La verdad nunca entendí por qué generaban tanto atractivo. Y si bien son cada vez menos frecuentes, los casamientos siguen llamando la atención. No sé si porque para muchos es una locura a la que hay que prestar atención o porque la novia vestida de blanco y su compañero de fórmula son un atractivo en sí mismo.
Los casamientos son un punto de encuentro de curiosos, ¿o no les ocurrió jamás que cuando ven las fotos de la ceremonia religiosa, siempre al salir de la iglesia aparecen varios que nada tienen que ver ni con la familia ni con los amigos? La verdad no sé, pero algo hay cuando la gente se planta frente a una iglesia para ver “quién se casa”. Unos atraídos por el impecable blanco, otros por el traje nuevo, pero acaparan atención por un momento que nadie puede explicar.
En mi pueblo era un clásico que los domingos a la hora de la “oración” se apostaban en frente de la iglesia para ver el casamiento de la semana. Luces, arroz, emociones y... público. Sí, eso, público que como si asistiera a un espectáculo deportivo se aseguraba un lugar en el cordón de la vereda para ver mejor. Y no le escatimaban a las lágrimas, porque aunque fuera un desconocido se merecía junto a su pareja los aplausos por haber contraído matrimonio.
Claro, hoy no es tan notable el show. Esto pasaba unos 30 años atrás, donde los casamientos eran más y se convertían en un objetivo serio para cada pareja. Hoy las cosas se manejan de otro modo, o cada uno a su modo.
La plaza era el escenario obligado de los domingos. Ahí se podía escuchar a la banda de la policía que se dedicaba al tango cada fin de semana y finalizado eso corrían unos 20 metros para estar primeros a la salida de los novios. Claro, si el cura era larguero la espera podía ser eterna.
Superado el momento del arroz, el auto elegante decorado esperaba a los novios que se tenían que mostrar en la plaza, punto de encuentro dominguero.
Publicado en Diario "Río Negro", domingo 20 de agosto de 2017.
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