Desde la más temprana infancia, cuando jugábamos al “fulbito” nuestros mayores nos gritaban, pará la pelota, levantá la cabeza! y a partir de allí, entre otras cosas, podíamos crecer, nos íbamos diferenciando de ese modo en que juegan los mas chiquitos, todos atrás de la pelota.
Sin embargo, algunos hechos recientes nos advierten que a los adultos no solo nos cuesta parar la pelota, ni hablar de levantar la cabeza, sino especialmente lo que se hace ingobernable es saber perder.
Sin dudas es doloroso para un hincha que su equipo descienda, nos pasó a varios. Y si de un Titanic se trata resulta por lo menos impactante. Quizás porque solemos naturalizar aquello de que algunas cosas siempre fueron así y entonces ni nos animamos a suponer que pueden ser de otra forma. O es probable que sea realmente incómodo para buena parte de la sociedad, en sintonía con los medios (y viceversa) aceptar que hay cosas que pueden cambiar.
Hace solo un par de días, nuevamente la caída libre del exitismo contagioso, jugamos mal y los resultados de la copa América no son, por ahora, los esperados.
En los bares y las fabricas, en las oficinas y en las escuelas, en todos lados, vamos punteros, pero en el campeonato mundial del culpable. Buscamos culpables, y entonces casi sin juicio (pero no ese del “debido proceso”, sino el juicio que alude al uso de la razón) vamos despojándonos de lo más humano, insultamos a este o al otro, le deseamos peor vida y luego, desde la tribuna y también desde los micrófonos aparecen aquellos que piden linchamiento público. Quienes hace dos minutos eran Gardel y Le Pera se transforman en culpables, como si hubieran cometido un delito. Y no faltan aquellos dirigentes que van a la cabeza del razonamiento culpabilístico, se victimizan y señalan culpables, a los más jóvenes porque “hacen política”, a otros porque no lo dejan gobernar. Razonamientos que solo marcan la cancha estableciendo culpables y victimas, un esquema binario que simplifica las cosas, y nos hace creer que no pueden explicarse de otra forma.
Después nos sorprendemos cuando los medios de comunicación prenden las sirenas de alarma por la violencia en las escuelas, como si algunas de esas violencias pertenecieran a pequeños demonios que surgen por generación espontánea. Quiero decir, cuando los más chicos, o sea, nuestros hijos o alumnos reproducen ese razonamiento culpabilístico pasando en forma inmediata al golpe y enalteciendo la cultura del aguante.
Quizás sea momento para aprovechar la fuerza de esta violencia exitista, pero de otro modo. Tomar distancia de estos hechos y volver a mirar las mismas cuestiones, asumiendo una posición de responsabilidad, y un sincero hacerse cargo de uno mismo y de los otros. . En vez de culpar a los pibes porque fracasan en las escuelas, o porque son violentos, hacernos cargo de ellos como sociedad adulta y ofrecerles un mejor lugar, por más complicado que eso sea. Hacernos cargo, los que gobiernan, los dirigentes de los clubes, los DT , los jugadores, los que salen por la tele y los que vamos de a pie, y volver a encarar lo que sigue, con los costos que haya que asumir, pero no de culpabilidad, mejor que sea de responsabilidad. Lo anterior confunde o peor, ensucia la cancha, porque se asocia la culpa a una especie de delito. Culpable de robarnos algo, quizás la eternización del pasaporte en 1era división, o del don maradoniano contraído en el 86, quien sabe. Culpable de ser joven y depositario de las peores desconfianzas.
Será cuestión de echar menos la culpa y recoger más el guante, cada uno allí donde transita, cada uno con el tamaño de guante que le corresponde. Porque es posible que eso que se conoce como fracaso escolar no sea la culpa del adolescente que deja el colegio sino responsabilidad de esa escuela y de las políticas educativas. O que referirse a los pibes como la juventud perdida es la muestra más evidente del que renuncia a hacerse cargo. Y entonces la autoridad no se mide solo con la regla del castigo (que es lo que hace tope en las encuestas, como si resolviera algo) sino especialmente con la sensibilidad y la firmeza de adultos que se hacen responsables, que significa hacerse garantes de las generaciones más jóvenes.
