Un aforismo para René Favaloro.
Fue un hombre, que sufrió como propio, todo el dolor de la humanidad. Su existencia fue la demostración más cabal, que en épocas de impiedad siguen naciendo hombres muy piadosos. Del Dr. Favaloro puede decirse que quien da conocerá la ingratitud, pero también la emoción de dar,
La muerte de Favaloro, me hace pensar que para matar a un cóndor majestuoso, solo basta una gota de veneno (o un solo disparo en el corazón, en el caso del científico).
Quien esto escribe, estuvo, internado 3 ó 4 días en su Instituto, aquí en Buenos Aires.
Era solamente para un chequeo general.
En esa época, el Dr. Favaloro, solamente operaba. Casi no visitaba a los internados. Téngase en cuenta, que en los varios pisos de su Instituto, siempre había cientos de pacientes. Y él se dedicaba a operar de 8 a 10 horas diarias. Además, como Director Gral., realizaba muchas otras tareas.
Y quiero relatarles una experiencia personal, que expresará toda mi gratitud a este médico apóstol, porque muchos dan, pero algunos viven para dar.
Sé que un homenaje a un muerto ilustre, no lo resucita, por supuesto. Pero lo ilumina.
Me habían recomendado repito, a su Instituto para un chequeo general, como ya mencioné y allí me interné.
A las pocas horas, de estar allí, golpearon a la puerta de mi habitación.
-¿Se puede?. Era el mismísimo Favaloro, con su sobria y cordial sonrisa, que tenía la delicadeza de visitarme, y además de solicitar permiso para entrar a la habitación.
-¿Puedo sentarme en su cama?, dijo extendiéndome la mano.
-¡Por supuesto!. Se quedó más de una hora conmigo.
Dos enfermeras que entraron en distintos momentos, se sorprendieron.
-No estoy como médico, me dijo. Vengo solamente a conocerlo.
Y pido perdón, por esta muestra mía, quizá de vanidad.
Y comenzó diciéndome:
-“Yo conozco dos de sus aforismos de memoria. ¿Se los digo?. Y me repitió primero el más conocido. El que dice:
“Hay quien arroja un vidrio roto sobre la playa. Pero hay quien se agacha a recogerlo...”
-¿Y el otro?, le pregunté. Y el otro lo recuerdo -me dijo- porque lo tengo colocado bajo el vidrio de mi escritorio, en un señalador. Y de sus labios salió este aforismo, de mi primer libro:
-“El médico que no entiende almas, no entenderá cuerpos”.
Claro. Él, por cierto, entendía almas. Recuerdo que me sentí muy emocionado y halagado simultáneamente.
Vino a verme los 3 días de mi internación y jamás me habló de medicina.
Me lo explicó diciéndome: -Otros médicos de mi institución están en mejores condiciones para aconsejarlo. Yo hago cirugía exclusivamente. Y no es su caso, Narosky.
El último día –ya me daban el alta- vino para obsequiarme uno de los libros que había escrito. Lo tituló “Memorias de un Médico Rural”. Y agregó:
-“En este libro están mis 12 años como médico rural en La Pampa.
Para terminar, la vida de Rene Favaloro, fue una verdadera lección de dignidad, de hombría de bien. Diría que fue una especie de sacerdote laico.
Por eso, el aforismo final, quiere aludir a su permanente lucha contra la incomprensión, la frialdad, el egoísmo.
Y este es el aforismo para este científico, cuya muerte, no fue una muerte individual:
“Los grandes hombres perciben cuando predican en el desierto. Pero siguen predicando”.
Publicado en Diario "Ámbito Financiero", 29 de Septiembre del 2020.
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