Fuimos fruto fecundo de un encuentro cultural, a veces pacífico y a veces violento,
De la Patria originaria a la patria originada.
Hispanoamérica fue una realidad viva y pujante integrada y asimilada bajo una misma fe, una misma lengua, unas mismas leyes y unas mismas instituciones. Y sus hijos: criollos y mestizos (o gauchos) fueron los que se abrazaron al calor de esta herencia espiritual y de esta tierra que los cobijó y templó.
Por Jorge Martín Flores.
Imaginemos una familia. Un nuevo integrante viene al mundo. Nace el niño al calor de un hogar que lo ama y cobija. Le han dado un nombre y un apellido. Lo han alimentado y abrigado del frío. Le han enseñado a distinguir lo bueno de lo malo, lo justo de lo injusto. Le han inculcado que sus actos tienen consecuencias y que debe hacerse cargo de los mismos responsablemente. Este niño va creciendo y tiene preferencia por los platos exquisitos de la abuela y se ha vestido varias veces con el poncho rojo punzó de su abuelo. Aprendió del ejemplo de sus mayores: los buenos para imitarlos, los malos para no volver a cometerlos.
Y así, ese niño se convirtió en joven. Y ese joven, luego de muchas crisis, dificultades, idas y venidas, aciertos y desaciertos, tropiezos, caídas y volver a pararse, se convirtió en adulto. Y como tal salió a enfrentar la vida. Lo hizo con lo que había aprendido, poniendo en práctica la herencia material y espiritual recibida de sus mayores y con su sello personal y distintivo.
Un buen día, encontró el amor y decidió dejar su solar nativo para conformar su propia familia y emprender un nuevo proyecto de vida. No todos estuvieron de acuerdo ni apoyaron esta decisión. Pero con paciencia, entrega, convicción y sacrificio luchó para concretar su sueño de formar su propio hogar y demostró respetar sus raíces, su herencia y su gratitud con los padres que lo habían traído al mundo y educado para ser protagonista de su propia historia, marcando la diferencia, escribiendo con madurez y responsabilidad las páginas de su futuro. Siguiendo esta sencilla pero necesaria analogía y teniendo en cuenta que la historia es maestra de vida, vamos a aplicarla a nuestra historia patria.
LA PATRIA ORIGINARIA.
La Patria (nuestra gran familia) no nació por qué sí. No fue tirada por la cigüeña, no salió de un repollo. No nació como hija de nadie. Como enseña Carlos Pesado Palmieri: “No existen Patrias por decreto. No existen Patrias clonadas, ni surgidas por generación espontánea”.
Toda Patria viene del pasado, continúa en el presente y se proyecta hacia un futuro. Es la unidad de destino en lo universal, cual sostenía Don José Antonio Primo de Rivera. Tiene una cultura, una lengua, una religión, una estirpe, es decir, un estilo de vida que la define y diferencia del resto y que fue forjado a lo largo del tiempo, pues hunde sus raíces en una historia secular, es decir, de siglos.
Entonces, así como no existen hijos sin madres, no existen patrias sin madre patria. Nuestra madre se llamó España. Y fue ella quien forjó en América una identidad, un estilo de vida que hemos heredado, fusionando su tradición greco-latina y cristiana con lo indígena y autóctono de estas tierras.
Fuimos fruto fecundo de un encuentro cultural, a veces pacífico y a veces violento, que nos definió como Patria Grande a partir del mestizaje, es decir, a partir de la simbiosis y de la unidad de lo diverso, otorgándonos un ser, un cuerpo y un alma. Hispanoamérica fue una realidad viva y pujante integrada y asimilada bajo una misma fe, una misma lengua, unas mismas leyes y unas mismas instituciones. Y sus hijos: criollos y mestizos (o gauchos) fueron los que se abrazaron al calor de esta herencia espiritual y de esta tierra que los cobijó y templó.
