100 años de que Gardel le cantara al príncipe de Gales y el obsequio olvidado.
Por Walter Santoro.
El 24 de agosto de 1925, ocurrió un encuentro insólito entre dos mundos: Carlos Gardel, ícono de la música popular argentina, y el Príncipe Eduardo de Windsor, heredero al trono británico. Lejos de los salones de Buckingham, encontró en Gardel y el tango un instante de alegría genuina. Como recordatoria del evento Gardel le obsequio un disco, copia única, con un tema creado para la ocasión llamado “La evocación del Gaucho” de la que su fundación posee la partitura dedicada. Hoy, 100 años después de aquella noche inolvidable en Huetel, no sabemos qué fue de aquel disco que Gardel le obsequió.
Ese mismo día, a las 6:30 de la mañana, un tren especial trasladó a Gardel, su compañero Razzano, los guitarristas Ricardo y Barbieri, y varios periodistas hasta la estación de Huetel. Poco después llegó el tren oficial con la comitiva real: el ministro británico sir Beilby Francis Alston, el vicealmirante sir Lionel Halsey, y varios ministros argentinos.
Por la noche, en el gran hall de la estancia, los invitados disfrutaban de una velada de sobremesa cuando, pasadas las 22, ingresaron Gardel y Razzano con sus guitarristas, ataviados con sus trajes de gaucho, los mismos que habían lucido en sus actuaciones en España. Con sobriedad y elegancia, se ubicaron en un rincón del salón e iniciaron su repertorio con “Linda provincianita”.
El Príncipe, hasta entonces serio, reservado, se acercó al instante. Aplaudió con entusiasmo al finalizar la canción, pidió más. Siguieron “Galleguita”, “Claveles mendocinos”, “La canción del ukelele” —traducida por Gardel al castellano con exquisita sensibilidad—, “La pastora”, “La cordobesa” y chacareras tradicionales. A medida que avanzaba la noche, Eduardo se dejaba llevar por la música, marcando el ritmo con los pies, moviendo la cabeza, y preguntando el significado de las letras.
Años más tarde, en una entrevista en París, Gardel recordaría con orgullo aquel gesto:
Según Razzano, a la mañana siguiente, la comitiva intentó despertar a Gardel para tomar una foto con el Príncipe y sus músicos vestidos de gauchos. Gardel, medio dormido, murmuró: “¿Qué lugar es este dónde no dejan dormir a uno?” Y siguió descansando.
Aquel encuentro en Huetel quedó grabado en la historia como una muestra de cómo la cultura argentina, sin solemnidad, pero con autenticidad, puede enamorar a los poderosos. Un gaucho del Abasto le cantó al heredero de la corona británica, y éste, lejos de los salones de Buckingham, encontró en Gardel y el tango un instante de alegría genuina.
Años más tarde, Eduardo asumió finalmente el trono como rey Eduardo VIII, pero su reinado fue breve: abdicó apenas once meses después para casarse con Wallis Simpson, una mujer divorciada Su decisión sacudió a la monarquía británica y dio lugar a una nueva línea sucesoria, que llega hasta los actuales reyes.
Hoy, 100 años después de aquella noche inolvidable en Huetel, no sabemos qué fue de aquel disco que Gardel le obsequió. Tal vez duerma el sueño de los objetos olvidados, en el palacio británico, o tal vez aún cante en algún rincón del tiempo.
Publicado en LA PRENSA.
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