Había una vez... un pueblo.
Por Franco Ricoveri.
Había una vez un pueblo que no tenía bandera propia. Quizás fuese porque era pobre, o porque estaba tan lejos de todo y entonces a pocos le importaba… Un día, antes siquiera de nacer del todo, pensó que iba a tener que necesitarla, porque una expedición pirata llegó a sus costas. Los invasores estaban bien pertrechados, con muchos miles de soldados y más de cien barcos.
Del otro lado, el nuestro, había criollos corajudos, pero poco armados y desorganizados. Cuando llegaron los piratas, algunos soñaron con ser sus amigos y trabajaron para ellos. Pasa siempre. En la primera ola de invasión lograron tomar el puerto y allí los traidores se dieron cuenta de que nunca pasarían de ser sus siervos. Igualmente, como en la mente del traidor sólo hay ambiciones y orgullo, sus descendientes todavía creen que, si los piratas hubiesen ganado, estaríamos mejor. Quizás es así porque, aunque creídos, eran brutos y nunca supieron lo que pasaba en África, la India u otros tantos lugares conquistados por ese reino.
Lo cierto es que los criollos, desorientados ante tanto poder, se retiraron y la ciudad quedó por unos días en manos del invasor. Este olvidado país (aunque todavía no era independiente) fue abandonado por quienes debían protegerlo. En el reino había unos reyes tan, pero tan torpes que todo lo arruinaban. “¡Arréglense como puedan!”, fue lo que nos dijeron.
Y LA BANDERA?
Pero el criollaje no quería ser esclavo, y cuando apareció un jefe que supo ordenarlos, no solamente echaron a los piratas, sino que, cuando al poco tiempo quisieron volver con una expedición tremenda y sangre en el ojo, los corrieron a escobazos y piedrazos. Porque tenían honor, coraje y amaban su tierra. Al jefe lo nombraron Virrey y Conde de Buenos Aires, pero es complicado ser vice de un mal rey, así que esa historia que empezaba bien, terminó con él tristemente.
- ¿Y la bandera? Porque la historia comenzó con un país que no tenía bandera…
Es curioso, en esta historia, las banderas que importan son las del enemigo pirata: todavía las guardamos y varias de ellas pueden verse en el Convento de Santo Domingo, cerca de la Plaza de Mayo. Nos recuerdan lo que no queremos ser. Pero, me corrijo, ni siquiera ellas importan gran cosa. La gran “bandera”, que no era una bandera pero que con el tiempo la inspiraría, es nuestra ”marca” y está a pocos metros y en la misma basílica porteña. Es la Virgen del Rosario “de la Reconquista”, a cuya intercesión Don Santiago de Liniers, atribuyó la victoria sobre los piratas. Y eso era muy cierto, basta ver los números de aquella epopeya. Con el tiempo y de la manos del General Manuel Belgrano llegó una bandera propiamente dicha, que estaba inspirada en la misma patrona: Santa María, la que le dio el nombre a Buenos Aires y la que marcó nuestro destino desde siempre. Y todo esto pese a los piratas, pese a sus cómplices de ayer y hoy, y también pese a que, a veces, hasta los mismos criollos que la amamos, somos ingratos y olvidamos. Pero ella espera, sabedora de que el triunfo ya se alcanzó.
Publicado en LA PRENSA.
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