El último discurso de Perón: apenas 13 minutos, la “más maravillosa música” y la seguridad que se moría.
El 12 de junio de 1974 Juan Domingo Perón le habló al pueblo reunido en la Plaza de Mayo desde el balcón de la Casa Rosada en un desesperado llamado a la unidad nacional para enfrentar un complejo panorama político y económico. Fue un esfuerzo inocultable del que no se recuperó: esa misma noche empeoró su salud y murió 19 días después.Por Daniel Cecchini.
El 12 de junio de 1974 Perón dio su último discurso. Fue en horas del mediodía en Plaza de Mayo.
“Llevo en mis oídos la más maravillosa música que, para mí, es la palabra del pueblo argentino”, dijo el presidente con esa voz inconfundible, pero ese día algo cascada, y la frase sonó a una verdadera despedida.
El mediodía del 12 de junio de 1974, con casi 79 años a cuestas y el corazón debilitado, Juan Domingo Perón le habló por última vez al pueblo reunido en la Plaza de Mayo desde el balcón de la Casa Rosada. Enfundado en un sobretodo gris con solapas negras, detrás de un vidrio blindado para protegerlo de un temido atentado, el líder justicialista hizo un desesperado llamado a una unidad que ya estaba definitivamente resquebrajada.
Había pasado poco más de un mes desde que, el 1° de mayo, durante su anterior mensaje desde el balcón, ese quiebre se había mostrado como un mapa que partió en dos a la plaza y dejó una mitad vacía.
Estaba ahí, en ese balcón tan suyo, por una urgente necesidad política que pesó más que las recomendaciones de sus médicos, cada día más alarmados por el visible deterioro de su salud.
Era un Perón que se sentía acosado desde dos frentes.
Por un lado, la ilusión del “Pacto Social”, al que había convocado al llegar por tercera vez a la presidencia en 1973 junto con la Confederación General del Trabajo (CGT) y la Confederación General Económica (CGE) para tratar de congelar precios y salarios, había fracasado, aunque nadie – ni el mismo – lo reconociera.
Por otra parte, había visto resquebrajarse definitivamente su proyecto de “unión nacional” -simbolizado en su abrazo con el líder radical Ricardo Balbín – porque se le partió incluso su propio movimiento.
Eso había quedado claro el 1° de mayo, cuando la otrora “juventud maravillosa” le cantó “Qué pasa, qué pasa, General / está lleno de gorilas el gobierno popular” y él – el líder – les contestó “estúpidos imberbes”.
Su juego a dos bandas –tan hábilmente practicado durante el exilio– se le había venido abajo, tan abajo como su salud.
La salud del General
Juan Domingo Perón había asumido la presidencia de la Nación por tercera vez el 12 de octubre de 1973. Tenía 78 años y una afección cardíaca grave. Sabía que esa vuelta a la Casa Rosada le costaría la vida.
Había regresado a la Argentina con problemas urológicos crónicos y el antecedente de un infarto, lo que se conoce actualmente como miocardiopatía isquémica. Tenía sus arterias coronarias obstruidas y el corazón dilatado, con lo cual sufría angina de pecho e insuficiencia cardíaca.
El 21 de noviembre – cuando llevaba poco más de un mes en el cargo - tuvo un edema agudo de pulmón. A partir de ese momento, se formó un equipo de 7 médicos cardiólogos que hacían guardia en forma permanente y lo seguía a todas partes. Estaba coordinado por Domingo Liotta, entonces secretario de Salud, y por Pedro Cossio, médico de cabecera de Perón.
“Cuando empezamos a cuidarlo a Perón él estaba en Gaspar Campos, en Vicente López. Había dos casas que se unían por el fondo, una sobre Gaspar Campos donde vivía el general Perón. Y otra en la calle paralela donde estaba la custodia, el equipo médico, etcétera. Luego, no recuerdo si en noviembre o diciembre del año 73, Perón se traslada a la residencia de Olivos. Ahí cumplíamos guardias de 24 horas, entrábamos a las 8 de la mañana y nos íbamos a las 8 del día siguiente. Cualquier movimiento que hacía el general nosotros íbamos en un vehículo atrás, permanente”, recordó el año pasado uno de los integrantes de aquel equipo, el médico Carlos Garbelino, que por entonces tenía 24 años.
