Grafton: el experimento libertario que terminó mal.
En este pueblo de Estados Unidos se aplicaron a fondo las ideas de Milei. Pero salió mal: ocurrieron homicidios, delitos y terminaron siendo atacados por osos. Las similitudes con el Presidente argentino.
JUAN LUIS GONZÁLEZ.
Periodista de política.
Dios, se sabe, actúa de maneras misteriosas. Pero, después de siglos de buscar respuestas, parecería que los últimos años vienen a dejar algo en claro: Dios los prefiere libertarios.
En algún momento del 2020 este ser supremo le habló a Javier Milei, que entonces era un economista más de la fauna mediática. Le dijo que tenía una “misión”: meterse en política, ya que estaba “destinado” a ser Presidente en el 2023. Esa historia ya se sábe cómo terminó, y el ahora líder de los argentinos debe estar más convencido que nunca de que realmente es un elegido por esta mano divina.
Pero, de una manera increíblemente llamativa, no es el único libertario que tiene línea directa con Dios. El otro era John Connell, un retirado obrero de Massachusetts, en Estados Unidos. En el 2010, mientras pasaba unas vacaciones en el pueblo de Grafton, se detuvo frente a una Iglesia casi abandonada. Mejor dicho, se paró frente al cartel que estaba en la puerta, que decía “se vende”. Y fue en ese preciso momento que escuchó la misma voz que, una década más tarde, escucharía Milei. “Sólo hazlo, amigo”, le dijo. Y Connell, claro, lo hizo: gastó gran parte de sus ahorros para comprar el viejo edificio.
Pero lo que iba a suceder en los años siguientes no se parecía en nada a un paraíso. La Iglesia terminaría prendida fuego con Connell adentro. Y el “Free Town Project”, la razón por la cual el obrero elegido por Dios y otros cientos de personas con su ideología habían desembarcado en Grafton, también tendría un desenlace trágico: ese proyecto, el único experimento libertario real de la historia, terminaría enfrentándose a osos salvajes. Y ni siquiera las fuerzas del cielo podrían detenerlos.
Los osos, en lo que fue el primer ataque registrado a humanos en más de un siglo, serían los vencedores.
Hola a todos. “Yo considero al Estado como un enemigo: los impuestos son una rémora de la esclavitud. Soy un liberal libertario, un anarquista de mercado. Creo en los individuos, creo en el autogobierno”.
El que habla no es ninguno de los aproximadamente doscientos libertarios que inundaron Grafton -un pequeño pueblo que contaba con poco más de mil habitantes- a partir del 2004, sino Milei. La ideología del Presidente es idéntica a la de los que llegaron a este lugar perdido entre los bosques del distrito de New Hamsphire: libertarios que leían a Ayn Rand y a Murray Rothbard, que bregaban por la desaparición del Estado (y de los odiosos impuestos a través de los cuales se hace presente) y que llegaron a sostener las mismas extravagantes ideas que alguna vez Milei propuso, como la legalización de la venta de órganos, la libre portación de armas y la implementación de un sistema de vouchers para la educación, entre otras.
Por eso el estudio de lo que sucedió en Grafton es tan interesante: es un ejemplo de lo que pasa en un lugar si se aplican -sin cosas como las trabas que impone la división de poderes en Argentina- las ideas del Presidente. “Es probable que el discurso de Milei encuentre varias áreas de fricción entre el ideal libertario teórico y el mundo real”, dice el periodista Matthew Hongoltz-Hetling, finalista del premio Pulitzer, que investigó el caso de Grafton y lo plasmó en su libro “Un libertario se cruza con un oso”. “Yo vi este debate entre teoría y realidad en un nivel muy pequeño. Y fue un espectáculo de terror”, dice, en una entrevista exclusiva con NOTICIAS.
