Drácula también era peronista
Hace mucho tiempo que el peronismo perdió su brújula ideológica. Ocurrio cuando aún Juan Perón estaba vivo, y oscilaba entre Juan Manuel Abal Medina y José López Rega, Héctor Cámpora y Alberto Lastiri. Peronista puede ser cualquiera bajo cualquier circunstancia, y eso no solamente es escandaloso sino peligroso.
Por CARLOS SALVADOR LA ROSA.
MENDOZA (Los Andes). En su reciente libro, “El silencio de los historiadores”, la profesora mendocina Nidia Carrizo de Muñoz nos ofrece una tesis muy razonable acerca de las razones de la supervivencia del peronismo. Ella lo explica así: “La permanencia del peronismo se mantuvo a través de la historia argentina, material y simbólicamente, y fue el resultado de lo logrado -no de lo no logrado- como reforma social o como afianzamiento de una sociedad ya transformada”.
Luego, extendiendo esa caracterización a otros populismos latinoamericanos similares, la historiadora define del siguiente modo el papel actual de ellos: “Es factible que se conviertan en las fuerzas tradicionales de América Latina, con las que tendrá que lidiar cualquiera otra que surja en el futuro”.
Mejor que decir es hacer. En otras palabras, el primer peronismo, el del '45, sobrevivió a su tiempo y a las más variadas circunstancias históricas no por haberse mantenido fiel a sí mismo ni por haber mutado en otra cosa, sino porque quedó grabado en la conciencia colectiva de la mayoría de los argentinos, infinitamente más por lo que hizo que por lo que no hizo o hizo mal.
Ninguna otra fuerza política después de él, cuenta con tan poderosa y positiva calificación histórica, ni siquiera sus continuaciones del mismo signo.
Mejor que hacer es decir. Sin embargo, el peronismo como "marca" ha sabido apropiarse de esa herencia, pero en nombre de aquella fenomenal transformación social (se esté de acuerdo o no con ella) se ha convertido en la fuerza más conservadora de la Argentina (no en el sentido ideológico del término, sino de su capacidad para mantener todo igual e impedir que otros lo intenten cambiar).
Auge y ocaso del liberalismo pre-peronista
Los historiadores revisionistas peronistas de los '60 y '70 hablaban de un proceso similar ocurrido con el liberalismo argentino. Particularmente dos íconos del kirchnerismo: Arturo Jauretche y Jorge Abelardo Ramos, quienes no eran en absoluto antiliberales, indigenistas y populistas como sus supuestos continuadores actuales.
Ambos reivindicaban como principal héroe del liberalismo nacional justo a aquel personaje histórico que hoy el “progrekirchnerismo” borra su nombre de todas las calles acusándolo de ser el primer genocida: Julio Argentino Roca, el presidente que -según Ramos y Jauretche- federalizó e integró la Nación venciendo al separatismo porteño, entre no pocas otras proezas.
Para ellos, Roca era la cabeza visible de un "patriciado" liberal que modernizó estructuralmente a la Argentina sólo que luego sus continuadores se aprovecharon de tal impronta fundacional para gozar de sus privilegios presentes en nombre de las pasadas glorias.
Devinieron, según Ramos, de un patriciado liberal en una oligarquía conservadora e incluso, durante sus últimos años, en un sistema clientelar que dominaba Buenos Aires con apólogos del fraude como el gobernador Manuel Fresco o el intendente Alberto Barceló y que quería hacer presidente a gente como Robustiano Patrón Costas, paradigma de las oligarquías feudales que conducían a las provincias.
No obstante, pese a su decadencia evidente, ese sistema sobrevivió hasta los años '40 no sólo por el fraude sino porque ninguna fuerza política propuso una reforma lo suficientemente drástica como para poner en tela de juicio el paradigma histórico en el que se apoyaban estos caudillos bonaerenses y estos patrones de estancia provinciales.
Fue el peronismo quien produjo este cambio fundamental y por eso hasta hoy, una y otra vez, retorna al poder. Por el recuerdo de lo que hizo y porque aún no apareció un recambio de magnitud similar.
Similitudes entre peronismo y liberalismo
Aunque el peronismo en democracia haya demostrado una habilidad camaleónica excepcional entre sus estratos dirigenciales para hacer suya cualquier ideología, por debajo -como el liberalismo en su tiempo- fue conformando una estructura política en el conurbano y en las provincias muy, pero muy similar a precisamente aquélla que el primer peronismo vino a borrar de la escena.
Es una estructura territorial que ha devenido algo así como el grado cero de la política argentina, que se vende como la garantía última de gobernabilidad cuando todas las propuestas nacionales hacen crisis (incluso las propias peronistas).
