EL DERRUMBE DE LOS VALORES.
Estamos viviendo tiempos de
decadencia. Hay seguramente una frustración y un cansancio en los espíritus
libres e inquietos que ven con pesadumbre como se han derribado los viejos
paradigmas los que comienzan a ser reemplazados por una serie de políticas
rampantes, superficiales y bartoleras que atontan y adormecen la conciencia y
pisotean aquellos viejos valores que alguna vez hicieron del nuestro un país
generoso, grande, pujante y reconocido en el mundo.
Eso fue posible gracias al
talento de algunas mentes brillantes que a través de la excelencia de la
ciencia y de la cultura escribieron las mejores páginas de nuestra historia,
dando varios Premios Nobel, grandes
escritores y artistas reconocidos en todos los idiomas y destacados
intelectuales que no solo nos prestigiaron ante el mundo sino que dejaron una
impronta para las nuevas generaciones de jóvenes que los tomaron como ejemplos
a seguir.
Los claustros y las aulas tenían a
principios del siglo pasado un óleo sagrado como el de Samuel, donde abnegados
maestros y profesores echaron las bases de una enseñanza humanista que tenía
como eje indiscutido la educación integral del individuo.
Mucha agua ha corrido bajo los
puentes de nuestro país desde aquellos tiempos liminares y hoy es palpable para
cualquier observador atento ver como se han degradado aquellas ideas de
grandeza, quitando, verbigracia, materias y carreras claves para el desarrollo
de la persona, como algunos idiomas y otras como filosofía, privando a los
educandos de conocimientos generales, desalentando el pensamiento propio y lo
que es más lamentable frustrando vocaciones.
Se aprecia con estupor como se
desalienta el esfuerzo y el estudio por el espejismo mercantilista de ganar
todo fácil y rápido entronando un espíritu que se asienta en el consumismo
desenfrenado de bienes inútiles y la tendencia a vivir “dejando pasar el
tiempo” entretenidos en banalidades sin importancia, seguramente para no
pensar.
Todo esto es parte de una
política tendiente a destruir entre los mejores valores que tenemos por ejemplo,
al lenguaje, bastardeado por la falta de lectura y la mala utilización del
idioma, cuando no mezquino de palabras y de su significado.
Es que ya se ha dicho que “si se
destruye el lenguaje se destruyen las ideas. Que si se destruyen las ideas se
destruyen los conceptos y que si se destruyen los conceptos se destuyen las
costumbres”.
Nos toca vivir desgraciadamente
en estos tiempos difíciles tal vez ya vislumbrados por el gran Hesíodo donde el
hombre de barro endiosado por sus iguales está pisando el último escalón de su
devenir.
Los que realmente quieran escuchar, “el que quiera oír que oiga” al
decir imperativo de San Juan en la isla de Patmos, tienen en estas épocas de
oscuridad en los pocos espíritus selectos que todavía resisten, una oportunidad
de redimirse y volver al camino del esfuerzo, de la formación, de la dignidad,
de la búsqueda de la excelencia y de una vida
con sentido que merezca ser
vivida, para ser “lo que se debe ser” como decía el General San Martín y no la
que los poderosos quieren que seamos.
Para terminar estas breves
reflexiones sería bueno recordar como advertencia para los valientes que se
atreven a defender los valores anteriormente señalados que “donde no hay justicia
es peligroso tener razón, ya que los imbéciles son mayoría”. Y no debería
sorprender que la frase fuese de Francisco de Quevedo. Para pensar.
EL DERRUMBE DE LOS VALORES gentileza del escritor patagónico argentino Jorge Castañeda de la localidad de Valcheta, provincia de Río Negro.
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