GRACIAS POR ESTAR AQUÍ...

GRACIAS POR ESTAR AQUÍ...
...." el pueblo recoge todas las botellas que se tiran al agua con mensajes de naufragio. El pueblo es una gran memoria colectiva que recuerda todo lo que parece muerto en el olvido. Hay que buscar esas botellas y refrescar esa memoria". Leopoldo Marechal.

LA ARGENTINA DEL BICENTENARIO DE LA PATRIA.

LA ARGENTINA DEL BICENTENARIO DE LA PATRIA.
“Amar a la Argentina de hoy, si se habla de amor verdadero, no puede rendir más que sacrificios, porque es amar a una enferma". Padre Leonardo Castellani.

“
"La historia es la Patria. Nos han falsificado la historia porque quieren escamotearnos la Patria" - Hugo Wast (Gustavo Martínez Zuviría).

“Una única cosa es necesario tener presente: mantenerse en pie ante un mundo en ruinas”. Julius Evola, seudónimo de Giulio Cesare Andrea Evola. Italiano.

domingo, agosto 27, 2017

El inventor del cordobesismo. Quién comprendió en toda su dimensión el permafrost del legado angelocista resultó ser, paradójicamente, su archirrival. De la Sota fue tanto el mejor intérprete como el superador de aquel estilo, gracias en buena medida al original toque de modernismo conservador al que es tan afecto.

El inventor del cordobesismo.

Quién comprendió en toda su dimensión el permafrost del legado angelocista resultó ser, paradójicamente, su archirrival. De la Sota fue tanto el mejor intérprete como el superador de aquel estilo, gracias en buena medida al original toque de modernismo conservador al que es tan afecto.
duardo Angeloz fue el inventor del cordobesismo, mucho antes que José Manuel de la Sota popularizara el término al inicio de su tercer mandato, allá por 2011. La provincia le debe al fallecido exgobernador la inauguración de un estilo político basado en la afirmación de la identidad provincial frente a las amenazas –tanto las reales como las ficticias– provenientes del poder central.