Este peronismo “a secas” se especializa, frente a cada crisis, en asegurarnos la supervivencia mínima pero haciendo que se la paguemos a precio de oro e impidiendo que algo cambie en la Argentina.
Peronistas somos todos
Se trata de un peronismo al cual se subieron Menem, Duhalde o Kirchner pero que los excede y sobrevive a todos, que se ha consolidado en las bases del tejido político argentino y se lo ha apropiado casi enteramente haciendo gala de una maleabilidad extraordinaria, aplicando siempre la misma técnica: cooptar todo lo que se le enfrente desde afuera, incorporándolo dentro y quitarle allí toda potencia transformadora.
Al alfonsinismo le ganó mimetizándose con él a través del peronismo renovador pero luego, para gobernar, se mimetizó con el liberalismo en su momento de alza mundial. En su último ciclo hasta ahora, hizo lo mismo con quien fuera el critico ideológico principal del menemismo, el autodenominado “progresismo”.
Lo buscó en las aulas de ciencias sociales, en las escuelas de periodismo, entre los artistas “comprometidos”, revivió el espiritu setentista de muchos funcionarios peronistas que se habían olvidado de que fueron de jóvenes, le imprimió algo de ese revival en forma de mística a una porción de la juventud sin ninguna mística política… hasta transformar al progresismo en ideología oficial pero conducida… por el peronismo “a secas”; aunque los pobrecitos sueñen -como soñaron todos sus antecesores- con lo contrario.
Así, al asimilar todas las ideologías, el peronismo no es nada en términos ideológicos pero lo es todo en términos de poder.
En cambio, todas las ideologías con posibilidades de contribuir a gestar la fuerza política que encare el recambio histórico del peronismo (la socialdemocracia republicana, el liberalismo económico, el progresismo de izquierdas) al querer desarrollar su contenido dentro del continente peronista, sólo logran alimentar a este último a cambio de que todos sus contenidos devengan "conservadores", en el sentido de imposibilitados de transformar nada, ni dentro ni fuera del peronismo.
Drácula también era peronista. El creador de este gran movimiento que fue el peronismo, murió intentando echar a los “infiltrados” que él mismo atrajo a su vera por necesidades de ocasión. En cambio, sus sucesores decidieron hacer exactamente lo contrario: darle la bienvenida a todo “infiltrado” pero, una vez adentro, chuparles hasta la última gota de sangre.
Al igual que Drácula, usan de alimento para seguir viviendo a todas esas buenas almas que -incapaces o faltos de coraje para construir una nueva alternancia histórica- pretenden colgarse (con la soberbia de sus ideologismos librescos) de aquello que en realidad deberían superar.
Con lo cual queda claro que la culpa no es de Drácula sino de quien le da de comer. O peor, de quien se deja comer.
Fuente de información e imagen: http://www.urgente24.com/
Luego, extendiendo esa caracterización a otros populismos latinoamericanos similares, la historiadora define del siguiente modo el papel actual de ellos: “Es factible que se conviertan en las fuerzas tradicionales de América Latina, con las que tendrá que lidiar cualquiera otra que surja en el futuro”.
Mejor que decir es hacer. En otras palabras, el primer peronismo, el del '45, sobrevivió a su tiempo y a las más variadas circunstancias históricas no por haberse mantenido fiel a sí mismo ni por haber mutado en otra cosa, sino porque quedó grabado en la conciencia colectiva de la mayoría de los argentinos, infinitamente más por lo que hizo que por lo que no hizo o hizo mal.
Ninguna otra fuerza política después de él, cuenta con tan poderosa y positiva calificación histórica, ni siquiera sus continuaciones del mismo signo.
Mejor que hacer es decir. Sin embargo, el peronismo como "marca" ha sabido apropiarse de esa herencia, pero en nombre de aquella fenomenal transformación social (se esté de acuerdo o no con ella) se ha convertido en la fuerza más conservadora de la Argentina (no en el sentido ideológico del término, sino de su capacidad para mantener todo igual e impedir que otros lo intenten cambiar).
Auge y ocaso del liberalismo pre-peronista
Los historiadores revisionistas peronistas de los '60 y '70 hablaban de un proceso similar ocurrido con el liberalismo argentino. Particularmente dos íconos del kirchnerismo: Arturo Jauretche y Jorge Abelardo Ramos, quienes no eran en absoluto antiliberales, indigenistas y populistas como sus supuestos continuadores actuales.
Ambos reivindicaban como principal héroe del liberalismo nacional justo a aquel personaje histórico que hoy el “progrekirchnerismo” borra su nombre de todas las calles acusándolo de ser el primer genocida: Julio Argentino Roca, el presidente que -según Ramos y Jauretche- federalizó e integró la Nación venciendo al separatismo porteño, entre no pocas otras proezas.
