por Jorge Ricardo Enríquez.
Aunque no parezca, en cuarenta y ocho horas tenemos elecciones presidenciales.
Ningún comicio de este tipo -desde el advenimiento de la democracia a fines de 1983- ha estado rodeado, en sus semanas previas, de tanta apatía cívica.
El efecto de las extrañas elecciones primarias del 14 de agosto ha sido, en la práctica, generar la idea de que las elecciones ya ocurrieron y que la actual presidenta ha sido reelecta.
Es como una letanía de aquella consigna que el kirchnerismo disparó e instaló a principios de año, por cierto con éxito: “Cristina ya ganó”.
El resultado de aquellas estrafalarias elecciones fue tan adecuado para los objetivos del oficialismo que hasta pareció dibujado por éste: amplia mayoría -muy superior a la que indicaban las encuestas – para la señora de Kirchner y un empate en alrededor del 12% para el segundo y tercero.
Los partidos opositores se resignaron rápidamente al nuevo escenario y ni intentaron dialogar entre ellos para retirar algunas candidaturas y concentrar el voto en una sola. Al contrario, la pelea entre los postulantes de la oposición fue más intensa que la de estos con el oficialismo.
Ya desde los días posteriores al 14 de agosto quedó claro que las del 23 de octubre serían elecciones fundamentalmente legislativas y locales, por caso en los distritos en los que se eligen gobernador o intendentes.
Ante esa resignación de los dirigentes, la ciudadanía que aspiraba a un cambio dio por clausurada toda esperanza.
Pero esa actitud, que es comprensible, no es la mejor que podemos adoptar. Tenemos el deber de la esperanza. Nunca hay que resignarse. No se trata de acciones heroicas, como las que debieron realizar quienes nos legaron la independencia y más adelante la Organización Nacional. Sólo es necesario no bajar los brazos, no dejar de votar y dirigir nuestro voto en forma inteligente.
Una primera tentación que debe rehuirse es la del voto en blanco. Quien vota de esa forma cree que se pone afuera de la situación, pero es una falsa creencia. Somos responsables tanto de nuestras acciones como de nuestras omisiones. En rigor, el voto en blanco favorece al que va primero, en este caso a Cristina Kirchner.
De manera que el que vota en blanco tiene que saber que – aunque sea en forma indirecta – favorece la continuidad del actual “modelo”.
¿No le gusta ninguno de los demás candidatos? En la democracia, como en la vida, casi nunca lo ideal es una opción disponible. Optamos entre alternativas reales, que muchas veces son grises. Votemos, entonces, por el menos malo. No hay tantos candidatos como ciudadanos.
Ahora bien, si nos consideramos parte de la oposición tengamos cuidado en votar a candidatos a presidente y, sobre todo, a legisladores, que realmente vayan a comportarse como opositores. Porque hay algunos sin duda honestos y bien intencionados que no constituyen una alternativa real al oficialismo, sino más bien una variante prolija de éste.
Votemos el domingo positivamente. Si no gana un candidato opositor, como parece a esta altura inevitable, por lo menos pongamos en el Congreso representantes que ejerzan un efectivo control y puedan erigirse en un límite para un oficialismo cuya vocación hegemónica se profundizará desde el 24 de octubre.
Ningún comicio de este tipo -desde el advenimiento de la democracia a fines de 1983- ha estado rodeado, en sus semanas previas, de tanta apatía cívica.
El efecto de las extrañas elecciones primarias del 14 de agosto ha sido, en la práctica, generar la idea de que las elecciones ya ocurrieron y que la actual presidenta ha sido reelecta.
Es como una letanía de aquella consigna que el kirchnerismo disparó e instaló a principios de año, por cierto con éxito: “Cristina ya ganó”.
El resultado de aquellas estrafalarias elecciones fue tan adecuado para los objetivos del oficialismo que hasta pareció dibujado por éste: amplia mayoría -muy superior a la que indicaban las encuestas – para la señora de Kirchner y un empate en alrededor del 12% para el segundo y tercero.
Los partidos opositores se resignaron rápidamente al nuevo escenario y ni intentaron dialogar entre ellos para retirar algunas candidaturas y concentrar el voto en una sola. Al contrario, la pelea entre los postulantes de la oposición fue más intensa que la de estos con el oficialismo.
Ya desde los días posteriores al 14 de agosto quedó claro que las del 23 de octubre serían elecciones fundamentalmente legislativas y locales, por caso en los distritos en los que se eligen gobernador o intendentes.
Ante esa resignación de los dirigentes, la ciudadanía que aspiraba a un cambio dio por clausurada toda esperanza.
Pero esa actitud, que es comprensible, no es la mejor que podemos adoptar. Tenemos el deber de la esperanza. Nunca hay que resignarse. No se trata de acciones heroicas, como las que debieron realizar quienes nos legaron la independencia y más adelante la Organización Nacional. Sólo es necesario no bajar los brazos, no dejar de votar y dirigir nuestro voto en forma inteligente.
Una primera tentación que debe rehuirse es la del voto en blanco. Quien vota de esa forma cree que se pone afuera de la situación, pero es una falsa creencia. Somos responsables tanto de nuestras acciones como de nuestras omisiones. En rigor, el voto en blanco favorece al que va primero, en este caso a Cristina Kirchner.
De manera que el que vota en blanco tiene que saber que – aunque sea en forma indirecta – favorece la continuidad del actual “modelo”.
¿No le gusta ninguno de los demás candidatos? En la democracia, como en la vida, casi nunca lo ideal es una opción disponible. Optamos entre alternativas reales, que muchas veces son grises. Votemos, entonces, por el menos malo. No hay tantos candidatos como ciudadanos.
Ahora bien, si nos consideramos parte de la oposición tengamos cuidado en votar a candidatos a presidente y, sobre todo, a legisladores, que realmente vayan a comportarse como opositores. Porque hay algunos sin duda honestos y bien intencionados que no constituyen una alternativa real al oficialismo, sino más bien una variante prolija de éste.
Votemos el domingo positivamente. Si no gana un candidato opositor, como parece a esta altura inevitable, por lo menos pongamos en el Congreso representantes que ejerzan un efectivo control y puedan erigirse en un límite para un oficialismo cuya vocación hegemónica se profundizará desde el 24 de octubre.
Nota: muchos de estos conceptos vertidos por el autor coincido en la vida hay que decidir.
Y si no nos interesa la política seremos gobernados por gente que sí les interesa la política y la seguirán haciendo para su beneficio, el de círculo o partidario.
Como decía Tato Bores: "No se queje, si no se queja" y como cantaba Luis Aguilé esa canción para el laburante que se levanta a la seis de la mañana por que en mundo no se puede detener:
Con las urnas ya estamos soñando,
Cumpliremos felices votando,
Y aunque llegue quién llegue hasta el mando,
Siempre habrá que seguir laburando.
Soy laburante de Luis Aguilé
Cumpliremos felices votando,
Y aunque llegue quién llegue hasta el mando,
Siempre habrá que seguir laburando.
Soy laburante de Luis Aguilé
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
La diferencia de opiniones conduce a la investigación, y la investigación conduce a la verdad. - Thomas Jefferson 1743-1826.