Y TUS HIJOS NO SABRÁN LEER NI SUMAR… por CLAUDIA PEIRÓ.
Suena a maldición bíblica, pero el anuncio del Consejo Federal de Educación (CFE) argentino de que se prohibirá que los niños repitan el primer grado escolar significa para muchosla expulsión del paraíso de la calidad educativa.
Esta disposición no hará sino dar marco legal a una realidad que ya existe: el nivelamiento hacia abajo de la calidad del aprendizaje. Hace tiempo que, más o menos solapadamente, se presiona a los docentes para que los alumnos no repitan, en nombre de la necesidad de evitarles un trauma, pero también de la estadística.
Cualquier docente sabe que si en segundo grado tiene a alumnos que no cumplieron los objetivos de primero, todo el grupo deberá adaptarse al ritmo y nivel de esos niños. El resultado será un retroceso para todos.
Sorprende, entre los fundamentos del proyecto, la afirmación de “los chicos logran aprender a leer y escribir al final de segundo grado”. Esto no es más que la triste constatación de la decadencia de nuestra educación, que alguna vez fue de excelencia. En otros tiempos lo normal era que los niños aprendiesen a leer, escribir, sumar y restar en primer grado.
La demagogia política se ha trasladado a las aulas, porque el interés del alumno, que se dice inspira estas medidas, es el de aprender. Y es lo que se le está negando. Las fragilidades de los primeros años no se recuperan luego.
Cada vez son más los estudiantes que llegan al secundario y a la universidad sin dominar su propio idioma, incapaces de comprender lo que están leyendo y de poner por escrito su pensamiento de modo coherente. Estas falencias se gestan en la escuela primaria.
Porque se renuncia al aprovechamiento pleno de un tiempo precioso de aprendizaje que luego no se recupera: aquel en el cual el niño absorbe con enorme facilidad una considerable cantidad de conocimientos. Por algo se ingresa a los 6 años.
En cambio, se ha instalado la idea de que la escuela debe ser “entretenida” y de que al niño no hay que aburrirlo ni traumatizarlo. Así, se han empobrecido los contenidos y se han flexibilizado las exigencias.
Hoy, el mejor alumno de una clase no es el que obtiene mejores notas, sino el que votan sus compañeritos. Hay casos de chicos –instigados por sus padres– que hasta hacen “campaña”.
La escuela no es un centro de esparcimiento sino un lugar de trabajo. La demagogia puede ser simpática a corto plazo; a la larga es devastadora. Enseñar es transmitir conocimientos y también calificar. Hoy vivimos en un ambiente que rechaza las notas en nombre de la corrección política. Se habilita a los padres a denunciar discriminación si sus hijos reciben una mala nota o reprueban una materia. Ni hablar de suspensiones o expulsiones.
Enseñar es imponer una disciplina de trabajo, exigir y plantear desafíos a los niños. Lo contario es menospreciarlos, negar su inteligencia. Aprender, adquirir método, ser riguroso, no son experiencias traumáticas. Son herramientas para la vida que los futuros adultos agradecerán. Los alumnos desprecian a los docentes que no les exigen.
El dominio de la lengua es fundamental para el razonamiento. El niño que no aprende a leer y escribir correctamente, tampoco desarrollará su capacidad de pensar. Y la tecnología no nos salvará de la decadencia educativa porque las computadoras son sólo un instrumento. No suplen la falta de sustancia.
Por otra parte, no puede menos que sorprender el empeño puesto por algunos defensores de la escuela pública en expulsar alumnos hacia los establecimientos privados.
Alguna vez la escuela argentina fue un poderoso instrumento de igualación. Hoy, en nombre del igualitarismo, se acentúan las diferencias sociales. En los fundamentos del proyecto se sostiene que la trayectoria escolar de los niños más necesitados se ve obstaculizada por ingresos tardíos, abandonos y múltiples repitencias. En este discurso subyace el prejuicio de que la pobreza mengua la capacidad de aprender. La escuela pública, gratuita y obligatoria se creó precisamente para que, más allá del nivel de ingresos, formación profesional y acervo cultural de cada familia, todos los niños tuvieran acceso a los mismos conocimientos.
El anuncio de que se prohíbe repetir el primer grado va en sentido contrario. En vez de combatir los factores sociales que llevan al ingreso tardío y a la deserción, condenamos al conjunto de los niños a una escuela degradada. El que tiene recursos podrá compensar las falencias del sistema, profundizándose así las diferencias de cuna; el resto quedará definitivamente rezagado, privado del acceso a una formación de calidad.
Finalmente, esta medida es a la educación lo que la legalización de las drogas a la salud: una renuncia a pelear por la dignidad de la persona. No curamos al drogadicto; no educamos al ignorante.
http://www.infobae.com/notas/655632-Y-tus-hijos-no-sabran-ni-leer-ni-sumar.html
Se lo pedí prestado a EL ANSIA PERPETUA de Carlitos Schulmaister de Villa Regina.
http://www.elansiaperpetua.com.ar/
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