Por las nubes de Úbeda por James Neilson.
Como la política astuta y experimentada que claramente es, Cristina sabe manejarse con soltura en las escasas ocasiones en las que se siente constreñida a contestar preguntas hostiles. Con una sonrisa que insinúa complicidad, contraataca, pone en duda la buena fe de su interlocutor y atribuye las hipotéticas deficiencias de su gestión –al fin y al cabo, nadie es perfecto– a la malignidad ajena. Es lo que hizo la presidenta en su encuentro con los estudiantes de la Universidad de Georgetown, una institución que, si bien ocupa un lugar modesto en los rankings internacionales, disfruta de cierto prestigio y, de todos modos, se enorgullece mucho de "la diversidad" étnica del alumnado.
Tuteándolos para crear un clima de confianza mutua en el aula, Cristina les aseguró que la alta inflación es un invento opositor, ya que si fuera del 25% anual como tantos dicen, "el país estallaría por los aires", que no puede existir el periodismo independiente, que Hugo Chávez es un demócrata cabal porque ganó un montón de elecciones, que nada le encanta más que charlar con periodistas "acreditados" y, para rematar, que la razón por la que Estados Unidos no sufre golpes militares consiste en que es el único país del hemisferio occidental en que no hay una embajada norteamericana.
¿Logró Cristina convencer a los jóvenes norteamericanos y latinoamericanos que asistieron a la clase magistral de que ella misma, la presidenta "más insultada, descalificada y agraviada" de la historia del país (Isabelita y Carlos Menem decían lo mismo), y, desde luego, la Argentina son víctimas inocentes de un sinfín de conspiraciones yanquis, mediáticas y fondomonetaristas? Parecería que no, que si bien muchos la encontraron simpática, entendieron muy bien que estaba más interesada en despistarlos que en hablarles de la realidad nacional, que los invitaban a acompañarla en una excursión por aquellas "nubes de Úbeda" que en su momento tanto fascinaban al célebre cacique catamarqueño, el peronista Vicente Leónidas Saadi.
Como todos los mandatarios del planeta, la presidenta tiene forzosamente que subrayar lo positivo y minimizar el significado de lo negativo, pero mientras que sus homólogos del mundo desarrollado saben que no les convendría alejarse demasiado de los hechos fácilmente averiguables, Cristina se siente más libre. Es comprensible. De resultas del esquema monárquico que está en vías de institucionalizarse en el país, ningún funcionario soñaría con advertirle que ciertas actitudes podrían tener consecuencias concretas desafortunadas. Según parece, todos los cortesanos que integran su pequeño círculo áulico comparten los mismos puntos de vista. Aplauden automáticamente sus afirmaciones, por extravagantes que sean, lo que con toda seguridad le es muy grato pero, por tratarse de la presidenta de la República, la expone a muchos riesgos. Por cierto, su propensión a fantasear en voz alta, informándonos que se siente la encarnación de personajes como Napoleón o un arquitecto del Egipto faraónico, además de sus alusiones a la presencia espectral de Él, no ha contribuido a mejorar su imagen internacional.
El que, con cierta frecuencia, los políticos procuren manipular los hechos a fin de adecuarlos a su propio relato no es necesariamente malo. En circunstancias determinadas, la franqueza inoportuna puede resultar muy peligrosa; sería como gritar "fuego" en una sala colmada de gente, cuando lo más sensato es susurrarlo para entonces arreglárselas para que todos puedan salir de manera ordenada. Así, pues, sería por lo menos comprensible que el gobierno optara por continuar negando que la tasa de inflación sea insoportablemente alta mientras tomara medidas contundentes destinadas a bajarla a tierra, pero no hay señal alguna de que se haya propuesto intentarlo. Antes bien, parecería que Cristina cree a pie juntillas que, como nos asegura su pensador de cabecera actual, Axel Kicillof, la inflación sólo preocupa a los ricos o, si sospecha que los números del Indec dejan mucho que desear, confía en que andando el tiempo la economía nacional termine adaptándose a su relato voluntarista como ya han hecho tantos funcionarios, políticos y militantes.
