TEMAS DE OPINIÓN Y DEBATES.
En la Argentina nuestra a 10 años de sumida en un caos social, exclusión, saqueos, protesta... la socióloga rionegrina Maristella Svampa que ha investigado los conflictos sociales de los últimos años analiza los cambios y las continuidades de la protesta social que en el 2001 (quiera Dios que nunca más se repita en nuestro país algo similar y es mucho más que un una mera expresión de deseos de fin de año). Esta crisis social, económica, política terminó con el des-gobierno de Fernando De La Rúa.
Se consolida una "generación del 2001".
Nuevas organizaciones y sistemas de protesta emergieron tras el derrumbe del gobierno de la Alianza, asegura la socióloga Maristella Svampa. Desigualdades que se afianzan pese al crecimiento dan otras facetas a la conflictividad.
ENTREVISTA A MARISTELLA SVAMPA.La magnitud del estallido social y político que terminó con el gobierno de Fernando de la Rúa el 20 de diciembre de 2001 generó fuerte inquietud en el mundo académico, que se lanzó a desentrañar las causas históricas y actuales y tratar de establecer las proyecciones a futuro de una de las mayores crisis de nuestro país en la época contemporánea. Entre ellos se destaca la socióloga Maristella Svampa, quien ha analizado tanto el fenómeno de las organizaciones sociales surgidas al calor de protesta como las situaciones de exclusión y desigualdad que las alimentaron, desde el fenómeno piquetero hasta la vida en los countries del conurbano bonaerense. Actualmente investiga el impacto social y ambiental de la megaminería en el país y los conflictos sociales derivados de la disputa por la tenencia de la tierra.
–¿Cuáles son, a grandes rasgos, las principales consecuencias sociales que dejó la crisis del 2001 que se mantienen hasta este 2011?–La crisis del 2001 instaló un nuevo umbral desde el cual pensar la sociedad. Derribó el mito del Primer Mundo, sostenido por la convertibilidad y el modelo de la valorización financiera, y enfrentó a los argentinos con la realidad de una sociedad fragmentada y muy desigual. En esta larga década hubo sin duda avances y recuperación económica y la sociedad sufrió un proceso de reconfiguración, por ejemplo, en términos de conflictos. Pero la pobreza aún se ubica en un 25% de los hogares. Por otro lado, se consolidaron estructuras de la desigualdad, originadas en las últimas décadas.
–¿Por ejemplo?–Si nos remitimos a los ingresos (las últimas cifras confiables son del 2006), los niveles de desigualdad entre los sectores más ricos y los más pobres son similares a los de 1997. Pero, como señalan Gabriel Kessler o Susana Torrado, otros indicadores se agravaron: por ejemplo, la esperanza de vida varía según el lugar de la estructura social en donde se haya nacido (así, los pobres tienen un ciclo de vida más corto). Por último, aumentaron las desigualdades territoriales y regionales (sobre todo en el norte del país y en la periferia de las grandes y medianas ciudades), que incluyen un núcleo de pobreza estructural, con escasos servicios básicos y con graves problemas de acceso a la tierra y la vivienda. Esto último, sin duda tiene que ver también con los modelos de desarrollo implementados en la última década, ligados a la política de acaparamiento de tierras. En fin, tampoco hay que olvidar que la crisis del 2001 dejó como legado la utilización de diferentes formas de protesta y esto cuenta no sólo para los sectores medios sino también para los sectores más excluidos. Hoy en día todos los sectores sociales salen a la calle a reclamar por sus derechos.
–¿Qué pasó en estos años con los movimientos piqueteros, las asambleas barriales, fábricas recuperadas y otras expresiones organizativas del 2001 y que parecen haberse diluido ?–A excepción de las asambleas barriales (que tendieron a desaparecer), hubo una transformación y reconfiguración de las formas organizativas, sobre todo a partir del 2003, ya que el kirchnerismo produjo cambios importantes interpelando a parte de las fuerzas movilizadas, sobre todo, ligadas a los derechos humanos y a la tradición nacional-popular. Hubo también un doble corrimiento del conflicto social: primero, hacia el ámbito sindical (a partir del 2004), de la mano de la recuperación económica y la precarización laboral; segundo, hacia el ámbito territorial nuevamente, pero no ligado al desempleo, como en la década anterior, sino a la disputa por la tierra y la vivienda. Estos conflictos territoriales toman importancia en todo el país debido a una demanda acumulada de viviendas, pero también al creciente desplazamiento que sufren pobres urbanos, pueblos originarios y campesinos, a raíz de la implementación de supuestos modelos de "desarrollo" que, entre otros, exigen el acaparamiento de tierras. A esto hay que sumar la expansión de conflictos socio-ambientales, localizados sobre todo en el interior del país. Así que, en términos de conflictividad, el país cambió mucho de una década a otra.
