Todo país enfrenta al coronavirus a su manera; no hubo, en estos casi 10 meses de pandemia, ni recetas infalibles ni modelos enteramente errados. Uno, sin embargo, es el blanco del análisis, críticas, elogios, polémicas: Suecia.
Con su enfoque tan alejado de las fórmulas rápidas de
confinamiento total o parcial, la nación nórdica eligió una estrategia que casi
ningún otro país siguió y de la que la gran mayoría de los especialistas del
mundo desconfiaron de entrada.
La manera tan propia de cada nación incluye la estrategia
sanitaria, el estímulo económico, el mapeo demográfico, la estructura
productiva o la disponibilidad de recursos administrativos y operativos para
apuntalar el sistema hospitalario; comprende también la memoria de otras
epidemias, la historia social, el consenso o disenso político, la cohesión, el
respeto por las normas, las miradas sobre la relación entre sociedades e
individuos, la inmigración, la religión, la visión de la muerte y de la vida.
Todos son ingrediente que construyen el espíritu y cultura
de una nación. Todos son elementos que Suecia incorporó, abierta o tácitamente,
en su fórmula contra el Covid-19: aprender a convivir con el virus para
controlarlo, sin la voluntad de confinar a la sociedad, pero con la
determinación de cambiar sus hábitos.
Mirada desde septiembre, la claridad de la retrospectiva
muestra que, de entrada, Suecia se enfrentó a un acierto fundamental y a un
error igualmente esencial. El primero fue entender que la pandemia era una
lucha a largo plazo, no solo de meses, que, en lugar de acciones restrictivas,
demandaba medidas sustentables económica y socialmente en el tiempo a un nivel
que no condujera a la saturación del sistema de salud.
"Es un modelo integral para que se sostenga en el
tiempo, no solo en lo sanitario, sino también en lo económico, lo social, lo
psicológico", explicó a LA NACION un virólogo argentino que hizo su
doctorado en Suecia y que hoy trabaja en Estados Unidos.
El desacierto, sin embargo, fue ignorar el costo de la
estrategia y no concentrarse en la protección del grupo más expuesto a
semejante determinación, los adultos mayores.
Así como cada país tiene su propia receta, muchas naciones
pasaron por estadios de éxito o fracaso en estos 10 meses, desde Australia o Nueva
Zelanda hasta Corea del Sur o Alemania. Es el caso de Suecia.
En abril y mayor, cuando las muertes -en su enorme mayoría
de adultos mayores- se acumulaban fue usada como moraleja por los expertos y
gobiernos que les habían advertido sobre el peligro de evitar el confinamiento
y apuntar, solapadamente, a la inmunidad de rebaño. Ese capítulo le dejó a
Suecia un título sombrío del que hoy le cuesta desprenderse: es uno de los
países europeos con mayor cantidad de muertes por millón de habitantes y está 13°
en el listado global (la Argentina está 26°).
El acierto, en cambio, empezó a aflorar a fines de julio ya,
cuando la curva de infecciones comenzó a bajar y la de muertes se acható casi
por completo. Desde un primer momento, las autoridades sanitarias de Suecia,
encabezadas por Anders Tegnell, niegan que la intención disimulada de su
estrategia haya sido alcanzar la inmunidad de rebaño o que el sueco sea un
modelo antipandemia exportable.
Así como ese concepto comenzó a prender en los países que,
por razones sociales o económicas, buscan evitar nuevas cuarentenas, la
estrategia sueca es también usada como alimento para la polarización política
en otras naciones.
Desde Estados Unidos a la Argentina, Suecia fue empleada
como ejemplo de lo que debe o no debe hacerse para enfrentar el coronavirus con
éxito.
La derecha rescata su "respeto por las libertades
individuales", mientras que la izquierda cuestiona el supuesto desinterés
de las autoridades suecas por la vida de los más ancianos. Ese debate global se
repite, claro, en la propia Suecia. Pero irónicamente esas críticas se
invierten: la derecha y la extrema derecha le reprochan al gobierno de centro
izquierda y a Tegnell -también de izquierda- una política más restrictiva,
sobre todo en las fronteras.
