Un loco, un genio o, simplemente, Corbatta.
El baúl de los recuerdos. Fue un puntero derecho excepcional
que brilló en Racing y en la Selección. También resultó un ejemplo de talento
desperdiciado que murió en la pobreza.
POR CARLOS VIACAVA.
El Loco Corbatta fue uno de los punteros más espectaculares
del fútbol argentino.
Quizás por su condición de fenómenos incomprendidos, a los
genios se los tilda de locos. Tal vez se requiera cierto déficit de cordura
para hacer cosas imposibles para el común de los mortales. Nadie lo sabe con
certeza. En cambio, para el mundo del fútbol está claro que Oreste Osmar
Corbatta fue un loco genial que hizo maravillas en el costado derecho del
ataque de Racing y la Selección argentina.
Solo a Corbatta, cuyo segundo nombre era Osmar y no Omar
como siempre se sostuvo, se le podría haber ocurrido todo lo que inventó en sus
días de esplendor en La Academia y en el Seleccionado. Sus jugadas sobre la
línea de cal se antojaban genialidades y, en un rasgo de no demasiada creatividad,
para todos era El Loco. Más allá de estas cuestiones, quedó en la historia del
fútbol argentino como uno de los más espectaculares jugadores que haya pisado
una cancha en estas tierras.
Corbatta, El Loco, el genio, una vez encaró con pelota dominada
dejando rivales en el camino en dirección a su propio arco. El de Racing.
Cuando llegó lo suficientemente cerca de su compañero Osvaldo Negri, se detuvo
y fijó el curso hacia el otro lado de la cancha, adonde estaba el guardavalla
de Chacarita. Tanto en el viaje de ida como en el de vuelta nadie pudo
arrebatarle el balón.
Garrincha y René Houseman fueron, como Corbatta, dos fenómenos que perdieron por goleada con el alcohol.
Si fuese posible construir un árbol genealógico en el que
los lazos de sangre queden en segundo plano, este habilidoso delantero podría
ser considerado un excelso antepasado de René Orlando Houseman, otro genio con
similar condición de loco que años más tarde brilló en Huracán. Incluso, hasta
no sería descabellado agregar entre los poseedores de ese particular linaje a
otro fabuloso atacante como El Burrito Ariel Ortega.
El parecido no se limitaba a lo que mostraba en la cancha.
Fuera de ella, Corbatta tenía similitudes con Houseman y con Orteguita. Los
tres perdieron por goleada con el alcohol. Solo el jujeño logró encarrilar su
vida, pues El Loco y René, en cambio, tuvieron un final muy oscuro después de
haber llenado de luz los estadios en los que desparramaron rivales a fuerza de
gambetas y desbordes.
En esa triste y repentina derrota, Corbatta y Houseman se
parecieron -además de por su talento- al mejor puntero derecho de la historia,
Garrincha. El brasileño, tan genial como sus colegas argentinos, sacudió al
mundo con sus imprevisibles quiebres de cinturas y sus centros perfectos para
el ingreso al área de Vavá, su socio en el seleccionado verdiamarillo, y de
Quarentinha, el centrodelantero al que transformó en el número uno de los
goleadores del Botafogo. Como ellos, murió pobre y demasiado joven.
El Loco murió joven, a los 55 años. Dormía en una pieza que Racing le dio debajo de una tribuna del estadio.
Garrincha falleció en 1983 a los 50 años debido un cuadro
hepático provocado por un síndrome alcohólico; Houseman se volvió inmortal en
2018 a los 64, víctima de un cáncer de lengua. La misma enfermedad, pero en la
laringe, causó el deceso de Corbatta el 5 de diciembre de 1991, cuando tenía
apenas 55. Sin un peso en los bolsillos, llevaba un largo tiempo viviendo de la
caridad de Racing, que le había armado una modesta pieza debajo de una tribuna.
WING DE LOS DE ANTES.
El arte de Corbatta hoy resultaría incomprensible para las
generaciones que observan a los futbolistas que se vuelcan por los costados y
reciben el nombre de extremos. El Loco fue uno de los mejores exponentes de una
forma de jugar que se perdió en el pasado, jaqueada por las decisiones de los
entrenadores que abogaban por hombres todoterreno en detrimento de los
especialistas en forzar que los espectadores, asombrados, se pusieran de pie
para estallar en aplausos.
Corbatta, como Garrincha, Houseman y el Ortega de sus
primeros años, se recostaba en el sector derecho del ataque, bien cerca de la
línea de cal. Allí aguardaba que la pelota le llegara y desataba una danza que
dejaba a los defensores con las piernas anudadas de tanto amago, enganche para
un lado y salida hacia el otro que precedían a una corrida hasta el fondo de la
cancha para despedir el centro para el ingreso goleador de un compañero que
terminaba haciéndose famoso gracias al Loco o al puntero derecho de turno.