Por otro lado, parece que seguimos anestesiados por buenas dosis del individualismo feroz de los 90 y del “self made man”, aunque circulen los discursos de que formamos equipos en todos lados. Nos creemos que el todo es solo la suma de las partes, y nada más alejado que eso cuando se trata de armar una construcción colectiva que logre aquello que se propone. Seducidos por los efectos del mercado construimos el valor de la selección por la suma en euros de lo que cotizan los jugadores, pero advertimos que el juego colectivo no responde a dichos parámetros. De muy pequeños nos vamos acostumbrando a significar las cosas con un precio y le asignamos vital importancia, entonces ni nos animamos a ponderar otros valores. Será por eso que en la escuela muchas veces las notas se parecen al dinero, porque se trata de eso que uno tiene que acumular para poder pasar (aprobar) y entonces se otorga poco o ningún sentido a lo que se enseña o se aprende. Quien saca mas nota puede competir mejor en el juego, ya sea el de alumno o el de docente, entonces puede ascender, de grado, de cargo. Qué curioso, en nuestro fútbol de cada día el descenso también depende de las notas, del promedio y esas cuentas…
Parar la pelota, levantar la cabeza y mirar a los compañeros es una condición necesaria para pasar la pelota, pero no para sacársela de encima, sino para hacerse cargo del pase e intentar ver como se puede construir en equipo. Y el error podrá ser más que objeto de sanción la mejor fuente de aprendizaje. Y saber perder, una condición de grandeza y madurez.
Armar equipo es un desafío que supone la construcción de un relato común, que nutre identidad colectiva, y que requiere de tiempo, de ese bien que tanto escasea. Armar equipo supone algo del mediano o del largo plazo y eso va a contramano de una sociedad que parece componerse de episodios y fragmentos, en la era de los medios y de la urgencia.
8 de julio de 2011.
- Gabriel Brener es Lic. Educación (UBA) y Especialista en Gestión y Conducción del Sistema Educativo (FLACSO). Capacitador y asesor de docentes y directivos de escuelas. Ex director de escuela secundaria. Co-autor de “Violencia escolar bajo sospecha” 2009 Ed. Miño y Dávila Bs As.
http://alainet.org/active/47924&lang=es
(*) El siguiente artículo fue publicado por: Revista Digital "EDUCACIÓN ALTERNATIVA" Villa Regina, Río Negro Soledad López, Directora General E A T. Asesora Pedagógica. Diplomado Superior en Constructivismo y Educación-FLACSO Asociación Civil INCA, FADECS- Integrante de la Comisión Educación del Consejo Local de las Personas con Discapacidad.
Sin embargo, algunos hechos recientes nos advierten que a los adultos no solo nos cuesta parar la pelota, ni hablar de levantar la cabeza, sino especialmente lo que se hace ingobernable es saber perder.
Sin dudas es doloroso para un hincha que su equipo descienda, nos pasó a varios. Y si de un Titanic se trata resulta por lo menos impactante. Quizás porque solemos naturalizar aquello de que algunas cosas siempre fueron así y entonces ni nos animamos a suponer que pueden ser de otra forma. O es probable que sea realmente incómodo para buena parte de la sociedad, en sintonía con los medios (y viceversa) aceptar que hay cosas que pueden cambiar.
Hace solo un par de días, nuevamente la caída libre del exitismo contagioso, jugamos mal y los resultados de la copa América no son, por ahora, los esperados.
En los bares y las fabricas, en las oficinas y en las escuelas, en todos lados, vamos punteros, pero en el campeonato mundial del culpable. Buscamos culpables, y entonces casi sin juicio (pero no ese del “debido proceso”, sino el juicio que alude al uso de la razón) vamos despojándonos de lo más humano, insultamos a este o al otro, le deseamos peor vida y luego, desde la tribuna y también desde los micrófonos aparecen aquellos que piden linchamiento público. Quienes hace dos minutos eran Gardel y Le Pera se transforman en culpables, como si hubieran cometido un delito. Y no faltan aquellos dirigentes que van a la cabeza del razonamiento culpabilístico, se victimizan y señalan culpables, a los más jóvenes porque “hacen política”, a otros porque no lo dejan gobernar. Razonamientos que solo marcan la cancha estableciendo culpables y victimas, un esquema binario que simplifica las cosas, y nos hace creer que no pueden explicarse de otra forma.
Después nos sorprendemos cuando los medios de comunicación prenden las sirenas de alarma por la violencia en las escuelas, como si algunas de esas violencias pertenecieran a pequeños demonios que surgen por generación espontánea. Quiero decir, cuando los más chicos, o sea, nuestros hijos o alumnos reproducen ese razonamiento culpabilístico pasando en forma inmediata al golpe y enalteciendo la cultura del aguante.