1.El plan y el espíritu sueco
Al mando de la Agencia de Salud Pública, Tegnell fue el
encargado de diseñar el plan sanitario, sobre el cual ni el premier ni los
ministros pueden intervenir ya que el organismo que encabeza es independiente
del poder político. Fue a fines de febrero y principios de marzo, cuando suecos
que regresaban de sus vacaciones de ski en Austria o de viajes de trabajo a
Irán comenzaban a instalar el virus en el país.
A medida que la pandemia avanzaba sin control por la Europa
del sur, Suecia y sus vecinos escandinavos empezaron a cavar sus trincheras.
Pero mientras las defensas de Dinamarca, Noruega y Finlandia adoptaron la forma
de cuarentenas obligatorias por varias semanas, el comando sanitario sueco
eligió otras tácticas, una basada en la equilibrar la protección de la salud
nacional con valores arraigados en la historia del país.
"La estrategia del coronavirus sueca es la versión
sanitaria del enfoque de 'defensa total' de la seguridad nacional que tiene el
país desde la Segunda Guerra Mundial", escribió, en julio, la politóloga
sueca Elisabeth Braw en una columna en el sitio Politico EU.
Ese enfoque implica la participación, directa o indirecta,
de cada sueco en la defensa de su país ante una amenaza nacional. "No es
una estrategia de 'cada uno para sí mismo' -como ocurre en Brasil o Estados
Unidos- sino 'todos por la comunidad'", agregó.
Ese llamado a la acción colectiva ante una amenaza común fue
lo que llevó a Tegnell a evitar el confinamiento y confiar en la respuesta
individual de cada sueco. Así, el plan antipandemia, excluyó la cuarentena e
incluyó un fuerte llamado al distanciamiento social y a trabajar y estudiar
desde los hogares y la recomendación de cerrar los negocios e instituciones no
esenciales y de no viajar y no usar el transporte público. Fueron todas
sugerencias, no órdenes.
Las escuelas secundarias y las universidades cerraron, pero
no las primarias y jardines. La Agencia de Salud y Tegnell argumentaron que
cerrarlas no solo le complicaría la vida al personal de salud con hijos
pequeños sino que también sería "inmoral" porque pondría presión
sobre los hogares de menores ingresos.
A diferencia de la mayoría del resto de los países, Suecia
tampoco transformó en obligatorio el uso de tapabocas, bajo el argumento de que
no hay evidencias concluyentes sobre su beneficio para bajar la probabilidad de
contagio.
La estrategia tuvo también una pata operativa sobre el
sistema sanitario. Con salas de terapia más desprovistas que las de otras
naciones europeas, la Agencia duplicó el número de camas críticas (pasó de 5,8
por 100.000 habitantes a 10 por 100.000). Reforzó los testeos, aunque nunca los
llevó al número de sus vecinos y abandonó el rastreo de contactos una vez la
circulación del virus fue local.
2. Del fracaso inicial...
Alarmados por la pandemia, los suecos escucharon el llamado
oficial al cuidado y se retiraron de las calles, no tanto como sus vecinos
escandinavos pero lo suficiente como hacer caer significativamente los índices
de movilidad.
De acuerdo con el monitoreo de movilidad de Apple, mientras
la actividad bajó un 60% en Noruega y un 55% en Dinamarca -ambas con
confinamiento- en Finlandia y Suecia se redujo un 40%, el mismo nivel que hoy
presenta la Argentina (a principios de abril fue del 80%).
La caída de la actividad y el repliegue voluntario de los
suecos no alcanzó, sin embargo, a detener las infecciones ni las muertes. Ambas
curvas fueron, desde un comienzo, en proporción, más elevadas que las de sus
vecinos.