Los efectivos Pedro Manfredini y Pedro Mansilla -ambos en
Racing- se beneficiaron de los desbordes de Corbatta. En la Selección, Antonio
Valentín Angelillo, El Beto Norberto Menéndez, El Tanque Alfredo Hugo Rojas y
El Nene José Francisco Sanfilippo fueron algunos de los que sacaron rédito de
esa forma de jugar que cedió terreno ante hombres que ocupan los espacios, rara
vez se internan en corridas por la punta y terminan lanzando pases hacia atrás
o centros poco productivos como sucede hoy en día.
La habilidad de Corbatta deja desairado a David Iñigo, defensor de San Lorenzo.
El fútbol de este delantero que encarnaba la viva personificación del venerado fútbol de potrero era el mismo que desplegaron por ese mismo flanco del ataque Raúl Emilio Bernao (Independiente) y, más cercano a estos tiempos, Claudio Caniggia cuando surgió en River. Por la banda izquierda hacían lo mismo El Chueco Enrique García y Ezra Sued (los dos en Racing), Félix Loustau (River), El Negro Oscar Ortiz (San Lorenzo), La Bruja Juan Ramón Verón (Estudiantes) y Enzo Ferrero (Boca).
A grandes rasgos, los antiguos wines eran veloces, ciento
por ciento habilidosos y, por supuesto, algo locos. O muy locos. Siempre
geniales. Como todo loco. También los había potentes y fuertes como El Atómico
Mario Boyé (Boca), La Porota Alejandro Barberón y Walter René Fernández
(Racing) y eximios goleadores como el propio Boyé, Manuel Pelegrina
(Estudiantes), Antonio Alzamendi (Independiente y River), Ernesto Mastrángelo
(Boca) y Jorge Comas (Vélez y Boca).
Pero Corbatta no se limitaba a armar las jugadas para que
otros las definieran. También hacía goles. Muchos goles. En sus días en Racing
(1955-1962) y Boca (1963-1964) marcó 79 en 195 partidos. El promedio de 0,40
conquistas cada 90 minutos resulta más alto que el de muchos futbolistas de la
actualidad que son considerados grandes definidores. Claro que la mayoría de
sus definiciones se dieron desde el punto penal porque era infalible cuando se
paraba a doce pasos del arquero rival.
Un gol de penal a Independiente. El wing de Racing era infalible desde los doce pasos.
“Agachaba la cabeza para que el arquero no me viera. Nunca
me paraba de frente a la pelota, y le pegaba con la cara interna del pie
derecho, seco. En cuanto se movía, era hombre muerto”. Corbatta explicaba así
la fórmula que lo llevó, según sus propias cuentas, a acertar 64 de los 68
penales que ejecutó. Amadeo Carrizo, uno de los mejores arqueros de la
historia, sufrió en carne propia esa contundencia: en una práctica de la
Selección se trenzó en un desafío con el delantero: El Loco le pateó 50 veces y
lo venció en 49. La restante dio en un palo…
Más allá de esa folclórica carencia de cordura con que se lo
definía, Corbatta se mostraba como un jugador muy inteligente. Cuando advirtió
que quedarse afincado cerca de la línea y en los alrededores del área
adversaria significaba facilitar la labor de sus marcadores, amplió su rango de
acción. Retrocedió hasta la mitad de la cancha, a veces encaró más por el
centro y se convirtió en un interrogante imposible de develar para quienes
tenían la misión de intentar despojarlo de la pelota.
En esa posición, una suerte de número 8 que, cuando nadie lo
esperaba, volvía ser el imparable 7 que abría de par en par las retaguardias de
los otros equipos, no hacía más que dejar en claro lo bien que entendía ese
juego que para él no tenía misterios. En esa función se destacó en el
Sudamericano de 1957 -el de los famosos Carasucias de Lima- y en el final de su
carrera -prematuro final- se movió hacia la izquierda y se convirtió en una
personal versión de enganche.
BICAMPEÓN EN RACING.
El 11 de marzo de 1936 en Daireaux, provincia de Buenos
Aires, nació Oreste Osmar, hijo de Guillermo Corbatta y de Isabel Emilia
Fernández y hermano de Isabel, Hilda Esther, Griselda, Juan Carlos, Guillermo
Oscar y Azucena. Así como muchas veces se lo mencionó como Oreste Omar, también
se dijo que había llegado al mundo en La Plata, pero lo había hecho en esa
localidad agrícola-ganadera del centro de la provincia y luego la familia se
trasladó a La Ciudad de las diagonales.
La tapa de El Gráfico no hace más que mostrar la admiración que El Loco despertaba en los niños.
Como todo pibe de la época, Oreste corría permanentemente
detrás de la pelota. Cuando no jugaba al fútbol, trabajaba como repartidor de
pan. No duró mucho en la escuela: apenas llegó a segundo grado y nunca aprendió
a leer ni a escribir, una situación que procuraba ocultar de todas las formas
posibles. Cuentan que a veces tomaba un diario y fijaba sus ojos en él como si
realmente pudiera entender lo que decía esa maraña de letras desperdigas en el
papel.
