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...." el pueblo recoge todas las botellas que se tiran al agua con mensajes de naufragio. El pueblo es una gran memoria colectiva que recuerda todo lo que parece muerto en el olvido. Hay que buscar esas botellas y refrescar esa memoria". Leopoldo Marechal.

LA ARGENTINA DEL BICENTENARIO DE LA PATRIA.

LA ARGENTINA DEL BICENTENARIO DE LA PATRIA.
“Amar a la Argentina de hoy, si se habla de amor verdadero, no puede rendir más que sacrificios, porque es amar a una enferma". Padre Leonardo Castellani.

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"La historia es la Patria. Nos han falsificado la historia porque quieren escamotearnos la Patria" - Hugo Wast (Gustavo Martínez Zuviría).

“Una única cosa es necesario tener presente: mantenerse en pie ante un mundo en ruinas”. Julius Evola, seudónimo de Giulio Cesare Andrea Evola. Italiano.

viernes, marzo 21, 2014

Cuando todo surgió de la nada - James Nielson.

Durante milenios nuestros antepasados creyeron que los únicos que entendían cómo funcionaba el universo eran los sacerdotes del culto religioso del lugar en que vivían. Sólo un puñado de librepensadores se dejaba influir por filósofos escépticos de la antigüedad, como Jenófanes de Colofón, que se mofaron de las creencias contemporáneas; el griego dijo que si los caballos pudieran pintar, harían figuras de dioses a su propia imagen. Para la mayoría, el universo seguiría siendo tan misterioso que a su entender sería una pérdida de tiempo intentar reemplazar los mitos religiosos por explicaciones más científicas. Para parafrasear a Shakespeare: había más cosas entre el cielo y la tierra que las que sospechaba la filosofía.
Así, pues, a mediados del siglo XVII pocos encontraron excéntrica la tesis del obispo anglicano James Ussher que, en base a la edad presuntamente alcanzada por una larga serie de personajes mencionados en la Biblia, aseguró que el universo había nacido la tarde del sábado 22 de octubre del año 4004 a.C. Aunque otros sabios hicieron sus propios cálculos para llegar a conclusiones distintas, tuvo que pasar mucho tiempo antes de que, fuera de algunos reductos tradicionalistas, la mayoría prestara más atención a las opiniones de los científicos. A juicio de éstos, nuestro planeta, para no hablar del universo, es un tanto más viejo de lo que suponían los religiosos.
¿Cuánto tiempo durará la hipótesis que, según se informa, acaba de verse confirmada merced a un telescopio ubicado en la Antártida que ha detectado huellas, como "ondas gravitacionales", dejadas por el Big Bang (el gran estallido), de que el universo irrumpió explosivamente desde la nada absoluta hace casi 14.000 millones de años? Es imposible saberlo. Hace poco, el cosmólogo más célebre, Stephen Hawkings, desconcertó a sus colegas al negar la existencia de los "agujeros negros" que supuestamente devoraban todo cuanto se encontraba a su alrededor. De tal modo, dinamitó una noción que había fascinado no sólo a los legos sino también a muchos científicos. Puede que el mismo destino les aguarde a los "agujeros de gusano" y a aquellas "cuerdas cósmicas en movimiento que se cruzan a alta velocidad" que describió en su best seller "Brevísima historia del tiempo".
Al difundirse la noticia de que los investigadores estaban por decirnos cómo empezó el universo, los periódicos y la web se llenaron de notas explicativas diciéndonos, con precisión llamativa, lo que había sucedido en el primer segundo y en los nanosegundos siguientes. Según ellos, todo ocurrió aun más rápido que en el Génesis, formándose en un santiamén una sopa espesa de partículas subatómicas, protones, neutrones, que a partir de aquel instante continuaron expandiéndose como una burbuja de magnitud inconcebible. ¿Y antes del Big Bang? ¿No hubo ni espacio ni tiempo? La respuesta más común a este interrogante es que es inútil formularlo: la nada es la nada aun cuando contenga todo. Es lo que decían teólogos como San Agustín cuando se les preguntaba qué hacía Dios antes de que se le ocurriera crear el mundo.
En la actualidad los científicos cumplen el papel que hasta apenas un siglo y medio atrás habían monopolizado los religiosos. Pocos están en condiciones de entender lo que dicen cuando aventuran teorías que ellos mismos califican de especulativas pero, si una parece contar con la aprobación del grueso de los especialistas, el presunto consenso así alcanzado incidirá en la vida de millones de personas. Por supuesto, el que conforme a la ortodoxia en boga el universo haya nacido hace 14.000 millones de años no modificará mucho. Tampoco lo haría si, por motivos recónditos, los cosmólogos decidieran que el gran acontecimiento ocurrió algunos mil millones de años antes o después. En otros ámbitos, empero, las teorías especulativas sí ocasionan cambios importantes.
A fines del siglo XIX y en la primera parte del XX los presuntos avances de la genética impresionaron tanto a los progresistas de la época que pusieron en marcha programas de eugenesia que, aseveraban, servirían para mejorar la calidad humana de los pueblos que gobernaban. Los más entusiastas resultaron ser los nazis, pero quienes se aferraron por más tiempo a lo que tomaban por una verdad científica indiscutible eran los socialistas suecos; entre 1934 y 1976, o sea, hace apenas una generación, esterilizaron por la fuerza a 62.000 personas de raza mixta, inteligencia reducida o físicamente defectuosas.
Hoy en día no sólo la eugenesia sino también la genética misma, al menos cuando tiene que ver con las hipotéticas diferencias entre distintos grupos humanos, son mal vistas porque pueden provocar consecuencias concretas lamentables. De acuerdo común, a veces la ignorancia es preferible al conocimiento. ¿Hubiera sido mejor para el género humano prohibir las investigaciones que culminaron posibilitando la construcción de armas nucleares? Puede que sí, ya que tarde o temprano las adquirirán individuos de mentalidad suicida que no vacilarán en emplearlas aun cuando entendieran que estarían entre las primeras víctimas de una guerra atómica.
Muchas teorías científicas, como las genéticas, tienen fuertes connotaciones políticas. No son neutrales. Por cierto, no lo son las relacionadas con el clima. La idea de que actividades económicas del hombre están detrás de cambios climáticos que pronto provocarán una catástrofe mundial de dimensiones bíblicas, por decirlo de algún modo, se ha popularizado tanto últimamente que algunos gobiernos se han comprometido a gastar cantidades fenomenales de dinero en un intento de hacer frente a la amenaza atribuida al calentamiento global.
Por fortuna, parecería que desde hace más de una década la temperatura mundial promedio no ha aumentado y que, de todos modos, hubo épocas históricas más calurosas que la actual bien antes de la revolución industrial o la multiplicación vertiginosa de los habitantes humanos del planeta, pero tales detalles no han tranquilizado a militantes que insisten en que ningún científico respetable soñaría con cuestionar la ortodoxia corriente. Con un grado de fervor digno de un clérigo medieval en presencia de una banda de herejes, tratan de acallar a quienes les piden tomar en cuenta todos los hechos, no sólo los compatibles con sus planteos teóricos, de tal modo recordándonos que, si bien los teólogos de otros tiempos se han visto reemplazados por científicos, no se ha desactualizado el dogmatismo que, desde que el mundo es mundo, suele caracterizar a los defensores del credo dominante.
Publicado en Diario "Río Negro", 21 de marzo de 2014. Imagen: internet.

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