Aquí está la Patria Originaria, como la denominó pedagógicamente y con excelencia el profesor Carlos Pesado Palmieri. La Hija de España. La hija de la Cruz y de la Espada. Y de esta Patria Originaria proviene el nombre de La Argentina, la tierra del plata, que ya resonaba en el siglo XVI en los versos de Martín Del Barco Centenera.
Entonces: ¿cuándo nació la Patria? Siguiendo al doctor Antonio Caponnetto y desde una necesaria concepción católica y teológica de la historia, podemos decir que existen dos hitos fundacionales de esta Patria Originaria: El primero es el 12 de octubre de 1492, día en el que América fue bautizada dando origen a la Gran Nación Hispanoamericana. Y el segundo lo constituye el domingo 1° de abril de 1520, en el actual Puerto de San Julián (Provincia de Santa Cruz) y bajo la orden de Don Hernando de Magallanes, el Padre Pedro de Valderrama celebró por primera vez la Santa Misa en lo que hoy es nuestro territorio nacional. Aquí está el origen, el nacimiento de la patria argentina.
Porque afirma Don Antonio: “Por primera vez, Cristo, se hizo presente en un altar. Se quedó con nosotros en la Eucaristía. (...) Algo que ahora llamamos lágrimas de alegría y que entonces fue estío mojando las acacias, retumbó en el desierto ante el primer Pan Vivo, ´al Ite missa est decían´: Deo gratias”.
Y de esta Patria Originaria nace como un fruto maduro la Patria Originada que hoy conmemoramos. Por ello, no se puede afirmar ella nació el 25 de mayo de 1810: “La Patria Originada no fue unívoca hija de una Revolución -afirma el profesor Carlos Pesado Palmieri- sino que nació de un parto bélico en defensa de su soberanía territorial, amenazada por potencias extranjeras enemigas de la Patria Originaria”.
LA PATRIA ORIGINADA.
Nació entonces en un tránsito que nuestro citado profesor Palmieri ha denominado ‘La década axial de la patria nueva’, cómo titula su obra referida al tema. El contexto es de crisis. Crisis en el imperio español, cuyos reyes doblegados al poder francés-napoleónico y británico, se habían vuelto tiranos que convirtieron a la América Española en el pato de la boda. Estos buenos padres del principio, tristemente se habían transformado en malvados padrastros.
Pero como sabemos, crisis es sinónimo de crecimiento. Así fue que en este marco, los hijos de esta tierra, los criollos o españoles americanos, asumieron su destino y protagonismo histórico de conducir responsablemente estas circunstancias para salvar el bien común.
Tres hitos claves jalonan este proceso de diez años:
1° Las victorias de la Reconquista y Defensa de Buenos Aires ante la Invasión Inglesa de 1806 y 1807.
2° El pronunciamiento del 25 de mayo de 1810 que proclamó nuestra autonomía o gobierno propio frente al invasor Napoleón Bonaparte, al ilegítimo Consejo de Regencia creado por Inglaterra y sobre todo frente a la decadencia del imperio español usurpado. El hijo decide vivir solo con las herramientas que sus padres les habían dado.
3° La declaración de la Independencia de las Provincias Unidas de Sudamérica del 9 de julio de 1816 frente a la corona española y cualquier otra dominación extranjera. El hijo se va de su casa y forma su nueva familia.
“En esa larga década en la que se gestó la Patria emancipada, el suceso creador de época que nos incitó y nos alumbró a la vida independiente fue la defensa bravía, obstinada y heroica de la soberanía territorial”.
Sentencia Palmieri: “Así, la Patria Originada es fruto de un parto, que como tal es doloroso. Pero es un dolor que lleva escondida la esperanza de una nueva vida. Es hija de una epopeya, de una gesta en defensa del territorio invadido real o potencialmente. Primero por ingleses y portugueses. Luego por franceses. Y finalmente por españoles en su minoría y criollos a favor del dominio español en América, en su mayoría”.