Estudiantes de La Plata lo recibió a los 14 años. Una
fractura de tobillo le puso punto final a sus días en ese club. Tardó doce
meses en recuperarse y lo dejaron libre. En ese entonces, una lesión de esas
características no auguraba un próspero porvenir para ningún jugador por más
que tuviera una relación tan íntima como la de Corbatta con la pelota. Como
solo concebía el futuro dentro de una cancha, en 1953 aceptó una oferta para
jugar en Juverlandia, de Chascomús.
El destino le hizo un guiño de esos que aparecen muy de vez
en cuando para cambiar la vida de las personas. Un dirigente de Racing lo vio
en acción y recomendó inmediatamente su contratación. Corría 1955 cuando ese
prodigio de los potreros se mudó con su carga de sueños a la porción albiceleste
de Avellaneda. La Academia pagó cuatro mil pesos el préstamo por un año en una
operación que fijaba una opción de compra por otros diez mil.
El Loco prueba puntería en un partido contra Atlanta.
Tras un par de partidos en la Tercera División albiceleste,
lo incluyeron en una gira por el interior del país y le dieron la oportunidad
de ser parte del plantel profesional en el Campeonato Provincia de Buenos
Aires. Ese torneo, instaurado por la gobernación bonaerense, ponía en disputa
la Copa Perón, que ese año ganó el Lanús en el que se lucía la línea media
conformada por Nicolás Daponte, Héctor Guidi y José Nazionale. Corbatta se hizo
notar muy rápidamente y marcó sus primeros dos goles en el profesionalismo.
El debut oficial tuvo lugar en La Plata el 30 de abril del
55, cuando, por la fecha inaugural del torneo de Primera, Racing perdió 1-0 en
su visita a Gimnasia (Luis Pentrelli anotó para los triperos). Los once de La
Academia fueron Rogelio Domínguez; Pedro Dellacha, José García Pérez; Juan
Carlos Giménez, Vladislao Cap, Natalio Sivo; Corbatta, Néstor Barrera, Humberto
Maschio, Adalberto Rodríguez y Ángel Cigna.
Casi un mes más tarde, el 22 de mayo, jugó su segundo
partido y festejó su primer gol: marcó el tercero en el 3-0 sobre Ferro.
Doblegó a Roque Marrapodi con un preciso remate tras recibir un exacto pase de
Cigna. No le costó ganarse el puesto y fue titular durante casi todo el
campeonato, que cerró con dos tantos en 14 encuentros. Los hinchas se
acostumbraron muy pronto a los desbordes y los penetrantes centros de ese
muchacho de 19 años, 1,65 metros, de físico frágil y pequeño y de gambetas
enormes.
El atacante se apresta a marcar un gol contra Central después de haber protagonizado una corrida a pura habilidad.
La llamativa capacidad del puntero derecho para patear
penales también quedó en evidencia con inusitada rapidez. Ya en 1956 acertó
diez veces desde los doce pasos y cerró ese torneo con otros cinco goles. Dos
de esas 15 conquistas sirvieron para definir el clásico contra Independiente, por
la cuarta jornada del certamen. Se entendía a la perfección con Maschio y con
el centrodelantero Manuel Blanco, uno de los pocos integrantes del Racing
tricampeón de 1949, 1950 y 1951 que permanecía en el equipo.
En el 57 nadie cuestionaba que Corbatta se había erigido en
un pilar fundamental de la ofensiva académica. Ya sea por sus goles de penal
-seis de los 12 que registró ese año- como por sus córners y sus desbordes
seguidos de centros para las definiciones de Maschio, Manfredini, Juan José
Pizzuti y Juan Carlos Mendiburu, estaba claro que ese puntero guapo para
encarar a pesar de los golpes que recibía y enamorado de la gambeta al punto de
excederse en maniobras individuales, era un fenómeno.
Muy de vez en cuando, algún arquero prevalecía en el mano a
mano desde el punto penal. Lo hizo Pablo Herrera, de Ferro, en un partido que,
de todos modos, terminó con triunfo de Racing. Y también pasaba que Corbatta
perdía los estribos y se tomaba a golpes de puño con un rival, como lo hizo con
el puntero izquierdo de Independiente Osvaldo Cruz en un clásico que El Rojo
ganó 3-2 como visitante. Ese día, los dos futbolistas devenidos en púgiles
fueron expulsados y llevados a la comisaría por unas horas.
Una vez se tomó a golpes con Osvaldo Cruz, de Independiente. Luego fueron compañeros en la Selección.
Racing terminaba entre los cuatro o cinco primeros de cada
torneo, pero no lograba títulos. El último había sido en 1951. En 1958, por
fin, La Academia se dio el gusto de proclamarse campeona. Y, por supuesto,
Corbatta resultó determinante. No fue un año sencillo para el fútbol argentino,
que sufrió un tan inesperado como violento cachetazo en el Mundial de Suecia,
pero los de Avellaneda transitaron un momento de alegrías que les permitió
recuperar la sonrisa que hacía demasiado no se divisaba en sus rostros.
