Tanto aquí como en otras partes del mundo los políticos raramente aprenden de los errores ajenos. Por razones profesionales, por decirlo así, casi todos prefieren aprovecharlos. Así, pues, aunque el fracaso del gobierno de la Alianza radical-frepasista fue una catástrofe para el país que, si bien se ha adaptado a lo que vendría después, dista de haberse recuperado por completo del trauma social que sufrió, ha resultado demasiado fácil atribuirlo a la debilidad del presidente Fernando de la Rúa, cuando no a la corrupción o las sospechas de corrupción planteadas por el todavía no aclarado asunto de "coimas en el Senado", presunto delito que, en vista de lo que sucedería en los años siguientes, podría juzgarse rutinario. Si De la Rúa realmente fuera un corrupto emblemático, hoy en día su patrimonio personal sería tan envidiable como el de ciertos sucesores.
De la Rúa tuvo la pésima suerte de ser elegido presidente en el momento menos propicio para un político de sus características. Para luchar en serio contra la corrupción como tantos habían esperado tendría que haber roto con buena parte de la clase política local. No pudo hacerlo. Antes bien, comenzó a hablar de "consenso", de la necesidad de acuerdos, de esfuerzos mancomunados y así por el estilo, lo que sólo motivó desprecio ya que, como sabemos, lo que quiere la mayoría de los políticos es un "presidente fuerte" que se limite a pedirles lealtad.
Con todo, aun cuando De la Rúa hubiera resultado ser una versión más culta y más amable de Néstor Kirchner, digamos, no le hubiera sido dado superar la terrible crisis socioeconómica que se había apoderado del país. Al agravarse la situación, se multiplicaron las protestas de frepasistas y radicales alfonsinistas contra "el rumbo". No quería abandonar la convertibilidad, esquema que mantuvo su popularidad hasta vísperas del colapso, pero no pudo tomar las medidas draconianas necesarias para conservarla durante un par de años más hasta que el boom de la soja y otros commodities diera al país una fuente de ingresos fabulosa. El ajuste que eventualmente se concretó fue mucho más brutal que el previsto por el fugaz ministro de Economía Ricardo López Murphy; felizmente para los responsables del "trabajo sucio", De la Rúa y Domingo Cavallo serían culpados del desastre.
El fracaso del gobierno de la Alianza no fue consecuencia de las famosas "coimas en el Senado" sino de su incapacidad para impedir el desplome de la economía.
Es posible que ningún otro gobierno hubiera podido hacerlo pero, a más de diez años de distancia, la mayoría da por descontado que la gran convulsión de inicios del milenio se debió a las vacilaciones de De la Rúa, la inoperancia congénita de los radicales, la nefasta influencia "neoliberal", es decir, de los economistas "ortodoxos", además, desde luego, del FMI que dejó caer a la Argentina al llegar el gobierno norteamericano a la conclusión de que sus políticos eran incorregibles.
Publicado en el Diario "Río Negro" (edición Nro. 23.023), 14 de septiembre de 2012, página 25.
Tales factores incidieron, qué duda cabe, pero hubo otros. Muchos radicales y frepasistas, además, claro está, de peronistas e izquierdistas, siempre se han enorgullecido del desprecio que sienten por el "modelo económico" que, mal que les pese, es típico de todos los países relativamente prósperos, "modelo" que De la Rúa habrá esperado consolidar luego de poner fin a las aberraciones menemistas. Dadas las circunstancias tanto nacionales como internacionales, se trataba de una empresa quijotesca.
Publicado en el Diario "Río Negro" (edición Nro. 23.023), 14 de septiembre de 2012, página 25.
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