Entre sus muchos méritos como político, Angeloz tuvo uno que, en los primeros años de la recuperación democrática, parecía una misión imposible: diferenciarse de Raúl Alfonsín. Tanto él como el expresidente tenían un formato parecido. Ambos tenían una verba fogosa y afilada, los dos sólo conocían la actividad política y, cada uno a su estilo, llevaban al radicalismo en lo más profundo de sus vísceras. Pero Angeloz era, en el fondo, un conservador progresista, mientras que Alfonsín era un socialdemócrata convencido. En la primera mitad de los ochenta, era la impronta alfonsinista la que llevaba la ventaja en esta histórica contradicción radical.
No obstante, el cordobés era un hombre paciente. Aunque no ocultaba algunas diferencias con el presidente, las suyas eran distancias sutiles, casi de palacio, muy diferentes a las reyertas de la actualidad. La oportunidad de mostrar todo su calibre le llegó en 1987, cuando las elecciones de aquél año señalaron los límites del proyecto alfonsinista. La debacle del gobierno nacional sólo pudo ser compensada, en parte, por una categórica victoria radical en Córdoba, con Angeloz a la cabeza.
Las razones de esta vigencia se debían a la fama de administrador eficaz que había ganado el gobernador durante su primer mandato. El famoso plan Austral de Juan Vital Sourrouille, que supo derrotar por casi dos años a la indomable inflación argentina, ya era por entonces un recuerdo, sepultado por un gasto público ineficiente, la emisión monetaria espuria y una proverbial ineficiencia en la recaudación tributaria. Era un combo desastroso y, ante aquél derrumbe, sólo Córdoba parecía encontrarse en la buena senda.
Allí nació el mito de “la Isla”, metáfora insular del primer militante del cordobesismo. También surgió otro mito (luego se demostraría que efectivamente lo fue), aquél que sostenía que el radicalismo mediterráneo era más eficiente que el nacional. El hecho que Angeloz hubiera sido consagrado candidato presidencial por un reticente Alfonsín resultó una verdadera editorial sobre el consenso popular que existía respecto a sus méritos como gobernante.
La campaña presidencial demostró que Angeloz podía ser un tipo intrépido a pesar de un estilo algo acartonado. Acuñó la frase “¡se puede!” que, mucho tiempo después, popularizaría Barak Obama y que actualmente repiten, a modo de mantra, Mauricio Macri y sus seguidores. Recuérdese que en 1989, sostener que algo podía hacerse en una Argentina en ruinas y desde el propio partido de gobierno, era de un optimismo temerario. A tal audacia, el candidato le sumó el famoso “lápiz rojo”, un símbolo del ajuste que prometía llevar adelante en caso de llegar a la presidencia. Hacer campaña con semejante amuleto sería hoy suicida, pero Angeloz no estaba tan equivocado. Apenas un par de años después, Carlos Menem iniciaba una serie de impensables reformas económicas que lo mantendrían en el poder por toda una década.
Los detractores del cordobés decían que las únicas privatizaciones que había llevado a cabo en su vida eran la terminal de ómnibus y el zoológico, y estaban en lo cierto. Angeloz no era un liberal desde lo económico y, pese a su fama, tampoco un gran administrador. Sin embargo, la inflación disimulaba las imperfecciones de todos los gobiernos y el gobernador salía bien parado de la comparación con otras provincias. Pero la estabilidad macroeconómica del menemismo mostraría, durante su malhadado tercer mandato, que Córdoba no era una isla y que la vocación autonómica de su líder estaba lejos de tener cimientos sólidos.
La caída en desgracia de Angeloz cuando promediaba 1995 es un dato duro, innegable, pero no es consistente con su gran historia. El exgobernador no perdió jamás una elección en la provincia y, durante largos años, su éxito electoral fue contrastado invariablemente con los simétricos fracasos de su primer gran contrincante, el incansable De la Sota. Supo construir un estilo de gobierno entre paternal e institucional, cercano al mercado pero manteniendo ciertas tradiciones del estatismo, tan cercana a sus orígenes políticos. Justo es decir que, bajo su égida, el radicalismo se convirtió en algo así como el partido cordobés, que mixturaba en su seno una alianza implícita entre las clases medias urbanas, la elite provincial e importantes sectores humildes, confesamente angelocistas. El peronismo parecía no tener futuro ante aquél liderazgo tan carismático que integraba proporciones exactas de sensibilidad, inteligencia personal y una buena dosis de prodigalidad entre amigos y adversarios.
Ramón Bautista Mestre, su forzado sucesor, no entendió los alcances de lo que había logrado Angeloz en el plano ideológico. En su afán de poner las cuentas en orden, desquiciadas por las inconsistencias económicas de su correligionario, se olvidó de que el radicalismo era el partido de Córdoba. Su ajuste, de tan poca pedagogía como sutileza, alejó a su administración del orgullo de pertenecer a un distrito envidiado por el resto del país. Mestre emparentó los destinos mediterráneos con los de las jurisdicciones históricamente en default, algo que le costaría muy caro algún tiempo después.
Quién comprendió en toda su dimensión el permafrost del legado angelocista resultó ser, paradójicamente, su archirrival. De la Sota fue tanto el mejor intérprete como el superador de aquél estilo, gracias en buena medida al original toque de modernismo conservador al que es tan afecto. En cualquier caso su sincretismo político valió la pena y, en muchos aspectos, pudo superar con creces los logros de su lejano antecesor.
Lejos de la lucha de clases o las reivindicaciones más polémicas de su historia política, es notable comprobar que peronismo delasotista tomó la posta del partido cordobés fundado por su antiguo adversario, lanzándolo a nuevos desafíos. Aquella impronta fue tan persistente, tan tenaz que, cuando el kirchnerismo decidió liquidar por las malas al molesto gobernador de Córdoba, De la Sota supo enarbolar las mismas banderas chauvinistas que había levantado el radical con excelentes resultados.
Jamás sabremos si efectivamente ocurrió, pero no es difícil imaginar a Eduardo César Angeloz, quizás en sus últimos días, volverse hacia atrás con su prodigiosa memoria y fina comprensión de las cosas y sonreír sardónicamente. Su isla, treinta años después, cuenta con el mayor índice de cordobesismo del que haya registro, independientemente del partido que se trate. –“No es poca cosa”, se habrá dicho. Efectivamente no lo es. Descanse en paz, señor gobernador.

http://www.diarioalfil.com.ar/2017/08/25/inventor-del-cordobesismo/

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

La diferencia de opiniones conduce a la investigación, y la investigación conduce a la verdad. - Thomas Jefferson 1743-1826.