River, que había dominado casi a voluntad los certámenes de
esa década (se llevó los de 1952, 1953, 1955, 1956 y 1957), perdió eficacia y
brillo y la puja por el primer puesto situó en el centro de la escena a otros
protagonistas. San Lorenzo, Racing, Atlanta -de sorpresiva campaña- y Boca
picaron en punta y mantuvieron una lucha bastante reñida hasta que La Academia
mostró mayor regularidad y se distanció lo suficiente como para terminar al
tope de la tabla con tres puntos de ventaja sobre los xeneizes, a los que en un
tramo del torneo llegó a sacarles cinco unidades.
En la consagración del equipo que dirigía José Pechito Della
Torre, una gloria de Racing de los años 30, le cupo un papel preponderante a
Corbatta. Todos los aplausos lo tuvieron como destinatario principal en un
equipo que habitualmente salía a la cancha con Negri; Dellacha, Juan Carlos
Murúa; Héctor Bono, El Polaco Cap, Julio Gianella; El Loco, Pizzuti,
Manfredini, El Marqués Rubén Sosa y La Bruja Raúl Belén.
Corbatta, Pizzuti, Manfredini, Sosa y Belén, la delantera del Racing campeón de 1958.
Corbatta hizo lo de siempre. Abrió defensas y envió centros
perfectos para que Pizzutti, Manfredini, Sosa y Belén llegaran gol. Y, por
supuesto, aportó sus propios festejos: dos a Atlanta (uno en la derrota por 2-1
y otra en el empate 1-1), uno a Newell´s (3-0), a Estudiantes (2-1), a Huracán
(4-1), a River de tiro libre (3-2), a Lanús (4-0), a San Lorenzo (3-1), a
Central Córdoba (3-2) y a Independiente (4-1). De sus diez conquistas, cuatro
fueron de penal.
Hasta estuvo cerca de hacer un gol olímpico, pero el córner
que ejecutó contra Newell´s impactó en el travesaño del arco de Vladimiro
Tarnawsky y el rebote fue captado por Pizzuti, quien terminó anotando en ese
4-1 en Avellaneda. Y pudo haber sumado una conquista más, pero Julio Cozzi, un
excelente guardavalla que tenía una notoria intuición para contener penales, se
quedó con un remate desde los doce pasos de Corbatta en un 1-1 con
Independiente.
Con los goles del Nene Sanfilippo como argumento más
valioso, San Lorenzo postergó en 1959 a un Racing que seguía bailando al compás
de la música que brotaba de la inspiración de su espectacular wing derecho.
Doce meses más tarde Corbatta se despachó con 14 goles -6 de ellos de penal-,
pero La Academia terminó cuarta, aunque luego tomó impulso y cosechó su segundo
campeonato en cuatro años.
Con Pizzuti, Mansilla, Sosa y Belén ganó el título en 1961.
En 1961, Racing se llevó el título casi sin oposición.
Arrancó con cinco victorias consecutivas y construyó una campaña inapelable que
incluyó abultados triunfos como el 7-2 a Chacarita, el 4-1 a Lanús como
visitante y el 5-0 en Avellaneda y el 6-2 a Rosario Central. Se proclamó en la
27ª fecha -tres antes del cierre- con un 3-2 sobre San Lorenzo, al que terminó
relegando por siete puntos. Solo perdió dos partidos en una tarea prácticamente
sin fallas.
Negri; Norberto Anido, Juan Carlos Mesías; Roberto Blanco,
Anacleto Peano, Federico Sacchi; Corbatta, Pizzuti, Pedro Mansilla, Sosa y el
uruguayo Carlos Borges o Belén constituían la formación base de ese equipo
dirigido por Saúl Ongaro, integrante del equipo tricampeón académico en 1949,
1950 y 1951. Como siempre, el toque de distinción lo aportaba El Loco, quien no
solo marcó nueve goles, sino que se las arregló para ayudar a que Pizzuti
anotara 15, Sosa 12, Borges 9 y Mansilla 7.
El puntero derecho les puso la firma a dos conquistas en el
7-2 sobre Chacarita, a dos penales en el 3-2 decisivo contra San Lorenzo y a un
gol en el 2-0 frente a Huracán, en el 2-1 a River, en el 1-1 con Atlanta, en el
3-0 sobre Los Andes y en el 2-1 a Estudiantes. Fueron nueve tantos en 29
partidos, un aspecto que se podía contabilizar para nutrir el mundo de las
frías estadísticas. Todo lo otro que brindaba Corbatta era imposible de
cuantificar.
UN CARASUCIA ESPECTACULAR.
Las deslumbrantes actuaciones de Corbatta no pasaban
inadvertidas para el técnico de la Selección. Guillermo Stábile, el goleador
del Mundial de 1930, no dudó un instante y citó al joven de 20 años para ser
parte del equipo nacional que se preparaba para disputar los Juegos Panamericanos
de 1956, en México. El DT, con el que Argentina ganó los Sudamericanos -la
actual Copa América- de 1941, 1945, 1946 y 1947, tenía ojo clínico y sabía
distinguir a los jugadores con talento.
