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...." el pueblo recoge todas las botellas que se tiran al agua con mensajes de naufragio. El pueblo es una gran memoria colectiva que recuerda todo lo que parece muerto en el olvido. Hay que buscar esas botellas y refrescar esa memoria". Leopoldo Marechal.

LA ARGENTINA DEL BICENTENARIO DE LA PATRIA.

LA ARGENTINA DEL BICENTENARIO DE LA PATRIA.
“Amar a la Argentina de hoy, si se habla de amor verdadero, no puede rendir más que sacrificios, porque es amar a una enferma". Padre Leonardo Castellani.

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"La historia es la Patria. Nos han falsificado la historia porque quieren escamotearnos la Patria" - Hugo Wast (Gustavo Martínez Zuviría).

“Una única cosa es necesario tener presente: mantenerse en pie ante un mundo en ruinas”. Julius Evola, seudónimo de Giulio Cesare Andrea Evola. Italiano.

martes, febrero 26, 2013

Martín Máximo Pablo de Álzaga Unzué, el Macoco de las noches porteñas.


Macoco de Álzaga Unzué, el padre de Isidoro Cañones y de Amado Boudou por  Carlos Salvador La Rosa.


Un país o una familia entran en decadencia cuando los hijos en vez de superar a los padres, multiplicando sus aciertos y minimizando sus errores, se dedican meramente a imitarlos como papel carbónico, vale decir como copias cada vez más deslucidas. Un país o una familia entran en decadencia cuando siempre viven añorando, o peor, queriendo reiterar un pasado que, para colmo -al decir de Joaquín Sabina-, nunca jamás sucedió.


Roberto Alifano, un reconocido escritor y periodista que supo colaborar con Jorge Luis Borges, publicó poco tiempo atrás una entrañable biografía del play boy mayor que tuvo la Argentina (Martín Máximo Pablo de Álzaga Unzué, conocido como "Macoco"), pintando a través de su vida el fresco de una época cuyas secuelas aún persisten.

A pesar de su gran afecto por el biografiado, Alifano no duda en definir a Macoco como una suerte de arquetipo que imprimió su sello a la época: Macoco, reflejo de una Argentina alguna vez próspera y prometedora, y luego decadente y de futuro... de futuro que nunca se realiza.

La historia de Macoco es la de una clase social que metió a la Argentina en el progreso y en el mundo, que -a cambio- se creyó única dueña del país, pero cuando pareció que lo lograba, cual jeque de emirato, dilapidó toda su fortuna, la pública y la privada. Macoco nació cuando ya la fortuna de su familia estaba lo suficientemente consolidada para hacer olvidar los orígenes que toda fortuna demasiado grande y demasiado rápida necesita imperiosamente hacer olvidar. 

Por eso se sintió aristócrata cuando su clase degeneraba en oligarquía sin haber sido nunca plenamente burguesía y menos aristocracia, pero aún tenía tanta pero tanta plata como para simular un apogeo que ya era mera decadencia. Al final murió casi en la miseria pero optimista, como cuando le dijo a su pariente y amigo Adolfo Bioy Casares: Caá...rajo, quién nos quita lo bailado a vos y a mí. Ante lo cual, la más sabia respuesta de Bioy fue:No, Macoco, yo quisiera que nos devuelvan lo bailado.

Manteca al techo. A pesar de que nunca nadie lo expulsó y a pesar de creerse tan argentino como el tango o el mate, Macoco siempre se sintió un exiliado en su patria (como de algún modo se sienten todos los argentinos). Por eso se dedicó a viajar y viajar, sobre todo a Francia, ya que para esa generación -según Alifano- París fue la Casa Grande. 

Macoco quería a su Buenos Aires querida y admiraba a los Estados Unidos, pero amar sólo amó a París. Allí produjo el hecho que lo haría famoso por siempre, a él y a todos los de su clase: tirar manteca al techo del Maxim's, donde había unas pinturas con el dibujo de unas walkirias con grandes senos sobresaliendo del escote. Macoco hacía torneos donde los cajetillas argentinos jugaban a ver quién acertaba con la manteca, tirada en rulos con un tenedor, en las tetas de esas figuras femeninas.

La vida como aventura. En las tipologías de José Ortega y Gasset encajaría perfectamente como el arquetipo del aventurero en estado puro. En lo que vivió en realidad y en lo que imaginó haber vivido para ampliar su mito. Amigo de Carlos Gardel, consideraba que ambos eran príncipes. Arriesgado corredor de automóviles de carrera. Supo ser gran amante argentino de Rita Hayworth, Gloria Swanson, Claudette Colbert, Dolores del Río, Ginger Rogers, Greta Garbo, Marlene Dietrich y casi todas las actrices famosas de aquella belle epoque. Fue espía de Charles de Gaulle en la Resistencia, tanto que éste cuando mucho tiempo después viajó a la Argentina, lo condecoró. 

Pero mientras jugaba al héroe, también hacía de estafador, ya que con Aristóteles Onassis les robó a las compañías aseguradoras de barcos, simulando hundimientos, durante la Segunda Guerra Mundial. Junto con Errol Flyn, se agarró a trompadas con seis fascinerosos y dice haberlos hecho polvo. Fue socio de Howard Hughes, frecuentó a Alfred Hitchcock y a Groucho Marx. Cuando se cansó de su segunda mujer se la regaló -o algo parecido- a Clark Gable. Con Bioy Casares hablaba de conquistas femeninas y con Borges de poesía. Se dice que Francis Scott Fitzgerald lo eligió como modelo para su novela El Gran Gatsby, cosa que Macoco negaba pero con una sonrisa cómplice. 