La de muertes lo fue de una manera notable al punto que se
convirtió en la gran catástrofe de la estrategia sueca, eje de críticas
internas y globales y un fuerte mea culpa oficial, en junio.
El 90% de las casi 5900 muertes fue entre mayores de 70 años
y esos decesos ocurrieron en los dos primeros meses de la pandemia.
La Agencia de Salud y el gobierno fallaron allí donde habían
prometido concentrarse más, la protección de los más viejos. ¿Qué fue lo que
ocurrió y por qué? La respuesta no es lineal e involucra no solo enormes
descuidos oficiales sino también un debate médico ya de larga data: ¿unidades
de terapia intensiva o cuidados paliativos? ¿Intubar o no?
El 49% de los muertos vivía en geriátricos y otro 25% eran
adultos que recibían asistencia pública en sus hogares, un servicio de cuidado
de la tercera edad provisto por las 290 municipalidades suecas.
"Las muertes que no se dieron en las UTI fueron fundamentalmente
de personas ancianas. Hay un debate a nivel nacional en Suecia sobre el
apropiado nivel de tratamiento a personas ancianas con Covid-19. Una amplia
porción de personas de edad que habrían recibido tratamiento en otros países,
en Suecia no lo hicieron. Es razonable concluir que muchos pueden haber muerto
como resultado de eso. Los datos internacionales sobre pacientes ancianos con
Covid-19 en terapia intensiva muestran que una fracción sustancial de ellos se
recuperan", explicó a LA NACION Peter Kasson, especialista en ingeniería
biomédica en la Universidad de Virginia, que estudia la gestión sueca de la
pandemia.
Haciéndose eco de un debate que, como otras facetas de la
pandemia, divide a los especialistas el virólogo argentino que hizo su doctorado
en Suecia -y prefiere mantener el anonimato- opinó que lo que hizo una parte
del sistema de salud del país nórdico no fue "desatender a los más
ancianos", sino evitar el encarnizamiento médico, con cuidados paliativos
en lugar de intervenciones invasivas que salvan vidas pero las dejan
deterioradas.
Las quejas de los familiares de pacientes que finalmente
murieron sin intervención en los geriátricos fueron dolorosas y muchas. También
dramático y letal fue el descuido de los servicios de salud pública a la hora
de proteger a los ancianos en sus propios hogares.
"Las autoridades de la salud pública no prestaron
atención a lo que se sabe ya sobre la transmisión del Covid-19, particularmente
el rol de los asintomáticos o presintomáticos y a la eficacia de las máscaras.
Los cuidadores de los ancianos no estaban bien protegidos y aislados, y eso
condujo a un sustancial contagio de los adultos mayores", concluyó Kasson.
3. Al éxito actual
¿Podrían haberse salvado esos más de 5000 ancianos si otra
hubiese sido la estrategia sueca? Como todo lo que afecta al coronavirus, las
opiniones son divergentes.
En un estudio publicado hace unas semanas en el Journal of
Econometrics, el matemático y economista Sang Wook Cho llegó a la conclusión de
que si Suecia hubiese seguido las medidas de confinamiento que aplicaron
Dinamarca, Finlandia y Noruega, Suecia habría tenido un 25% menos de muertos y
un 75% menos de infecciones.
Claro que la biblioteca dividida implica visiones opuestas.
En su estudio llamado "¿Funcionan los confinamientos? Un contrafáctico de
Suecia", un grupo de investigadores holandeses y suecos crearon un modelo
de simulación con el que concluyeron que "la dinámica de la infección en
Suecia no habría sido diferente si se hubiese impuesto una cuarentena".
"Descubrimos que, aun en la ausencia del confinamiento,
los suecos ajustaron considerablemente sus actividades. Eso sugiere que la
restricción social voluntaria es esencial para resolver el rompecabezas de la
cuarentena", añadieron los investigadores.
