Aunque su obra poética abunda en versos de amores sensuales, besos furtivos y despedidas desencantadas, el poema que lo consagró en la memoria popular recuerda la lucha desde muy joven de Pedro Bonifacio Palacios contra la adversidad. Huérfano, pintor frustrado, docente en medios carenciados de jóvenes humildes, (a los que llamaba "la chusma sagrada"), cultivó su vocación de bardo bajo el pseudónimo de Almafuerte, nombre que bien refleja su actitud ante el infortunio, como expresa en su poema más célebre, "Piu avanti" ("Sonetos medicinales"), "No te des por vencido ni aún vencido". Este es un recuerdo al docente que abrigaba sus noches de frío con una bandera argentina.
POR OMAR LÓPEZ MATO.
Pedro Bonifacio Palacios, nació en La Matanza, provincia de Buenos Aires, el 13 de mayo de 1854. Su niñez fue marcada por la muerte de su madre, doña Jacinta Rodríguez, y el abandono de su padre, Vicente Palacios. Con solo cinco años quedó al cuidado de unos parientes.
Estudió en Buenos Aires, y con apenas 16 años ejerció la docencia en la parroquia de la Piedad. Siendo profesor de dibujo pidió a la Legislatura una beca para estudiar pintura en Europa, pero la suerte, una vez más, le fue esquiva.
Durante años ejerció la docencia, fue director de la escuela de Mercedes y preceptor en Chacabuco, donde recibió a Domingo Faustino Sarmiento, en 1884, con un notable discurso.
Desarrolló su tarea como periodista usando varios pseudónimos en varias publicaciones de la época, Oeste, Buenos Aires, El Pueblo. Fundó El Progreso, periódico donde firmaba sus artículos como Platón, Juvenal, Isaías, Job, Bonifacio y otros.
Durante la revolución de 1890, apoyó a la Unión Cívica.
En 1892 le envió a Bartolomé Mitre, entonces director de La Nación, una poesía firmada con el nombre de “Almafuerte”. El texto fue publicado dando comienzo a su larga carrera literaria. “La sombra de la patria”, otro poema muy difundido, incrementó su prestigio, ya que dicha obra había llegado a España, donde críticos como Emilio Castelar elogiaron su pluma.
Después de haber ejercido la docencia durante años, la Dirección General de Escuelas decretó que no podría continuar como maestro por falta de un título habilitante. Pasó un tiempo como prosecretario en la Cámara de Diputados de la Provincia.
En 1898 comenzaron sus horas más amargas, viviendo en ranchos miserables de los suburbios. Sus únicos ingresos provenían de algunas publicaciones en los distintos medios de la época.
Su pobreza económica no le impedía dar albergue a otros necesitados, sobre todo a niños sin techo. Así llegaron a su vida los hermanos Gismano, a quienes Almafuerte adoptó, y que lo acompañaron hasta el día de su muerte.
Buscó en la bebida inspiración para sus versos, y entre las brumas del alcohol rescató Trémolo, En el abismo, Milongas Clásicas, Apóstrofe, Llagas proféticas y otras obras que pintaban con palabras, lo que no consiguió con los pinceles.
Consciente de su influencia sobre los jóvenes, se sobrepuso al vicio de la bebida para no ser un mal ejemplo.
Volvió a las arenas políticas, apoyando a Avellaneda. Las luchas políticas le trajeron odios y envidias. Militó en el partido Provincialista bonaerense.
Sus ingresos mejoraron desde 1913 en adelante, cuando leía sus obras en el Odeón y en varios teatros del interior. La gente lo esperaba en la calle con aplausos de reconocimiento al gran poeta Almafuerte.
Un año antes de su muerte, el Congreso le otorgó una pensión vitalicia.
En una humilde casa de La Plata, el 28 de febrero de 1917, el viejo poeta cerró sus ojos. Hoy la casa de Almafuerte es monumento provincial, y el hombre orgulloso de su temple, que conoció la pobreza, hoy es evocado como el poeta de la patria que enfrentó a la adversidad con su palabra y sus rimas.
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