Con Al Capone se asoció en el cabaret Morocco donde era habitué Humphrey Bogart, por lo que Macoco debió sentirse como en Casablanca. En fin, secuelas de una vida que Alifano narra con brillo.

Macoco e Isidoro. Así como sonreía cuando lo comparaban con el Gran Gatsby, se ponía furioso toda vez que alguien le insinuaba que Isidoro Cañones había sido inspirado por él, y entonces gritaba: Lo único que falta es que me identifiquen con ese pobre infeliz, ese personaje es un botarate, un perdedor, un pobre infeliz que vive a costillas de un indio y de un coronel millonario. Si dicen que soy yo lo podrían haber hecho más internacional y más ganador al tal Isidoro Cañones. ¡Qué tengo que ver yo con un mamarracho de historieta!

Macoco, que se sentía miembro de una clase social dueña de la Argentina que había querido hacer Europa en América y ser Estados Unidos pero sin su plebeyismo, odiaba fervorosamente al sector social que Arturo Jauretche llamó el medio pelo, esos especímenes de clase media que imitaban los hábitos de una clase alta a la que no pertenecían pero a la que soñaban pertenecer.
Macoco los llamaba snobs y así los califica en una especie de brillante decálogo: Nuevos ricos poseedores de perros de raza que son perros snobs de nacimiento, que buscan no lo bueno sino lo distinto, que contratan la servidumbre entre personas todavía más snobs que ellos; que tratan a los artistas como a unos empleados a los que no hay que pagar, que se inscriben en algún curso por correspondencia para adquirir algún barniz de cultura y que compran la bóveda en un cementerio conocido, cerca del sepulcro de un personaje ilustre.

Macoco puede ser merecedor de todas las críticas, pero en su brutal honestidad y odio contra los figurones, anticipa brillantemente a los arribistas que en una Argentina ya definitivamente plebeya, buscan acceder al poder imitando superficialmente las peores prácticas de una clase social en decadencia.

Macoco y sus imitadores. Tanto a Macoco como a quien era su antípoda en todo, Arturo Jauretche, si hoy vivieran les costaría entender cómo gobiernos peronistas tienen de figuras culturales centrales (a las que usan como símbolos de lo que los nuevos ricos del poder quisieran ser) a María Julia Alsogaray o Adelina de Viola o Amado Boudou, personajes, en comparación con Macoco, truchos de toda truchedad. 

O que la alternativa opositora sea la del niño rico Mauricio, al que su papá plebeyísimo educó más como aristócrata que como burgués (aunque no hiciera su fortuna ni como aristócrata ni como burgués, sino como contratista de todos los gobiernos) y por eso habla con ese acento presuntuoso, que es lo único que queda de una clase superada por el tiempo pero a la cual las nuevas élites buscan imitar en sus peores defectos... Es que son hijos de Macoco, aunque Macoco los hubiera desheredado, como sus tías lo desheredaron a él.

África mía. Macoco, cuando viajaba al África, no disfrazaba sus prejuicios colonialistas con presuntuosos ideologismos. Creyéndose Allan Quatermain, el héroe blanco de Las minas del Rey Salomón, contaba así sus odiseas africanas: En África yo tenía mi tribu propia, la de los "Macoco", que la descubrí en uno de mis safaris. Se llamaba así. Eran unos nativos cariñosos, muy especiales y en cada viaje que hacía yo les llevaba regalos. Me adoraban. Alguna vez pensé establecerme allí para siempre y organizar mi propio reino. 

Como se ve, en el fondo nada ha cambiado, salvo que las cosas que antes se decían por su nombre, ahora las dice Moreno. La "derecha fina" de Macoco, con su racismo nada escondido, viajaba al África para encontrar al "buen salvaje" en la tribu de los "Macocos" y hoy la "izquierda fina" cree hallar el "buen salvaje" en un déspota multimillonario al que se le perdonan esas nimiedades por creerlo heredero del Che Guevara.

Mi amigo Juan Perón. Macoco conoció a Perón, pero el General jamás lo convocó para que cuidara el Riachuelo, administrara el Banco Hipotecario o vicepresidiera la República. Es que Perón sabía quién era cada cual, y nunca quiso ser otra cosa que lo que era. Simplemente lo llamó a Macoco para lo que sabía hacer, para que trajera a la Argentina a las famosas actrices que alguna vez supo amar. Primero le trajo a Ginger Rogers y luego a Gina Lollobrigida. Ante tamaño éxito, Perón lo convocó para una última misión, que le trajera a Brigitte Bardot. 

Pero Macoco esta vez fracasó y así lo cuenta con palabras que reflejan, magistral y conmovedoramente, la conjunción entre su decadencia personal y el final del primer peronismo: Fui a avisarle a Perón que no le podía traer a Brigitte, a estas alturas yo ya no tenía resto para seducirla y a la diva no le interesaba conocer la Argentina. Pero cuando llegué con la cola entre las patas puteando por el fracaso, un golpe militar había derrocado a Perón. Menos mal, me dije, sino hubiera pasado un papelón ante mi amigo Juan.

Publicado en Diario "Los Andes" de Mendoza, domingo 27 de mayo de 2012.

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