Una delantera de la Selección argentina integrada por Corbatta, El Beto Menéndez y El Mono Zárate.
Corbatta se unió a un plantel que Stábile diseñó pensando en
el futuro de la Selección. Los arqueros Rogelio Domínguez (Racing) y Antonio
Roma (Ferro), los medios Daponte y Guidi (ambos de Lanús) y los atacantes
Maschio (Racing), Enrique Omar Sívori (River), Benito Cejas, Dante Lugo (dos
más del Granate) y José Yudica (Newell´s), entre otros, ganaban experiencia al
lado de jugadores con mayor recorrido como Federico Vairo (River), Eliseo
Mouriño (Boca), Ernesto Gutiérrez (Racing) y Norberto Tucho Méndez (Tigre).
El 28 de febrero, en el Estadio Universitario del Distrito
Federal de México, Argentina empató 0-0 con Perú. Domínguez; Vairo, Juan Manuel
Filgueiras; Daponte, Guidi, Natalio Sivo (reemplazado por Gutiérrez); Corbatta,
Maschio (luego, Francisco Loiácono), Cejas, Mandrake Lugo (lo sustituyó Sívori)
y Yudica fueron de la partida. Los albicelestes vencieron después 4-3 a Costa
Rica, 3-0 a Chile, igualaron 0-0 con México y cerraron su participación con un
2-2 con Brasil. Los verdiamarillos se quedaron con el título, escoltados por
las huestes de Stábile.
Los Carasucias de Lima: Corbatta, Cruz (ambos de pie), Maschio, Angelillo y Sívori (hincados).
El siguiente compromiso de relevancia para el Seleccionado
era el Sudamericano del 57, en Lima. Con vistas a ese certamen, Argentina
encaró una serie de amistosos que le permitieron al Filtrador darle forma al
equipo. El 14 noviembre del 56, Corbatta logró su primer gol en partidos
internacionales en el 2-2 con Uruguay en la cancha de Boca. Competía por el
puesto con Rodolfo Micheli (Independiente) y Ernesto Sansone (Vélez). En
realidad, se los prestaba porque para el técnico parecía no haber dudas.
El puntero derecho de Racing estuvo en el 8-2 sobre Colombia
con el que Argentina inició su recorrido por ese torneo. Y eso no fue todo:
anotó el sexto tanto. El 17 de marzo, cuatro días después del debut, jugó por
primera vez con Maschio, Angelillo, Sívori y Cruz, el mismo con el que se había
tomado a golpes ese año en un clásico contra Independiente. En ese 3-0 sellado
con dos goles de Angelillo y uno del Cabezón Sívori nació un quinteto ofensivo
que se hizo eterno: Los Carasucias de Lima.
El 4-0 sobre Uruguay, el 6-2 contra Chile con un gol de
Corbatta de penal y el 3-0 frente a Brasil condujeron a la Argentina un título
obtenido con un fútbol magistral. Ya con la consagración consumada, los de
Stábile cedieron el invicto en un 2-1 con Perú. Domínguez; Giménez, Dellacha,
Vairo; Néstor Rossi, Ángel Schandlein; Maschio, Sívori; Corbatta, Angelillo y
Cruz estuvieron en la mayoría de los partidos.
“De aquel equipo que ganó el Sudamericano del 57 se dijeron
muchas cosas. Hablaban maravillas de los tres carasucias, de Maschio, Angelillo
y Sívori, pero el verdadero genio fue Corbatta. A los de arriba yo los manejaba
a gritos; a Corbatta le daba la pelota y listo”, resumió en una entrevista Pipo
Rossi, un líder de ese conjunto campeón. El Loco o Corbatita, como le decían
por su juventud, colaboró mucho con el volante central en su nueva función de
puntero que retrocedía a la mitad de la cancha.
Argentina protagonizó una de sus mejores actuaciones de la historia en el Campeonato Sudamericano de 1957.
Era imposible concebir una delantera sin Corbatta. Lo mismo
podría decirse del resto de los integrantes del Seleccionado que brilló en
Lima. Sin embargo, Domínguez se fue al Real Madrid para jugar al lado de
Alfredo Di Stéfano y tres de los purretes que se habían lucido en la ofensiva
desembarcaron en Italia: Maschio se sumó al Bologna, Angelillo al Inter y
Sívori a la Juventus. Nadie tomó dimensión de lo que significaron esas partidas
hasta que fue demasiado tarde.
Los de Stábile transitaron sin mayores contratiempos la ruta
de las Eliminatorias para el Mundial del 58. El Loco alumbró un golazo en un
4-0 sobre Chile. El 20 de octubre del 57 avanzó dejando rivales a su paso.
Gambeteó a Vicente Astorga y le salió al cruce Julio Salazar. El arquero Ángel
Quitral cubría el poste izquierdo. Había un hueco para la definición, pero el
delantero enganchó hacia el centro, eludió a Salazar y cuando regresaba Astorga
para apretarlo, metió una pausa y sacó un remate que ingresó junto al palo
derecho. Tamaña obra de arte lo depositó en la tapa de la revista Life.
