Bonifacio Del Carril.
Bonifacio del Carril abogado, diplomático, historiador y
escritor argentino.
Biografía.
Doctor en derecho por la Universidad de Buenos Aires, fue
Subsecretario del Interior en 1944 (presidencia de Pedro Pablo Ramírez),
ministro de Relaciones Exteriores en 1962 —durante la presidencia de José María
Guido— y embajador extraordinario ante las Naciones Unidas en 1965 (presidencia
de Arturo Illia), para el debate sobre las islas Malvinas que culminó con la
Resolución 2065, un triunfo diplomático argentino.1 El motivo se debió a los
conocimientos que tenía sobre la historia del archipiélago.
En el debate de la resolución, expuso ante la Comisión
Política Especial y de Descolonización (Cuarta Comisión) de la Asamblea
General, un segundo alegato en defensa de los derechos de soberanía argentinos
(el primero había sido expresado por José María Ruda). Allí, del Carril
introdujo valoraciones históricas y aportó datos de fuentes británicas
obtenidas por él.
Miembro de la Academia Nacional de la Historia de la
República Argentina. Tres veces Presidente de la Academia Nacional de Bellas
Artes.
Colaboró durante cuarenta años con el diario La Nación.
Publicó más de trescientos artículos y más de sesenta libros y folletos sobre
política, historia, arte e iconografía argentina.
Promovió y propuso varias ideas tanto en política como en
cultura, como el sistema de balotaje, las elecciones primarias abiertas, el
período presidencial de cuatro años y la ley de libre circulación de bienes
culturales.
Durante el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional
instaurado en Argentina luego del golpe cívico-militar de 1976, Del Carril
participó en diversas actividades organizadas por el gobierno para mejorar su
imagen en el exterior, fuertemente afectada por las denuncias internacionales
de violación a los derechos humanos. Siguiendo las recomendaciones de la
agencia norteamericana de relaciones públicas Burson-Marsteller de “usar
celebridades especialmente seleccionadas y entrenadas para viajar por
diferentes países y hablar sobre Argentina y qué ofrece el país a los
turistas”, el gobierno organizó una comitiva de figuras para acompañar el viaje
del dictador Jorge Rafael Videla a Venezuela en 1977. Así, Del Carril (como
presidente de la Academia Nacional de Bellas Artes), el corredor Juan Manuel
Fangio y el Premio Nobel en Química Luis Federico Leloir integraron la comitiva
de la dictadura en Caracas que el 12 de mayo de 1977 acompañó el encuentro
entre Videla y el presidente venezolano Carlos Andrés Pérez.
Fue traductor al castellano de El Principito, de Antoine de
Saint-Exupéry, y de El extranjero, de Albert Camus.
En 1992 recibió el Premio Consagración Nacional en ciencias
históricas y sociales.
http://www.todo-argentina.net/biografias-argentinas/bonifacio-del-carril.php?id=1278
Bonifacio del Carril nace en Buenos Aires el 14 de abril de
1911.
Fallece el 23 de diciembre de 1994 fue un abogado,
diplomático, historiador y escritor argentino.
Anexo:
Antes de que Perón fuera Perón, en los inicios de su carrera
de ascenso al poder y cuando el movimiento político que llevaría su nombre y
cambiaría el curso de la historia argentina aún no figuraba en los planes de
nadie, entre sus primeros interlocutores civiles, producida la revolución
militar de junio del 43, se contaban algunos de quienes serían luego sus más
acérrimos enemigos. En ellos encontraría el influyente coronel su primera base
de apoyo político, antes de contar con los sindicatos desde la estratégica
Secretaría de Trabajo y Previsión. A ellos daría espacio en el gobierno
cívico-militar para escalar posiciones y librarse de los sectores
filo-fascistas y ultramontanos encaramados en el gobierno. De ellos tomaría
varias ideas para su plataforma de lanzamiento y su marca de identidad
política.