Los días previos: “Me muero”
Los primeros días de junio de 1974 el deterioro de la salud de Perón ya era alarmante, se desarrollaba a ojos vista, pero el hecho que aceleró el proceso fue un desafortunado viaje a Paraguay para entrevistarse con el dictador Alfredo Stroessner, cuando el presidente argentino soportó estoicamente una parada al aire libre debajo de una lluvia pertinaz.
Fue el 6 de junio y volvió resfriado y con fiebre. Esa misma tarde recibió en la Casa Rosada al líder del radicalismo, Ricardo Balbín. Años más tarde, entrevistado por el historiador Joseph Page, el jefe de la UCR contó que en un momento de la charla Perón le dijo claramente: “Me muero”.
El 11 de junio recibió al canciller Alberto Vignes, que le acercó un informe escrito de la embajada británica en buenos Aires donde el gobierno inglés planteaba las salvaguardias y garantías que se le otorgarían a los habitantes de las Islas Malvinas en la eventualidad de un condominio futuro. “Una vez que pongamos un pie en las Malvinas, no nos sacan más y pronto tendremos la plena soberanía”, le dijo Perón. Vignes salió precoupado de la reunión y comentó a sus allegados que había visto “muy enfermo” al presidente.
Esa misma tarde – tal vez como una jugada política extrema para llamar a la unidad – Perón dejoótrascender que podría renunciar. La versión la hizo correr su secretario privado y ministro de Bienestar Social, José López Rega. “Si el general Perón se fuera del país antes de terminar su misión en la República Argentina, con él se va su señora y con él se va este servidor”, les dijo esa noche “El Brujo” a los periodistas que asistieron a un agasajo que se le hizo en el Cuerpo de Policía Montada de la Federal.
Amenaza de renuncia.
La mañana siguiente, la del 12 de junio, Perón haría otra jugada que – tal vez sin que él mismo se lo propusiera – lo llevaría al balcón.
Habló por la cadena nacional y denunció a quienes atentaban contra su “Pacto Social”, a los que definió como “los vivos de siempre que sacan tajada del sacrificio de los demás”. También advirtió que “los que hayan violado las normas salariales y de precios, como los que exijan más de lo que el proceso permite, tendrán que hacerse cargo de sus actos”.
Pero el momento culminante fue cuando amenazó con renunciar. Dijo que al haber asumido la presidencia había hecho un sacrificio, pero que si llegaba “a percibir el menor indicio que haga inútil ese sacrificio, no titubearé un instante en dejar este lugar a quienes lo puedan llenar con mejores probabilidades”.
La respuesta fue inmediata. La CGT convocó a un paro nacional, pero no fueron las columnas sindicales las que hicieron punta para llevar la plaza para darle su apoyo y pedirle que no renunciara sino miles de personas que se movilizaron espontáneamente, casi de la misma manera que en la histórica jornada del 17 de octubre de 1945.
El último discurso
Perón supo de inmediato que debía responder con su presencia a esa movilización popular. Debía terminar la jugada que había iniciado con su discurso por la cadena nacional con un fuerte llamado a la unidad.
Los integrantes de su equipo médico trataron de convencerlo de que no lo hiciera, pero se mostró inflexible. Los encargados de la seguridad presidencial montaron de urgencia un vidrio blindado en el balcón. No solo se temía por su salud sino también a la posibilidad de un atentado.
Cuando Juan Domingo Perón apareció en el balcón, la multitud que colmaba la Plaza de Mayo lo vitoreó.
Con voz débil y cascada, pero sin dejar de transmitir la potencia política que siempre había caracterizado a su liderazgo, el presidente habló:
“Sabemos que tenemos enemigos que han comenzado a mostrar sus uñas. Pero también sabemos que tenemos a nuestro lado al pueblo, y cuando éste se decide a la lucha, suele ser invencible. Hoy es visible, en esta circunstancia de lucha, que tenemos a nuestro al pueblo, y nosotros no defendemos ni defenderemos jamás otra causa que no sea la causa del pueblo. Yo sé que hay muchos que quieren desviarnos en una o en otra dirección; pero nosotros conocemos perfectamente bien nuestros objetivos y marcharemos directamente a ellos, sin dejarnos influir por los que tiran desde la derecha ni por los que tiran desde la izquierda”, dijo desde el balcón, detrás del vidrio blindado.
