Marcelo Sánchez Sorondo (Primera parte)
Un nacionalista en busca de la revolución.
23.04.2025.
Sin duda alguna, el nacionalismo argentino fue un semillero intelectual, más que prolífico, a lo largo del siglo XX. Diversas generaciones de intelectuales sostuvieron una corriente de pensamiento heterogénea acerca de la política y la historia nacional. Fueron hacedores de una variada producción de libros, diarios y revistas; de debates intelectuales reñidos con el liberalismo oficial y las diversas tradiciones de la izquierda vernácula.
Uno de los exponentes más importantes del nacionalismo fue Marcelo Sánchez Sorondo.
CONSERVADOR Y ABOGADO.
Porteño nacido el 17 de septiembre de 1912. Hijo de Matías Sánchez Sorondo (1880-1959), destacado dirigente conservador y abogado, que en 1918 había ocupado una banca en la Cámara de Diputados de la Nación, desde donde pidió juicio político al presidente Hipólito Yrigoyen. En 1930 habiendo participado del golpe de Estado de José Félix Uriburu, este lo premió designándolo ministro del Interior.
La madre de Marcelo fue Micaela Costa Paz, hija de Julio Costa, gobernador de la Provincia de Buenos Aires entre 1890 y 1893, un conservador modernista que apoyó la fallida candidatura de Roque Sáenz Peña en las elecciones de 1892. La casa familiar estaba en Florida 534 pero, años más tarde, la familia de Matías y Micaela se mudó a Palermo. Ahí, en una escuela de la calle Julián Álvarez, Marcelo inició sus estudios primarios.los secundarios los hizo en el Colegio del Salvador en donde tuvo como profesor de Historia Antigua al cura Leonardo Castellani, importante referente del nacionalismo.Después del fracaso del régimen septembrino, en abril de 1931, convocando a elecciones en la Provincia de Buenos Aires, en las cuales se impuso el radicalismo y no los conservadores como especuló el ministro del Interior, este renunció y partió junto a su familia a Europa: fue el primer viaje de Marcelo al Viejo Mundo.
Ya había ingresado a la Facultad de Derecho. Allí trabó una duradera amistad con Máximo Etchecopar, otro de los futuros representantes del nacionalismo y que llegará a ser diplomático en diversas sedes diplomáticas de la Argentina.
GUERRA CIVIL ESPAÑOLA.
Iniciada la Guerra Civil española, Sánchez Sorondo logró viajar al campo de batalla con una autorización del diario La Nación, una especie de colaborador viajero. No trató personalmente a Francisco Franco, pero pudo participar en una reunión con el jefe insurrecto. En España conoció a monseñor Gustavo Franceschi, referente del catolicismo integrista y uno de los fundadores de los Cursos de Cultura Católica, que van a dar lugar, tiempo más tarde, a la fundación de la Pontificia Universidad Católica Argentina.
De regreso al país, Sánchez Sorondo ya era un activo militante nacionalista y una pluma en la revista “Nueva Política”, una breve experiencia gráfica en 1940.
No fue partícipe del golpe de Estado de 1943, sin embargo, a pocos días de producido fue invitado, por Mario Amadeo, otro de los nacionalistas de esos años, a una reunión con el coronel Juan Domingo Perón. La impresión que le quedó a Sánchez Sorondo del futuro jefe del justicialismo fue que mientras ellos, los nacionalistas, estaban atados a principios doctrinarios, Perón era un seductor y pragmático dirigente dispuesto a moverse en el sinuoso terreno de la política.
Por esos años, Sánchez Sorondo regresó a la Facultad de Derecho como profesor adjunto en la Cátedra de Derecho Constitucional, cuyo titular era Juan Isaac Cooke, dirigente radical que fue expulsado de la Unión Cívica Radical cuando aceptó ser canciller del gobierno militar, y padre de John William Cooke.
EL PERONISMO.
Sánchez Sorondo miró con buenos ojos la política social del peronismo, su nacionalismo y su concepción católica, pero a medida que el régimen endurecía su enfrentamiento con la Iglesia, pudo más su catolicismo. En 1955 defendió la Catedral Metropolitana de un intento de saqueo por parte de los partidarios del gobierno. Terminó en la cárcel de Villa Devoto.
Ocurrido el derrocamiento de Perón, el dirigente nacionalista, que había recobrado la libertad, apoyó al general Eduardo Lonardi en su llamado pacificador de “ni vencedores ni vencidos” y cuando este fue desplazado por el sector liberal, no solamente retiró su apoyo sino que se convirtió en un férreo opositor de la Revolución “Libertadura” como la llamaba.