–¿Se puede determinar cuánto duró la coincidencia interclasista (el "que se vayan todos" y los ahorristas de clase media apoyando a movimientos piqueteros)? ¿Hubo un punto de quiebre?–Las clases medias movilizadas buscaron en las asambleas barriales y en los colectivos culturales la posibilidad de redefinirse identitariamente desde la acción política y los lazos de solidaridad con otros sectores sociales, sobre todo con los más vulnerables y excluidos (fábricas recuperadas, cartoneros, piqueteros). De ahí nació una nueva generación de jóvenes militantes (la generación del 2001), que expresa esta voluntad de erigirse en "puente" interclasista y que aún hoy pervive en diferentes experiencias sociales. Pero esos puentes fueron insuficientes. Por otro lado, no hay que olvidar que las crisis siempre son portadoras de demandas ambivalentes y que, junto a la demanda de cambio y movilización, había también una demanda de orden y normalidad. Y en el medio de todo eso, una sociedad exhausta por la crisis. Así, desde mediados del 2003 triunfó la demanda de normalidad y eso se tradujo en una desmovilización de los sectores medios y un achicamiento progresivo de los espacios de cruce con los sectores sociales excluidos.
–¿Es el kirchnerismo un producto del 2001? ¿Representaron o cooptaron a los movimientos sociales?–El kirchnerismo se hizo eco de un reclamo que recorría 2001, que incluía un cuestionamiento del orden neoliberal y la implementación de una política económica diferente. La apertura de un nuevo espacio progresista a nivel latinoamericano y la reivindicación de una política de derechos humanos, respecto de lo sucedido en los 70, consolidó su costado progresista. Pero sus insuficiencias son muy evidentes, no sólo por la tendencia a la concentración del poder.
–¿Cuáles son, a su juicio?–Uno de los aspectos más graves, que bien se conoce en nuestras provincias, es el avance de la dinámica de desposesión, ligada a la implementación de modelos de desarrollo altamente excluyentes. Tanto el agronegocio, la megaminería a cielo abierto, como ciertos megaemprendimientos (residenciales y turísticos) conllevan un acaparamiento de tierras y una tendencia a la aniquilación de otras formas de vida en los territorios. Eso abre a una nueva etapa de violación de los derechos humanos, visible en la ola de criminalización y asesinatos en comunidades campesinas e indígenas. Aunque el gobierno nacional quiere despegarse de toda responsabilidad, señalando a los gobernadores como únicos responsables, estos modelos de "maldesarrollo" constituyen una política de Estado.
–¿Hay algún movimiento político o social que vea como "heredero" de esa crisis y que tenga proyección a futuro?–Hablé de la emergencia de la "generación del 2001". El tema es importante, ahora que se quiere hacer creer a la gente que la juventud comenzó a participar en política en el 2010, con la muerte de Néstor Kirchner. A partir del 2001 y tras la represión en el puente Pueyrredón (junio del 2002), se consolida un nuevo ethos militante, anclado en el activismo asambleario y territorial, difundido luego en diferentes espacios organizacionales como los colectivos culturales del video-activismo, centros culturales, periodismo alternativo, educación popular, entre otros. Este talante militante está hoy presente en las nuevas asambleas socio-ambientales de vecinos, sobre todo aquellas contra la megaminería a cielo abierto. Estas asambleas policlasistas, pero con un importante protagonismo de clases medias, que presentan un fuerte reclamo de autonomía y horizontalidad, no sólo recogen la bandera de defensa de los derechos humanos sino que son las fieles herederas de aquel talante militante forjado en el 2001.
