En su relato “El piloto y las potencias naturales”, Antoine de Saint-Exupéry, piloto pionero de la Aeroposta Argentina, refiriéndose a sus impresiones desde el aire de la estepa patagónica, entre Trelew y Comodoro, dice: “allí se vuela sobre una tierra abollada como un viejo caldero. Ningún otro suelo, en ningún lado, muestra tan bien su desgaste. Los vientos que empujan a través de una escotadura de la cordillera de los Andes, las altas presiones del Pacífico se estrangulan y aceleran en un estrecho corredor de cien kilómetros de frente, en dirección al Atlántico, y arrasan todo a su paso. Única vegetación de un suelo raído hasta la trama, sólo la cubren pozos de petróleo, como un bosque incendiado. Cada tanto, dominando colinas redondeadas en que los vientos sólo dejaron un residuo de cascajo, se alzan montañas en forma de roda, aguzadas, dentadas, despojadas de su carne hasta el hueso”.
Muchos creen también que El Principito, el libro más conocido de Saint-Exupéry y uno de los más traducidos y leídos en toda la historia, tuvo muchos puntos de inspiración en la Patagonia a la que conectó su autor con un Latecoere 25. Jean Canesi, por ejemplo, consideró a esto algo muy probable, explicando que aquí es muy fácil estar “a mil leguas de cualquier lugar habitado” y despertarse una mañana con una vocecita que nos dice “Por favor, ¡dibújame una Patagonia!”. Otros que abonan esta misma teoría aportan detalles y precisiones. Por ejemplo, que la silueta aquella en la que los adultos ven un sombrero y el Principito la aterradora imagen de una boa tragándose un elefante, se inspiró en la Isla de los Pájaros de la Península de Valdés.
Todo absolutamente incontrastable.
Lo que resulta cierto, sin embargo, es que bajo la piel lisa y rasa de las suaves formas someras de la estepa patagónica caben todos los fantasmas, quimeras e imaginerías.
Fuente de información e imagen: Fabio Seleme y Pensar Patagonia - Facebook.
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