A mediados de 1956, Sánchez Sorondo fundó el semanario Azul y Blanco que saldrá hasta 1969. Clausurado en 1960, 1961, 1963, 1967 y definitivamente en 1969, es decir por los gobiernos de Frondizi, Guido (que de paso mandó al director del semanario a pasar una temporada en el Penal de Villa Devoto) y Onganía. Azul y Blanco se opuso a los gobiernos que había apoyado en un principio.
La experiencia azulblanquina fue un momento de inflexión en la historia del nacionalismo argentino. Veamos por qué. Al gobierno de Pedro Eugenio Aramburu le endilgaba que, bajo la crítica a Perón, se escondía la incomprensión de las masas peronistas, las que además compartían los grandes lineamientos del nacionalismo; que era una verdadera contrarrevolución que llenó las cárceles de políticos y gremialistas y proscribió al peronismo. El semanario que vendía un promedio de cien mil ejemplares, llegó a vender ciento sesenta mil al momento de los fusilamientos de junio de 1956, los cuales consideró deplorables.
A esto se sumó el cuestionamiento a la derogación de la Constitución de 1949 y su regreso de facto a la de 1853. Sánchez Sorondo reconocía a Juan Bautista Alberdi como el hacedor de la arquitectura institucional de la Argentina moderna pero vio con buenos ojos la Reforma de 1949 que integró derechos sociales y la reelección presidencial.
PERIODISMO.
Sánchez Sorondo contó para su empresa periodística con los conocimientos del periodista tucumano Tulio Jacobella, director de dos publicaciones nacionalistas anteriores: “Esto es” y “Mayoría” (en los años setenta esta última se convertirá en diario). También contó con la colaboración de sus antiguos amigos Etchecopar y Amadeo, además de Mariano Montemayor, que se separará del grupo nacionalista prontamente (y terminará colaborando, años más tarde, con el diario “Convicción”, del codictador Emilio Eduardo Massera). Otro colaborador de Azul y Blanco fue Juan Carlos Goyeneche, ex secretario de Cultura y Prensa de Lonardi y que más que nacionalista había sido nazi y hombre de confianza de los alemanes durante la guerra, lo que le permitió pasear por el Frente Oriental y visitar la División Azul enviada por Franco. La heterogeneidad y las contradicciones del nacionalismo argentino merecen un profundo análisis, que escapa a esta nota, pero que es intelectualmente honesto mencionar.
* Historiador.
- *** Publicado en LA PRENSA.
- https://www.laprensa.com.ar/Un-nacionalista-en-busca-de-la-revolucion-558911.note.aspx
Marcelo Sánchez Sorondo (II parte).
Un nacionalista en busca de la revolución.
- Por Gustavo Dalmazzo.
- Como dijimos en la primera nota, los azulblanquistas supieron discrepar prontamente con los gobiernos que apoyaron en un principio. Ante el llamado a elecciones constituyentes de 1957 y nacionales de 1958, Sánchez Sorondo y los hombres de Azul y Blanco organizaron un partido político homónimo.La experiencia fracasó, apenas obtuvieron algo más de dos mil quinientos votos. Tras el cachetazo electoral, los nacionalistas de Azul y Blanco, como de otros sectores políticos, se interesaron en la propuesta de autodeterminación nacional de Arturo Frondizi. Pero poco duró el encanto: la política petrolera del nuevo gobierno fue el punto de partida de una nueva confrontación.Tampoco estuvieron de acuerdo con la política represiva del Plan Conintes. Sostenían que la organización sindical era fundamental en el proceso de una revolución nacional y los trabajadores eran peronistas.Aquí una clave fundamental del pensamiento de estos hombres: no fueron peronistas pero con toda certeza no eran “gorilas”.El peronismo tenía que avanzar hacia la unidad nacional y sostenían que las discusiones de Perón sí o Perón no, retrasaban este proceso.También discreparon con la antinomia que generó el conflicto entre azules y colorados que Sánchez Sorondo consideró como una tragicomedia entre dos sectores que pretendían la titularidad de la Libertadora, sin reparar ninguno de ellos en que esta “ya mostraba la rigidez de un cadáver”.Criticaron el “gorilismo” de ambos, aunque se consideró más genuino al general colorado Benjamín Menéndez, un “cóndor ciego” como lo llamó. En cambio, opinó que era intolerable la postura de los azules de “sospechoso olvido de sus hazañas revanchistas” escondidos tras el presidente José María Guido como “querubines de la reconciliación”.La dura oposición de Sánchez Sorondo a Frondizi, a Guido y al general golpista Carlos Toranzo Montero le valió ser hospedado en los penales de Devoto, Caseros