No hubo en el siglo pasado un político -en una época en que todavía la dirigencia se reclutaba entre personas de prestigios personales- como Federico Pinedo, con su formación intelectual y su tesón para bregar por una Argentina republicana, próspera y prestigiosa en el mundo. Se recibió muy joven de abogado, dominaba el alemán, el inglés y el francés y conocía a todos los grandes pensadores que entre el siglo XVIII y su tiempo, aportaron a la gran transformación del mundo.
Pinedo fue mucho más que un gran político, era un estadista. Supo resolver la peor crisis mundial del siglo pasado y anticiparse a los grandes cambios que la segunda guerra mundial traería al mundo y sus repercusiones inevitables en la Argentina. De haber contado con la comprensión de la dirigencia de entonces, enredada en pequeñas disputas, tal vez la Argentina no hubiera soportado el largo ciclo de decadencia que debemos revertir.
En agosto de 1933 asume el Ministerio de Hacienda, bajo la presidencia de Agustín P. Justo, en plena crisis mundial convertida en depresión por los errores cometidos luego del estallido. A dos años del crack bursátil, en el mundo el PBI industrial ha bajado 37%, las importaciones 60% y los créditos internacionales 90%. El precio del trigo dos tercios.
La tasa de desocupación en Alemania alcanza al 44%, en los EEUU 27% y en Gran Bretaña 23%. En nuestro país caen las exportaciones 34% y la producción en 1930 baja 14%. La desocupación se extiende.
El ministro Pinedo encuentra un presupuesto equilibrado, se acababa de aprobar el impuesto a la renta, pero con la actividad económica paralizada y el sistema financiero por derrumbarse (pues los deudores no podían pagar y los activos que respaldaban los créditos, se habían desvalorizado), el ministro apunta a salvar las estructuras productivas del país y comprende que la clave está en el sistema financiero.
Con la revaluación de las tenencias de oro, la creación del Banco Central y la refinanciación de pasivos, el país se recupera rápido. Por otro lado se da un proceso de sustitución de importaciones. En 1934 el PBI industrial alcanza al agropecuario y 5 años más tarde lo duplica. La desocupación deja de ser un problema, se evitan la caída de Bancos que en los EEUU -con doce mil bancos quebrados- demoró la solución de la gran depresión.
En agosto de 1940 asume el mando el vicepresidente Ramón Castillo por licencia de Roberto Ortiz, dada su avanzada ceguera. Castillo lo designa nuevamente a Federico Pinedo como ministro de Hacienda.
El ya experimentado hombre público regresa al gobierno convencido que del conflicto bélico surgirá un nuevo escenario mundial, por lo cual, para emprender otro ciclo de crecimiento y progreso -similar al de la generación del 80- hay que adaptarse a las nuevas realidades. Pinedo siempre creyó que nuestro futuro sería exitoso, en la medida que supiéramos insertarnos en el mundo.
Presenta un plan económico al Congreso Nacional que consiste en proteger a los agricultores ante el cierre de los mercados de Europa por la ocupación nazi. Propone la promoción de la industrialización del país, especialmente la que requiere insumos y materias primas nacionales, vía créditos a 15 años y garantías de protección por una década a partir del fin de la guerra.
Viaja al Brasil a fin de convenir un plan de industrialización conjunta, para contar con mercados más grandes, debido a la poca población argentina (14 millones de personas) y el escaso poder de compra de los brasileños de entonces. Pinedo pretendía una industria capaz de exportar al exterior.
Toma la iniciativa -concretada después de su renuncia- de mandar una misión a los EEUU, que tiempo después logrará el primer tratado comercial con ese país. Es que el estadista comprende que los EEUU consolidarán su rol de gran potencia, mientras el Imperio británico no podrá evitar su decadencia, a pesar de triunfar en el conflicto bélico. Entiende que los EEUU no son sólo un gran país, sino una civilización distinta, como en 1847 lo advirtió Sarmiento y más tarde Carlos Pellegrini y Juan B Justo.