Todo ocurrió entre septiembre del 43 y julio del 44 y tuvo
como escenario el edificio de la esquina de Viamonte y Callao, donde funcionaba
la Secretaría de Guerra y en el que Perón había fijado su cuartel general junto
a sus camaradas de la logia GOU luego del exitoso levantamiento militar del 4
de junio, movimiento presentado por sus protagonistas como una revolución que
venía a terminar con una década de fraude y corrupción. Se encontraban en el
despacho de la calle Viamonte unos diez jefes militares con rangos de coronel y
teniente coronel y entre diez y doce jóvenes civiles de saco y corbata, pelo
engominado, abogados en su mayoría. Un capitán leyó un informe del Ejército
haciendo una descripción formal de los distintos partidos políticos entonces
existentes. El coronel Perón intervino sólo algunas veces con pocas palabras,
pero era evidente que era él quien dominaba la situación. Dijo que convenía que
se continuaran realizando reuniones para conocerse mejor, sugiriendo hacerlo
una vez por semana, todos los jueves; que podrían ser diecisiete los jóvenes
civiles porque eran diecisiete los jefes militares que estaban a cargo de la
situación –aludiendo al GOU, pero sin nombrarlo–; y anunció su propósito de
hacerse designar al frente del Departamento Nacional del Trabajo para iniciar
contacto con los sectores obreros.
Terminada esa primera reunión, los jóvenes salieron
entusiasmados por la perspectiva que se les abría, aunque las diferencias
ideológicas entre ellos eran tantas como las que mostraban los uniformados. Los
grupos nacionalistas veían al alcance de la mano el proyecto de ocupar el poder
con el apoyo eventual de algunos jefes militares a quienes consideraban, a
priori, intelectualmente inferiores y a quienes se proponían influir mediante
su mayor cultura y preparación doctrinaria. Entre ellos había tres grandes
subgrupos: los que se identificaban con el nacionalismo popular de raíz
yrigoyenista, nucleados en FORJA –allí participaba Arturo Jauretche–, los de
filiación conservadora y simpatías con alguna de las variantes del fascismo
europeo que habían participado activamente en la caída de Yrigoyen e
interpretaban el movimiento del 43 en continuidad con el golpe del 30, y los
que integraban el llamado Movimiento de la Renovación, también conservadores
que advertían sobre los defectos de la aplicación del sistema liberal en la
Argentina y condenaban el fraude pero repudiaban las inclinaciones fascistas de
sus compañeros de ruta y preconizaban “la renovación política y social del país
dentro de la ley y el orden”.
El primer adversario.
Este club político se había constituido en 1941, con un
manifiesto de cinco puntos cuya idea central era la propuesta de una “Tercera
Posición” frente a los partidos políticos liberales, por un lado, y los grupos
nacionalistas totalitarios por el otro. Sostenían la neutralidad frente a la
guerra “pero no para apoyar a los nazis, sino como una posición esencial de la
Nación, por razones semejantes a las que habían sostenido los EE.UU. hasta
Pearl Harbor” y la independencia económica “contra todos los imperialismos”.
“Ni anglófilos , ni germanófilos, ni neutrales de circunstancias; ni
liberalismo ni totalitarismo”. Hablaban además de soberanía política y justicia
social, reivindicando la raíz socialcristiana de estas ideas basadas en las
encíclicas papales y la doctrina social de la Iglesia. A Perón lo cautivó la
propuesta y la tomó como propia.
Su principal referente era Bonifacio del Carril, un
protagonista de aquellas reuniones que culminarán con su llegada al puesto
clave de subsecretario del Interior, acompañando al general Luis César
Perlinger en octubre del 43. Es durante esos meses que Del Carril y Perón
sostienen varias reuniones que tendrán una importante influencia en el curso de
los acontecimientos. En una de ellas, cuenta Del Carril en su libro Memorias
dispersas (1984), Perón le dice textualmente: “En este país se nace radical o
se nace conservador. Yo nací orejudo (apodo que los radicales aplicaban a los
conservadores), y mi abuelo era orejudo. Pero yo no voy a ser orejudo, que son
menos; voy a ser radical, que son más”. Su propósito, le explicaba, era atraer
al partido radical y organizar un movimiento obrero para que apoyase
oportunamente la salida electoral.
