carecen de rumbo porque los necrófilos sólo proponen mirar el camino del cementerio.
Esos 20 millones – y muchos otros de la restante franja etaria – apetecen reformas. No se admite más seguir sin enmiendas audaces, hondas, genuinas. Empero los necrófilos se aferran al pasado. Son el antemural para las mutaciones e, increíblemente, proclaman el no a las reformas en nombre del progreso.
La necrofilia es así de contradictoria. Vive de los muertos, pero se autoarroga ser progresista.
Todos los pueblos tienen ilustres antepasados. No me refiero sólo a los fundadores del s.XVIII o XIX ¿Se imaginan a Obama apelando todos los días a Franklin Delano Roosevelt? ¿O a Rousseff invocando cotidianamente a Getulio Vargas? ¿O a Sarkozy a De Gaulle?
Los insignes conductores de los pueblos merecen un sitial privilegiado en la galería de los homenajes, pero la mejor – y única – forma de honrarlos es construyendo un buen futuro para el país.
Lo que vendrá será el trabajo de los vivos y será virtuoso en tanto la labor se asiente en un proyecto común inspirado por el bien general, apartando la mentira y la demagogia.
No existe enemigo mayor del pueblo que el populismo. Es el peor enemigo porque se presenta con rostro de amigo, pero es embaucador de profesión. Es lo que acaece con la necrofilia: proclamando que honra al pasado nos enajena el porvenir.
ESTE HOMBRE QUE SE PRENDIO DE DONDE PUDO PARA FLOTAR EN EL RÍO DE LA VIDA APRENDIÓ ALGUNAS COSAS, AUNQUE UN POCO TARDE. tIENE RAZÓN EN LO QUE PUBICÓ, AUNQUE ROBE IDEAS DE OTROS, QUE A SU VEZ LAS ROBARON DE OTROS. ESTE HOMBRE EN LOS EUFÓRICOS 90´S TAMBIÉN ERA POPULISTA Y SE JACTABA DE TENER UN FELPUDO EN EL HALL DE SU CASA CON LA IMAGEN DE LA BANDERA DE REINO UNIDO (BRITÁNICA) PARA PODER PISARLA TODOS LOS DÍAS.
ResponderBorrarSUS ÚLTIMOS AÑOS COMO DIPUTADO NO REVELAN NINGUNA GLORIA PARA SU HONOR NI PARA LA NACIÓN, Y SÍ NUMEROSAS DUDAS ACERCA DE LA AUTENTICIDAD DE SU CONVERSIÓN.