Su lectura permite conocer una filosofía de la historia y una visión de América y de la Iglesia que sigue siendo hoy una renovada crítica de la mirada que los latinoamericanos tienen de sí mismos.
“El amor impulsa la inteligencia por el camino del hombre como una madre empuja a su hijo hacia el futuro. Cristo es el camino, pero a través de muchos caminos históricos siempre nuevos que exigen nuevas lecturas del tiempo. Desde este punto de vista, ninguna generación podrá descansar nunca” (A. Methol Ferré).
En noviembre de 2019 se cumplen diez años del fallecimiento del pensador uruguayo Alberto Methol Ferré (1929-2009), un intelectual que marcó la teología latinoamericana y el pensamiento del Papa Francisco. En su obra se funden filosofía, teología, sociología de la cultura, geopolítica e historia, y cuyo original pensamiento, muchas veces profético, fue de gran inspiración para varias generaciones de pastores y teólogos de América Latina.
Un laico católico que asumió en profundidad el Concilio Vaticano II y prestó un gran servicio a la Iglesia, especialmente en el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM). Su amplia y dispersa producción intelectual, especialmente en artículos, conferencias y algunos ensayos, hacen difícil presentar una síntesis de su pensamiento. Pero su lectura permite conocer una filosofía de la historia y una visión de América y de la Iglesia que sigue siendo hoy una renovada crítica de la mirada que los latinoamericanos tienen de sí mismos.
Un hombre que no se dejó encerrar por las hegemonías ideológicas de las décadas que le tocó vivir como intelectual y que supo ver más lejos, como un verdadero profeta, que solo es comprendido en profundidad, más allá de su propia generación.
“Autodidacta, lector incansable, fue teólogo, filósofo e historiador al mismo tiempo. Siempre atento a la política, fue también un extraordinario polemista. No me cabe la menor duda de que ha sido el laico católico latinoamericano más original, en cuanto a pensamiento se refiere, de la segunda mitad del siglo XX e inicios del siglo XXI”.
Así lo describe Guzmán Carriquiry, en el prólogo de El Papa y el Filósofo, donde también nos recuerda que el Papa Francisco dijo de Methol: “Nos ha ayudado a pensar” y lo definió como “el genial pensador del Río de la Plata”. Maestro y amigo de muchos intelectuales latinoamericanos, se transformó en uno de los intelectuales más grandes que ha dado el Uruguay.
J. Espeche Gil expresó con sintética claridad a este pensador inclasificable para los reduccionismos ideológicos:
“Se esforzó con éxito en mantener y persistir en un difícil arte, el de la autoridad moral. Siempre consecuente con sus certezas y nunca obsecuente con tendencias de modas intelectuales –con lo “políticamente correcto”–, ya sea de derecha o izquierda, y eso se paga por derecha y por izquierda… Trató, y creo que lo logró, de no estar ni un milímetro más a la derecha o a la izquierda del Evangelio, pero con una clara y decidida preferencia por los pobres, sin paternalismos humillantes. En tal caso se podría deducir erróneamente, que el Evangelio está en un aséptico centro, cuando en realidad está por arriba del centro, y por arriba de la derecha y de la izquierda. Pero participaba de un Evangelio encarnado, para que no fuese solamente un montón de papel encuadernado durmiendo en alguna biblioteca”.
Un pensador original.
Muchas veces se lo encasilló en esquemas ideológicos por sus afinidades políticas, pero Methol huyó de las teorías abstractas y utópicas que no consideran al ser humano concreto, ni la realidad de los pueblos y su cultura. Alejado de reduccionismos sociológicos, apostó a una teología de la cultura y del pueblo inseparable de la convicción de que América Latina es ante todo una comunidad lingüística y de fe, que hacen del continente una “Patria Grande”.
Habiendo estudiado en profundidad la historia del continente, Methol se lamentó del fraccionamiento de América y de su identidad, como “ruptura de la cristiandad indiana”. Para el pensador uruguayo el rol histórico que juega América Latina en lo político como en la fe, debe comenzar por la reconstrucción de su unidad, por su integración que es posibilidad de su desarrollo. En este sueño, la cultura juega un papel fundamental, por lo cual es esencial el diálogo entre fe y cultura, revalorizando la religiosidad popular tan propia de América.
Según la historiadora Bárbara Díaz, la categoría de “Pueblo” entendida como “un grupo de personas que comparten una cultura común”, utilizada por Methol y por el Papa Francisco, permite a ambos autores evitar abstracciones para una correcta comprensión del pasado y de la actualidad. La unidad en una comunidad universal implica tener conciencia del otro, del prójimo concreto, con su riqueza diferente y específica que aporta al bien común.