y la Escuela de Mecánica del Ejército, además de la clausura de Azul y Blanco y La Segunda República, nombre con que salió la primera tras su cierre.ILLIA Y PERETTE.Contrariamente a lo que se podría pensar y a pesar de la portación de apellido, Sánchez Sorondo, mantuvo una cordial relación con el presidente Arturo Illia y el vice, Carlos Perette, que sacó del Senado su nombramiento como embajador en Egipto, cargo que terminó no aceptando.La conducta de caballerosidad y propensión al diálogo, una característica de la política de aquella Argentina que hoy ya no existe, no impidió al dirigente nacionalista que criticara al gobierno radical y que le generara esperanza el golpe de Estado de 1966. ¿Sería esta la oportunidad de dar inicio a la Revolución Nacional que superara las antinomias políticas en pro de una nueva etapa de autodeterminación, desarrollo económico y justicia social?No ignoraba Sánchez Sorondo que el presidente Juan Carlos Onganía distaba, a su juicio, de ser un estadista, aunque tuviera un ideario básico nacionalista. Además, el fervoroso catolicismo del mandatario lo llevó a creer en el carácter providencial de su misión. Onganía se miró en el espejo de Francisco Franco sin considerar las superlativas diferencias entre la historia reciente de la Argentina y la de la España de la Guerra Civil. Onganía no pudo consigo mismo.Desde el reaparecido Azul y Blanco advirtieron que, si no hay revolución, no hay gobierno revolucionario, como decía definirse la Revolución Argentina, hay gobierno de facto; si hay gobierno de facto, hay entonces gobierno provisional; si hay gobierno provisional, hay que llamar a elecciones; si se convoca a estas gana el peronismo y si esto ocurre, hay golpe y así volvemos a foja cero.La llegada al Ministerio de Economía de Adalbert Krieger Vasena, desplazando al social cristiano Jorge Salimei, fue para Sánchez Sorondo un “éxito mortífero de una economía monetarista y de mercado con el auspicio de la banca internacional”.MOVIMIENTO DE LA REVOLUCION NACIONAL.En mayo de 1967, y a pesar de la prohibición gubernamental de las actividades políticas, Sánchez Sorondo organizó una agrupación denominada Movimiento de la Revolución Nacional. Lo acompañó en la conducción el general Carlos Augusto Caro, que había participado del bando azul apoyando a Onganía pero que sin embargo se había opuesto al golpe de 1966. Se sumaron a la partida la mayoría de los colaboradores de Azul y Blanco.En 1969, el gobierno dispuso el cierre del semanario. Esta vez fue de manera definitiva. Las plumas de Ignacio Anzoátegui, Juan Manuel Palacio, Luis Alberto Murray, Jorge Koremblit, Leonardo Castellani, Julio Irazusta, José María Rosa, Arturo Jauretche, Santiago de Estrada, Luis Alem Lascano y Leopoldo Marechal, entre otros, no volverían a escribir.Tampoco Juan Manuel Abal Medina, que no escribía pero llevaba adelante la imprescindible tarea de pagarle a la imprenta y posibilitar el abastecimiento del papel.La explosión del “Cordobazo” inició el fin del gobierno de Onganía y el secuestro y posterior asesinato del dictador Pedro Eugenio Aramburu lo concluyó. A pesar de las profundas diferencias políticas, Sánchez Sorondo conversaba cada tanto con Aramburu, ahora dispuesto a revertir su rol de ser la cabeza más visible del antiperonismo para ofrecerse como una pieza de unión entre los argentinos.Sánchez Sorondo condenó el crimen y temió por el baño de sangre que pudiera asolar en un futuro a la Argentina pero responsabilizó mayormente a la “defección del Ejército cuyos mandos demolieron nuestras ya precarias instituciones republicanas”. De alguna manera “la violencia montonera es un reflejo del trasfondo anárquico generado por el golpismo”.El relevo de Onganía por Roberto Marcelo Levingston generó en Sánchez Sorondo cierta expectativa pero, no así la llegada de Alejandro Agustín Lanusse. Pensaba que había traicionado al general Lonardi cuando era Jefe de Granaderos, cuerpo escolta de los presidentes. Consideró que no era el hombre adecuado para terminar con la anarquía política instalada desde 1955.Lanusse intentó sin éxito hacer su propio juego político. Perón regresó a la Argentina en noviembre de 1972 y dejó un armado electoral: el Frente Justicialista de Liberación (Frejuli). El Movimiento de la Revolución Nacional se incorporó al mismo. Había llegado la hora de superar viejos rencores y de construir la unión nacional.
- *** PUBLICADO EN LA PRENSA.
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