–¿Ve similitudes en esta actual crisis internacional (en especial los efectos que puede tener en nuestro país) con la anterior? En otras palabras, ¿el 2001 es una etapa superada o puede repetirse ?–En cuanto a los efectos, seguramente los habrá, pero no será como en el 2001. La Argentina vive de modo irresponsable la etapa de euforia del consenso de los commodities, vinculado al alto precio de las materias primas, pero acompañado por una política económica heterodoxa. En ese sentido Argentina, como otros países latinoamericanos, está lejos de estar blindado, pero sus vulnerabilidades son otras, diferentes a las de países del norte, todavía apegados ciegamente a las recetas ortodoxas del neoliberalismo.
*** Nota de Leonardo Herreros publicada en el Diario "Río Negro" (edición Nro. 22.760), viernes 23 de diciembre de 2011, páginas 25-26 (debates).
–¿Es el kirchnerismo un producto del 2001? ¿Representaron o cooptaron a los movimientos sociales?–El kirchnerismo se hizo eco de un reclamo que recorría 2001, que incluía un cuestionamiento del orden neoliberal y la implementación de una política económica diferente. La apertura de un nuevo espacio progresista a nivel latinoamericano y la reivindicación de una política de derechos humanos, respecto de lo sucedido en los 70, consolidó su costado progresista. Pero sus insuficiencias son muy evidentes, no sólo por la tendencia a la concentración del poder.
–¿Cuáles son, a su juicio?–Uno de los aspectos más graves, que bien se conoce en nuestras provincias, es el avance de la dinámica de desposesión, ligada a la implementación de modelos de desarrollo altamente excluyentes. Tanto el agronegocio, la megaminería a cielo abierto, como ciertos megaemprendimientos (residenciales y turísticos) conllevan un acaparamiento de tierras y una tendencia a la aniquilación de otras formas de vida en los territorios. Eso abre a una nueva etapa de violación de los derechos humanos, visible en la ola de criminalización y asesinatos en comunidades campesinas e indígenas. Aunque el gobierno nacional quiere despegarse de toda responsabilidad, señalando a los gobernadores como únicos responsables, estos modelos de "maldesarrollo" constituyen una política de Estado.
–¿Hay algún movimiento político o social que vea como "heredero" de esa crisis y que tenga proyección a futuro?–Hablé de la emergencia de la "generación del 2001". El tema es importante, ahora que se quiere hacer creer a la gente que la juventud comenzó a participar en política en el 2010, con la muerte de Néstor Kirchner. A partir del 2001 y tras la represión en el puente Pueyrredón (junio del 2002), se consolida un nuevo ethos militante, anclado en el activismo asambleario y territorial, difundido luego en diferentes espacios organizacionales como los colectivos culturales del video-activismo, centros culturales, periodismo alternativo, educación popular, entre otros. Este talante militante está hoy presente en las nuevas asambleas socio-ambientales de vecinos, sobre todo aquellas contra la megaminería a cielo abierto. Estas asambleas policlasistas, pero con un importante protagonismo de clases medias, que presentan un fuerte reclamo de autonomía y horizontalidad, no sólo recogen la bandera de defensa de los derechos humanos sino que son las fieles herederas de aquel talante militante forjado en el 2001.
–¿Ve similitudes en esta actual crisis internacional (en especial los efectos que puede tener en nuestro país) con la anterior? En otras palabras, ¿el 2001 es una etapa superada o puede repetirse ?–En cuanto a los efectos, seguramente los habrá, pero no será como en el 2001. La Argentina vive de modo irresponsable la etapa de euforia del consenso de los commodities, vinculado al alto precio de las materias primas, pero acompañado por una política económica heterodoxa. En ese sentido Argentina, como otros países latinoamericanos, está lejos de estar blindado, pero sus vulnerabilidades son otras, diferentes a las de países del norte, todavía apegados ciegamente a las recetas ortodoxas del neoliberalismo.
*** Nota de Leonardo Herreros publicada en el Diario "Río Negro" (edición Nro. 22.760), viernes 23 de diciembre de 2011, páginas 25-26 (debates).
FRAGMENTO DE LA ENTREVISTA A MARISTELLA SVAMPA, Diario "Tiempo Argentino" 8-8-2010.
“El intelectual tiene que molestar”Mi generación es la del ’83, por decirlo de alguna manera, ya que votó por primera vez en el ’83, y es una generación que carga, por un lado, con el fracaso de las izquierdas –a nivel político, ideológico, teórico y práctico– y, por el otro, con el posterior gran desencanto en relación con las limitaciones que presenta el sistema democrático. Es una generación entre dos aguas que, en líneas generales, pareciera haber renunciado a toda participación en la vida pública.