El repliegue voluntario de los suecos fue posibilitado, en
parte, por rasgos demográficos, sociales y económicos que facilitaron esa
decisión. El 45% de los hogares suecos son unipersonales (lo que dificulta la
transmisión intrafamiliar) y el teletrabajo ya era un hábito afianzado antes de
la pandemia y creció con fuerza este año por lo que cientos de miles no se
veían obligados a abandonar sus casas. La contracara es que, en el Gran
Estocolmo, los barrios con mayor incidencia de contagios y muerte son los que
albergan, mayormente, a inmigrantes.
Si el número de muertos obligó al gobierno a pedir disculpas
públicas y a prometer reparar los errores, el aislamiento voluntario y la
estrategia pública de distanciamiento comienzan a darle la razón a Tegnell, que
había prometido que en el otoño boreal se comenzarían a ver los resultados de
su plan.
El otoño boreal llega en dos días y hoy Suecia, calificado
hace unos meses por The New York Times como Estado paria por su plan, disfruta
de una verdadera primavera de la pandemia.
Con 1300 casos diarios, los contagios tuvieron su pico
alrededor del 24 de junio; y a partir de allí esa curva comenzó una sistemática
caída, que se mantuvo imperturbable incluso ante la intensa vida en las calles
durante el verano.
Más aún, ese pico de casos de junio no se trasladó a la
curva de muertos, que desciende sin pausa, señal de que -efectivamente- Suecia
empieza a remediar los errores que condujeron a la catástrofe de sus
geriátricos.
Mientras tanto, los vecinos escandinavos, que corrían siempre
por detrás de Suecia en número de contagios, empiezan a ser testigos nerviosos
de cómo sus curvas remontan de a poco, en especial la de Dinamarca.
¿Cómo explica la Agencia de Salud su éxito relativo frente a
sus vecinos?
"Tenemos situaciones diferentes, nosotros no venimos de
un confinamiento total hacia una apertura. Tenemos el mismo nivel de medidas de
marzo y eso también puede ser un factor detrás del diferente avance aquí que en
otros países", dijo Tegnell ayer.
Sugirió además que más suecos tienen inmunidad al virus.
"Eso hace más difícil la transmisión que en otros países, donde menos
gente se infectó", agregó.
¿Cuántos la tienen? ¿Los suficientes como para alcanzar la
inmunidad de rebaño? Otra vez las investigaciones divergen.
Un estudio de julio estimó que menos del 10% de los suecos
cuentan con anticuerpos, un escalón muy lejano de la inmunidad de rebaño. Pero
una investigación del Instituto Karolinska, el centro de estudio más
prestigioso de Suecia, calculó que un 30% de la población ya tiene inmunidad
cruzada.
4. El ambiguo impacto económico
De ser esa la proporción de inmunidad, el país podría
transcurrir el otoño, que ya se augura inquietante para el resto de Europa, con
calma y capacidad de concentrarse en la reconstrucción de la economía, luego de
la peor recesión de su historia.
La protección de la economía fue, desde el comienzo, una
prioridad para el gobierno sueco en su plan de convivencia con el virus. Y lo
logró. Pero, a juzgar por el desempeño de algunos de sus vecinos, no del todo.
En junio, desde el FMI hasta el Banco Central sueco
proyectaban una recesión de entre 7 y 10%. Con la desaceleración de la pandemia
y el achatamiento de las curvas, los pronósticos mejoraron, para todos los
países escandinavos, que son los que mejor soportarán la tempestad económica en
Europa este año.
Hoy, las estimaciones oficiales apuntan a una contracción
anual de 3,6% contra una de 4,5% para Dinamarca y de 2,5% para Noruega y
Finlandia.
La relativa apertura de la vida en Suecia permitió que el
consumo o se derrumbará como en casi todos los países del mundo. Sin embargo,
la actividad económica se paralizó porque la pandemia y las cuarentenas
neutralizaron la producción y la demanda en todo el mundo, un fenómeno
devastador para una nación dependiente del mundo a través del comercio
exterior.
Por: Inés Capdevila.
Publicado en Diario “La Nación”, 18 de Septiembre del 2020.
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