Quizás sea momento para aprovechar la fuerza de esta violencia exitista, pero de otro modo. Tomar distancia de estos hechos y volver a mirar las mismas cuestiones, asumiendo una posición de responsabilidad, y un sincero hacerse cargo de uno mismo y de los otros. . En vez de culpar a los pibes porque fracasan en las escuelas, o porque son violentos, hacernos cargo de ellos como sociedad adulta y ofrecerles un mejor lugar, por más complicado que eso sea. Hacernos cargo, los que gobiernan, los dirigentes de los clubes, los DT , los jugadores, los que salen por la tele y los que vamos de a pie, y volver a encarar lo que sigue, con los costos que haya que asumir, pero no de culpabilidad, mejor que sea de responsabilidad. Lo anterior confunde o peor, ensucia la cancha, porque se asocia la culpa a una especie de delito. Culpable de robarnos algo, quizás la eternización del pasaporte en 1era división, o del don maradoniano contraído en el 86, quien sabe. Culpable de ser joven y depositario de las peores desconfianzas.
Será cuestión de echar menos la culpa y recoger más el guante, cada uno allí donde transita, cada uno con el tamaño de guante que le corresponde. Porque es posible que eso que se conoce como fracaso escolar no sea la culpa del adolescente que deja el colegio sino responsabilidad de esa escuela y de las políticas educativas. O que referirse a los pibes como la juventud perdida es la muestra más evidente del que renuncia a hacerse cargo. Y entonces la autoridad no se mide solo con la regla del castigo (que es lo que hace tope en las encuestas, como si resolviera algo) sino especialmente con la sensibilidad y la firmeza de adultos que se hacen responsables, que significa hacerse garantes de las generaciones más jóvenes.
Por otro lado, parece que seguimos anestesiados por buenas dosis del individualismo feroz de los 90 y del “self made man”, aunque circulen los discursos de que formamos equipos en todos lados. Nos creemos que el todo es solo la suma de las partes, y nada más alejado que eso cuando se trata de armar una construcción colectiva que logre aquello que se propone. Seducidos por los efectos del mercado construimos el valor de la selección por la suma en euros de lo que cotizan los jugadores, pero advertimos que el juego colectivo no responde a dichos parámetros. De muy pequeños nos vamos acostumbrando a significar las cosas con un precio y le asignamos vital importancia, entonces ni nos animamos a ponderar otros valores. Será por eso que en la escuela muchas veces las notas se parecen al dinero, porque se trata de eso que uno tiene que acumular para poder pasar (aprobar) y entonces se otorga poco o ningún sentido a lo que se enseña o se aprende. Quien saca mas nota puede competir mejor en el juego, ya sea el de alumno o el de docente, entonces puede ascender, de grado, de cargo. Qué curioso, en nuestro fútbol de cada día el descenso también depende de las notas, del promedio y esas cuentas…
Parar la pelota, levantar la cabeza y mirar a los compañeros es una condición necesaria para pasar la pelota, pero no para sacársela de encima, sino para hacerse cargo del pase e intentar ver como se puede construir en equipo. Y el error podrá ser más que objeto de sanción la mejor fuente de aprendizaje. Y saber perder, una condición de grandeza y madurez.
Armar equipo es un desafío que supone la construcción de un relato común, que nutre identidad colectiva, y que requiere de tiempo, de ese bien que tanto escasea. Armar equipo supone algo del mediano o del largo plazo y eso va a contramano de una sociedad que parece componerse de episodios y fragmentos, en la era de los medios y de la urgencia.
8 de julio de 2011.
- Gabriel Brener es Lic. Educación (UBA) y Especialista en Gestión y Conducción del Sistema Educativo (FLACSO). Capacitador y asesor de docentes y directivos de escuelas. Ex director de escuela secundaria. Co-autor de “Violencia escolar bajo sospecha” 2009 Ed. Miño y Dávila Bs As.
http://alainet.org/active/47924&lang=es
(*) El siguiente artículo fue publicado por: Revista Digital "EDUCACIÓN ALTERNATIVA" Villa Regina, Río Negro Soledad López, Directora General E A T. Asesora Pedagógica. Diplomado Superior en Constructivismo y Educación-FLACSO Asociación Civil INCA, FADECS- Integrante de la Comisión Educación del Consejo Local de las Personas con Discapacidad.
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