Esperaba la Copa del Mundo. Argentina partió hacia suelo
escandinavo envuelta en la euforia. Se sentía campeona antes de jugar. Le
faltaban varias de las figuras de Lima, pero la confianza era enorme. Y, se
sabe, la confianza mató al gato. En este caso, aplastó a la Selección. Corbatta
fue uno de los pocos que quedó a salvo de esa catástrofe futbolística que
recibió nombre propio: El Desastre de Suecia.
El espectacular gol a Chile en las Eliminatorias para el Mundial 58.
La Selección debutó contra Alemania Federal, el equipo campeón en 1954. Ese día, con una llamativa camiseta amarilla del club sueco IFK Malmo, Corbatta volvió a hacer de las suyas y sometió con un hermoso tanto al guardavalla Fritz Herkenrath. El gol fue un espejismo: los de Stábile perdieron 3-1 en su regreso a las Copas del Mundo luego de 24 años de ausencia. Las críticas se acallaron con una victoria por el mismo marcador sobre Irlanda del Norte en la que el atacante de Racing volvió a hacerse presente al anotar desde el punto penal.
Faltaba el último partido de la zona de grupos.
Checoslovaquia era el rival. Urgía el triunfo para pasar a la siguiente
instancia. Argentina sufrió la peor derrota de su historia: cayó 6-1 y se
despidió más pronto de lo esperado de Suecia. Corbatta descontó, otra vez desde
los doce pasos, cuando el partido estaba 3-0 a favor de los europeos. Ese
traspié sumió al fútbol nacional en una decepción inconmensurable.
El enfurecido público le tributó una recepción a monedazo
limpio al equipo. Ninguno de los jugadores se animaba a bajar del avión.
Algunos proponían que Corbatta encabezara la retirada porque había sido el
único que quedó a salvo de las críticas. Sea como fuere, ese golpe marcó a
fuego el futuro inmediato del elenco albiceleste. Más aún: también incidió en
el desarrollo del fútbol argentino.
El golazo a Alemania Federal en Suecia, el día que la Selección usó una extraña camiseta amarilla.
Stábile fue cesanteado y, pese a que volvió al cargo por
unos meses en 1960, se puso en tela de juicio el prestigio que había acumulado
en las dos décadas que estuvo al frente del Seleccionado. Los jugadores
mundialistas recibían insultos y agresiones en todas la canchas. El que más
difícil la pasó fue Carrizo, injustamente señalado como uno de los principales
responsables del fracaso. Se empezó a subestimar la calidad innata de las
estrellas del país y se adhirió ciegamente a tácticas defensivas y al imperio
de la preparación física por sobre la jerarquía individual.
La Selección no volvió a las canchas hasta casi ocho meses
después del lapidario 1-6 contra Checoslovaquia. Con un trío de técnicos
formado por Victorio Spinetto, Pechito Della Torre y José Barreiro, Argentina
se sacudió momentáneamente las penas con la obtención de la Copa América
disputada en 1959 en Buenos Aires. Corbatta actuó como titular en una nueva
delantera que contaba con él, Pizzuti, Manfredini, Eugenio Callá y La Bruja
Belén. Aportó goles en el 2-0 sobre Bolivia, en el 3-1 contra Perú y en el 3-1
frente a Paraguay.
Continuó unido a la Selección en los años siguientes, cuando
se sucedían los técnicos en medio de la desorientación que se había apoderado a
la conducción de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA). Luego de la Copa
América del 59 habían pasado El Charro José Manuel Moreno, Stábile -en su
regreso-, Spinetto y José D´Amico. Precisamente bajo la conducción de Spinetto
se afrontaron las Eliminatorias para Chile 1962 y el elenco albiceleste goleó
6-3 y 5-0 a Ecuador con tres tantos de Corbatta en la suma de ambos
cotejos.
El equipo argentino que se llevó la Copa América en 1959.
El 12 de octubre de 1961 el wing gritó sus últimos dos goles
en el 5-1 contra Paraguay. Con la mira puesta en la Copa del Mundo, arribó Juan
Carlos Lorenzo como DT. El Toto había anunciado que El Loco iba ser parte de su
proyecto. Lo incluyó el 28 de marzo del 62 en un 0-0 con México junto a Roma;
Carlos Sáinz, Rubén Hacha brava Navarro, El Polaco Cap, Miguel Vidal; Ramón
Abeledo, Antonio Rattín; Luis Artime, Sanfilippo y Belén.
Cuando debía dar la lista de 22 mundialistas para concurrir
al certamen en tierras chilenas, Lorenzo dejó al margen a Corbatta. Más allá de
su perfil polémico, prefirió la cautela y esbozó “problemas personales” que
impedían la convocatoria del puntero derecho de Racing. Esa diplomática excusa
ocultaba el infierno en el que ardía El Loco, que cerraba su período como
hombre de Selección con 43 presencias y 18 goles.
EL RÁPIDO DECLIVE.
