Hay una peste que abarca no pocos lugares de nuestro mundo que consiste en la manía patriotera de considerar lo propio como un valor y lo foráneo como un desvalor. Una bazofia que cierra fronteras en lugar de considerarlas como mero recurso para descentralizar el poder político puesto que un gobierno universal sería un inmenso peligro para las libertades individuales.
Ya el magistral Jean-Francois Revel demuestra en su libro La gran mascarada el estrecho parentesco entre el nacionalsocialismo y el comunismo. Esta sandez viene entremezclada con el racismo. Como ha señalado Thomas Sowell, los sicarios nazis debían rapar y tatuar a sus víctimas para distinguirlas de sus victimarios. Hitler, después de mucho galimatías clasificatorio, finalmente sostuvo que ``la raza es una cuestión mental'', con lo que inauguró el polilogismo racista, bajo la absurda pretensión de que el ario y el semita tienen una estructura lógica distinta.
Esto fue calcado del polilogismo marxista, por el que se arguye que el proletario y el burgués tienen distintas lógicas, aunque, como ha señalado Ludwig von Mises, nunca se explicó en qué se diferencian concretamente esas estructuras del pensamiento. Tampoco se explicó qué le ocurre en la cabeza a la hija de una burguesa y un proletario ni qué le ocurre a este último cuando se gana la lotería o comienza a tener éxito en los negocios.
En este sentido, como he señalado antes, la idea de clase social proviene de este subsuelo del pensamiento que desafortunadamente no pocos distraídos recurren a esa noción estrafalaria sin percatarse de su origen. En realidad al recurrir a esa clasificación se debiera hacer referencia a ingresos altos, medio o bajos pero aludir a la clase como si se tratara de personas de naturaleza distinta es impropio de no marxistas y no nazis. La expresión clase baja es repugnante, clase alta es de una frivolidad alarmante y media es a todas luces anodina.
En verdad produce congoja cuando -ingenuamente a veces, y otras no tan ingenuamente- se hace referencia a las ``diversas sangres'' que tendrían diferentes grupos étnicos. Vale la pena aclarar este dislate. Hay solamente cuatro grupos sanguíneos que están distribuidos entre todas las personas. La sangre está formada por glóbulos que están en un líquido llamado plasma. Los glóbulos son blancos (leucocitos) y rojos (hematíes), y el plasma es un suero compuesto de agua salada y sustancias albuminoides disueltas. La combinación de una sustancia que contiene los glóbulos rojos, denominada aglutinógeno, y otra conocida como aglutinina, que contiene el suero, da como resultado los antes mencionados cuatro grupos sanguíneos. Eso no tiene nada que ver con las respectivas evoluciones que van estableciendo diversas características exteriores. Y esos grupos sanguíneos no pueden modificarse ni siquiera con transfusiones.
Los rasgos físicos que hace que hablemos de etnias responden a procesos evolutivos. En el planeta tierra todos provenimos de Africa (y, eventualmente, del mono). Spencer Wells -biólogo molecular, egresado de las universidades de Oxford y Stanford- explica magníficamente bien nuestro origen africano en The Journey of Man y las distintas migraciones que, según las diversas condiciones climáticas, hicieron que la piel y otros rasgos físicos vayan adquiriendo diferentes propiedades.
Karl Popper y Stefan Sweig muestran detenidamente la fertilidad producida a través de los estrechos vínculos interculturales.
Precisamente, como ha señalado Juan José Sebreli, la identidad de la persona se fortalece y enriquece en la medida en que está expuesta a las más diversas expresiones culturales. Por el contrario, la cultura alambrada debilita, bloquea y finalmente extingue la posibilidad de cultivarse por la asfixia a que conduce la cerrazón.
El oxígeno resulta indispensable y esto se logra abriendo puertas y ventanas de par en par. La guillotina horizontal que pretende nivelar y enclaustrar necesariamente empobrece. La cultura no es de esta o aquella latitud, del mismo modo que las matemáticas no son holandesas ni la física es asiática. Nada más absurdo que la troglodita noción del ser nacional y nada más truculento y tenebroso que las banderas de la cultura nacional y popular.
Obstaculizar cualquiera de las muchísimas maneras de intercambios culturales libres y voluntarios constituye una seria amenaza y una forma grotesca de contracultura. Mario Vargas Llosa apunta ``el nacionalismo es la cultura de los incultos.''
Por Alberto Benegas Lynch.
PUBLICADO EN DIARIO LA PRENSA.
https://www.laprensa.com.ar/525843-El-nacionalismo-es-toxico.note.aspx
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