Empero, durante mis investigaciones sobre estos temas, encontré un curioso dato que hace al pasado de la Argentina. Nos lo brinda el abogado e historiador contemporáneo Juan Edgardo Martín (n.1958) quien, además, fuera presidente de la Filial Mendoza de la Sociedad Argentina de Escritores, (SADE). Lo hace en un lugar de su ensayo Fobias y neurosis de nuestros héroes, donde en un comentario muy interesante, dice:
“El general Juan Facundo Quiroga (1788/1835) no salía de su casa, ni se presentaba en batalla los días trece.”
Un aspecto psicológico poco conocido de El Tigre de los Llanos, como lo apodaron los hombres a su mando tras la campaña de 1831 cuando gana tres batallas seguidas contra ejércitos bien armados y superiores en número. El prestigio, tanto como su condición de astuto y decidido, de Quiroga alcanza a partir de ese momento niveles que pueden rotularse de míticos.
Vayamos, ahora, a su viaje peligroso desde Buenos Aires y muerte en Barranco Yaco.
Viaje peligroso.
¿Cuál fue la causa real y concreta que lo llevó a tomar la determinación de realizar esa travesía que todos desaconsejaban hacer? La respuesta para este interrogante es algo, aún hoy, sin respuesta cierta. Ningún historiador ha podido desentrañar qué pasaba en la mente de Quiroga quien, contra toda lógica –al menos lógica normal– lo llevó a iniciar ese recorrido hacia una muerte considerada segura.
Es obvio que esto tuvo que estar originado en una cuestión de real envergadura. Importante para él. De lo contrario, alguien con la personalidad que caracterizó a Quiroga no habría prestado atención a una mera razón banal.
Aunque, debe tenerse en cuenta, otro de los aspectos conocidos de su personalidad, que tal como lo describe el historiador Félix Luna se movía “en un plano de magia y brujería, como si los poderes abismales fueran lo que le dieran poder y fortuna.” Afirmación que robustece la idea de que la cifra trece la tuviera por nefasta.
Como fuese, cada mes, de cada año, los días 13 permanecía en su residencia. Hubiera la necesidad que fuera, no iría al combate un día 13. Así lo hizo durante toda su vida.
Sólo una vez quebró esta forma de proceder. Y, aunque resulte asombroso comprobarlo, esa excepción le costó la vida. ¿Acaso su idea de que era poseedor de un poder absoluto que lo hacía inmortal lo llevó a ponerse a prueba?
Se trata de un acontecimiento que ha generado cantidad de preguntas entre los mismos historiadores, sin que –hasta el momento– una respuesta concreta haya surgido. Nos referimos, claro está, a la decisión de Facundo Quiroga de llevar adelante esa travesía donde será asesinado en Barranca Yaco.
Extraño proceder.
Transcribiré, a continuación, unos párrafos del texto del historiador Roberto Alaniz, titulado Facundo Quiroga y Barranca Yaco, que señala las preguntas que todos se han hecho – y se siguen haciendo – sobre el extraño proceder del “El Tigre de los Llanos”, el cual pareciera – esto lo pienso yo – estar poseído por un tipo de determinación realmente paranormal, absolutamente fuera de lo sensato y lo racional.
Escribe Roberto Alaniz:
Nadie ha podido explicarse por qué Quiroga marchó indefenso a la cita con la muerte. Los que lo conocieron dijeron que, además de valiente, era desconfiado y astuto. Nunca rehuía el peligro, pero no era amigo de dar ventajas y mucho menos de regalarse. Sin embargo, marchó hacia Barranca Yaco sin tomar otra precaución que la de su propio coraje. Como diría Sarmiento en su libro, “nunca un crimen se preparó con tanto desenfado”.
Desde que salió de Buenos Aires se sabía que en Córdoba o en Santa Fe lo esperaba una emboscada. El azar, la velocidad de sus desplazamientos o el destino le permitieron llegar a Santiago del Estero, desafiando las premoniciones de amigos y enemigos. Pero, si el rumor de la emboscada en el viaje de ida circulaba en voz baja y, si se quiere, de una manera imprecisa, al regreso, la emboscada de Barranca Yaco era pública y notoria.
Todos sabían que en ese lugar lo esperaba la partida. Se conocía el número de hombres apostados y el nombre de quien los comandaba: Santos Pérez. Lo sabían los postillones, la escolta y los acompañantes. También lo sabía Facundo Quiroga.
“No ha nacido aún el hombre que se atreva a matar a Facundo”, dicen que dijo, para después agregar que la partida que lo esperaba, a un grito suyo, se iba a poner bajo sus órdenes y lo iba a escoltar hasta Córdoba.
¿Tanta confianza se tenía? ¿Tan seguro estaba del terror que inspiraba a amigos y enemigos? ¿Tanto subestimaba a sus enemigos? No hay manera de saber qué pasó por su cabeza en esas horas. Los hechos, de todas maneras, son elocuentes. El hombre decidido a matarlo había nacido hacía rato; estaba listo y la partida no se puso a sus órdenes, sino que cumplió las de su verdugo.
Los motivos que llevaron a Quiroga a marchar indefenso hacia la muerte se nos hacen inexplicables; pero el desenlace resultó simple, sencillo, previsible hasta la obviedad. Ocurrió lo que todos esperaban, lo que esperaba su secretario Santos Ortiz, lo que le habían anunciado los peones de las estancias vecinas, lo que le había dicho en voz baja el encargado de la posta Ojo de Agua. Digamos que pasó lo que tenía que pasar, lo que todos presintieron que iba a pasar, suceder, menos Quiroga, claro está.
¡Imposible mayor claridad sobre la situación! Quiroga tiene todos los elementos racionales para comprender que se dirigía hacia una muerte segura. Pero algo, más allá del pensamiento normal, lo llevó a desdeñar las fundamentadas advertencias.
Cabe preguntarse si lo que estaba buscando era morir. Tenía, entonces, 46 años de edad. Había nacido un 27 de noviembre de 1788.
Fue un día 13 –más precisamente el viernes 13 de febrero de 1835– cuando Facundo Quiroga decide dejar su residencia en Buenos Aires para subir a un carruaje que lo llevará a ser asesinado en Barranco Yaco. Como se ha expresado, está comprobado que todos a su alrededor le desaconsejaron aquella travesía. Pero nada lo hace hizo desistir. Será asesinado el 16 de febrero; tres días después de iniciado ese trayecto durante el temido día 13. Y no cualquier día de la semana, sino –por lo demás– un viernes. Y conocemos cómo la imaginería popular indica al viernes 13 como una jornada nefasta. ¿Casualidad? ¿Coincidencia?
Quiroga inició la travesía exactamente en la fecha que él mismo siempre juzgó nefasta. ¿Estaba buscando –por razones intrapsíquicas– su propia muerte? ¿O, acaso, intentó demostrar que era capaz de manejar enigmáticas fuerzas esotéricas con las cuales modificar los acontecimientos a su favor y contra toda lógica previsible? ¿De allí su certeza de que no había nacido el hombre que pudiera dar muerte al Tigre de los Llanos? Un interrogante que, tal vez, nunca encuentre respuesta.
Como bien escribe William Shakespeare, en su obra Hamlet:
“Existen más cosas entre el cielo y la tierra que las que sueñas en tu filosofía.”
Publicado en Diario LA PRENSA.
https://www.laprensa.com.ar/Facundo-Quiroga-y-su-fatidico-numero-trece-541216.note.aspx
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