A Cristina le cuesta tomar en serio la preocupación de la elite política norteamericana, tanto republicana como demócrata, por la conducta del caudillo venezolano Chávez, un hombre que no sólo es considerado un demagogo inescrupuloso sino que también es el aliado predilecto de la dictadura teocrática iraní que –mal que les pese a los aislacionistas que, hartos de los costos económicos y humanos que les han supuesto a los norteamericanos desempeñar durante más de medio siglo el papel nada agradable del gendarme mundial, quisieran dejar que el resto del planeta se cocinara en su propia salsa– plantea a la superpotencia un desafío que sus gobernantes actuales preferirían no tener que enfrentar. Con las elecciones presidenciales a pocas semanas de distancia, el presidente Barack Obama mantiene cruzados los dedos y reza para que no estalle antes una guerra en el Oriente Medio que lo obligaría a elegir entre ayudar a Israel o declararse neutral, alternativa que, como sabe, desataría una reacción adversa por parte de los muchos que se sienten firmemente comprometidos con la seguridad del Estado Judío. Así las cosas, Cristina se internó en un campo minado al manifestar su confianza en la vocación democrática de su "amigo" Chávez y, como si esto no fuera suficiente, brindar la impresión de querer acercarse a Irán.
También motiva inquietud en el exterior el desdén de Cristina por la libertad de expresión. Puede que tenga razón la presidenta cuando afirma que nadie es realmente "independiente", si por eso quiere decir que en última instancia todos se ven influidos por sus prejuicios, ideas, intereses y lealtades personales, pero parecería que sobre la base de esta verdad perogrullesca la presidenta ha llegado a la conclusión de que tiene pleno derecho a tratar a todos aquellos que piensan distinto como si fueran militantes políticos a sueldo de alguna que otra agrupación opositora, lo que a su entender justificaría los subsidios generosos procedentes del erario público que perciben los medios amigos y los esfuerzos por asfixiar financieramente a los demás. Para los comprometidos con el pluralismo democrático, dicha tesis tiene connotaciones totalitarias; al reivindicarla en Washington, Cristina dio a los ya convencidos de que la Argentina está alejándose de la democracia más motivos para preocuparse.
* Fuente de informacíón: Diario "Río Negro" (edición 23.037), viernes 28 de septiebre de 2012.
Nota: "Irse por cerros de Úbeda" es una frase muy española que se dice a la persona que empieza a divagar o bien intentar evitar responder una pregunta de manera directa hablando sobre otra cosa no relacionada es decir “salirse por la tangente”. La historia o los relatos dicen que en el siglo XIIlas tropas del Rey estaban a punto de atacar Úbeda (una ciudad cerca de Baeza, en la provincia de Jaén), uno de los capitanes del ejército desapareció antes de que empezase la lucha y justamente después de la conquista, reapareció. Cuando le preguntaron que dónde se había metido durante toda la batalla él alegó que se había perdido por los cerros de Úbeda.
En la Argentina "se la argentinizó" y pasó a ser "nubes de Úbeda" que se popularizó durante el gobierno del Dr. Raúl Ricardo Alfonsín en un debate de de 1984 con la consulta vínculante que puso fin al conflicto por el canal Beagle entre la Argentina y Chile. En un debate televisivo entre el canciller Dante Caputo que defendía el voto por "sí" y el Senador Nacional de Catamarca Vicente Saadi, que fomentaba la abstención, que acusaba a Caputo de "pura Chacara" y que se evadía que andaba" por las nubes de Úbeda" Un debate que salió mejor parado Dante Caputo.
Nota: "Irse por cerros de Úbeda" es una frase muy española que se dice a la persona que empieza a divagar o bien intentar evitar responder una pregunta de manera directa hablando sobre otra cosa no relacionada es decir “salirse por la tangente”. La historia o los relatos dicen que en el siglo XIIlas tropas del Rey estaban a punto de atacar Úbeda (una ciudad cerca de Baeza, en la provincia de Jaén), uno de los capitanes del ejército desapareció antes de que empezase la lucha y justamente después de la conquista, reapareció. Cuando le preguntaron que dónde se había metido durante toda la batalla él alegó que se había perdido por los cerros de Úbeda.
En la Argentina "se la argentinizó" y pasó a ser "nubes de Úbeda" que se popularizó durante el gobierno del Dr. Raúl Ricardo Alfonsín en un debate de de 1984 con la consulta vínculante que puso fin al conflicto por el canal Beagle entre la Argentina y Chile. En un debate televisivo entre el canciller Dante Caputo que defendía el voto por "sí" y el Senador Nacional de Catamarca Vicente Saadi, que fomentaba la abstención, que acusaba a Caputo de "pura Chacara" y que se evadía que andaba" por las nubes de Úbeda" Un debate que salió mejor parado Dante Caputo.
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