El rey de un mundo salvaje. Los primeros libertarios llegaron a Grafton en febrero de 2004. Iban en una camioneta y eran cuatro: Tim Condon, abogado, 55 años, con treinta años de activismo político libertario, Larry Pendarvis, 61, asiduo de los foros extremistas de internet y que había estado procesado por el consumo de pornografía infantil, Tony Lekas, ingeniero de sofwtare que soñaba con convertirse en instructor de armas de fuego, y Bob Hull, de 58, que en su díficil adolescencia en la que sufrió bullyng había ganado increíblemente la lotería y sería uno de los mayores aportantes económicos al proyecto.
Habían pasado antes por 28 ciudades. Pero Grafton, muy cerca de la frontera con Cánada, era distinta. El pueblo tenía una larga historia de evasión fiscal y antiautoritarismo: a finales del siglo XVIII habían votado a favor de separarse de los Estados Unidos para unirse a lo que era la República Independiente de Vermont... porque esta les prometía no cobrarles impuestos. Además, el estado de New Hampshire tiene una tradición de valorar las libertades individuales, que expresan en su slogan oficial “vive libre o muere”, o en el hecho de que son la única provincia en donde no es obligatorio usar cinturón de seguridad, donde no se cobran impuestos sobre las ventas y -una muy importante para los colonos- no tienen ninguna regulación de zonificación, lo que permitía levantar cualquier tipo de construcción, como tiendas o cabañas improvisadas.
Había también otra razón por la cual levantar el “Free Town Project” en Grafton. Ahí vivía John Babiarz, un libertario que varias veces antes se había postulado como candidato a gobernador y que, para los parámetros de este movimiento, no le había ido tan mal: en 2002, con el slogan “el gobierno no es la solución, es el problema” -frase que bien podría decir Milei-, había sacado 3% de los votos en esa elección, en lo que sigue siendo un récord para los libertarios. Fue Babiarz, de hecho, quien recibió a los cuatro miembros originales de la camioneta en el pueblo. Tiempo después, se arrepentiría de esta decisión, cuando como jefe de los bomberos voluntarios del pueblo vio los límites entre la teoría y la práctica: quiso apagar un fuego en una zona boscosa pero los libertarios que lo habían prendido lo acusaron de “estatista” y de entrometerse con su libertad.
Las fuerzas del suelo. La idea de los libertarios era clara: copar un pueblo e ir incidiendo en sus políticas hasta llegar a un Estado inexistente que no los atosigara con los impuestos y que se convirtiera luego en un faro para todos los libertarios del mundo.
Mediente foros y las redes, Babiarz y los otros cuatro empezaron a invitar a gente como ellos de todas partes del país, sin ningún tipo de requisito: todos eran bienvenidos. “Esta idea de acogeremos a todos mientras firmen esta agenda política, conduce a mucha tolerancia hacia cosas que normalmente serían descartadas: tolerancia al racismo, tolerancia a la intolerancia. Y lo que efectivamente pasó fue que convocaron a los libertarios más extremos de cada comunidad y los llevaron a todos al mismo lugar. O sea: se seleccionó a un grupo muy particular de personas con puntos de vista muy desequilibrados, y los convencieron de que esos puntos de vista no sólo deberían estar bien para ellos, sino que deberían estar bien para todos los demás en Grafton”, dice Hongoltz-Hetling.
Los libertarios irrumpieron con todo. En junio de 2004 hicieron su primera demostración de fuerza en la asamblea anual del pueblo. Para ese momento, Hull había comprado varios lotes e instalado allí a decenas de simpatizantes de la causa -que en su mayoría eran hombres, como el grueso del núcleo duro de los seguidores de Milei-.
Los cambios se harían notar rápido, con un apoyo que probaría ser vital: muchos residentes originales del pueblo que vieron con buenos ojos la pelea por pagar menos impuestos. Los libertarios lograron recortar en un 30% el presupuesto de Grafton -que era de un millón de dólares, ajuste que se agravó por el crecimiento de un 20% de la población-, le retiraron los fondos al consejo de personas mayores del condado y cerraron la junta de planificación urbana. Esto es, apenas, lo que lograron: también intentaron cerrar la Biblioteca Pública y reemplazar el sistema educativo por el de los vouchers, tal cual propone Milei. “Se unieron a aliados ahorradores para desafiar a gritos cada norma y cada dólar de impuestos. Uno a uno los gastos fueron despojados del presupuesto municipal y pedazos de servicios fueron arrancados como si fueran carne”, dice el autor.