Al respecto, agrega: “Esta década tiene por protagonista descollante y cruento, definidor y decisivo: el hecho bélico, viviéndose la difícil plenitud de un tiempo épico. En ese contexto de continuas guerras, la “revolución” y sus manifestaciones más extremas, se dieron naturalmente cita en nombre de la libertad, pero no ha de ser causa sino efecto de ese clímax enrarecido, turbulento y confuso producido por múltiples agentes, entre los que sobresalen: a) el ápice napoleónico, b) la guerra por la independencia española en medio de la defección de su dinastía reinante, c) el colapso del sistema colonial hispano, d) la injerencia del pertinaz imperio luso-brasileño, e) la influencia de la Ilustración francesa en los círculos áulicos hispanoamericanos, f) Y el fuerte intervencionismo británico”.
En este marco de aciertos y desaciertos, de confusión y desafíos, de desencuentros y desacuerdos, el proceso autonomista e independentista desencadenó una triste y lamentable guerra civil, guerra fratricida, guerra entre hermanos. Como lo atestigua el mismo Palmieri: “Tales liderazgos de procedencia militar o vecinal fueron contradictorios en sus conductas reveladas en sus epistolarios y en sus alineaciones circunstanciales, oscilantes, próximas o antónimas, que en el insaciable vértigo del proceso revolucionario desatado tuvieron mortal epílogo, violento o natural: (...) Ajusticiamiento de Liniers (1810) y Álzaga (1812), deben sumarse los de Gutierrez de la Concha, Allende, Rodríguez, Moreno, Nieto, Sanz y Córdova y Roxas en 1810, el enjuiciamiento de Belgrano y la posterior muerte política de Saavedra en 1811, el fallecimiento de Mariano Moreno y Alberti ese mismo año y el de Castelli y Lué en 1812. Una serie de desapariciones que muestran la dinámica y por momentos, el desatino de la acción revolucionaria”.
Y en otro pasaje sostiene con dolor la verdad de que “hubo bienes confiscados, levas forzosas, amistades en pugna, enfrentamientos y duelos familiares, principios quebrados y lealtades abandonadas, en medio de la piedad de unos pocos frente a la violencia de casi todos”.
LA PATRIA GRANDE.
Por ello, está autonomía iniciada en mayo de 1810 y concluida por las circunstancias con la independencia de julio de 1816, constituyó un acto doloroso. Aunque al mismo tiempo legítimo, o sea, justo. Pues el pueblo hispanoamericano se levantó en armas para proteger el solar nativo y bajo el liderazgo de caudillos nacidos en este suelo manifestaron su decisión irrevocable de conducir sus destinos. Por ello: “La independencia sudamericana, la de la Patria Grande, india e hispana, cuya raíz católica fue afirmada en cuanta Declaración y Actas se firmaron entonces, concretizada para nuestro propio caso en las Provincias Unidas de la América del Sud”.
LOS HIJOS DE LA TIERRA.
Formamos una nueva familia. Y como en toda familia, hay hijos agradecidos y los hay también desagradecidos. Estos últimos, quisieron tirar todo por la borda, todo a la basura, renegando de su apellido y traicionando su tierra para ponerla al servicio de los intereses espúreos de algunos nativos y varios extranjeros; cortando el árbol de sus raíces para empezar de cero, olvidándose que un árbol sin raíces firmes se muere, se convierte en leña destinada al fuego.
Los verdaderos hijos, los hijos fieles a la tradición, respetaron la herencia paterna, deseando que se multiplique y que continúe renovada con aires nuevos. “Lejos estoy de ser un padre de la Patria. Me contentaría con ser un buen hijo de ella”, exclamaba Don Manuel Belgrano. Estos hombres se preocuparon por darnos un cuerpo (un territorio soberano libre de toda dominación extranjera) y un alma forjada en las hazañas heroicas. Como un sueño posible si cada uno ponía lo suyo en bien común de una patria unida, libre, grande y soberana. Eso hicieron nuestros mejores hombres y mujeres, nuestros héroes y heroínas. Pues enseña Pesado Palmieri: “El clamor de la Patria es la antigua memoria de sus héroes y mártires”.
Carlos Pesado Palmieri. |
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