Para ellos, Roca era la cabeza visible de un "patriciado" liberal que modernizó estructuralmente a la Argentina sólo que luego sus continuadores se aprovecharon de tal impronta fundacional para gozar de sus privilegios presentes en nombre de las pasadas glorias.
Devinieron, según Ramos, de un patriciado liberal en una oligarquía conservadora e incluso, durante sus últimos años, en un sistema clientelar que dominaba Buenos Aires con apólogos del fraude como el gobernador Manuel Fresco o el intendente Alberto Barceló y que quería hacer presidente a gente como Robustiano Patrón Costas, paradigma de las oligarquías feudales que conducían a las provincias.
No obstante, pese a su decadencia evidente, ese sistema sobrevivió hasta los años '40 no sólo por el fraude sino porque ninguna fuerza política propuso una reforma lo suficientemente drástica como para poner en tela de juicio el paradigma histórico en el que se apoyaban estos caudillos bonaerenses y estos patrones de estancia provinciales.
Fue el peronismo quien produjo este cambio fundamental y por eso hasta hoy, una y otra vez, retorna al poder. Por el recuerdo de lo que hizo y porque aún no apareció un recambio de magnitud similar.
Similitudes entre peronismo y liberalismo
Aunque el peronismo en democracia haya demostrado una habilidad camaleónica excepcional entre sus estratos dirigenciales para hacer suya cualquier ideología, por debajo -como el liberalismo en su tiempo- fue conformando una estructura política en el conurbano y en las provincias muy, pero muy similar a precisamente aquélla que el primer peronismo vino a borrar de la escena.
Es una estructura territorial que ha devenido algo así como el grado cero de la política argentina, que se vende como la garantía última de gobernabilidad cuando todas las propuestas nacionales hacen crisis (incluso las propias peronistas).
Este peronismo “a secas” se especializa, frente a cada crisis, en asegurarnos la supervivencia mínima pero haciendo que se la paguemos a precio de oro e impidiendo que algo cambie en la Argentina.
Peronistas somos todos
Se trata de un peronismo al cual se subieron Menem, Duhalde o Kirchner pero que los excede y sobrevive a todos, que se ha consolidado en las bases del tejido político argentino y se lo ha apropiado casi enteramente haciendo gala de una maleabilidad extraordinaria, aplicando siempre la misma técnica: cooptar todo lo que se le enfrente desde afuera, incorporándolo dentro y quitarle allí toda potencia transformadora.
Al alfonsinismo le ganó mimetizándose con él a través del peronismo renovador pero luego, para gobernar, se mimetizó con el liberalismo en su momento de alza mundial. En su último ciclo hasta ahora, hizo lo mismo con quien fuera el critico ideológico principal del menemismo, el autodenominado “progresismo”.
Lo buscó en las aulas de ciencias sociales, en las escuelas de periodismo, entre los artistas “comprometidos”, revivió el espiritu setentista de muchos funcionarios peronistas que se habían olvidado de que fueron de jóvenes, le imprimió algo de ese revival en forma de mística a una porción de la juventud sin ninguna mística política… hasta transformar al progresismo en ideología oficial pero conducida… por el peronismo “a secas”; aunque los pobrecitos sueñen -como soñaron todos sus antecesores- con lo contrario.
Así, al asimilar todas las ideologías, el peronismo no es nada en términos ideológicos pero lo es todo en términos de poder.
En cambio, todas las ideologías con posibilidades de contribuir a gestar la fuerza política que encare el recambio histórico del peronismo (la socialdemocracia republicana, el liberalismo económico, el progresismo de izquierdas) al querer desarrollar su contenido dentro del continente peronista, sólo logran alimentar a este último a cambio de que todos sus contenidos devengan "conservadores", en el sentido de imposibilitados de transformar nada, ni dentro ni fuera del peronismo.
Drácula también era peronista. El creador de este gran movimiento que fue el peronismo, murió intentando echar a los “infiltrados” que él mismo atrajo a su vera por necesidades de ocasión. En cambio, sus sucesores decidieron hacer exactamente lo contrario: darle la bienvenida a todo “infiltrado” pero, una vez adentro, chuparles hasta la última gota de sangre.
Al igual que Drácula, usan de alimento para seguir viviendo a todas esas buenas almas que -incapaces o faltos de coraje para construir una nueva alternancia histórica- pretenden colgarse (con la soberbia de sus ideologismos librescos) de aquello que en realidad deberían superar.
Con lo cual queda claro que la culpa no es de Drácula sino de quien le da de comer. O peor, de quien se deja comer.
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La diferencia de opiniones conduce a la investigación, y la investigación conduce a la verdad. - Thomas Jefferson 1743-1826.