“Houseman fue el mejor jugador que vi en mi vida. Vos decís,
jugó tres años, se caía a pedazos a los 25 años… No importa eso, tenés razón,
pero los tres años que jugó fue un crack total”. Carlos Bábington, emblema del
inolvidable Huracán campeón del Metropolitano de 1973, pronunció estas palabras
en el libro Menotti – El último romántico (librofutbol.com, 2018). El
testimonio también aplica a Corbatta y permite trazar otro paralelo con René.
El prematuro declive de la carrera del genial puntero se dio cuando apenas había pasado los 25 años.
Hacia 1962, cuando apenas tenía 26 años, Corbatta inició la
curva descendente de su trayectoria. Su pico no había durado tan poco como el
de Houseman, pero su luz dentro de la cancha se apagó menos de una década
después de haber sido encendida. Apenas disputó 13 partidos esa temporada en un
certamen en el que La Academia deambuló en la mitad de la tabla. Y solo marcó
tres goles: uno de penal (en el triunfo 2-0 sobre Estudiantes) y dos de tiro
libre (en la victoria 3-0 contra Argentinos y en el empate 2-2 con Vélez).
El 16 de diciembre de ese año jugó por última vez con la
camiseta de Racing. Lo acompañaron José Toledo; David Siles, Anido, Sacchi,
Mesías; Rubén Bertulessi, Eduardo Curia; El Chango Juan Cárdenas, El Marqués Sosa
y La Bruja Belén. Atrás quedaban 177 partidos, 72 goles, dos títulos y
funciones de gala instaladas en las páginas más brillantes de la historia del
fútbol argentino.
Quizás porque nadie intuía que ese declive se avecinaba con
inusitada rapidez, Boca no dudó en pagar 12 millones de pesos para contratar a
Corbatta. Porque era Corbatta. Y Corbatta era bueno. Muy bueno. Su debut con la
camiseta auriazul no hizo más que ratificar que ese puntero derecho que había
maravillado en Racing seguía siendo el mismo. Al menos, eso parecía, aunque
poco tiempo después el panorama cambió por completo.
En 1963 se incorporó a Boca y fue compañero del Nene Sanfilippo (el penúltimo de los hincados).
El 28 de abril del 63, Corbatta apareció en el equipo
conducido técnicamente por D´Amico y su carta de presentación fueron dos goles
en el éxito por 4-1 sobre Argentinos Juniors en la cancha de Atlanta. Roma;
Carmelo Simeone, Edson Dos Santos, Orlando, Héctor Heredia; Rattín y El Beto
Menéndez; Corbatta, Emanuelle Del Vecchio, El Nene Sanfilippo y Alberto Mario
González fueron de la partida en esa ocasión.
Corbatta y Sanfilippo eran las rutilantes contrataciones de
los xeneizes. El primero, un puntero excepcional que se había destacado en
Racing y en la Selección; el otro, el gran goleador de los certámenes locales
de 1958, 1959. 1960 y 1961 con la camiseta de San Lorenzo había llegado a
cambio de 25 millones de pesos, una fortuna. El pase del año. Una dupla
explosiva, soñada. En realidad, una dupla que deparó una decepción gigantesca
en la Ribera.
Era imposible avizorar ese final si Sanfilippo había abierto
el marcador al enviar al fondo del arco de Manuel Ovejero un centro de
Corbatta, el autor de otros dos goles esa tarde. El Nene y El Loco asomaban
como los principales refuerzos de la dirigencia encabezada por el presidente
Alberto J. Armando en su aspiración de ganar la Copa Libertadores. Las otras
contrataciones habían sido los brasileños Del Vecchio y Ayres Moraes, el
paraguayo Benicio Ferreira, el uruguayo Alcides Silveira y Juan Carlos Rulli,
proveniente de Estudiantes.
Su llegada a Boca despertó grandes expectativas, pero El Loco ya había entrado en la curva descendente de su carrera.
Una semana más tarde, Corbatta fue expulsado por agredir a
un rival luego de haber sufrido una fuerte infracción. Se redimió 15 días
después con los tres goles en la victoria por 3-0 sobre Vélez. Ese 19 de mayo
debutó y fue figura un joven flaquito muy habilidoso que respondía al nombre de
Ángel Clemente Rojas y que se ganó la idolatría del público boquense con el
apodo de Rojitas.
Eriberto Righi, de Banfield, consumó la hazaña de atajarle
un penal al Loco en un 0-0 en La Bombonera. Los resultados no acompañaban y
después de una derrota por 3-0 a manos de Rosario Central con dos tantos de un
flaco fumador empedernido llamado César Luis Menotti, D´Amico fue cesanteado.
Tras un interinato de Arcadio Julio López, fue designado como DT Aristóbulo
Deambrossi.
El nuevo entrenador llegó con el aval del Maestro Adolfo
Pedernera, quien había sido contratado por Armando en un puesto similar a lo
que hoy se conoce como mánager. La otrora gloria de La Máquina de River había
convencido al dirigente de la importancia de apostar fuerte por la Libertadores
y sugirió el nombre de Deambrossi para sustituir al técnico con el que Boca
había ganado el título del 62.