–¿No se quiebra esa situación en algún momento?–Esto encuentra una interrupción en 2001. El 2001 es un momento en el cual se abre un nuevo escenario para pensar, no sólo las relaciones entre economía, sociedad y política, sino para repensar el rol del intelectual ante esta gran crisis. Crisis que exhibe, no sólo, problemas muy ligados a la descomposición social y económica sino que, además, muestra la gran vitalidad de una sociedad civil que se organiza y se manifiesta en el espacio público, que se expresa en nuevos movimientos sociales y que busca vincularse con aquellos otros que ya tenían gran protagonismo, como las organizaciones de desocupados.
Muchos de nosotros señalamos que 2001 fue un punto de inflexión y que había que pensar ese nuevo horizonte que se abría, no sólo en clave argentina, sino también en clave latinoamericana. Ese escenario mostró que los movimientos sociales eran los grandes protagonistas en diferentes países latinoamericanos, y que habían abierto la agenda política colocando nuevos temas: denunciando la confiscación de derechos, pero también apostando a la enunciación de nuevos derechos. Esto viene acompañado, a partir de 2003 o 2005, por la emergencia de gobiernos de centroizquierda, izquierda, progresistas –las definiciones son muy amplias y los gobiernos muy distintos–, que dan cuenta de un espacio político latinoamericano, desde el cual es necesario pensar los nuevos desafíos.
–¿Es ese nuevo escenario el que reclama intelectuales anfibios?–Como mucha otra gente, yo venía acompañando experiencias, reflexionando sobre movimientos sociales, pero es a partir de 2001 cuando siento la necesidad de pensar el rol del intelectual y, por ende, el mío propio. Lo que hice fue elaborar la noción de intelectual anfibio, teniendo en cuenta primero que, a diferencia de épocas anteriores, hay una multiplicidad de figuras posibles que marcan el compromiso entre intelectual y vida política y social, hoy se diría, entre intelectual y movimientos sociales. Anteriormente, así como se hablaba de una suerte de sujeto histórico que aparecía sintetizado en el movimiento obrero, también se hablaba de una única figura del intelectual, ligado al partido.
Frente a la fragmentación contemporánea, la figura del “intelectual anfibio” plantea la necesidad de comunicar diferentes mundos: el mundo del campo intelectual o del campo académico, y el mundo de las organizaciones sociales. No es una figura fácil, porque está entre dos mundos e intenta ser reconocido y tener legitimidad en ambos. Tampoco es una figura fácil en el sentido de que siempre encuentra cuestionamientos hacia adentro del propio campo académico, entre aquellos que tienen una mirada hiperprofesional y que fomentan la figura del experto o la del intelectual más despolitizado. Ni tampoco lo es en relación a las organizaciones sociales con las que se vincula porque las organizaciones tienden a pensar en un modelo más orgánico de intelectual.
*** Entrevista efectuada por María Irribarren.
Maristella Svampa nació en Allen, provincia de Río Negro (“Eso me ha permitido entender la lógica de los pueblos pequeños”). Estudió Filosofía en Córdoba (Argentina). Ha desarrollado una destacada carrera académica en el país y el extranjero. Doctorado en Ciencias Sociales (área Sociología) y diplomaturas en Historia y Filosofía en la Escuela de Altos Estudios sociales de la Universidad de París.
Es investigadora del Conicet y profesora titular en la Universidad de La Plata. También coordina el Observatorio Social de América Latina de Clacso. Entre sus libros se destacan: "El dilema argentino: civilización o barbarie. De Sarmiento al revisionismo peronista" (1994), "La Plaza Vacía, Las transformaciones del peronismo" en colaboración con D.Martuccelli.(1997),"Desde Abajo. Política. La transformación de las identidades sociales"(Ed. Biblos, 2000) "Minería transnacional" (Biblos 2009), "Cambio de época. Movimientos Sociales y poder político" (Siglo XXI, 2008), "Entre la ruta y el barrio. La experiencia de las organizaciones piqueteras" (2003, Biblos), "Los que ganaron. La vida en countries y barrios privados" (Biblos, 2001). Actualmente trabaja en una publicación colectiva, "15 mitos y realidades de la minería transnacional", y su segunda novela, situada en la estepa neuquina: "Donde están enterrados nuestros muertos", que publicará Edhasa, si Dios quiere, en marzo del 2012.
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