Durante más de cuatro décadas la familia Lykov vivió alejada
de la ciudad, de la civilización, en la nieve. Aislados por el deseo urgente de
huir de la muerte.
De esa manera, Karp, Akulina, Savin, Dmitriy, Natalia y
Agafia (la única sobreviviente) evitaron conocer los horrores de la II Guerra
Mundial o maravillarse de la llegada del hombre a la Luna.
Todo lo que hacían era sobrevivir en el aislamiento, sin
radio ni televisión, en la región de Jakasia del sur de la Siberia soviética,
para evitar ser ejecutados por el régimen comunista.
Hasta que a mediados de 1978 cuatro geólogos que viajaban en
un helicóptero explorando el territorio avistaron primero un jardín hecho por
los Lykov y después, la cabaña donde vivían desde hace 42 años.
En una zona donde no había registros de actividad humana y
el asentamiento más cercano estaba a más de 200 kilómetros de distancia.
"Cuando nos acercamos a la cabaña, un señor con una
larga barba emergió del lugar y lucía un poco asustado. Lo saludamos y, aunque
no nos respondió de inmediato, a los pocos minutos nos dijo: 'Si han venido
desde tan lejos, le mejor es que sigan a nuestra casa'. Era el padre,
Karp", le dijo la geóloga Galina Pismenskaya al periodista ruso Vasily
Peskov, quien dio a conocer la historia en 1994 en su libro "Perdidos en
la Taiga".
Poco a poco los geólogos comenzaron a interrogarlos para
saber cómo habían llegado hasta allí y, sobre todo, cómo habían sobrevivido al
rigor siberiano durante todo ese tiempo.
Pero en los primeros intercambios de historias, lo que más
llamaba la atención de los miembros de la familia era una caja que los geólogos
habían llevado hasta su cabaña para registrar el momento del encuentro.
Era un televisor.
Huyendo por sus creencias.
De acuerdo al relato hecho por Peskov y que fue recolectado
por el periodista británico Mike Dash en la revista Smithsonian Magazine,
debido al aislamiento, los Lykov habían olvidado un poco el ruso que hablaban
cuando dejaron la civilización.
Pero los geólogos insistieron. Después de varias visitas y
de conversar no sólo con Karp sino con los otros miembros de la familia,
lograron desentrañar la causa por la que estaban en ese lugar tan apartado.
Karp y su esposa, Akulina, eran lo que se llama dentro de la
iglesia ortodoxa rusa "viejos creyentes", cristianos que eran
partidarios de los ritos y la liturgia más antigua.
Estos "viejos creyentes" no aceptaban una profunda
reforma que se había dado dentro de su iglesia en 1654 y que se conoció como la
reforma de Nikon.
Y por eso habían sido perseguidos no solo por los zares,
sino también por el régimen comunista que se impuso en el país a partir de
1917.
Esa persecución alcanzó a Karp y a Akulina en 1936.
El hombre narró a los geólogos y después a Peskov que
decidieron huir en el momento en que una patrulla bolchevique le disparó a su
hermano cuando trabajaban juntos en una zona en las afueras de la ciudad donde
vivían, en el sur de Rusia.
Con su esposa y los dos hijos que tenía en ese momento
(Savin y Natalia), tomó algunas pertenencias y varios tipos de semillas que
tenía guardados y se sumergió en la profundidad de la taiga, o bosque de nieve,
de la geografía siberiana.
Y allí comenzó la nueva vida, alejada de las patrullas que
querían aniquilarlo por sus creencias, pero también ausente de lo que ocurría
en el mundo exterior.
En ese tiempo tuvieron lugar la II Guerra Mundial, el
asesinato del presidente estadounidense J.K. Kennedy, la llegada del hombre a
la Luna, mientras ellos leían la Biblia, sembraban su propia comida y se
arropaban con las pieles de los animales que cazaban en el bosque.
Cómo lograron sobrevivir.
La mayoría de las reservas de petróleo y sobre todo gas
natural de la Unión Soviética en ese tiempo, y ahora de Rusia, reposan bajo el
suelo siberiano.
Un lugar nuevo para explorar era lo que estaban buscando los
cuatro geólogos cuando avistaron la cabaña de los Lykov y tuvieron que cambiar
de planes.
Con la noticia del hallazgo, de acuerdo al relato de Peskov,
todo el país se convulsionó. La gente quería saber cómo habían logrado llevar
una vida familiar y, sobre todo, lograr que el feroz invierno ruso no los
aniquilara en el bosque.
Pues no fue fácil. El testimonio de los cinco familiares
(Akulina había muerto en 1961), registrados en el libro de Peskov, relató una
lucha por sobrevivir sin las herramientas debidas.
Tuvieron que luchar para conseguir comida, apenas lograban
tener algo de alimento con la semillas que habían llevado y con los animales
que podían cazar, muchas veces con los pies descalzos incluso en invierno.
"Su vida se volvió bastante primitiva, especialmente
porque no podían reemplazar las herramientas que habían llevado cuando se
marcharon en 1936", explicó el periodista Dash.
Durante casi 10 años vivieron lo que ellos llamaron
"los años del hambre", donde tenían que decidir si comían todo lo que
habían sembrado y había sobrevivido a las plagas y los animales salvajes.
O si, en cambio, dejaban algunas semillas para el año
siguiente. En alguna ocasión tuvieron que comerse el cuero que tenían de los
zapatos que habían llevado consigo y vestirse con las pieles de osos y otros
animales que cazaban.
Las condiciones extremas también los llevaron a mudarse y se
fueron cada vez más lejos de centros urbanos o pequeñas aldeas. Y esa fue la
principal razón de su aislamiento.
Muertes en seguidilla.
Según Peskov, el interior de la cabaña donde vivían los
Lykov parecía un retrato de la época medieval: vasijas de madera, suelo hecho
con el follaje del bosque, paredes sin ventanas porque no tenían un cristal
para que los protegiera del frío.
Pero maravillados con el televisor que traían los geólogos,
se dieron cuenta de todo lo que había pasado, de los horrores de la guerra y de
los avances de la ciencia en el espacio, entre muchos otros cambios de la vida
cotidiana.
Cuando les hablaron de los satélites, ellos entendieron lo
que habían visto en el firmamento sin poderlo adivinar: "Ah, esas son las
estrellas que parecía que estaban girando cada vez más rápido en el
firmamento".
Pero había que volver a la realidad. Reinsertarse.
Al principio, lo único que la familia le recibió a los
geólogos fue sal ("fue una tortura vivir todos estos años sin ella",
dijo el patriarca) y, por lo demás, pretendía continuar con su vida tal como la
llevaban.
Sin embargo, fue inevitable volver a tener contacto con las
localidades más cercanas. Los Lykov, que comenzaron a recibir cada vez más
cosas para reacomodarse, cayeron rendidos ante la magia de la televisión.
Aunque Peskov y Dash sostienen que lo que pasó a
continuación no se debió al contacto de la familia con la civilización, en los
años siguientes tres de los seis integrantes de la familia murieron a causa de
distintas enfermedades.
Dimitry, Natalia y Savin, en 1981. Dos de ellos afectados
por una infección en los riñones -debido a la limitada dieta que llevaron
durante años-, pero Savin debido a una neumonía causada por una infección.
Karp, por su parte, murió en 1988. La única sobreviviente,
Agafia, decidió quedarse a vivir lejos de las ciudades. Tal como había
aprendido a vivir con sus seres queridos, esperaba morir en el lugar en el que
a ellos les hubiera gustado.
Publicado en diario "La Nación", 21 de enero de 2017.-
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