Al cabo de su segundo año en Boca, le rescindieron el contrato. Una clara señal de que la magia había empezado a extinguirse.
Increíble, pero real, a Corbatta volvieron a superarlo en un
duelo desde los doce pasos. Le tocó a Carlos Minoian, de Gimnasia, dejar con
las manos vacías al delantero. Aunque esa acción no impidió la victoria
auriazul por 1-0, asomaba como una señal de peligro. Algo había cambiado.
Corbatta había cambiado. Por más que hizo un gol en el 3-2 sobre Independiente,
su aporte no fue tan importante como se esperaba. Ni siquiera se había
destacado en la Copa Libertadores, en la que jugó dos partidos y anotó una vez
en un 5-3 sobre Olimpia, de Paraguay.
Boca perdió ese año la final del torneo continental contra
el Santos de Pelé, pero Corbatta quedó confinado a un rol secundario en esa
competición. El balance del Loco en esa primera temporada había sido opaco: 14
partidos, siete goles, dos penales atajados y una expulsión. Peor le fue en
1964: a pesar de que el equipo ganó el campeonato, él solo dio el presente en
dos encuentros y le rescindieron el contrato al finalizar el torneo.
Su adicción al alcohol le provocaba lacerantes derrotas.
Muchas veces había jugado en estado de ebriedad, pero se las había arreglado
para destacarse a pesar de esa situación. Se saboteaba a sí mismo, aunque no lo
comprendía. No era capaz de hacerlo. Tampoco conseguía estabilizar sus
relaciones de pareja. Se casó y se divorció en cuatro ocasiones y en todas
perdió dinero y dejó jirones de su corazón. “Con la primera me fue muy mal; con
la segunda me fue mal; con la tercera mal y con la cuarta, mal. Las cuatro me
sonaron, pero las quiero lo mismo”, confesó.
A pesar de estar lejos de su mejor nivel, Corbatta se las ingenió para destacarse en Independiente Medellín.
Sin lugar en el fútbol argentino, armó las valijas y viajó a
Colombia para sumarse a Independiente Medellín. Allí, durante cuatro años,
renació de las cenizas a las que pareció haber quedado reducido tras su paso
por Boca. Arribó como puntero derecho y terminó como mediocampista ofensivo,
casi como un enganche. Le costaba imponer su gambeta, pero le alcanzaba con su
inteligencia para diseñar los ataques del DIM.
Entre 1965 y 1969 celebró 35 goles en 149 partidos. Su
físico ya no respondía, pero la jerarquía estaba casi intacta. Lo suficiente
para haberse lucido con cinco tantos en 8-3 contra Deportes Tolima el 25 de
mayo de 1969. Hasta en esa versión tan poco digna de su ilustre pasado, se
destacó y los hinchas lo veneraban. Quizás hasta le perdonaron que haya errado
un penal en un duelo copero con Racing en 1967.
En el 70 volvió a la Argentina. No le sobraban las ofertas.
En su camino se cruzó San Telmo, que en 1969 había estado muy cerca de ascender
a Primera. La incorporación del Loco constituía la oportunidad de darle el
toque de calidad al equipo para concretar la llegada a la elite del fútbol
nacional. Si bien no era el de antes, cumplió un buen papel. Debutó con un gol
de penal en un 2-2 contra All Boys como visitante. Selló su paso por el
certamen de la B con una decena de tantos en 33 partidos.
En 1970 regresó al país para jugar en San Telmo. Ya quedaba poco y nada del brillo del pasado.
Aunque su rendimiento como mediocampista por el sector
derecho -el puesto en el que se desempeñó en San Telmo- había sido
satisfactorio, a los 34 años abandonó a los de la Isla Maciel y se internó en
el interior profundo de la Argentina. Militó en Italia Unida (1972) y en Tiro
Federal (1973 y 1974) de la liga rionegrina.
El resto de sus días los pasó olvidado, peleado con la vida y vencido por la bebida. Pobre y con una mano atrás y otra adelante, fue cobijado por Racing, que a través de la encargada de la pensión de las divisiones inferiores, Tita Mattiussi -su nombre era Elena Margarita-, le consiguió una pieza debajo de una tribuna de la cancha. Allí volvía una y otra vez como si fuera su casa. Se podría decir que lo era, porque en Avellaneda pasó sus mejores momentos.
Afectado por un cáncer de laringe falleció el 5 de diciembre
de 1991 en una clínica de La Plata. Su nombre resistió el paso del tiempo y el
recuerdo de sus hazañas pasó de generación a generación. Lo homenajearon
bautizando con su apellido al pasaje Cuzco. Cada vez que un hincha de Racing
recorre esa calle pegada a la cancha seguramente no notará que los pasos que da
simulan los latidos del corazón de un loco, mejor dicho, de un genio llamado
Oreste Osmar Corbatta.
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Se despidió del fútbol en la liga de Río Negro. |
https://www.laprensa.com.ar/Un-loco-un-genio-o-simplemente-Corbatta-562691.note.aspx
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