Con esas palabras trataba de sostener la ficción de su equidistancia entre supuestos extremos. Pero no era sólo “el movimiento” lo que se le ha quebrado. Era también su proyecto económico basado en la “conciliación de clases”, el famoso “Pacto Social” entre los trabajadores y la “burguesía nacional”.
Por eso continuó, en un nuevo llamado a la unidad del pueblo detrás de ese imposible proyecto: “Sabemos que en esta acción tendremos que enfrentar a los malintencionados y a los aprovechados. Ni los que pretenden desviarnos, ni los especuladores, ni los aprovechados de todo orden, podrán, en estas circunstancias, medrar con la desgracia del pueblo. Sabemos que en la marcha que hemos emprendido tropezaremos con muchos bandidos que nos querrán detener; pero, fuerte con el concurso organizado del pueblo, nadie puede ser detenido por nadie”, dijo.
Los dos balcones
Perón habló durante 13 minutos y al terminar era notorio el esfuerzo que le había costado. Sus últimas palabras sonaron a despedida:
“Compañeros, yo llevaré grabado en mi retina este maravilloso espectáculo en que el pueblo trabajador de la Ciudad de Buenos Aires y de la provincia de Buenos Aires me trae este mensaje que yo necesito. Compañeros, Con este agradecimiento quiero hacer llegar a todo el pueblo de la República nuestro deseo de seguir trabajando para reconstruir nuestro país y para liberarlo. Esas consignas, que más que mías son del pueblo argentino, las defenderemos hasta el último aliento. Para finalizar, deseo que Dios derrame sobre ustedes todas las venturas y la felicidad que merecen. Les agradezco profundamente el que se hayan llegado hasta esta histórica Plaza de Mayo. Yo llevo en mis oídos la más maravillosa música que, para mí, es la palabra del pueblo argentino”, dijo con inocultable emoción.
Es imposible saber si, al aparecer por última vez en el balcón, Perón recordó o no el primer discurso que había pronunciado desde allí, el de aquel lejano 17 de octubre de 1945.
Aquella vez había dicho: “He dejado deliberadamente para lo último, el recomendarles que, al abandonar esta magnífica asamblea, lo hagan con mucho cuidado. Recuerden que ustedes, obreros, tienen el deber de proteger aquí y en la vida a las numerosas mujeres obreras que aquí están (…) Y ahora, para compensar los días de sufrimiento que he vivido, yo quiero pedirles que se queden en esta plaza, quince minutos más, para llevar en mi retina el espectáculo grandioso que ofrece el pueblo desde aquí”.
Lo cierto es que, en su último discurso volvió a hablar del “espectáculo” del pueblo reunido que quedaría grabado en su “retina” – “grandioso” el 17 de octubre de 1945, “maravilloso” el 12 de junio de 1974 -, repetición al que le agregó esta última vez la “maravillosa música” que se llevaría en sus oídos.
También es imposible saber si, casi treinta años después, reparó en una posible paradoja: así como al subirlo al primer balcón con la fuerza de su movilización el pueblo argentino “inventó” a Perón, en este último balcón Perón haya intentado “inventarse” un pueblo argentino a la medida de sus deseos.
19 días más
El esfuerzo que le exigió esa movida política final tuvo sus consecuencias la misma noche del 12 de junio, cuando recrudecieron en el líder de 78 años los síntomas típicos de angina de pecho que significó su retiro de la vida pública.
Nada de eso dijo el parte médico difundido al día siguiente, cuando se informó que el presidente Perón padecía una simple “bronquitis”. Le quedaban apenas 19 días de vida.
El doctor Garbelino, recordó así esos últimos días de Perón: “Estuvo lúcido. Lo que pasa es que estaba inestable, un pequeño esfuerzo y ya le faltaba el aire, entraba en insuficiencia cardíaca. Había que regular estrictamente el ingreso de los fluidos, hacer el balance con el control de laboratorio por la función renal para no intoxicarlo con los medicamentos. Fue una serie de cuidados muy específicos. Y puedo asegurar que estuvo lúcido hasta el último momento”.
Juan Domingo Perón murió el 1° de julio de 1974 y, quizás, se haya llevado con él aquella maravillosa música que escuchó desde el balcón de la Rosada la tarde del 12 de junio.
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