Pinedo tiene clara la necesidad de fortalecer las instituciones y de terminar con el fraude. Por eso viaja a Mar del Plata para entrevistarse con Marcelo Torcuato de Alvear, líder del radicalismo. Le pide apoyo a su programa y le propone trabajar en un acuerdo político para superar los enfrentamientos estériles y lograr una mayor calidad democrática.
En lo social proponía un sistema de préstamos a 30 años para la vivienda de los trabajadores, descartando las construcciones por el Estado, fuente de burocracia, sobreprecios y corrupción.
Logra la aprobación del Senado para sus propuestas económicas, pero no consigue el apoyo de la oposición en diputados. El radicalismo se pronuncia contra la industrialización y la vivienda popular. En cuando a las mejoras políticas, tampoco tiene Pinero apoyo entre los suyos y menos Alvear entre sus correligionarios. Aunque no será la última vez que Pinedo busca acuerdos patrióticos.
En 1953 sufre prisión por ser opositor. Desde la cárcel le envía una carta al ministro del Interior de Perón, Angel Borlenghi, diciéndole que un gobierno con tan alto respaldo popular no necesita tener presos políticos y propone el diálogo entre gobierno y oposición para la pacificación y para encarar la solución de los problemas concretos que soportaba el país, con una economía estancada a fines de 1948, que soportaba situaciones parecidas a las actuales, como la crisis energética y el colapso del sistema de transporte, agravado -entonces- por la insuficiencia de las exportaciones argentinas.
La crisis que hoy soporta el planeta, también ofrece nuevas oportunidades. Viejos problemas estructurales de nuestro país, y otros que han reaparecido como el energético y la obsolescencia de los sistemas de transporte de cargas y pasajeros, nos marcan la ausencia de estadistas como Pinedo.
Seguramente de haber podido influir en los países centrales, les recordaría que para salvar los bancos hay que ayudar a los deudores a pagar, pues de nada sirve quedarse con sus activos o sus casas si las mismas se desvalorizan por falta de demanda.
A los argentinos nos diría, reduzcan el nivel de confrontación, elaboren una agenda constructiva, no se aíslen del mundo, profundicen los lazos con los países vecinos, mejoren la calidad institucional, terminen con la pobreza, restablezcan las instituciones republicanas.
Pinedo fue mucho más que un gran político, era un estadista. Supo resolver la peor crisis mundial del siglo pasado y anticiparse a los grandes cambios que la segunda guerra mundial traería al mundo y sus repercusiones inevitables en la Argentina. De haber contado con la comprensión de la dirigencia de entonces, enredada en pequeñas disputas, tal vez la Argentina no hubiera soportado el largo ciclo de decadencia que debemos revertir.
En agosto de 1933 asume el Ministerio de Hacienda, bajo la presidencia de Agustín P. Justo, en plena crisis mundial convertida en depresión por los errores cometidos luego del estallido. A dos años del crack bursátil, en el mundo el PBI industrial ha bajado 37%, las importaciones 60% y los créditos internacionales 90%. El precio del trigo dos tercios.
La tasa de desocupación en Alemania alcanza al 44%, en los EEUU 27% y en Gran Bretaña 23%. En nuestro país caen las exportaciones 34% y la producción en 1930 baja 14%. La desocupación se extiende.
El ministro Pinedo encuentra un presupuesto equilibrado, se acababa de aprobar el impuesto a la renta, pero con la actividad económica paralizada y el sistema financiero por derrumbarse (pues los deudores no podían pagar y los activos que respaldaban los créditos, se habían desvalorizado), el ministro apunta a salvar las estructuras productivas del país y comprende que la clave está en el sistema financiero.
Con la revaluación de las tenencias de oro, la creación del Banco Central y la refinanciación de pasivos, el país se recupera rápido. Por otro lado se da un proceso de sustitución de importaciones. En 1934 el PBI industrial alcanza al agropecuario y 5 años más tarde lo duplica. La desocupación deja de ser un problema, se evitan la caída de Bancos que en los EEUU -con doce mil bancos quebrados- demoró la solución de la gran depresión.
En agosto de 1940 asume el mando el vicepresidente Ramón Castillo por licencia de Roberto Ortiz, dada su avanzada ceguera. Castillo lo designa nuevamente a Federico Pinedo como ministro de Hacienda.
