Por Bernardo Sagastume.
Vivimos tiempos peculiares, en los que un gobernante puede permitirse anunciar recortes drásticos de gasto público y no solo no ser abucheado, sino que además puede ser vitoreado. Es el caso de Javier Milei en Argentina. Podemos correr el riesgo de pensar que estas multitudes han perdido la cabeza, pero también podríamos ser más optimistas y verlo como la prueba de que se puede incursionar en la política con determinadas ideas y que, aunque estas estén muy alejadas de la discusión habitual, tienen la capacidad de imponerse y resultar exitosas en la contienda electoral.
Javier Milei y Ayn Rand
Lo que ha logrado Javier Milei en este tiempo es casi un milagro y buena parte de su éxito no podemos desvincularlo no solo de sus lecturas de Ayn Rand, sino de la aplicación de la doctrina randiana, tanto de manera explícita como implícita. En enero de 2018, cuando ni siquiera soñaba con iniciar la carrera política, Milei se mostraba ya partidario[i] de iniciar La rebelión de Atlas, afirmando que de un lado deberían estar “los defensores de la justicia social y los parásitos” y del otro “los que queremos vivir del fruto de nuestro trabajo”. Concluía, convencido, diciendo que “no importa qué parte del país nos den, la convertiríamos en un verdadero paraíso”.
Ya metido en la arena política, pese a que muchas de sus intervenciones estaban centradas en asuntos de raíz económica —Milei es economista de profesión—, no perdía oportunidad en sus apariciones públicas para reclamar la suya como una propuesta política de raíz moral, porque se apoya en valores. Aprovechaba así, muy a la manera randiana, para señalar a sus adversarios como basados en “valores inmundos”[ii], como la envidia, el odio, el resentimiento, el trato desigual frente a la ley, el robo y el asesinato. De ese conjunto de valores morales “nada bueno puede salir”, concluía.
Empresarios y empresaurios.
En sus habituales clases al aire libre con las que fue sumando adeptos, Milei no buscaba conquistar a los asistentes tanto con cifras y porcentajes, sino con esta persuasiva manera de presentar sus ideas como mejores en términos morales. No se limitaba a decir que el capitalismo es un buen instrumento para generar riqueza o hacer crecer el PIB per cápita, sino que subrayaba que su mejor cualidad era que se trata de un sistema justo.
Por eso diferencia a los empresarios prebendarios, los “empresaurios” que solo viven de negocios que se sustentan en su capacidad de influencia sobre los políticos que regulan su sector, de los verdaderos emprendedores, los grandes productores, los creadores, los industriales, los científicos que hacen avanzar el mundo, porque estos son los grandes benefactores de la humanidad. En el sistema actual, a estos últimos se los castiga a través de impuestos siempre crecientes, mientras que a los primeros se los premia a través de concesiones administrativas y legislaciones que limitan la competencia.
La rebelión de Atlas.
Cuando Ayn Rand publica La rebelión de Atlas en la década de 1950, presenta un escenario de un país al borde del colapso económico después de años de mal gobierno colectivista, donde los ciudadanos productivos e innovadores son explotados para sostener a aquellos que no trabajan ni producen. Como sabemos, la narración plantea la pregunta de qué sucedería si un día estos individuos decidieran dejar de cargar con el peso del estado sobre sus hombros, similar a la figura de Atlas cansado de llevar el mundo en sus espaldas.
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¿No es esta la poderosa metáfora de que se ha servido Javier Milei para llegar tan amplio público? A diferencia de países como Estados Unidos, donde la de Ayn Rand es una obra imaginaria y ficticia, en Argentina, esta historia parece reflejar una realidad palpable, describiendo al país como una rueda atascada con un obstáculo: sin movimiento, o más bien mejor, retrocediendo cada año que pasa.
Corderos y leones.
La conversión que Milei ha logrado en parte del pueblo argentino (la parte que produce, con independencia de su nivel de ingresos) podemos asemejarla a la conversión que Ayn Rand ha logrado de miles o millones de personas en todo el mundo a través de su obra literaria. Su constante apelación a los espíritus dormidos de la sociedad se sintetiza en su muy randiana frase “Yo no vengo a guiar corderos, vengo a despertar leones”. El rechazo frontal a la llamada justicia social que ha mostrado en su carrera política no es otra cosa que el mismo rechazo de Ayn Rand al altruismo y a la vez una vindicación del egoísmo virtuoso. “No con la mía”, afirma, en referencia a que con el dinero ajeno todos podemos ser muy generosos y que ese tipo de caridad carece por completo de mérito.
Frente a un lenguaje común que ve como algo malo el individualismo, Milei ha alzado la voz para decir alto y fuerte que lo malo no es el individualismo, sino el colectivismo. Del mismo modo, en un mundo donde las corrientes de pensamiento a menudo se centran en lo colectivo, Ayn Rand destacó en la defensa de la autonomía y la singularidad del individuo. Su enfoque claro y directo en la realidad y la razón resonó en el hombre común que buscaba no solo entender el mundo, sino también forjar su propio camino en él. Si vemos a Ayn Rand como un ejemplo de filósofa popular, al mantenerse como una figura influyente cuyas ideas continúan inspirando y desafiando las percepciones convencionales sobre la vida, la moralidad y la libertad individual, no podemos evitar reconocer a Javier Milei como uno de sus más notables epígonos.
[i] 5 de enero de 2018
[ii] 26 de marzo de 2021
Bernardo Sagastume. El autor es director adjunto de La Gaveta Económica y director de Publicaciones de la Universidad de las Hespérides.
Publicado en Instituto Juan de Mariana.
https://juandemariana.org/ijm-actualidad/analisis-diario/ayn-rand-la-gran-conversora/
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