Relata Del Carril una visita a Perón en mayo del 44, en su
domicilio de Arenales y Coronel Díaz, donde el coronel guardaba cama aquejado
de un fuerte estado gripal. Allí lo encuentra leyendo las publicaciones del
Movimiento de la Renovación, y señalando el folleto que definía la tercera
posición, le dice: “Usted lo escribió; yo lo voy a hacer”. Y así lo haría dueño
de una extraordinaria intuición política: se desprendería de sus adversarios
castrenses y primeros aliados civiles y conduciría a aquella dictadura
cívico-militar cargada de contradicciones y elementos del pasado, hacia un
nuevo escenario más cercano a las realidades de la posguerra, el cual se
precipitaría en los sucesos del 17 de octubre del 45.
Aquel aliado inicial será su implacable adversario sin dejar
de reconocer sus rasgos de gran prestidigitador: “Decidió conquistar a las masas,
comprendiendo claramente que la pretensión de hacerlo desde afuera era vana y
que, en cambio, debía identificarse con ellas si quería conducirlas. Lo hizo
con gran habilidad, deliberada y concientemente. En su prédica empleaba un
recurso dialéctico primario: inventaba la existencia de un adversario o de una
idea contraria para tener a quien atacar y refutar como base de la
argumentación que desarrollaba. Utilizó con este fin la figura del oligarca, y
después, la del contreras, palabra que inventó y define claramente esta
peculiaridad. De esta manera dividió al país en peronistas y contreras”.
Del Carril y su gente, alistados junto a los militares que
resistirían el activismo de Perón en Trabajo y Previsión, sus relaciones con el
mundo obrero y su designación como ministro de Guerra y vicepresidente, y que
recelaban entre otras “cuestiones de piel” de la presencia de Evita en esos
conciliábulos, terminarían enfrentados con éste y constituirían el “núcleo
duro” de una enemistad perdurable, destinada a construir un nuevo antagonismo.
Desde entonces no dejaron de conspirar, estuvieron en la primera línea de
militares y civiles que impulsaron su derrocamiento en el 55 y formaron parte
de sucesivos gabinetes y elencos influyentes de los gobiernos que se sucedieron
luego de cada golpe de Estado. Del Carril, el mentor de los primeros escritos
sobre “la Tercera Posición”, participará de la llamada Revolución Libertadora
acompañando al general Julio Lagos, el antiguo teniente coronel del 43, en la
sublevación del Ejército del Cuyo. “Mientras hacíamos el largo periplo por San
Luis, San Juan y Mendoza –confesará luego– no pude dejar de recordar las
charlas y contra-charlas que habíamos mantenido con el coronel Perón en 1943 y
1944”.
El episodio que se relata tiene una significación que
trasciende lo anecdótico. Muestra que la historia política argentina puede ser
recorrida a través de sus relatos antagónicos o de las complejas relaciones que
se enhebran entre ellos. El antiperonismo no se explicaría de tal modo solamente
como una reacción visceral al fenómeno peronista que irrumpe en escena en
octubre del 45 –la alianza entre el líder militar y los trabajadores– sino
también como cristalización de la diversidad de vertientes por las que circuló
la tradición política liberal en la primera mitad del siglo veinte, entre el
apogeo y crisis del orden conservador y el modelo de la Generación del 80, el
ascenso del radicalismo, la restauración conservadora del 30, el golpe del 43 y
la irrupción del nacionalismo –en sus vertientes fascistas, populistas o
democráticas– hasta 1945. El período 43-46 ofrece, en tal sentido, el carácter
de gestación de procesos que darían a luz tiempo después, y cuyos derroteros
podrían haber tomado diferentes rumbos. En ellos, es posible conjeturar que la
antinomia peronismo-antiperonismo instituye identidades políticas especulares,
como dos caras de una misma moneda, dos sogas atadas en un mismo nudo. Y si así
fuera, no resultará extraño encontrarse con que los más acérrimos enemigos de
Perón serán precisamente quienes lo acompañaron en su primera llegada al poder.
Publicado en Diario “Clarín”. “La conjura previa al 17 de
octubre del 45”, 17/10/2014 Clarín.com Revista Ñ.
https://www.clarin.com/rn/ideas/conjura-previa-octubre_0_SyN4qOqP7e.html
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