Churchill, uno de los pocos que lo vieron venir.
Comenzó a seguirle los pasos ya a mediados de los años 20. No necesitó leer "Mein Kampf" para intuir por dónde iría la historia si ese gesticulador "cabo de Bohemia" llegaba al poder. Percibió que no era un simple vociferante, un marginal en la política, como lo reflexionaba la poca política de Europa que se detenía en ese austríaco de mirada nerviosa. Mucho menos expresión de un pasajero patriotismo alemán humillado por la derrota en la Gran Guerra.
Pero cuando Winston Churchill leyó en 1933 una versión completa de "Mein Kampf" traducida al inglés (aunque ya tenía referencias de ella a principios de los años 30, según algunos historiadores), en un par de horas matizadas con brandy y habanos, selló su convencimiento: Adolf Hitler era otra guerra.
–Una guerra atroz. Tan atroz que nos obligará a ser atroces como jamás lo hemos imaginado –le dijo a un íntimo amigo, Anthony Eden.
Luego, en agobiante soledad de mirada y acción, comenzó a peregrinar en la política europea en única misión: advertir lo que significaba ese manojo de audacia que se encaminaba a ser amo de Alemania.
Pero "las luchas incesantes y el surgimiento gradual de Adolf Hitler como figura nacional apenas llamaron la atención de los vencedores (de la Primera Guerra), que estaban oprimidos y agobiados por sus propios problemas y sus luchas partidarias", señala Churchill en sus extensas memorias.
Y acota que recién cuando Hitler llegó al poder en 1933 la política europea comenzó a leer "Mein Kampf".
Pero ya el muñeco había salido del frasco.
¿Qué encontraba aquel inglés apasionado, ególatra, individualista y tenaz en el libro de quien sería el Führer?
Encontraba un proyecto rigurosamente minucioso para la lucha por el poder y sobre qué hacer con el poder.
"Estaba todo allí: el programa de la resurrección de Alemania, la técnica de propaganda del partido, el plan de luchar contra el marxismo, el concepto de Estado nacionalsocialista, la legítima posición de Alemania en la cúspide del mundo. Era el nuevo Corán de la fe y la guerra: ampuloso, grandilocuente, informe, pero cargado de mensaje".
Libro que Churchill encontró desbordante de omnipotencia pulsional contra lo diferente. Ese Otro que no encajaba en lo que Churchill definía como "la sencilla tesis fundamental" que vertebraba "Mein Kampf": "El hombre es un animal combativo, por tanto la nación, al ser una comunidad de luchadores, es una unidad de combate".
Y Churchill detectaba inmediatamente el militarismo que directamente expresaba el libro. La Nación en armas. La persona sin individualidad. La educación con una única finalidad: el alemán racialmente puro. Sin contaminación. Primer paso rumbo a una única dirección y objetivo: soldado.
Y, por supuesto, el judío como enemigo. Centralidad de los problemas de Alemania.
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