El ya experimentado hombre público regresa al gobierno convencido que del conflicto bélico surgirá un nuevo escenario mundial, por lo cual, para emprender otro ciclo de crecimiento y progreso -similar al de la generación del 80- hay que adaptarse a las nuevas realidades. Pinedo siempre creyó que nuestro futuro sería exitoso, en la medida que supiéramos insertarnos en el mundo.
Presenta un plan económico al Congreso Nacional que consiste en proteger a los agricultores ante el cierre de los mercados de Europa por la ocupación nazi. Propone la promoción de la industrialización del país, especialmente la que requiere insumos y materias primas nacionales, vía créditos a 15 años y garantías de protección por una década a partir del fin de la guerra.
Viaja al Brasil a fin de convenir un plan de industrialización conjunta, para contar con mercados más grandes, debido a la poca población argentina (14 millones de personas) y el escaso poder de compra de los brasileños de entonces. Pinedo pretendía una industria capaz de exportar al exterior.
Toma la iniciativa -concretada después de su renuncia- de mandar una misión a los EEUU, que tiempo después logrará el primer tratado comercial con ese país. Es que el estadista comprende que los EEUU consolidarán su rol de gran potencia, mientras el Imperio británico no podrá evitar su decadencia, a pesar de triunfar en el conflicto bélico. Entiende que los EEUU no son sólo un gran país, sino una civilización distinta, como en 1847 lo advirtió Sarmiento y más tarde Carlos Pellegrini y Juan B Justo.
Pinedo tiene clara la necesidad de fortalecer las instituciones y de terminar con el fraude. Por eso viaja a Mar del Plata para entrevistarse con Marcelo Torcuato de Alvear, líder del radicalismo. Le pide apoyo a su programa y le propone trabajar en un acuerdo político para superar los enfrentamientos estériles y lograr una mayor calidad democrática.
En lo social proponía un sistema de préstamos a 30 años para la vivienda de los trabajadores, descartando las construcciones por el Estado, fuente de burocracia, sobreprecios y corrupción.
Logra la aprobación del Senado para sus propuestas económicas, pero no consigue el apoyo de la oposición en diputados. El radicalismo se pronuncia contra la industrialización y la vivienda popular. En cuando a las mejoras políticas, tampoco tiene Pinero apoyo entre los suyos y menos Alvear entre sus correligionarios. Aunque no será la última vez que Pinedo busca acuerdos patrióticos.
En 1953 sufre prisión por ser opositor. Desde la cárcel le envía una carta al ministro del Interior de Perón, Angel Borlenghi, diciéndole que un gobierno con tan alto respaldo popular no necesita tener presos políticos y propone el diálogo entre gobierno y oposición para la pacificación y para encarar la solución de los problemas concretos que soportaba el país, con una economía estancada a fines de 1948, que soportaba situaciones parecidas a las actuales, como la crisis energética y el colapso del sistema de transporte, agravado -entonces- por la insuficiencia de las exportaciones argentinas.
La crisis que hoy soporta el planeta, también ofrece nuevas oportunidades. Viejos problemas estructurales de nuestro país, y otros que han reaparecido como el energético y la obsolescencia de los sistemas de transporte de cargas y pasajeros, nos marcan la ausencia de estadistas como Pinedo.
Seguramente de haber podido influir en los países centrales, les recordaría que para salvar los bancos hay que ayudar a los deudores a pagar, pues de nada sirve quedarse con sus activos o sus casas si las mismas se desvalorizan por falta de demanda.
A los argentinos nos diría, reduzcan el nivel de confrontación, elaboren una agenda constructiva, no se aíslen del mundo, profundicen los lazos con los países vecinos, mejoren la calidad institucional, terminen con la pobreza, restablezcan las instituciones republicanas.
Por Roberto Azaretto - Integra la Academia Argentina de la Historia. Autor del libro: “Federico Pinero, Político y Economista”.
Publicado en Diario "Los Andes" de Mendoza, 1 de noviembre de 2011.
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