Las consecuencias no se harían esperar. Las calles de la ciudad entraron en franca decadencia. “Las grietas desatendidas en el asfalto primero se convirtieron en fisuras y luego se convirtieron en baches cubiertos de hierba”, cuenta Hongoltz-Hetling en su libro. Dos pequeños puentes estuvieron a punto de colapsar. Las oficinas municipales de Grafton pasaron de un estado de mera ruina a una franca decrepitud: tuvieron que cortar el servicio de agua caliente -en una zona donde la temperatura promedio en invierno es menos 3 grados- y los empleados se terminaron lavando las manos con agua helada.
La gente “particular” que se mudó provocó otras novedades. El número de registros anuales de delincuentes sexuales aumentó de ocho en 2006 a veintidós en 2010. En 2006, arrestaron a tres hombres relacionados a un laboratorio de producción de metanfetamina en el pueblo y en 2011 ocurrió un doble homicidio, los primeros asesinatos de los que Grafton tiene memoria. Uno de los muertos tenía 16 tiros. En 2013 la policía mató a otro hombre tras un robo a mano armada. La conflictividad aumentaba en el pueblo, probablemente relacionada la aparición de armas por doquier.
Para el 2010 el número de peleas civiles a los que respondió la policía era el doble -comparado al 2001, antes de la llegada de los libertarios-, y el número de disputas entre vecinos casi el cuadruple. Esto sucedía mientras que la policía perdía fondos cada año y contaba con un sólo coche patrulla tan viejo que con frecuencia no arrancaba. El departamento de bomberos, comparado al pueblo más cercano, tenía unos fondos casi 100% más bajos.
Lo curioso es que, a pesar de todos los recortes, los impuestos no bajaban tanto. Es que aumentaban las demandas al pueblo, entre los libertarios que presentaban ámparos y los vecinos que querían defenderse de ellos: en 2004 los gastos legales de Grafton fueron 275 dólares, pero en 2011 fueron de casi diez mil. Comparado con Canaán, el pueblo vecino, los ciudadanos del pueblo libertario gastaban apenas 70 centavos de dólar menos por día en impuestos.
Y también estaba el asunto de los osos. Como los libertarios transformaron la vida de la ciudad haciendo lo que querían, la naturaleza a su alrededor también se modificó. No siguieron las regulaciones sobre la elimnación de desechos, levantaron campamentos por cualquier parte del bosque, y se negaron a llamar a las autoridades del Estado cada vez que veían un oso -tal como indica el protocolo-. Para el 2018, la cantidad de osos en Grafton había superado las cifras previstas en más de un 50%.
En 2012 ocurrió el primer ataque de un oso una residente -no libertaria- de Grafton, que le ocasionó serias heridas. Fue el primer hecho de esta naturaleza en esa provincia en más de 150 años. En los años siguientes ocurrirían dos ataques de osos más.
El experimento iba así llegando a su fin. En el 2016 Connell moriría en un confuso episodio: mientras mantenía un abierto conflicto con las autoridades para no pagar impuestos por la Iglesia que había comprado, una noche el edificio se prendió fuego con él adentro. La investigación para determinar si fue un accidente, un suicidio o un homicidio aún sigue abierta. Si esto fue parte o no del plan de Dios tampoco se sabe.
Ese año también nació lo que terminaría siendo la ruina de esta aventura. En la ciudad de New Hampshire -de un millón de personas- aparecería el “Proyecto Estado Libre”, que al ser de mayor escala terminaría llevandose al grueso de los libertarios de Grafton. Al día de hoy, este plan sigue en pañales. Sólo quedan las ruinas de lo que fue el primer experimento de las ideas de Milei aplicadas en la realidad.
Publicado en Revista Noticias.
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