Ambos compartían el sueño de la Patria latinoamericana que revaloriza la tradición popular cristiana y que llegara la hora de que América Latina ocupara su lugar con su rostro propio en el mundo globalizado.
Por otra parte, para Methol el Concilio Vaticano II supuso la definitiva reconciliación de la Iglesia con lo mejor de la Modernidad, creando una nueva ilustración.
Sobre el ateísmo y la cultura hedonista.
Una expresión muy iluminadora en el pensamiento de A. Methol, es el paso del ateísmo mesiánico al ateísmo libertino. El ateísmo mesiánico -marxista- que se pretendía sucedáneo de la religión, se proponía explícitamente la eliminación de Dios. Sin embargo, paradójicamente, esta doctrina atea llena de propuestas de redención intrahistórica, al eliminar a Dios y toda forma de trascendencia, se autodestruyó por dentro.
Con la caída del comunismo, el ateísmo cambió radicalmente de figura y se volvió libertino, hijo del llamado “capitalismo salvaje”. El ateísmo libertino de la sociedad de consumo no es revolucionario en sentido social, sino cómplice del statu quo; no se interesa por la justicia sino por todo lo que permite cultivar un hedonismo radical.
Los ateísmos humanistas de la modernidad, oponían el hombre a Dios (Feuerbach, Marx, Nietzsche, Freud, Sartre) y el grito era “Dios ha muerto”. La imagen de un Dios que coarta la libertad del hombre, les llevó a elegir entre el hombre y Dios, como antagonistas. Lo cierto es que, caídos los pretendidos sucedáneos de la religión, el hombre mismo es liquidado en una antropología que se vuelve relativista y que -como el estructuralismo- disuelve al hombre en un sin fin de conceptos y estructuras culturales y sociales, dando prioridad a las estructuras antes que a la persona, matando también al hombre.
Aniquilando a Dios, se aniquiló al hombre y ahora el ateísmo postmoderno ha sido catalogado de indiferente. Lipovetsky expresa que el problema de la postmodernidad “no es que Dios haya muerto, sino que a nadie le importa”, y esta es la novedad del nuevo ateísmo: no hay confrontación, sino indiferencia que solo se centra en el propio interés, dejando morir lo que no le interesa.
Lo que muchos filósofos comenzaron a ver que sucedía con la religión y el ateísmo en una cultura postmoderna y de liquidación ideológica, Methol lo había intuido con magistral claridad:
“El contemporáneo es un ateísmo distinto del precedente, que perseguía la desaparición del fenómeno religioso y se organizaba en función de este objetivo. Aparentemente no se organiza institucionalmente para ese fin, sino que, como una difusa presencia, impregna la sociedad con un mínimo de formas sociales establecidas. En un mundo sin valores, el único valor que permanece es el del más fuerte; donde todo tiene idéntico valor prevalece un solo valor: el poder. El agnosticismo libertino se transforma en el principal cómplice del poder establecido; de hecho, la forma más característica de difundirse es la propaganda, que a su vez está en función de un mayor lucro para quien detenta más poder” (Methol Ferré).
Según Methol el drama de nuestro tiempo es que el hedonismo y el escepticismo indiferente se ha vuelto un modo de vida de millones.
Estaba convencido de que un capitalismo como el de los años 60, que se apoyaba más en el consumo que en el trabajo productivo, era campo propicio para el renacimiento de mitos consumistas y el libertinaje comienza a difundirse en las clases altas. Nace junto al escepticismo y caminan juntos. El ateísmo libertino es sobre todo, “de consumo”, factible en un mundo sumamente ocioso. Hace falta gozar de una cierta renta para poder dedicarse al consumo full time, a la búsqueda de la satisfacción estética, individual, caprichosa.
El Papa Francisco lo ha expresado como “ateísmo hedonista”, indicando su difusión global y como un nuevo “opio de los pueblos”, que adormece las conciencias.
El pensamiento de Alberto Methol Ferré, aunque ha tenido un gran impacto sobre más de una generación de intelectuales latinoamericanos, es hoy para muchos desconocida. El interés de muchos pensadores actuales en las ideas del primer Papa latinoamericano ha colaborado significativamente en el redescubrimiento del filósofo uruguayo.
Fuentes:
2019 – Audio de la entrevista a Ramiro Podetti sobre Alberto Methol Ferré en Radio Oriental:
Díaz, B. (2015). Alberto Methol Ferré: una influencia fundamental en el pensamiento del papa Francisco. Cuadernos Del Claeh, 34(101), 63-85.
Metalli, A. (2013). El Papa y el filósofo. Montevideo: Biblos.
Podetti, R. (2014). Alberto Methol Ferré y la geopolítica sudamericana. Cuadernos Del Claeh, 32(99),81-87.
Fuente de información e imagen:
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