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sábado, junio 11, 2022
La niña del napalm es una mujer que no puede olvidar: 50 años de la foto.
“Llevo las consecuencias de la guerra en el cuerpo. Esas cicatrices, físicas o mentales, no se olvidan nunca”, escribió Kim Phuc, aquella niña, a 50 años de la foto que le cambió la vida.
Los aniversarios pueden ser esas fechas redondas sin efecto, o funcionar como un golpe de conciencia, como una fuerza demoledora. El 8 de junio pasado se cumplieron 50 años de una foto que no perdió potencia aunque haya sido publicada millones de veces, como si el tiempo y la repetición no hubieran podido desgastarla ni anestesiarnos. Es la famosa imagen, ganadora de un Pulitzer, en la que se ve a una niña de nueve años, desnuda, lacerada por el dolor que provoca el napalm, corriendo por una ruta de Vietnam.
Kim Phuc tenía 9 años cuando la pagoda budista en la que se había refugiado con su familia, cerca de Saigón, fue bombardeada con napalm. Dos de sus hermanos murieron abrasados; ella sufrió quemaduras en todo el cuerpo cuando se incendiaron sus ropas. La foto le valió a su autor, Nick Ut, de la agencia Associated Press, el Premio Pulitzer.
Esta semana, en un conmovedor artículo publicado en el diario New York Times (también en español), aquella niña, convertida hoy en una mujer de 59 años, escribió no sólo sobre aquel día sino también sobre lo que significó esa imagen, el dolor de sobrevivir quemada, la vergüenza, y la ira.
“Tal vez hayan visto la fotografía que me tomaron ese día, huyendo de las explosiones junto con otras personas: soy la niña desnuda con los brazos extendidos que grita de dolor. La imagen, tomada por el fotógrafo survietnamita Nick Ut, quien trabajaba para The Associated Press, se publicó en las primeras planas de los periódicos de todo el mundo y ganó un Premio Pulitzer. Con el tiempo, se convirtió en la imagen más conocida de la guerra de Vietnam. Nick no solo me cambió la vida para siempre con esa fotografía inolvidable, también me la salvó. Después de tomar la foto, bajó la cámara, me envolvió en un cobertor y me llevó a toda prisa a recibir atención médica. Le estoy eternamente agradecida”, escribió Kim para el New York Times.
Y sigue: “El napalm se te pega a la piel, sin importar lo rápido que corras y causa quemaduras espantosas y un dolor que dura toda la vida. No recuerdo correr ni gritar: “Nóng quá, nóng quá!” (“¡Quema, quema!”), pero grabaciones de ese momento y los recuentos de otras personas afirman que lo hice”, escribe, como intentando rearmar para sí misma un hecho del que todos fuimos testigos, al ver esa foto.
Para Kim no fue fácil crecer convertida en un símbolo. Hubo momentos en los que odió al fotógrafo y el trabajo que había hecho. El dolor, los rastros en el cuerpo y el recuerdo de aquellos que murieron se convirtieron en una tortura durante mucho tiempo.
“Crecí detestando esa foto. Pensaba: “Soy una niña. Estoy desnuda. ¿Por qué tomó esa foto? ¿Por qué mis padres no me protegieron? ¿Por qué publicó esa foto? ¿Por qué soy la única que está desnuda, mientras que mis hermanos y mis primos sí traen ropa puesta?”. Me sentía fea y avergonzada”, se sincera.
De niña, y luego de joven, Kim convivió con un doble dolor: físico y psicológico. El sufrimiento físico persistió pese a las 14 operaciones y los trasplantes a los que fue sometida en los años siguientes.
El otro dolor le resultó una pesadilla. “Sentía ira, amargura”, contó en varias entrevistas. Sentía que en la escuela la evitaban, y que los que la miraban sentía pena por ella, incluido sus padres. La imagen se convertía en un símbolo de la guerra, y ella misma, en el recuerdo de ese horror.
Después de las numerosas operaciones, Kim se fue a estudiar farmacia a Cuba, donde se enamoró de quien se convertiría en su marido, también un vietnamita. Las autoridades cubanas le ofrecieron a la pareja una boda costosa y un viaje de novios a Moscú.
En 1992, en una escala en Canadá, de paso hacia Rusia, la pareja pidió asilo político a las autoridades canadienses. Desde entonces, Kim Phuc, que tiene dos hijos, y ha escrito el libro “Salvada del infierno”, es embajadora de buena voluntad de la Unesco, y dirige la Fundación Kim Internacional, centrada en los niños.
“Por definición, las fotografías capturan un momento en el tiempo. Pero los sobrevivientes en esas fotografías, en especial los niños, deben seguir adelante. No somos símbolos, somos humanos”, escribe, con la precisa suavidad del sobreviviente Kim en el artículo del New York Times.
Quizás es justamente eso: ella es una sobreviviente y logró seguir adelante. Y aunque no quiera ser un símbolo, todo el horror de esa imagen nos sigue mirando.
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