En 1955, Eve Arnold capturó una de las imágenes icónicas de la eterna blonda de Hollywood, mientras leía la obra maestra de James Joyce. |
Por José Narosky.
Un día como hoy, pero en 1926, nacía Norma Jeane Mortenson, quien se convirtió en un ícono del cine y de la cultura pop y cuya muerte sembró más dudas que certezas.
La escultural rubia, la diosa que reinó en los corazones de miles de hombres, parecía ser la dueña de la felicidad.
Proveniente de un hogar modesto era hija de padre desconocido. Se casó a los 16 años con un agente de policía de 21 años y en esa etapa pasó a la fama, posando desnuda para un almanaque de extraordinaria difusión en los Estados Unidos luego de participar de un reclamo de trabajadores de una fábrica durante la Segunda Guerra Mundial y ser captada por un fotógrafo.
Y la fama suele cobrar un precio. Claro que muchos están dispuestos a pagarlo. Y Marilyn Monroe lo pagó, divorciándose de su primer esposo: un humilde agente policial.
El cine, ese mágico monstruo de fantasía, la absorbió inmediatamente y montó a su alrededor un engranaje publicitario que la proyectó al mundo entero.
Muchos soldados, que en esa época iban a la Guerra de Corea, tenían en sus mochilas, una fotografía de la actriz quien, de hecho, actuó para las tropas estadounidenses en guerra con el espectáculo Anything Goes.
No podía tener hijos (perdió varios). Seis años duró ese matrimonio, hasta que Marilyn decidió irse a vivir sola en su mansión de Hollywood.
Una noche fue encontrada muerta en su dormitorio, con el brazo al lado del teléfono descolgado. ¿A quién habría querido llamar en el momento en que le hacía efecto la sobredosis de barbitúricos que había ingerido y la vida se le escapaba?. Nunca podrá saberse...
El enigma del porqué de su muerte, se comprendió tiempo después. Marilyn Monroe sufría uno de los castigos más crueles que puede afectar a un ser humano: tenía soledad.
Notó claramente, que mientras “aumentaban sus ganancias disminuían sus sueños”. Comprendió demasiado tarde que el oro nunca podría vencer al amor, porque sólo el amor había podido hacerle latir el corazón.
Es que el prestigio artístico, el poder, la riqueza son como imanes que atraen y enceguecen simultáneamente. Permiten sí, alcanzar esas supuestas cumbres. Pero suelen implicar numerosos sacrificios, incluso el alejarse de los verdaderos afectos, de los amigos reales, y los seres queridos.
Y allí, muy en lo alto, es común encontrarse ese fantasma aterrador que se llama soledad. Que incluso suele estar en medio de la multitud. O del ruido estridente.
En un libro autobiográfico Elvis Preslely, otro famoso que se quitó la vida, escribió con crudeza su sensación de soledad, porque todo lo que le sobraba no podía reemplazar lo que él sentía que le faltaba.
Muchos famosos escribieron sobre sus sentimientos frente a ese enemigo -la soledad- a la que no pudieron derrotar.
Entre ellos James Dean, el inolvidable actor de “Al Este del Paraíso”, Cristina Onasis, la hija del magnate griego. Y También Elvis Presley, como ya mencioné.
En definitiva Marilyn Monroe -¡y tantos otros!- entendieron -y la experiencia se suele aprender solamente con la experiencia- que muchas veces, se llega a la cima con un gran cansancio. Y hay cansancios... definitivos.
Saturados del elogio y de la admiración que el brillo produce, buscan como único refugio, el aislamiento e inclusive la muerte, como la de Marilyn Monroe, suicidándose a los 36 años, todavía hermosa y radiante.
PUBLICADO EN DIARIO ÁMBITO FINANCIERO.
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